Cifras: tiene más de veinte álbumes editados, nueve producciones con su firma y cinco obras cinematográficas que reproducen sus partituras. Ha trabajado con decenas de artistas en todo el globo, desde Ryuichi Sakamoto (ganador de un Oscar por la banda sonora de ‘El último emperador’ de Bernardo Bertolucci) hasta Peter Gabriel, Laurie Anderson y Björk. Sumas: algunas de sus creaciones han deleitado a millones de espectadores, como las piezas de danza contemporánea que abrieron el Mundial de Fútbol de Francia en 1998. Combinatorias: el trabajo conjunto con el artista digital Bernard Caillaud ha despertado cientos de aplausos, mientras que el proyecto que prepara con Peter Buck y Hill Rieflin (músicos de REM) promete idéntico destino para marzo.
La trayectoria de Hector Zazou, prolífica y variada, puede resumirse sin dificultad usando términos artiméticos. No en vano, el compositor asegura que «la música es muy cercana a las matemáticas». Lógico, aunque hay otros aspectos de su vida creativa que las ciencias no pueden explicar. Un ejemplo: su gusto por las diferencias, a las que considera una «fuente de inspiración». Nacido en Argelia, de padre francés y madre española, Zazou ha desarrollado una versatilidad que impresiona. Las fusiones y la experimentación son constantes en su carrera, que se destaca por la innovación y el amor al riesgo. ¿Miedo creativo? ¿Lenguajes prohibidos? Ni hablar. «No hay malos instrumentos, sólo malos músicos», afirma este ‘escultor sonoro’ que actuará la semana próxima en España.
–Ha pasado por varias corrientes musicales. ¿A qué se debe esa búsqueda?
–Me gusta aprender nuevos lenguajes musicales y nuevas técnicas para diseñar sonidos. Cada grabación está hecha con un vocabulario específico, porque me interesa tener una aproximación renovada en cada proyecto.
–¿La fusión de estilos y técnicas tiene que ver con sus orígenes?
–Sí. Siempre me sentí un inmigrante, y esto me ha hecho mirar al mundo de una manera diferente. Entiendo mejor a las personas despojadas de raíces, las que están perdidas en un mundo que no entienden, donde es difícil encontrar el lugar correcto. Este sentimiento desarrolló mi curiosidad y me previno de tener cualquier tipo de visión colonialista del mundo.
Muchas culturas
–De ahí que su trabajo registre varias culturas del planeta.
–En mayo comencé a trabajar en Beijing con un cantante chino llamado Marmur. Con él aprendí que la ‘cultura china’ no significa nada, pues hay muchas culturas chinas diferentes. Marmur, por
ejemplo, jamás ha hablado mandarín, el idioma oficial. Asia es un gran continente, una reserva gigante de ideas y sonidos.
–¿Y usted?
–Como decía el filósofo Jacques Derrida, «soy alguien capaz de poner lo que está en el límite en el centro de la imagen». Me gustan las diferencias, mi inspiración proviene de ellas y me entristece que desaparezcan con el desarrollo del capitalismo.
–Dice que la música sirve para cambiar el mundo…
–Los artistas son constructores utópicos. Somos responsables de lo que estamos mostrando a las personas que nos rodean. Yo intento crear un mundo menos agresivo, injusto y cruel. En ese sentido, la música comercial apesta. Los valores en los que se basa están pervertidos.
–Ha utilizado hasta el canto de los pájaros para componer. ¿Cree que cualquier instrumento es válido a la hora de expresar emociones?
–Absolutamente. No hay malos instrumentos, sólo malos músicos.
–¿Y están ligados los estilos o instrumentos que elige con lo que quiere transmitir?
–Mmm… ¿La emoción que siento cuando escucho El Lebrijano es la misma que siento cuando escucho Bob Dylan?
–No lo sé, dígámelo.
–Varía. El Lebrijano me está contando una historia de árabes y gitanos; de cómo dos civilizaciones pueden producir algo hermoso juntas. Dylan me está hablando de poesía y soledad.
–Ya que menciona las uniones, ha trabajado con Bernard Caillaud para crear ‘Quadri [+] Chromies’. ¿El arte tiende a la interacción de las diferentes disciplinas?
–Hay varios ejemplos de artistas construyendo juntos, pero con elementos totalmente independientes. En ‘Quadri [+] Chromies’ seguimos esa dirección y fuimos tan lejos como pudimos. Mi música necesitaba a las imágenes, aunque podría haber hecho una melodía totalmente distinta de la que hice.
–¿Y daría igual?
–Francamente, y si miro hacia el pasado, no creo que las situaciones de colaboración hayan producido algo mejor de lo que fue o pudo haber sido creado de manera independiente. La banda sonora de una película puede ayudar al filme, pero no lo cambia. En general, cuando un compositor es invitado a escribir una partitura para una película, ésta ya está terminada.
Desafíos
–¿Le ocurrió con ‘La pasión de Juana de Arco’?
–Sí. En todo proyecto hay líneas de guía. Y si no existieran, tendrás que crearlas tú. Esa es la razón por la que la música clásica es tan precisa. Aún cuando parece que no hay reglas –como en la llamada música improvisada–, si escuchas con atención, acabas encontrándolas.
–¿Y con las obras de danza para el Mundial de Fútbol de 1998?
–No hubo diferencia entre ese trabajo y los demás, tan sólo más música para escribir. Me gustan los desafíos, así que disfruté particularmente de este, que era muy grande.
–¿Puede adelantarme algo del proyecto ‘Presences’ con Buck y Rieflin?
–No, porque aún es una idea viva y, como tal, va cambiando. Podré hablar más concretamente después del primer concierto.
–¿Cómo se siente al actuar en España?
–Hace mucho tiempo que no toco aquí y es una pena, porque adoro el país. Mis abuelos maternos vivían en Mojaca y yo solía ir de niño. Cumplí catorce años en un pueblito cercano, rodeado de naranjos. Aquel fue el mejor cumpleaños de mi vida. Además, Granada es uno de mis lugares favoritos en el mundo. Me encantaría hacer música en los jardines de la Alhambra.
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