29.9.08

El chivo expiatorio

Me senté frente a la computadora con la intención de contarles cosas sobre el Festival de San Sebastián, pero la verdad es que no pude. Y no puedo. Los dedos se me van para otro lado y escriben letras que no están relacionadas con el cine. Esta vez tienen que ver con la política y con algunas frasecitas que se escuchan por acá. Para hacerla corta (y espero que entretenida), se las voy a plantear como un 'tráiler'. El protagonista es Mariano Rajoy, un político de 53 años que lidera el Partido Popular y que aspira a ser presidente de España, aunque lleva una legislatura y media relegado a la oposición. Su papel no le gusta (claro), aunque lo interpreta con gracia. Quiero decir, uno lo ve y se lo cree. El hombre le pone empeño y, de última, hace lo que se espera que haga: darle palo (mucho palo) al gobierno y a su líder, José Luis Rodríguez Zapatero. Hasta aquí, es estupendo. Para que la democracia funcione tiene que haber discrepancias.

El problema es que Rajoy no distingue entre la lucha de gigantes y la gente de a pie, la que oye sus discursos mientras mira de reojo al del costado, la que se traga todo lo que dice y después señala con el dedo, o la que es estigmatizada sin entender bien por qué. Porque el señor, cuando da palo, se olvida de apuntar bien a dónde. Y entonces pasa lo que pasa. Ya habrán oído ustedes que la economía de España está en crisis, una palabra que al gobierno no le gusta y que a la oposición le encanta pero que, más allá de eso, tiene a la gente preocupada. Normal: la tasa de desempleo se disparó este año, los precios subieron como la espuma y hay muchísimas familias endeudadas. La situación económica del país es ahora el gran problema, muy por encima del terrorismo y la vivienda, que ya es mucho decir. Así que hay que culpar a alguien.

El gobierno culpa a la situación mundial, a la subida del petróleo y al desplome de las bolsas. La oposición culpa a la mala gestión del gobierno. Pero, entre medio, como quien no quiere la cosa, los inmigrantes nos colamos en el discurso de Rajoy. Dice él que saturamos los servicios sanitarios de España, que aumentamos el gasto público. Y dice también que, mientras muchos extranjeros están cobrando el seguro de paro, hay españoles que deben irse a Francia para cosechar en los viñedos de al lado. Hilar estas dos ideas es como mezclar morcilla con velocidad: no tiene nada que ver una cosa con la otra. En primer lugar, porque la contratación de españoles para la vendimia francesa es una tradición casi histórica y perfectamente organizada que se repite todos los años desde mucho antes que la inmigración fuera un 'problema'. Incluso desde antes que España ingresara en la Unión Europea.

Por otro lado, si alguien cobra el seguro de paro es porque trabajó, porque se ha ganado ese derecho aportando a la Seguridad Social mientras estaba activo. Y eso, que yo sepa, no depende de la nacionalidad, sino de lo que cada uno haga. Sin embargo, este razonamiento tan simple queda opacado (o distorsionado) cuando un líder político mete ideas inconexas en la coctelera y se pone a agitar con ganas. El resultado es un trago amargo en el que el colectivo extranjero se convierte en el chivo expiatorio y carga con la culpa del problema de turno. Cuando no es la economía, es el desempleo, o la inseguridad ciudadana o el colapso de la sanidad.

Por cierto, esto último es una falacia. La población inmigrante de España es mucho más saludable de lo que se cree. Además de ser gente joven, quienes emigran están sanos. El asunto es que no todos saben que, para curarse un resfriado, hay que ir a la policlínica y no a la sala de urgencias. Lo que padecen, en realidad, es falta de información. Ya ven cómo son las cosas. No pude escribir sobre el cine, pero terminé contándoles una película. Perdonen ustedes que haya elegido una de terror y, encima, mala, pero es lo que hay. No me cae bien el señor Mariano Rajoy. Nada bien, ni siquiera un poco. Discrepo con lo que dice y, por extensión, me inquieta aún más lo que calla.

27.9.08

"Hay gente muy preparada que debería volver a su país natal"

Juan Jaimes es boliviano. Llegó a Euskadi en 2004 y, desde hace varios meses, es secretario de Inmigración de Ezker Batua. En su país fue activista político y miembro de la coalición que llevó a Evo Morales a la presidencia. Aquí trabaja para la integración de los extranjeros y el impulso de proyectos de cooperación.

La charla tiene lugar en la sede de Ezker Batua, en Bilbao, donde trabaja como responsable de la Secretaría de Inmigración. Político desde hace años (comenzó como militante en Bolivia cuando apenas era un chaval) y extranjero desde 2004, Juan Jaimes aporta su experiencia profesional y personal para mejorar la situación de los inmigrantes en Euskadi y evitar que las condiciones económicas de los países menos favorecidos sigan empujando a la gente a emigrar.

Su historia no es muy diferente a la de muchos extranjeros que residen en el País Vasco. «Me fui de Bolivia porque la situación política era tensa y mi economía, como la de tantos otros, no era la mejor. Tenía pensado quedarme en Bilbao un par de años y regresar, aunque han pasado cuatro y aquí sigo», dice. Una cosa es un plan inicial y otra distinta, las vueltas de la vida.

Por ejemplo, las que le hicieron elegir Euskadi como destino migratorio; ya que su opción no fue casual. «Hace muchos años, a finales de los ochenta, recibí en mi casa de Bolivia a un jugador de fútbol vasco. En ese entonces, yo dirigía un equipo y fue por eso que nos conocimos. Antes de regresar a Europa, me dejó su dirección por si acaso yo quería venir algún día. Quince años después, me puse en contacto con él y me ayudó con la carta de invitación».

Aquel fue el primer paso de muchos, ya que a Jaimes le costó conseguir empleo. «Tardé casi 5 meses en empezar y, como la mayoría, hice de todo; desde trabajar en la construcción y limpiar bares, hasta cargar troncos en el monte y elaborar txakoli», resume. Por otro lado, su pasado deportivo le abrió las puertas como entrenador de fútbol de un equipo de ecuatorianos. «Mis dos grandes pasiones son el fútbol y la política -confiesa-. Y la verdad es que, cuando vine, no esperaba dedicarme a ellas». Sin embargo, y como él dice, una cosa llevó a la otra. «El padre de uno de los chavales a los que entrenaba me presentó a los miembros de Ezker Batua pues, conversando conmigo, pensó que tendríamos afinidad». No se equivocó. Tras unas cuantas reuniones, Juan Jaimes se estrenó como secretario de Inmigración del partido.

Inversión a futuro
«Estoy contento y a gusto. Creo que Izquierda Unida está haciendo un gran trabajo por la inmigración y que mi experiencia puede ser útil para conseguir esos objetivos». Su trabajo consiste en recoger de primera mano la situación y las necesidades reales de la población extranjera, elaborar propuestas de integración y soluciones a los problemas habituales, y presentarlas en el Gobierno vasco. Pero no sólo se trata de canalizar inquietudes o de resolver escollos locales, sino también de encarar el fenómeno migratorio desde la base y buscarle alternativas efectivas. En ese sentido, Juan sugiere que «la cooperación al desarrollo es fundamental», pues «la 'fuga de cerebros' es un hecho y provoca una pérdida de capital humano fortísima». En su opinión, en Euskadi viven extranjeros capacitados y con estudios que «aquí son uno más del montón, pero que podrían hacer grandes cosas en sus países de origen».

«Hay gente muy preparada que debería volver a su país natal y trabajar activamente para cambiar las cosas. Si el Gobierno invirtiera en crear puestos de trabajo para estas personas allí, no sólo se daría un proceso de retorno maravilloso, sino que recuperaría esa inversión con creces. Por el mismo dinero que ganan aquí, los inmigrantes retornados podrían desarrollar proyectos que eviten la emigración masiva».

25.9.08

Soluciones para afrontar la cuesta de septiembre en plena crisis

Los gastos se acumulan a la vuelta de las vacaciones y algunas fórmulas para hacerles frente agravan el endeudamiento de las familias

Junto con el mes de enero y su temida "cuesta", el regreso a la actividad en septiembre es el momento más duro del ejercicio, y más este año, cuando quién más, quién menos sufre los efectos de la crisis financiera. Tanto en un periodo como en el otro, los españoles se enfrentan de nuevo a sus rutinas habituales pero, además, sienten las consecuencias económicas de los gastos excepcionales que han realizado. En este mes, en concreto, no sólo hay que cumplir con las obligaciones básicas, como el pago de la vivienda y los servicios mínimos; también hay que asumir la disminución de los ahorros o las deudas derivadas de las vacaciones y, para el caso de las familias con hijos, el inicio de un nuevo año escolar, con todo el gasto que ello supone. En suma, septiembre es el mes en el que se acumulan desembolsos sustanciales de dinero; una coyuntura que coloca a muchas familias en un callejón sin salida o las empuja al endeudamiento.

Los datos oficiales recientemente publicados, así como los estudios de mercado acometidos por empresas privadas y asociaciones profesionales, sirven para ilustrar con precisión el agobio económico al que se enfrenta el español medio. A grandes rasgos -y atendiendo siempre a los valores promedio-, una familia tipo de España, con dos adultos y un niño, puede gastar este mes unos 3.125 euros para cubrir las vacaciones de verano, la hipoteca y la vuelta al colegio. Una cifra a la que, por supuesto, hay que añadir el pago de diversas facturas y el coste de la vida diaria en aspectos irrenunciables. Para desglosar el número: los planes de vacaciones, que suelen durar doce días, implican un coste medio de 840 euros por persona, o 2.400 por núcleo familiar, según un estudio de Bancotel y la consultora Ipsos. Los gastos del comienzo de curso -que varían según la comunidad autónoma y el tipo de centro- se traducen en 825 euros por estudiante en promedio. Y en cuanto a las hipotecas, si bien en agosto ha bajado el Euribor, la cuota mensual ronda ya los 900 euros, como registran el Instituto Nacional de Estadística (INE) y la Asociación Hipotecaria Española (AHE).
Todo esto se produce, además, en un marco económico hostil en el que la tasa de paro roza ya el 10%, la morosidad se ubica en el 2,15% (el valor más elevado de la última década, como registra el Banco de España) y la recesión financiera está a la vuelta de la esquina. Para gran parte de los ciudadanos la pregunta clave es qué hacer, cómo afrontar las exigencias sin quedar con el agua al cuello. Está claro que las soluciones mágicas no existen y que, a tenor de las previsiones, la crisis económica no va a desaparecer de inmediato, por ello es muy importante reflexionar seriamente y con calma acerca de las posibles soluciones. Una decisión apresurada -como las que suelen tomarse en estos casos- más que resolver el problema, lo único que hará es aplazarlo, y es posible que, al cabo de unos cuantos meses, la situación sea más grave y resulte más difícil resolverla.
El préstamo personal y la ayuda de la familia
Solicitar un préstamo personal es la primera elección de las familias que no cuentan con ahorros. El asunto es que, ahora mismo, los intereses se han disparado, llegando a cotas de hasta un 7%, o superiores. Por esa razón, antes de lanzarse de lleno a esta vía, es fundamental calcular los plazos de pago, la cuantía de las cuotas y el importe final haciendo cuentas realistas en las que, necesariamente, debe dejarse un margen para los gastos inesperados. Las previsiones macroeconómicas señalan una tendencia negativa para este trimestre y el año entrante, de modo que quienes tengan empleos temporales o trabajen en sectores especialmente vulnerables a la crisis son quienes más deben cuidarse a la hora de contraer obligaciones financieras.
En caso de elegir este camino es fundamental comparar ofertas, ya que las hay y son muchas. De un tiempo a esta parte -y sobre todo este mes-, la demanda ha aumentado y, con ella, las entidades que proponen soluciones milagrosas. Basta con revisar el buzón de casa o pasear un poco en la calle para toparse con folletos de este tipo. Sin ánimo de desprestigiar a las instituciones crediticias, es conveniente que el consumidor se comporte con cautela, pues las entidades financieras no trabajan por caridad. Preguntar por las condiciones, por las cuestiones que puedan parecer más obvias y simples y leer con atención la letra pequeña, lejos de ser motivo de vergüenza, es básico para evitar fraudes, disgustos y sorpresas. Lo mismo vale decir para el momento de la elección: da más seguridad decantarse por aquellas que estén reguladas por el Banco de España y la Asociación Nacional de Establecimientos Financieros de Crédito (ASNEF), una organización que se dedica a velar por las buenas prácticas del sector.
Dejando a un lado a las empresas, el riesgo de solicitar un préstamo personal aumenta o disminuye en función de la cantidad solicitada y los ingresos familiares. No es lo mismo pedir 2.000 euros que 10.000, ni es lo mismo que en el hogar se cuente con un único sueldo a que sean dos. Por otra parte, el monto requerido y su destino también pueden ofrecer alternativas para evitar pedir un préstamo. Dicho de otro modo, si el dinero que se necesita no es excesivo y su finalidad pasa por "cubrir un bache" o encarar un gasto puntual, es preferible pedir ayuda a la familia o los amigos a firmar contratos imposibles, incluso a negociar con el banco de siempre. Evidentemente, a ninguna persona adulta le gusta acudir a sus padres o hermanos para que le presten dinero. De hecho, una de las cuestiones que más valoran los consumidores de las entidades de crédito es que, precisamente, no hacen preguntas incómodas ni juicios de valor sobre su economía doméstica y su vida. Sin embargo, el orgullo o el mantenimiento de las apariencias pueden costar muy caros y, al pensar en las posibles soluciones, no está de más considerar a los allegados y evaluar qué es mejor, si pasar por el mal trago de pedir ayuda o acabar ahogados en un mar de obligaciones que conduzcan a la ruina.

Resignarse a la pérdida de status
En ocasiones es posible apretarse el cinturón con disimulo (nadie controla si en el hogar se toma un café de menos o se ha dejado de fumar), pero en otras ocasiones, cuando las deudas son más acuciantes, es necesario suprimir los gastos en ocio, moda y confort y, con ello, renunciar a un estilo de vida. Eso sí que resulta difícil. En opinión del vicepresidente de la AEAFyT, "los españoles nos hemos comportado como 'nuevos ricos' y el gran problema es que, ahora, no estamos dispuestos a resignarnos y perder el estatus social". La dinámica de comprar cualquier cosa -incluso si es innecesaria- y pensar que ya luego se pagará es, como indica Gómez, el modelo de consumo más habitual y, por supuesto, el más pernicioso, pues no se puede sostener para siempre.

El consejo más básico de este asesor pasa por planificar los gastos, ahorrar, invertir el capital (si se tiene) y restringir el consumo innecesario, aunque en la esfera macroeconómica sea pernicioso y genere recesión. "La economía es una pescadilla que se muerde la cola", compara. Si las familias gastan menos, el crecimiento económico será menor. Sin embargo, Juan Gómez señala que "las crisis también suponen un saneamiento de la economía".
La reunificación de deudas
Otro de los "salvavidas" posibles consiste en la reunificación de deudas; una opción que ha ganado terreno en estos últimos meses y que, a primera vista, resulta muy tentadora. Si una persona se encuentra agobiada por el pago de sus deudas, es comprensible que se sienta atraída por esta fórmula que, a corto plazo, alivia el gasto mensual. ¿A quién no le gustaría pagar 800 euros en lugar de 1.200? Una propuesta de ese calibre sin duda llama la atención y el primer impulso es, cuando menos, interesarse por ella. Aun así, reunificar las deudas contraídas entraña numerosos inconvenientes. El más conocido es el aumento de la cantidad de cuotas y que los pagos se prolongan varios años, de modo que, por un lado, se acaba pagando más dinero y, por otro, la capacidad de ahorro familiar se ve recortada durante más tiempo.

El otro problema que supone este método -y que no siempre se explica con claridad al consumidor- es que hay una serie de gastos derivados del proceso. Además de una comisión por el servicio que presta la entidad, el cliente debe pagar por la cancelación de los préstamos iniciales, el registro de las nuevas condiciones, las tasas de la gestoría, los aranceles notariales y los seguros. La suma de estos gastos oscila entre los 12.000 y los 19.000 euros, una cifra que varía en función de las comisiones y que, además, genera intereses. De ahí que diferentes asociaciones de consumidores hayan alertado recientemente sobre el aumento de solicitudes y empresas dedicadas a la reunificación, así como de la falta de transparencia en muchas gestiones y la inexistencia de un marco legal que las regule. Para estos productos, como ocurre con los préstamos personales, antes de firmar ningún compromiso es imprescindible asesorase bien, evaluar beneficios y costes y tomar una decisión meditada que se ajuste las posibilidades reales y tratar de llegar a un acuerdo con el banco de confianza.
Economizar en cosas pequeñas
La solicitud de un préstamo y la reunificación de deudas son dos alternativas financieras que implican un gasto de dinero. Sus rasgos más atractivos pasan por la inmediatez y la confidencialidad. Sin embargo, no sólo mantienen las deudas sino que, además, las incrementan. Para los casos en que la situación económica no es tan apremiante y todavía es posible evitarlas o, por el contrario, para aquellos que ya han agotado este tipo de ofertas, hay alternativas más "sanas". El problema es que requieren sacrificio y constancia. En cierto modo -y salvando las distancias-, la solución a los aprietos financieros se asemeja bastante a las alternativas para combatir la obesidad: las "dietas milagro" acaban siendo perniciosas y los "tratamientos estrella" cuestan demasiado para las pocas garantías que ofrecen, mientras que la práctica de deporte y una alimentación equilibrada resuelven el problema y, además, previenen las recaídas.

Con los préstamos y el ahorro pasa exactamente lo mismo. Parecerá una obviedad decir que evitar los excesos y no gastar más de lo que se tiene es la mejor solución financiera, pero así resulta: la alternativa más doméstica y sencilla se muestra, también, como la más efectiva. Da igual si aún no se ha llegado al extremo de pedir un préstamo o si ya se tienen unos cuantos además de la hipoteca, nunca es tarde para corregir los hábitos que agujerean la economía familiar. Algo tan simple como suprimir el café de la mañana en un bar se traduce en un ahorro de 25 euros al mes. Alternar el "menú del día" con el "tupper" -comiendo un día fuera y el siguiente en la oficina- evitará gastar unos 100 euros mensuales. Con estos dos simples gestos (a los que pueden añadirse muchos más), una persona ahorrará 1.500 euros al año; un monto más que suficiente para cubrir los gastos de la vuelta al colegio en septiembre o parte de las vacaciones de verano.

En esta línea, los fumadores encontrarán en la crisis una excelente razón para dejar el tabaco o, por lo menos, reducir su consumo. Quienes fuman una cajetilla al día gastan al año unos 900 euros de media. Rebajar el hábito a la mitad, además de favorecer la salud, sumará otros 450 euros al ahorro. Los ejemplos son infinitos y la elección de un recorte u otro dependerá de las costumbres y necesidades de cada uno. Lo sustancial de este método, además intentar de cumplirlo a rajatabla, pasa por diferenciar qué gastos son imprescindibles y a cuáles se puede renunciar. Como señala Gómez Hernández, "no todos reaccionamos igual ante la crisis o ante la vuelta de las vacaciones". Según indica el asesor, es difícil describir una generalidad pues, dependiendo de la formación y los hábitos de consumo, habrá personas más previsoras y otras que se encuentren de golpe en aprietos económicos muy serios.

22.9.08

Despedida de casado

En los últimos tres años, España ha experimentado una transformación jurídica notable, sobre todo en aquellas leyes que regulan el ámbito familiar. Tras pasar por un montón de discusiones, manifestaciones y declaraciones incendiarias (de esas que prometen un pasaje al infierno sin escalas), 2005 fue el año del cambio. En el mes de julio, y con diferencia de una semana, el Congreso de los Diputados aprobó la Ley de Matrimonio Homosexual y la Ley de Divorcio Express. La primera, como resulta obvio, reconoce legalmente la unión de dos personas del mismo sexo y su derecho a formar una familia como cualquier otra, con hijos propios o adoptados. La segunda acelera los trámites de la disolución conyugal, cuya sentencia puede quedar dictada en cuestión de un mes y medio desde que se llama por primera vez al abogado.

Estos cambios, que se prestan al debate y que pueden levantar ampollas en casi cualquier sociedad, son especialmente profundos en un país como España, donde la Iglesia Católica conserva un peso importante y la población civil ha tenido que reponerse a cuarenta años de dictadura. Para entenderlo mejor, alcanza con pensar que la primera Ley de Divorcio de este país se aprobó en 1981, hace apenas 27 años, y que hasta entonces (a diferencia de Uruguay, cuya ley es centenaria), la gente se casaba para siempre, tuviera ganas o no.

Les cuento esto porque el jueves pasado encontré un folleto publicitario que anunciaba la venta de camisetas para 'despedidas de casado, divorcios y separaciones'. Lo estoy viendo ahora mismo, mientras escribo, así que puedo describirlo. Como imagen hay tres modelos distintos con dibujos originales. Y en el texto, que resumo, se expone la siguiente premisa: "¿Hay algo más salvaje que una despedida de soltero? Sí, una despedida de casado. Pensad en una persona casada, cenando pollo durante años y, de repente, la invitan a un buffet libre". No sé si calificarlo como explícito o sutil (quizá tenga un poco de las dos cosas), pero la verdad es que me hizo gracia. Para ser honesta, también me dio en qué pensar.

En realidad, que exista una empresa dedicada a comercializar 'eslóganes pro ruptura' es un síntoma muy claro de cómo ha cambiado la percepción social del divorcio. El año pasado hubo 130.000 disoluciones conyugales y en el primer trimestre de 2008 se registraron 365 al día. Para decirlo de un modo más claro, en España se termina un matrimonio cada 3,7 minutos. Este promedio ­-que a muchos les sorprenderá- no sólo sitúa al país como el primero de la Unión Europea en materia de 'hasta luegos', también refleja que los divorciados ya no son minoría. En consecuencia, un estado civil que hasta hace poco era sinónimo de fracaso o que se intentaba ocultar, ahora empieza a sacudirse los estigmas y hasta anunciarse a los cuatro vientos. Además de esas camisetas, hay quienes celebran fiestas e, incluso, confeccionan una lista de regalos (como en las bodas) por si salieron mal parados en el reparto de los bienes.

Las estadísticas son una perita en dulce para los detractores de la ley 'express'. Dicen que ha desvirtuado el valor de la familia y la seriedad del compromiso; que mucha gente no se toma en serio la responsabilidad del matrimonio. Para sus promotores, en cambio, esos mismos números significan algo distinto. Sostienen que si la tasa de divorcios se ha triplicado desde 2005 hasta hoy, es porque la gente ahora utiliza las ventajas del nuevo sistema para actuar en consonancia con sus sentimientos; que ya no hay impedimentos legales (ni morales) para deshacer lo hecho e intentar ser feliz. El debate está servido y es probable que una misma persona sienta afinidad por las dos posturas. En cualquier caso, la pregunta es si realmente se ha trivializado al matrimonio como institución o si la ley recoge de un modo más realista las relaciones humanas.

18.9.08

"El que emigra es quien tiene que adaptarse, no al revés"

Yudis García tiene 28 años y es cubana, aunque vive en Euskadi desde hace casi una década. El paso del tiempo ha dejado un matiz bilbaíno en su acento y, también, en su modo de pensar. Aquí ha formado una familia, ha hecho buenos amigos y se ha forjado un puesto en el mercado laboral. «Mi casa y mi vida están en Bilbao. Cuando estoy lejos, me siento fuera de sitio», dice.

La historia de Yudis García empezó hace diez años en Cuba, cuando conoció a un bilbaíno que había ido allí de vacaciones. Ella asegura que no hubo un flechazo como en las películas, pero lo cierto es que un año después se casaron. «Llevábamos varios meses de novios, escribiéndonos y llamándonos por teléfono, hasta que un día mi marido le enseñó una foto mía a su padre y le dijo: 'Tengo novia y me voy a casar'. Imagínate la situación; el hombre se quedó a cuadros», relata con una sonrisa.

Yudis sabe que, al contarlo, «más de uno podría pensar mal». Los matrimonios por conveniencia existen. Sin embargo, señala que no es su caso. «Hace nueve años que estamos juntos, tenemos dos hijas, trabajamos los dos... No creo que nadie a estas alturas ponga en duda que nos casamos por amor», expone. Por otro lado, destaca que la familia de su esposo siempre los apoyó. «He tenido mucha suerte. Nunca hubo un comentario negativo, al contrario. La relación con mis suegros es muy buena».

Tras casarse en Cuba y cumplir con numerosos requisitos legales para salir de la isla, Yudis y su marido viajaron juntos a España. «Aterrizamos en Madrid y vinimos hasta aquí en coche. Era noviembre y hacía frío. Recuerdo que venía mirando el paisaje y que todo era diferente. Tenía la sensación de que Bilbao era un lugar oscuro y, al principio, sentí un poco de tristeza. Cuando llegas a un sitio distinto tienes que aprender de nuevo. Supongo que a todos los inmigrantes nos pasa lo mismo».

Pero esa depresión inicial, muy común entre la población extranjera, le duró poco: Yudis encontró la solución en el trabajo. «Si vas a un país que no es el tuyo y te encierras en tu casa a 'comer televisión', lo llevas crudo. A los dos meses de llegar, conseguí mi primer trabajo y, desde entonces, no he parado. Estar activa y conocer gente nueva te ayuda muchísimo a asimilar el cambio».

Tenía entonces diecinueve años y ninguna experiencia, pero sí «mucho entusiasmo y empeño», dos cualidades que mantuvo con el tiempo y que le sirvieron para progresar en el sector de la hostelería. Desde hace seis años, trabaja en el hotel Miró como camarera de piso donde, además, es la encargada del departamento. «El ascenso supone más responsabilidad y me gusta. Es bueno sentir que aprecian tu trabajo, que has logrado hacer cosas por ti misma y que has avanzado», subraya.

Justos por pecadores
Para Yudis, su vida es «completamente normal», como la de muchos extranjeros «que vienen a trabajar y que no les interesa meterse en problemas. A veces hay recelo hacia los inmigrantes y es una lástima porque, al generalizar, pagamos justos por pecadores. Yo no soy diferente a una persona de aquí. Voy a trabajar, voy al parque con mis hijas y, si alguna noche mis suegros se quedan con las niñas, el mejor plan con mi marido es ir al cine», explica. «Eso sí, el que emigra es quien tiene que adaptarse, y no al revés».

Lo dice con la convicción de quien ha echado raíces en un sitio diferente. Y lo nota cuando viaja a Cuba. «Cuando voy a visitar a mi familia, me doy cuenta de que he cambiado. La vida aquí es mucho más rápida y me he acostumbrado a este ritmo. En mi país, todo va mucho más lento y me pongo nerviosa. Me fui hace tanto tiempo y han pasado tantas cosas desde entonces que a veces no sé de qué hablar con mis amigos o, peor aún, si hablan muy rápido no les entiendo». Por supuesto, Yudis echa de menos el ambiente familiar, aunque tiene muy presente que su vida está en Bilbao. «Si estoy allí mucho tiempo, empiezo a sentir ganas de volver a casa. Es raro, pero, allí siento que soy de otro lugar».

Evitar robos en cajeros automáticos

En España hay anualmente cerca de 450 atracos con violencia en estos dispositivos

En apenas tres décadas, lo que era una curiosidad o una forma novedosa de relacionarse con el banco se ha convertido en una rutina doméstica, como hacer la compra en el mercado o llevar a los niños al colegio. La autogestión ha ganado terreno. No sólo hay miles de terminales automáticos repartidos a lo largo y ancho del país; los españoles realizan, cada día, casi dos millones de operaciones bancarias en ellos, aunque sigan fallando en seguridad y accesibilidad para discapacitados. Pero con la comodidad y los avances tecnológicos también han aumentado los riesgos, y en nuestro país se producen cada año cerca de 450 robos con violencia o intimidación en los cajeros.

España es el país europeo que tiene más cantidad de cajeros automáticos por habitante, con una red que se aproxima a las 61.000 unidades y que continúa creciendo conforme pasan los años. El promedio es de un dispositivo cada 730 personas, una proporción que sólo superan los japoneses y que convierte a estas máquinas en elementos habituales del paisaje. El dato -de diciembre de 2007- refleja la gran aceptación social que han tenido los cajeros desde 1974, cuando comenzó a funcionar el primero en Toledo. El cajero ha sustituido ya para multitud de operaciones al banco tradicional, a pesar de que éste sea más seguro. Aunque no es infalible, sí cuenta con elementos que disuaden a los atracadores: desde mecanismos de alarma, cámaras de seguridad y personal de vigilancia hasta la presencia de otros clientes, o el simple hecho de que trabajan en horario comercial, a plena luz del día. Los cajeros, por el contrario, funcionan también por la noche, se utilizan en solitario, pueden estar ubicados en lugares apartados, mal iluminados o en la propia vía pública, sin suficientes medidas de protección. De hecho, estudio realizado por CONSUMER EROSKI a finales del año pasado demostró que, si bien el parque de cajeros automáticos de España es heterogéneo y variado, hay un alto porcentaje de unidades que suspende en prevención de robos y consejos de seguridad.
La prevención
Más allá del cajero o la institución que le respalde, ¿qué puede hacer el usuario para evitar ser víctima de un robo o un fraude? Aunque no siempre están a la vista o al alcance de la mano, casi todas las entidades bancarias ofrecen recomendaciones prácticas. Sin embargo, es importante aclarar que en estos terminales suelen producirse dos tipos de robo distintos: el físico y el electrónico; y que las precauciones -o los pasos que se han de seguir, en caso de que no pueda evitarse el atraco- varían según se trate de uno u otro. Según consta en los anuarios del Ministerio del Interior, cada año tienen lugar unos 450 robos con violencia o intimidación en los cajeros automáticos. La cifra es baja si se la compara con la cantidad de unidades que existen en España y operaciones que se realizan a diario, pero preocupante si se piensa que hay más de un asalto por día.

El primer consejo que dan las instituciones de crédito y bancarias tiene que ver con la elección del cajero automático. Evitar los que se encuentran aislados, con poca iluminación o expuestos a la vía pública -especialmente de noche- también ayuda a evitar sorpresas. Si el barrio donde se está no es seguro o si el usuario no utiliza ese cajero de manera habitual, es preferible buscar otro que sí cuente con elementos disuasorios, como iluminación propia, puerta con cerrojo y cámara de vigilancia. Incluso si el cajero alternativo pertenece a otra red -y, por tanto, cobra una comisión- hay ocasiones en que la tranquilidad compensa el gasto, pues lo barato puede salir caro.

Asegurarse de estar solos es otra forma de prevenir incidentes. No es conveniente utilizar un cajero en compañía de otras personas, aun cuando parezcan inofensivas o sean niños, ya que se han dado casos de robos perpetrados por menores. Si no se puede evitar la presencia ajena, es fundamental que nadie vea la clave de acceso personal (PIN), un código de cuatro dígitos que, por recomendación de todos los bancos, el usuario debe memorizar. Llevar el número escrito en un papel de la cartera equivale a poner la dirección de casa en el llavero: cualquier persona que accediera a esa información podría delinquir con mayor facilidad. A su vez, el código elegido no debe ser obvio: nada de "1234", fechas de nacimiento o aniversarios; cuanto menos relacionado esté con los datos personales de usuario, mejor. En cualquier caso, en el momento de ingresar el número, es imprescindible cubrir el teclado con una de las manos o el cuerpo para que ninguna otra persona tenga acceso visual.

El dinero, la tarjeta y los objetos personales
Las operaciones que se pueden realizar en los cajeros son cada vez más diversas; van desde la simple consulta del saldo en la cuenta, hasta la recarga del teléfono móvil o la compra de entradas para espectáculos culturales. No obstante, por cada diez transacciones que se efectúan en ellos, seis son reintegros de efectivo. Sacar dinero es la gestión más frecuente, sobre todo en los días y horarios en que los bancos están cerrados. En estos casos, las entidades aconsejan guardarlo con rapidez, antes de salir nuevamente a la calle, y si el cliente desea contarlo, hacerlo luego con discreción. También es aconsejable guardar los comprobantes de la transacción que se ha hecho para asegurarse de que la misma es correcta o poder reclamar en caso contrario. En cuanto a la tarjeta, tenerla a mano sirve para que el proceso sea más ágil. Abrir el bolso junto a un cajero y ponerse a rebuscar en él impide estar atento al entorno y favorece los atracos sorpresivos.

Por supuesto, hay que vigilar los objetos personales manteniéndolos cerca, pero sin descuidar la pantalla y las ranuras del aparato. Para algunos robos, en lugar de utilizarse la violencia, se apuesta por la distracción. En esa línea, si un amigo de lo ajeno se aproxima a las bolsas de la compra, el paraguas o cualquier otra cosa que uno lleve, lo primordial es concluir o cancelar la operación que se está haciendo y recuperar la tarjeta antes de enzarzarse con el ratero, ya que muchas veces no está interesado en esos objetos, sino en desviar la atención de la víctima para hacerse con el botín que realmente le importa: el dinero de su cuenta bancaria. Si se es abordado por otra persona, lo mejor es cancelar la operación, recuperar la tarjeta y retirarse.

El mismo consejo sirve para quienes acudan en coche hasta el cajero automático. Jamás deben dejarlo con las puertas o ventanillas abiertas, con objetos de valor a la vista y, mucho menos, al ralentí. En ocasiones, por ahorrar tiempo, los conductores detienen su vehículo cerca y lo dejan en marcha o lo aparcan en doble fila. Eso se convierte en un factor de distracción y puede conllevar que, o bien le roben el coche o los delincuentes hagan un amago de hurto para desviar la atención de la operación que se pretenden realizar.
El robo electrónico
Una encuesta realizada por la multinacional NCR, especialista en seguridad electrónica para bancos y entidades financieras, desveló que en España uno de cada tres usuarios de cajeros automáticos considera insuficientes las medidas de seguridad. Este temor se explica porque, además de los asaltos físicos, también existen los electrónicos, que son mucho más frecuentes y sutiles, hasta el punto de que alguien puede ser robado sin que se dé cuenta de ello en el momento. Los ladrones de este tipo son más difíciles de detectar y, en general, poseen conocimientos informáticos, pues utilizan elementos tecnológicos para el atraco, como cámaras ocultas y falsas ranuras con lectores que se colocan en la superficie del cajero. Así, al introducir la tarjeta, el dispositivo registra la información importante (número, nombre del titular, fecha de vencimiento, etc.) igual que si fuera un escáner, mientras que la cámara oculta graba el código PIN. Con esos datos en la mano, es perfectamente posible utilizar los fondos de la víctima para hacer compras por Internet.

El mecanismo parece sacado de un cuento de ciencia ficción pero, lamentablemente, es real y sucede. Más alarmante todavía es conocer la existencia de otro método prácticamente casero, cuyas instrucciones de confección y uso pueden encontrarse con facilidad en varias páginas web. En líneas generales, se trata de una cinta negra, plana y prácticamente indetectable que los ladrones introducen en la ranura del cajero. Cuando el usuario coloca su tarjeta, ésta queda atrapada en el interior, aunque sin llegar a posicionarse en el lugar en que debería. El cajero no puede efectuar la operación y el cliente, por lógica, intenta recuperar su tarjeta. Sin embargo, una especie de ganchillos o lengüetas impiden su expulsión. En ese momento, suele aparecer alguien amable que finge prestar ayuda e insta a la víctima a intentarlo otra vez, digitando su número PIN. Por supuesto, la tarjeta sigue atrapada y el usuario, por lo general, se va, creyendo que la recuperará después en el banco. El tiempo que tarde en llamar a la entidad para notificar del incidente es más que suficiente para que el ladrón "pesque" la tarjeta, la introduzca correctamente, marque el número secreto y retire la mayor cantidad de efectivo posible.
Los consejos para evitar este tipo de robos son unánimes. En primer lugar, antes de iniciar cualquier transacción, es necesario asegurarse de que no haya elementos extraños en el cajero y que todas las ranuras estén despejadas, sin materiales adheridos, incluida la que expende el dinero. Si la unidad está protegida por una puerta, conviene cerrarla por dentro, para evitar que otras personas puedan entrar. De no ser posible, en ningún caso debe aceptarse la ayuda de personas desconocidas. Al finalizar una operación, hay que prestar atención a la tarjeta que devuelve el cajero, ya que también existen aparatos fraudulentos que retienen el plástico auténtico y devuelven otro en su lugar. Si la tarjeta o el dinero no salieran de la máquina, el primer paso es verificar la ranura correspondiente. En caso de no estar atrapados allí, se debe avisar de lo ocurrido al banco. Por ello, tan importante como memorizar el código secreto es saber el número de teléfono que la entidad tiene habilitado para alertar de estos incidentes o solicitar el bloqueo de las tarjetas. No importa que el suceso tenga lugar de madrugada, un día festivo o fuera del país; todas las instituciones cuentan con este servicio de atención permanente, que funciona las 24 horas del día.

En estos casos, el móvil suele ser un gran aliado, pues permite llamar al banco desde el lugar del incidente y cancelar las tarjetas antes de abandonar el cajero. Si no se dispone de un teléfono en ese momento, lo ideal es avisar cuanto antes, ya sea desde una cabina pública, un comercio cercano o la casa, pero hacerlo uno mismo. El procedimiento es sencillo y ágil; sin embargo, requiere proporcionar datos personales, de modo que no es aconsejable que otra persona se encargue del asunto, aun cuando se ofrezca a llamar desde su móvil, asegure conocer el número de teléfono para incidencias o diga que sabe lo que hay que hacer. Asimismo, y aunque no ocurra nada sospechoso o inusual, siempre conviene revisar el estado de cuenta con cierta periodicidad, guardar los comprobantes y tener un registro personal de los movimientos para poder detectar cualquier anormalidad, por nimia que sea.
La respuesta del banco

Las precauciones ayudan a disminuir los robos, pero a veces no son suficientes. Los asaltos también se producen en las inmediaciones del cajero, tras seguir a la víctima, cuando está desprevenida. Y bajo amenaza o intimidación con un arma, está claro que lo más valioso es la vida. Por esa razón, antes de arriesgarse innecesariamente o exponerse a algo más grave que un atraco, es bueno conocer los servicios y características de seguridad que ofrecen las entidades emisoras de tarjetas y los bancos. Por ley, las entidades deben cumplir con ciertos requisitos de protección, de modo que, si una persona es víctima de robo en un dispositivo adulterado, puede reclamar a la institución que se le reintegre el dinero. Más aún: muchos bancos y tarjetas ofrecen cobertura contra robos tras haber retirado efectivo, incluso si el delito se produce fuera del cajero.

La oferta es variada. Unos cubren hasta 600 euros por siniestro y tarjeta. Otros, más. Algunos miden la cobertura en tiempo (por ejemplo, es válida durante los quince minutos posteriores al retiro de dinero) y otros delimitan ese seguro por áreas, como cuando el asalto se produce a menos de 200 ó 300 metros del lugar donde está ubicado el cajero. En ocasiones, este servicio es gratuito o no tiene costes adicionales en el momento de utilizarlo, aunque también hay tarjetas que cobran una franquicia si el cliente recurre al seguro. Por último, además de las propias instituciones y sus características, existen en el mercado paquetes de seguros privados que no son excesivamente caros y contemplan este tipo de asaltos.

15.9.08

Horacio Quiroga y la integración cultural

El otro día entré en una librería para comprar una novela pero, como en España acaban de arrancar las clases, la sección de textos de secundaria me dejó a mitad de camino. No es que hubiera una muralla impenetrable, no. Lo que había era un grupo de mesas con muchos libros de colores, clasificados por asignatura y por año. Tampoco voy a mentir diciendo que sentí nostalgia (nostalgia es la Rambla, no los deberes), aunque sí puedo decirles que sentí curiosidad. ¿Qué se enseña de este lado del Atlántico? ¿Cómo se enfoca, por ejemplo, el Descubrimiento de América? ¿Quién es el malo, Solís o los indios? Nunca había visto un programa de estudios local, así que me acerqué hasta las mesas y agarré un libro: 'Lengua y literatura' para 1º de liceo, de la editorial Anaya.

Lo elegí porque era lindo (suena frívolo, ya sé). Tenía papel satinado, muchos recuadros con ejemplos, ejercicios divertidos, fotografías a color... Nunca había imaginado que los sustantivos y los pronombres pudieran ser tan didácticos, en serio. La cuestión es que estaba hojeando este libro cuando, de repente, lo vi. Página cien: 'El loro pelado', de Horacio Quiroga. Ahí estaba él, con su correspondiente apunte biográfico y una serie de anotaciones que traducían ciertas palabras (como choclo, chacra, peón o papa) que aquí no se usan, o significan cosas distintas. Era raro leerlo así, con traductor incorporado, y más raro todavía verlo impreso en ese libro, como lectura obligatoria del curso. Qué bien ­-pensé (y pienso)­-. Un escritor uruguayo en la Escuela.

Así de feliz como estaba, seguí pasando las páginas, hasta que el libro me volvió a sorprender. Tenía uno de sus capítulos enteramente dedicado a explicar que el idioma español es la cuarta lengua más hablada del mundo, que en América Latina hay casi 350 millones de hispanoparlantes y que no en todos los sitios la gente lo utiliza igual. Hay palabras y pronunciaciones distintas; pero por ser diferentes, no significan que estén mal. "Son preferencias", señalaban los autores, que incluso daban un montón de ejemplos y propuestas para los alumnos, invitándolos a 'traducir' expresiones, a conversar con sus compañeros de clase nacidos en otros países y a reflexionar sobre la diversidad. Ese planteamiento sí que me gustó, por realista y constructivo. Porque en España, en este momento, casi el 11% de los estudiantes son de origen extranjero y porque hay muchas escuelas y liceos donde esa tasa se dispara hasta superar el 60% o más.

El desafío cultural es imponente. Ya no se trata sólo de encajar las piezas para acomodar a los inmigrantes adultos en el entramado social preexistente, sino de fomentar la convivencia desde abajo. Piensen en esto: si educar de por sí ya es complicado, hoy en día, cualquier profesor de España se encuentra ante la difícil tarea de normalizar las relaciones entre niños y adolescentes que de pronto no tienen nada en común, excepto su edad. Un salón de clase cualquiera viene a ser un extracto del mundo, con razas, idiomas, nacionalidades e, incluso, religiones diferentes. Por eso existen organismos nuevos, como el Creade (Centro de Recursos para la Atención a la Diversidad Cultural en Educación), o libros de texto actualizados que aprehenden la coyuntura y la usan para enseñar, como el que encontré en esa librería.

Las políticas de integración 'para grandes' pueden funcionar más o menos, dependiendo, entre otras cosas, de lo tercos, cascarrabias y obstinados que seamos. Pero los encares educativos de base, mucho más naturales, son los que en realidad abren paso para el cambio. Si un adolescente o un niño convive buena parte del día con chicos de otras partes y los profesores enfatizan el lado positivo, su abanico de conocimientos y culturas será mucho mayor. Seguramente dentro de unos años, cuando se lancen de lleno al terreno de los adultos, cuando les toque a ellos decidir, tendrán en su mano más herramientas de valoración. Menos prejuicios en su cabeza.

13.9.08

"Si no conoces a la gente, no puedes hacer nada por ella"

Sólo hace cuatro meses que vive en Euskadi, aunque ha sabido aprovechar el tiempo. Miembro de la asociación senegalesa 'Teranga' (que en wolof significa 'hospitalidad'), Abdoulaye Ndiaye se ha interesado por la diversidad cultural y la asistencia a los inmigrantes que «llegan aquí con muchos problemas». El reto «no es fácil, pero les quiero ayudar a olvidar».

El concierto de Ismaël Lô, que tuvo lugar el sábado pasado en Getxo, concitó la atención de un público numeroso, entusiasta y variado. Entre la gente -que desbordaba con creces la zona del escenario-, había personas de casi todas las edades y distintas procedencias dispuestas a cantar en francés, en wolof, o en lo que hiciera falta, aunque no tuvieran ni idea del significado de las palabras.

Algunos sí lo sabían. Como muchos otros senegaleses que residen en Vizcaya, Abdoulaye Ndiaye estaba allí, en las primeras filas, disfrutando del espectáculo con una emoción diferente. «Estábamos muy contentos -recuerda-. Ismaël Lô es el artista más conocido de nuestro país y nos llenó de felicidad que las personas de aquí lo recibieran con tanto cariño». Mientras para muchos de los presentes el concierto fue una oportunidad de ver en directo a un grande de la música, para Abdoulaye y sus compatriotas fue un reencuentro con las raíces y «un momento especial».

Junto a algunos miembros de Médicos del Mundo y de la asociación 'Teranga', Abdoulaye tuvo el privilegio de cenar con el artista, al que admira profundamente por «su gran corazón y lo mucho que se preocupa por la situación de las mujeres y los niños». No sólo cenaron juntos, también prepararon el menú y celebraron el Ramadán, un mes particularmente especial para todos los creyentes de fe musulmana.

Una de las cosas que más le gusta a Abdoulaye del compositor senegalés es que «canta y lucha por África, por la unidad de los países y el conocimiento mutuo». Y eso es lo que, en la medida de sus posibilidades, él también intenta hacer. «Me gustaría que se conociera mejor mi país, que supieran cómo somos y cómo es nuestra cultura -dice-. Desde que estoy en el País Vasco, he conocido a muchas personas de distintos sitios y siento que me he enriquecido. Cuando conversas con alguien diferente, coges algo de esa persona y ella se queda con algo de ti. Pero si no conoces a la gente, no puedes hacer nada por ella», reflexiona.

Aprender y enseñar
Antes de llegar a Euskadi, donde reside uno de sus primos, Abdoulaye vivió en Asturias durante casi tres años, un periodo en el que aprendió a hablar castellano y comenzó a forjarse un camino laboral. «El dominio del idioma lo es todo. Si no puedes leer o escribir, tampoco puedes comprender tu entorno, relacionarte con los demás o empezar a trabajar», opina este senegalés, que en su país estudiaba Derecho y aquí trabaja en una empresa de fumigación.

Pese a que el cambio, a primera vista, pueda antojarse desfavorable, él asegura sentirse «muy feliz y encantado» con lo que ha conseguido y con la sociedad vasca. «La mayoría de la gente es muy maja y amable. Y además, en Médicos del Mundo ayudan mucho al inmigrante que no tiene recursos. Yo quiero aprender de ellos, conocer a las personas de aquí y ser también solidario», asegura.

A su juicio, una de las grandes barreras que frenan la integración es la incapacidad de comunicarse. No sólo porque agudiza el «sentimiento de soledad», sino porque aviva las preocupaciones y los recuerdos dolorosos. «Yo sé lo que es eso y me gustaría evitar que otros sientan lo mismo. Muchos extranjeros llegan aquí con problemas y les quiero ayudar a olvidar».

En ese planteamiento, la existencia de la asociación 'Teranga' es un bálsamo para sus compatriotas: «Les recibes, les tranquilizas y les ayudas a entender lo que pasa. Algunos no saben nada de castellano, así que los orientamos y los guiamos hasta la Escuela de Idiomas. Poder hablar con los otros es el primer paso para volver a empezar».

12.9.08

¿Cuánto cuesta opositar?

El gasto puede alcanzar varios miles de euros, según el puesto al que se desee acceder y el método de estudio

Presentarse a unas oposiciones supone un esfuerzo sostenido de entre nueve meses y tres años en el que el gasto puede oscilar desde unos pocos euros hasta varios miles, dependiendo de las aptitudes del aspirante, el puesto al que quiera acceder y el método de estudio que elija.

Acceder a un puesto de trabajo público
Las oposiciones son la vía principal para acceder a un empleo público. Si bien en ocasiones se utiliza el concurso para evaluar los méritos de los aspirantes, el método más habitual para obtener un puesto en la Administración es el de la oposición, que consiste en la realización de un examen que determine la capacidad y la aptitud de quienes se presentan y fije su orden de ingreso según la puntuación obtenida. Esta prueba (o pruebas, pues en algunos casos hay más de una) mide a todos los aspirantes bajo los mismos criterios y garantiza así que el acceso al puesto de trabajo se dé en condiciones de igualdad, mérito y capacidad. El sistema es sencillo, lo difícil es obtener una plaza, ya que los opositores superan ampliamente el número de puestos vacantes. Las cifras no mienten. En 2008, la Administración española ha abierto 35.895 "huecos", pero se calcula que, anualmente, se presentan unas 500.000 personas para cubrirlos. Esto significa que, por cada nuevo funcionario, casi 14 aspirantes quedan fuera.

Hay que tener en cuenta que el tiempo y el dinero invertido en conseguir una de estas plazas varía en función del puesto, las aptitudes del aspirante y el método que elija para preparar el examen de ingreso. No es lo mismo presentarse a un puesto que no requiera formación universitaria o conocimientos específicos que intentar acceder a un cargo de responsabilidad para el que se exijan idiomas o estudios superiores. Tampoco es igual el desempeño de tareas administrativas que ser miembro de algún cuerpo de seguridad del Estado, pues en este último caso, además de los conocimientos teóricos, se requieren aptitudes físicas. Por tanto, las aptitudes intelectuales, la dedicación y las propias circunstancias personales inciden directamente en el tiempo que les ocupa la preparación de una prueba.

¿Estudiar en academia o por libre?
No obstante y pese al amplísimo abanico de situaciones, sí pueden sacarse algunas ideas en claro. Por ejemplo, que hay dos maneras de preparar a unas oposiciones: con ayuda de una academia o sin ella, y que esta última es más barata que la primera. Aunque el coste de los materiales de estudio y libros de texto aumenta o disminuye según la complejidad del examen, su valor es significativamente más reducido que la matrícula en una academia. Por citar algunas cifras concretas, los materiales necesarios para presentarse a un puesto de auxiliar administrativo cuestan alrededor de 120 euros, los requeridos para guarda forestal, 95 euros; los de oficial electricista, 70 euros y los de trabajador social, unos 80 euros en total. La cantidad de libros de texto -y por tanto, su coste- puede variar con las exigencias específicas del organismo donde se ofrece el puesto. Lo cierto es que hay por lo menos dos volúmenes comunes a todas las oposiciones: la Constitución Española y La Nueva Regulación del Empleo Público.

En teoría, es posible presentarse a unas oposiciones sin gastar dinero o invirtiendo unos pocos euros. Tanto la Constitución como el Estatuto del Empleado Público están disponibles gratuitamente para todo aquél que quiera leerlos, ya sea a través de Internet o del Boletín Oficial del Estado. En cuanto al resto de los textos específicos para cada oposición, su coste puede abaratarse al adquirirlos de segunda mano.

Sin embargo, que sea posible no quiere decir que sea lo más frecuente o recomendable. La mayor parte de los opositores compra textos que incluyen contenidos extra, como ejercicios prácticos, cuestionarios, manuales de dudas o explicaciones más claras. También es normal buscar las últimas ediciones, los textos más actualizados y algunas guías que, si bien no son obligatorias, pueden ayudar a superar una oposición, como las que ofrecen técnicas de estudio o ejercicios de memoria. Pero, incluso así, con todos estos aditamentos, el opositor no gastará más de 200 euros en materiales.

El asunto es que, salvo excepciones, las posibilidades de éxito son menores que las que tendría al prepararse con ayuda especializada. No en vano, numerosas academias repartidas por toda España ofrecen cursos específicos que, además de incluir en el precio todos los libros de texto necesarios, brindan valores añadidos o de diferenciación para que la persona destaque entre los demás aspirantes y tenga más posibilidades de hacerse con el puesto que desee. La labor que se desarrolla en estos centros de estudio, así como una oferta de cursos cada vez más afinada y precisa, demuestra que la expresión "opositor de profesión" ha dejado de ser una frase hilarante para convertirse en un tema muy serio y, además, costoso. Porque, más allá de que unas academias sean más asequibles que otras, o de que unos cursos sean más caros que otros dentro del mismo centro, prepararse con la ayuda de expertos supone, en promedio, un desembolso de 2.000 euros.

El empleo público y la crisis

En general, las crisis económicas impulsan a la prudencia, aunque ser cautos y ahorrar no siempre van de la mano. Cuando hay una crisis económica, aumenta el número de matriculados para preparar oposiciones, según precisan los profesores de academia, de acuerdo al incremento que experimenta el número de matriculaciones. Y aunque a primera vista parece un contrasentido, no lo es. La desaceleración y la recesión económica de un país entrañan la inseguridad de los ciudadanos, en especial de los que trabajan en el sector privado y temen perder su empleo. Esto explica que en momentos de poca bonanza financiera, las personas tiendan a buscar seguridad, incluso si esa búsqueda implica un gasto extra.

Acceder a un puesto en la Administración supone lograr un trabajo estable y, en consecuencia, seguridad. De ahí que aumenten los interesados en presentarse a una oposición y en prepararla con las mejores herramientas que tengan a su alcance. Para expresarlo de otro modo, se trata de un asunto de previsión e inversión a medio o largo plazo.

Invertir tiempo, aprender trucos
Aunque variadas y numerosas, las academias que preparan a los aspirantes coinciden en que no hay fórmulas mágicas para colocarse el primero en la lista y acceder a un empleo público. De hecho, la principal responsabilidad recae en el opositor y no en el centro de estudios, pues las técnicas y estrategias que se imparten, por sí solas, no servirían para nada. El esfuerzo y la dedicación de la persona es la base y, como tal, también supone unos costes. Al margen del desembolso económico, presentarse a unas oposiciones requiere otro tipo de inversiones y renuncias. Y la primera de ellas es el tiempo. ¿Cuánto se tarda, de media, en alcanzar los conocimientos necesarios para acudir preparado a la prueba? Lo mínimo, según indican varias academias, son nueve meses o un año; un periodo que puede extenderse hasta los dos o tres años, dependiendo de la facilidad de aprendizaje, la complejidad de la prueba y las horas diarias que se dediquen a estudiar.

De ahí que los cursos tiendan cada vez más a impartirse de un modo personalizado. "La apuesta por la formación abierta tiene varias razones", explica Manuel Fandos, profesor de academia. Por un lado, no todas las personas son iguales; hay opositores que trabajan a tiempo completo en el sector privado, o que tienen hijos o mayores a su cargo, y otros que trabajan a tiempo parcial o que están desempleados y viven con sus padres. En estos casos, la flexibilidad horaria resulta imprescindible. Por otro lado, el modelo tradicional de un aula con varios compañeros de clase, en estos casos, no funciona. Según describe el profesor, "si un opositor se prepara en una sala junto a otros 19, no los verá como compañeros, sino como enemigos, pues sabe de antemano que no hay plazas para todos y que deberán competir. La situación que se genera es muy tensa".

A su vez, el ritmo de aprendizaje es diferente para cada persona. Por eso los cursos a medida permiten que cada opositor se centre en aquello que más le cuesta o necesita mejorar. Asimismo, posibilitan que los preparadores sigan de cerca la evolución del aspirante. Por supuesto, hay una tarea que no evita ninguna escuela: sentarse y estudiar, algo que se hace en solitario. Sin embargo, las academias ofrecen técnicas de estudio y relajación para amenizar la faena. Muchas de ellas también realizan simulacros de examen, ayudan al opositor a mejorar su comunicación gestual si debe enfrentarse a una prueba oral y hacen hincapié en las tan habituales (y temidas) "preguntas con trampa", que pueden dejar fuera de carrera al opositor más abnegado.

Los cursos 'baremables'

Para acceder a algunos puestos públicos se utiliza un sistema mixto de selección que combina las características de la oposición con las del concurso. En estos casos, tan importante como la prueba en sí son los méritos anteriores del aspirante, pues colocarse en el primer lugar de la lista se consigue gracias a la suma de puntos de ambas instancias. De base, una persona está habilitada para concursar cuando dispone de la titulación académica que se necesita para desempeñar el puesto. No obstante, cuando todos los aspirantes tienen la misma formación profesional, se valoran otros méritos que suman puntos y, por tanto, marcan la diferencia. Aquí es donde entran en juego los llamados cursos "baremables", que son aquellos méritos que la Administración tiene en cuenta como valor curricular y que puntúan.

Estos cursos "baremables" se apoyan en la idea de que los funcionarios deben actualizar su formación para desempeñar sus tareas lo mejor posible; algo deseable en todos los sectores e imprescindible en algunos, como el sanitario. La cuestión es que, además de servir a este propósito, los cursos son también un valor añadido en el currículo del aspirante. En este sentido, si el proceso de selección es mixto, habrá que considerar también los costes que implica realizar uno o más de estos cursos pues, aunque hay algunos gratuitos o subvencionados, la inmensa mayoría son de pago. La cuantía, claro está, dependerá de la cantidad de cursos que se sigan, la duración de los mismos, la academia que se elija y el diploma obtenido.

Dejando a un lado los que son gratuitos, el rango de precios es muy amplio, ya que va desde 40 a 9.000 euros. Entre los más baratos se hallan, por ejemplo, los cursos básicos de idiomas o los que mejoran la eficiencia de un operario, como el de manipulador de alimentos. En el otro extremo se colocan los másters y postgrados, de mayor duración y complejidad y, muchas veces, presenciales. Algunos de los más caros son el máster en Gestión de Proyectos Tecnológicos -cuya matrícula ronda los 8.900 euros-, el máster en Dirección de Empresas y Gestiones Turísticas -unos 5.700 euros-, y el curso de Técnico de Grado Medio en Cocina, que cuesta casi 6.000 euros y supone 2.400 horas. Aun así, la mayor parte de los cursos "baremables" no supera los 150 euros.

Búsquedas y requisitos frecuentes
Junto con el trabajo de enfermero y profesor de autoescuela, uno de los puestos más atractivo por la demanda que tiene es el de auxiliar administrativo en instituciones locales, como los ayuntamientos. No obstante, las oposiciones estrella, las que despiertan más curiosidad e interés, son las que permiten el acceso a los distintos cuerpos de seguridad del Estado, y suponen gran parte de las consultas, tanto en las academias de capacitación como en los portales de Internet que ofrecen información y datos sobre empleo público. Lo que sucede es que, en estos casos concretos, las convocatorias no están abiertas para todos, pues se exigen requisitos particulares (como tener nacionalidad española o una determinada complexión física) que vedan el acceso a parte de la población.

Aunque algo extremo, el ejemplo sirve para ilustrar que, si bien suele haber un cierto estándar en los requisitos, cada oposición tiene sus particularidades. Algunas convocatorias están abiertas a personas mayores de 16 años; otras, a mayores de 18. Hay puestos que requieren ser bilingüe y haber cursado estudios superiores. Se convocan plazas reservadas únicamente para españoles, plazas abiertas a ciudadanos de los Estados miembros de la Unión Europea y puestos a los que también pueden presentarse residentes extracomunitarios. Lo importante, en cualquier caso, es informarse muy bien antes de comprar materiales, matricularse en una academia o apuntarse en un curso "baremable", ya que la diferencia entre invertir tiempo y dinero o malgastarlos pasa, estos casos, por haber estudiado bien todas las opciones.

11.9.08

Dos días en Vietnam

«Celebré bajo la lluvia una de las misas más especiales de mi vida»
El obispo auxiliar de Bilbao -y, también, el más joven de España- nos recibe en su despacho, junto a la Basílica de Begoña. En la mano sostiene unos folios que él mismo ha escrito sobre su experiencia en Vietnam, un país que visitó hace poco con un grupo de peregrinos de Vizcaya. Lee el texto, comparte sus apuntes y cuenta que Hanoi (la ciudad donde hicieron escala) es un lugar «diferente» donde «la vida y la sociedad se organizan de otro modo». Dice, además, que apenas el 7% de la población es católica.

Mario Iceta aterrizó en Vietnam en julio de este mismo año. Tanto él como las 44 personas que le acompañaban querían conocer Hai-Duong, el pueblo donde fue martirizado San Valentín de Berriotxoa en 1861. «El copa-trono de nuestra diócesis duró poco como obispo -explica-. Fue decapitado allí mismo sin poder completar su misión». Con la idea de celebrar una pequeña Eucaristía y conocer el sitio exacto donde tuvo lugar esta historia, Mario Iceta y los demás peregrinos recorrieron en autobús los 60 kilómetros que separan el pueblo de Hanoi.

Tardaron una hora y media en llegar. «La carretera no estaba en las mejores condiciones y el tráfico era muy denso», recuerda. Pero, nada más bajar del autobús, se llevó una enorme sorpresa. «Esperábamos encontrarnos con el párroco y algunos cristianos, pero ¡allí había casi mil personas! Hombres, mujeres, niños... todos vestidos de gala pese a la evidente pobreza; todos abrazándonos y dándonos la bienvenida». Fue una «experiencia especial», pues, «a pesar de las diferencias culturales, de no hablar el mismo idioma, éramos parte de una misma familia».

La misa, que iba a ser algo íntimo y sencillo, se transformó en una reunión de multitudes. Mario Iceta celebró la Eucaristía con ayuda del párroco local. «Yo hablaba en italiano y él traducía al vietnamita. Y la gente, cuando estaba de acuerdo con algo, sonreía y aplaudía. Además, había un coro muy bueno que entonaba canciones religiosas pero con el sonido típico de Asia. Era como estar en otro mundo», señala.

Una lluvia tropical se descolgó del cielo justo en medio de los cantos, de la ceremonia y la lectura del Evangelio. «Por las ventanas, que no tenían cristales, se veían los plataneros y las gotas de agua, y entraba un perfume intenso a tierra mojada. Yo no dejaba de pensar en San Valentín de Berriotxoa. Lo imaginé escondiéndose bajo esos mismos árboles, protegiéndose de la lluvia y de quienes querían matarle».

El viaje le ayudó a valorar aún más la labor de los misioneros que «iban arriesgando su vida sin saber con qué se encontrarían, qué comerían o cómo sería el lugar». Aunque también le impactó por los contrastes, sobre todo en la ciudad. «Las tiendas de electrónica tenían lo último... Los iPhone se vendían como rosquillas mientras que, en la calle, había personas vendiendo fruta, cargándola en las típicas cestas de Vietnam y protegiéndose del calor con sombreros de paja».

Sus recomendaciones
Más que un lugar o una actividad, el obispo Mario Iceta destaca el aprendizaje. Para él, conocer Vietnam significó aproximarse a una cultura en la que el tiempo es muy importante. «La gente disfruta de las experiencias y tiene un intercambio de calidad con los demás. Aquí, no. Siempre estamos apurados».

8.9.08

Tragedia y morbo

El accidente aéreo de Barajas sigue dando de qué hablar. Cuando ocurrió, el 20 de agosto, todos los ojos de España se pegaron al televisor. Las imágenes del siniestro, de las víctimas y sus familiares se repetían una y otra vez en la pantalla, mientras las autoridades confirmaban, poco a poco, el saldo definitivo de muertos. Aquella fue una tarde larga, pesada, de calor, en la que no había nada más para ver. En la calle o en los bares no se hablaba de otra cosa. Incluso por la noche, cuando finalmente se supo la cifra y los nombres, la tragedia no descansó. Las víctimas mortales eran 153. Entre los pasajeros había familias enteras; gente normal, con nombre, apellido e historia, que iba de vacaciones o volvía. Había padres, esposas, hermanos. Y también niños.

El 'número 154' ­-María Luisa Estévez- se sumó a la lista sólo cuatro días después. Para entonces, todos los sectores de la sociedad discutían sobre lo sucedido. Políticos y pilotos, empresarios y médicos, familiares y allegados estaban envueltos en un fuego cruzado de palabras, reproches y lágrimas que se extendió durante varios días en los medios de comunicación. La identificación de los cadáveres tardó más de lo previsto y eso tampoco ayudó. Recién el sábado 30, cada cuerpo carbonizado volvió a recuperar el nombre y sus allegados abrazaron la certeza. Pero eso no fue suficiente, no bastó para minimizar el tema. La tragedia del avión de Spanair sembró la paranoia y el miedo y, como decía al principio, aún hoy sigue dando de qué hablar.

El miércoles pasado, un canal de televisión decidió no emitir un capítulo de la serie 'Hospital Central' porque abordaba, justamente, las consecuencias de un accidente aéreo. Aunque las escenas del episodio 'Lista de pasajeros' se habían filmado en junio, la similitud de la trama con el siniestro de Madrid era demasiado palpable. Por respeto a las víctimas y para no revivir la situación, tan sólo se mostró un resumen. Muchos pensaron que la decisión era acertada. Otros señalaron que era hipócrita; una opción políticamente correcta, sin fondo, ya que las cámaras de ese canal (y los otros) no habían tenido problemas en mostrar el accidente real ni en buscar declaraciones de los afectados. En cualquier caso, lo cierto es que este siniestro, además de causar dolor, provocó un buen puñado de debates.

He volado varias veces con la compañía siniestrada y no voy a negar que, si me toca hacerlo otra vez, pensaré en el JK5022 con destino a Canarias. Claro que, para ser justa, debería pensar también en los accidentes de carretera cada vez que me subo a un vehículo. Los aviones son más seguros que los autos, y los accidentes aéreos menos frecuentes que los de tránsito. En este país ­y me consta que en Uruguay también-, la gente muere como moscas en el asfalto, aunque nadie les hace caso. Es una muerte con cuentagotas, mucho menos espectacular que la hoguera gigantesca de un avión, mucho más gris, desapercibida. Y extendida. Entre 2002 y 2007 murieron más de 16.630 personas en las carreteras españolas, sin contar ciudades ni pueblos. El año pasado, en concreto, fueron 2.742. ¿Cuántos aviones de Spanair supone eso? Casi 18. ¿Cuántos 'spanairs' siniestrados suma Uruguay cada año? Por lo que sé, casi cuatro. Y eso que la población uruguaya es trece veces menor que la de España.

Pero, insisto, casi nadie le hace caso a lo que pasa a pie de calle; a lo que pasa en blanco y negro. Los accidentes de tránsito se han vuelto tan comunes, tan vulgares, que son parte del paisaje cotidiano. Una anécdota de iniciales sin nombre; un baile de cifras que llega en cuotas y, por tanto, parece menos terrible. El video del accidente de Barajas está colgado en Youtube y es uno de los más vistos. Lleva tres semanas en Internet y lo han mirado 190.000 veces. A otras cosas, más probables, más cercanas, no se les presta tanta atención. O ni siquiera aparecen. Me pregunto si es por inconsciencia o por morbo que miramos las explosiones y evitamos ponernos el cinto.

6.9.08

"Hay días en los que uno se cansa de ser inmigrante"

En Colombia, su país natal, Lucía Santa Cruz estudió Filología Francesa. Allí se dedicaba a dar clases en la Universidad Nacional de Bogotá. Llegó a Euskadi con la idea de enseñar el idioma del país vecino, pero el destino se empeñó en marcarle una ruta distinta. Nueve años después, es miembro de la asociación Zubietxe, donde trabaja por la integración como asistente social.



Hay planes que no se cumplen o que cambian con el paso de los años. Y adaptarse a estos azares «es lo que te hace crecer». Así ocurrió con Lucía que, en menos de una década, cambió su vida, su país de residencia y su profesión. Licenciada en Filología y docente, su trabajo se repartía entre la Alianza Francesa y la Universidad Nacional de Bogotá. «Estaba cómoda -recuerda-. Vivía en mi país y me dedicaba a lo mío. Si no hubiera emigrado, quizá habría seguido así».

Pero el amor -responsable de tantas maletas- le dio un giro a la historia. «Conocí a un vasco y me enamoré -resume-, aunque no vine aquí enseguida. Vivimos juntos en Colombia dos años, hasta que decidimos viajar a Bilbao. Antes de eso, yo había estudiado en Francia y había visitado Euskadi. Pensaba que, a causa de la proximidad geográfica, los vascos tendrían mucho interés en aprender francés; que sería fácil encontrar trabajo». Craso error. Tardó poco en descubrir que se había equivocado.

Lejos de amedrentarse, Lucía continuó estudiando e hizo un postgrado en Trabajo Social; un área que le parecía interesante «desde siempre», aunque nunca la había explorado. Mientras lo hacía, se dedicó a varias cosas, desde atender en un bar y limpiar casas hasta cuidar niños y ancianos. «A veces, cuando estaba limpiando un baño, me acordaba de mis clases en Bogotá. El contraste era muy fuerte, pero nunca me sentí mal. Al contrario. Afrontar un cambio tan grande e ir conquistando tu espacio te ayuda mucho a crecer. Todo el tiempo te estás retando a ti mismo y así descubres capacidades y fortalezas que ignorabas tener», reflexiona.

Con el máster acabado, empezó a adentrarse en el mundo asociativo. Hoy forma parte de Zubietxe, una ONG local que atiende e integra a personas en riesgo de exclusión social; muchas de ellas, extranjeras. Su actividad se reparte entre el centro de día y un piso de acogida, del que es tutora y donde, a menudo, se comunica en francés con los inmigrantes africanos. Además, Lucía participa en charlas de sensibilización dirigidas a colegios e institutos, en las que se intenta acercar a los chavales la complejidad del fenómeno migratorio. «Una cosa es ver a un inmigrante por televisión cuando desembarca en las costas de Canarias, y otra muy distinta es tenerlo frente a ti, contándote cara a cara su historia».

Hablar con libertad
En esas charlas (que se pueden concertar gratuitamente a través de zubietxe@yahoo.es), «ocurren cosas muy buenas. No sólo el extranjero comparte sus vivencias, las personas de aquí también dicen lo que sienten. Es importante que si alguien piensa que 'el país se está llenando de moros', lo diga. Sólo con censurar ese tipo de frases tachándolas de xenófobas no se arregla nada porque, en realidad, lo que subyace es un gran temor a lo desconocido. Es más útil hablar y acercarse a la realidad de los demás».

El miedo es, en su opinión, la base de los desencuentros. «Emigrar supone nacer de nuevo y sentirte algunas veces inválido. No importa si eres universitario o no has terminado la escuela, tienes que aprender muchas cosas nuevamente, te sientes solo y, también, diferente. Hay días en los que uno se cansa de ser inmigrante; días en los que preferirías pasar desapercibido, que tu acento o tu aspecto no llamara la atención. Pero eso lleva tiempo y no es fácil -dice-. A su vez, aceptar al que llega supone también un esfuerzo. La sociedad española, que ha conquistado muchas libertades, de pronto se ve empujada a reestructurarlo todo, a volver a pensar soluciones para crear un nuevo modelo social. Y eso cuesta».

5.9.08

El verano de Alfredo Villa: Beso en la playa de Ondarreta

El inspector Muñoz de 'Sin tetas no hay paraíso' recuerda su adolescencia en San Sebastián

Comienza septiembre, un mes en que los donostiarras y los amantes de las traineras se encuentran de parabienes, como cuenta Begoña del Teso en las páginas que nos preceden. El marco de la Bandera de la Concha, en la que el pueblo costero de Orio se esforzará por mantener su título, es la bahía de San Sebastián y precisamente hasta allí nos lleva el actor Alfredo Villa, también conocido como el inspector Muñoz en la serie ‘Sin tetas no hay paraíso’.

«Nací en Donosti –dice-, y todos mis recuerdos de la infancia y la adolescencia están ligados a mi barrio, El Antiguo. Allí salía a tomar zuritos con mis amigos y, fíjate, aunque llevo 16 años viviendo en Madrid, mantenemos la relación se siempre. Cuando voy a visitar a mi hermana y mis sobrinos, también me encuentro con ellos». Otro lugar que Alfredo recuerda es la playa de Ondarreta, «donde solía pasear a mi perro y besar a las chicas», detalla divertido. «Claro… no me voy a poner en plan místico con las olas y todo eso. La verdad es que era un chaval y no tenía dinero, así que pasaba los veranos allí… Esa playa es especial para mí porque ahí di mi primer beso».

Alfredo tiene la suerte de venir a Donosti con frecuencia, aunque no tan seguido como él quisiera. Del lugar destaca la belleza y la tranquilidad pues, «a fin de cuentas, San Sebastián es un pueblo pequeño». Con los años, algunos de sus sitios favoritos han dejado de existir o han cambiado, como el cine Amaia, al que iba con su padre los domingos. «Ese día, por la mañana, reponían películas muy antiguas, tipo ‘Los Diez Mandamientos’. Mi padre me despertaba para ir a la sesión matinal, que arrancaba antes de las once, y yo iba encantado. Allí me nació el gusanillo de la actuación», dice el actor, que ahora mismo está rodando un nuevo filme en Madrid.

Recomendaciones:

  • Qué ver: Además de la parte vieja y la playa de Ondarreta, Alfredo sugiere una visita por el Palacio Miramar y la ascensión al monte Igeldo en funicular, que se inauguró en 1912 y es el más antiguo de Euskadi. Verás San Sebastián a tus pies: billete de ida y vuelta, 2,30 €.
  • Dónde comer: Como todo donostiarra, el actor es sibarita. Recomienda el restaurante de Berasategui, en el Kursaal, que ofrece alta cocina y unas vistas estupendas al mar y la desembocadura del Urmea. Teléfono: 943003162.
  • Dónde dormir: Quedarse en casa de su hermana es un privilegio que disfruta en solitario. La ventaja es que San Sebastián cuenta con todo tipo de alojamientos, lujosos hoteles y modestas pensiones: www.donostia.org

4.9.08

Ir a Camboya y perderse

«Di conciertos para los políticos, pero viví con la gente del campo», dice el violinista Ara Malikian

La vida de Ara Malikian está marcada por los viajes aunque, como él mismo reconoce, casi ninguno ha sido por turismo. El primero, cuando apenas era un chaval, le llevó desde Líbano, su hogar, hasta Alemania, donde llegó con una beca del Gobierno para estudiar violín en Hannover. Desde entonces, el joven músico ha repartido talento en más de cuarenta países del globo. «Cuando vas por trabajo, todos los sitios se parecen. Llegas a la sala, ofreces un concierto y luego te vas al hotel, que es un mundo aparte. Ni te enteras de dónde estás o de cómo es la ciudad», explica.

Sin embargo, sí hubo un destino que le permitió darse un baño de entorno y llenar sus ojos de postales: el Reino de Camboya. Engarzado en el sudeste asiático, entre Tailandia, Laos y Vietnam, este país de religión budista es el que Ara Malikian recuerda con mayor intensidad. «Fue una gira de conciertos muy distinta a las demás. Primero, porque allí no hay tradición de escuchar música clásica; segundo, porque nos alojamos en casas de familia donde pudimos ver cómo era una rutina normal».
Aquello le impactó profundamente. «Era emocionante vivir entre ellos, quedarse en sus apartamentos, comer juntos y pasear por los mismos sitios, como si fuéramos del lugar. Al estar allí, en la zona rural, me di cuenta de muchas cosas. El contraste con las ciudades es muy grande, igual que el contraste social. Cuando íbamos a tocar, veíamos lujo y opulencia. Cuando volvíamos a descansar, la sencillez lo era todo. Ofrecí conciertos para los políticos y las autoridades, pero viví con la gente del campo. Fue realmente maravilloso, nunca lo olvidaré».

Han pasado ya ocho años desde que, en dos meses, Malikian pudo conocer Camboya y sus alrededores como parte de aquella gira, organizada por una ONG alemana. «Nos pasó de todo. Nos quedábamos varados en tierra porque no salían los aviones, y teníamos que ir por unas carreteras muy malas», recuerda. No obstante, así descubrieron la existencia del templo de Angkor Wat, el edificio religioso más grande del planeta y uno de los más importantes tesoros de la arqueología mundial. «Estaba allí, un poco en ruinas y completamente desprotegido, ofreciéndose de una manera salvaje para todo el que quisiera verlo», describe.

Pero la imagen que destaca del viaje no es esa, sino «la mirada de la gente y su extrema bondad». «Nos observaban con curiosidad porque éramos diferentes, aunque su amabilidad y su trato eran increíbles -detalla-. Son pobres, pero llevan calor en el corazón y te dan hasta lo que no tienen con tal de que te sientas a gusto».

Las recomendaciones
Ni hoteles lujosos ni grandes ciudades. Para Ara Malikian, el mejor plan en Camboya es perderte en el campo. «Los turistas no lo hacen porque sienten miedo y creen que es peligroso, pero allí pasa justamente lo contrario. Los camboyanos son muy, muy amables, y la naturaleza es una maravilla que vale la pena disfrutar».