Tal vez no os gusten las ciencias, aunque seguro recordaréis este principio de la química: el agua y el aceite no se mezclan. Pueden compartir recipiente e, incluso, estar en contacto, pero tienen densidades diferentes y eso les impide formar un compuesto. ¿Os suena, verdad? Pues bien, con los artistas y los empresarios ocurre algo parecido: cada uno está en lo suyo y, si coinciden, es por un rato. El ‘recipiente’ suele ser una exposición, una inauguración o, a veces, un cóctel pero, aún en esos ámbitos, la reunión se asemeja más al patio de un colegio –con cuadrillas y grupitos, ya sabéis– que a un lugar de encuentro real.
Ni exposiciones, ni piezas raras, ni obras de colección. Lo que ofrece el equipo donostiarra es un servicio de ‘colaboración artística’ para solucionar cuestiones prácticas. De momento, son diez las empresas que han dicho ‘sí’, pero bien os podréis imaginar que la tarea no ha sido sencilla. Primer problema a resolver: los estereotipos y los mitos. «En ambos mundos hay muchos prejuicios, más por desconocimiento que por otra cosa. Casi siempre se asocia a los artistas con la representación y con ciertos espacios, como los museos y las galerías. No se piensa en ellos como profesionales que quieren construir experiencias nuevas y transformar a la sociedad más allá de la parte estética», reflexiona Arantxa. Para ilustrar esta dinámica, pone un ejemplo muy claro: el momento en que presentan el servicio ante las empresas. «En el despacho de un director suele haber cuadros colgados. Nuestro desafío es explicarles que no son ‘esos’ artistas quienes van a trabajar para él, sino otros. Y, claro, no lo asimilan en cinco minutos».
«Es necesario liberar la mente del concepto del esteticismo. El arte hace cada vez menos búsquedas estéticas para volcarse más hacia una transformación social». La reflexión encierra una pregunta (o dos) de base. Uno: ¿cuál es el papel de los artistas en la actualidad? Y dos: ¿es posible para ellos vivir del rollo creativo? El asunto no es menor y constituye un tema de debate. Precisamente ayer, en la Feria de Arte Contemporáneo de Madrid –Arco’07–, se celebró un encuentro para abordar estas cuestiones.
Doble necesidad
Es aquí donde surge el problema. Y, también, donde nace la solución, porque si los museos, las galerías y los espacios públicos no dan abasto para sostener la producción cultural, los creadores deberán pensar en otras vías para canalizar su actividad. En ese sentido, el proyecto ‘Disonancias’ (del grupo Xabide) ha hecho una apuesta por el ámbito privado y el ‘arte aplicado’, si cabe la expresión. Como explica Arantxa Mendiharat, el programa surgió por una «doble necesidad». Por un lado, la «de los creadores, que no se quieren encasillar en el ámbito artístico solamente» y, por otro, la «de las empresas, que necesitan creatividad e imaginación para desarrollar sus proyectos».
Las aportaciones que reciben los empresarios «no tienen que ver con la cuestión estética ni con lo bonito del producto que quieran promover, sino con una visión distinta que permita repensar todo de un modo más global», señala Arantxa. Para ello, una vez que los empresarios acceden a esta experiencia y definen el área de trabajo, ‘Disonancias’ lanza «una megaconvocatoria a través de Internet». Los artistas interesados se presentan por la misma vía y entregan, además, un anteproyecto. Si resultan seleccionados, el grupo de gestión cultural les paga para desarrollarlo en seis meses.
Por supuesto, el método de selección y, más que nada, el canal elegido para la convocatoria, ha generado cientos de respuestas diferentes de distintos puntos del globo. De ahí que, en esta primera experiencia, haya tantos creadores extranjeros. Y muchos de ellos, aunque suene extraño, «tienen formaciones científicas. Todos viven de su arte, eso sí, pero ninguno tiene una economía fluida», describe Arantxa. El programa que lleva adelante –pionero en nuestro país y uno de los pocos que existen en el mundo– pretende quitar a los creadores de esa realidad y situarlos en una nueva, con más campos de acción y menos estereotipos. Como quien dice, desmarcarlos. Y nunca mejor empleado el término.
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