6.9.08

"Hay días en los que uno se cansa de ser inmigrante"

En Colombia, su país natal, Lucía Santa Cruz estudió Filología Francesa. Allí se dedicaba a dar clases en la Universidad Nacional de Bogotá. Llegó a Euskadi con la idea de enseñar el idioma del país vecino, pero el destino se empeñó en marcarle una ruta distinta. Nueve años después, es miembro de la asociación Zubietxe, donde trabaja por la integración como asistente social.



Hay planes que no se cumplen o que cambian con el paso de los años. Y adaptarse a estos azares «es lo que te hace crecer». Así ocurrió con Lucía que, en menos de una década, cambió su vida, su país de residencia y su profesión. Licenciada en Filología y docente, su trabajo se repartía entre la Alianza Francesa y la Universidad Nacional de Bogotá. «Estaba cómoda -recuerda-. Vivía en mi país y me dedicaba a lo mío. Si no hubiera emigrado, quizá habría seguido así».

Pero el amor -responsable de tantas maletas- le dio un giro a la historia. «Conocí a un vasco y me enamoré -resume-, aunque no vine aquí enseguida. Vivimos juntos en Colombia dos años, hasta que decidimos viajar a Bilbao. Antes de eso, yo había estudiado en Francia y había visitado Euskadi. Pensaba que, a causa de la proximidad geográfica, los vascos tendrían mucho interés en aprender francés; que sería fácil encontrar trabajo». Craso error. Tardó poco en descubrir que se había equivocado.

Lejos de amedrentarse, Lucía continuó estudiando e hizo un postgrado en Trabajo Social; un área que le parecía interesante «desde siempre», aunque nunca la había explorado. Mientras lo hacía, se dedicó a varias cosas, desde atender en un bar y limpiar casas hasta cuidar niños y ancianos. «A veces, cuando estaba limpiando un baño, me acordaba de mis clases en Bogotá. El contraste era muy fuerte, pero nunca me sentí mal. Al contrario. Afrontar un cambio tan grande e ir conquistando tu espacio te ayuda mucho a crecer. Todo el tiempo te estás retando a ti mismo y así descubres capacidades y fortalezas que ignorabas tener», reflexiona.

Con el máster acabado, empezó a adentrarse en el mundo asociativo. Hoy forma parte de Zubietxe, una ONG local que atiende e integra a personas en riesgo de exclusión social; muchas de ellas, extranjeras. Su actividad se reparte entre el centro de día y un piso de acogida, del que es tutora y donde, a menudo, se comunica en francés con los inmigrantes africanos. Además, Lucía participa en charlas de sensibilización dirigidas a colegios e institutos, en las que se intenta acercar a los chavales la complejidad del fenómeno migratorio. «Una cosa es ver a un inmigrante por televisión cuando desembarca en las costas de Canarias, y otra muy distinta es tenerlo frente a ti, contándote cara a cara su historia».

Hablar con libertad
En esas charlas (que se pueden concertar gratuitamente a través de zubietxe@yahoo.es), «ocurren cosas muy buenas. No sólo el extranjero comparte sus vivencias, las personas de aquí también dicen lo que sienten. Es importante que si alguien piensa que 'el país se está llenando de moros', lo diga. Sólo con censurar ese tipo de frases tachándolas de xenófobas no se arregla nada porque, en realidad, lo que subyace es un gran temor a lo desconocido. Es más útil hablar y acercarse a la realidad de los demás».

El miedo es, en su opinión, la base de los desencuentros. «Emigrar supone nacer de nuevo y sentirte algunas veces inválido. No importa si eres universitario o no has terminado la escuela, tienes que aprender muchas cosas nuevamente, te sientes solo y, también, diferente. Hay días en los que uno se cansa de ser inmigrante; días en los que preferirías pasar desapercibido, que tu acento o tu aspecto no llamara la atención. Pero eso lleva tiempo y no es fácil -dice-. A su vez, aceptar al que llega supone también un esfuerzo. La sociedad española, que ha conquistado muchas libertades, de pronto se ve empujada a reestructurarlo todo, a volver a pensar soluciones para crear un nuevo modelo social. Y eso cuesta».

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