26.2.10

¿Es posible rechazar un ERE?

Según el motivo de disconformidad con el documento, los trabajadores afectados tienen dos vías para oponerse

En los dos últimos años, las siglas ERE han dejado de ser la mera abreviatura de un procedimiento legal denominado Expediente de Regulación de Empleo para convertirse en una expresión de uso coloquial, una práctica habitual y una noticia frecuente. Miles de personas que se dedican a diferentes sectores, con distintos salarios y situaciones personales han visto peligrar sus fuentes de ingresos y se han preguntado qué se puede hacer ante un ERE. La respuesta es simple. Cuando los trabajadores no están de acuerdo con las condiciones del ERE pueden impugnarlo por la vía administrativa o laboral. Esta última se resuelve en unos meses, aunque no siempre es posible demostrar que el despido es improcedente o nulo.

Impugnación administrativa o laboral
Un ERE es un procedimiento administrativo, amparado por la legislación, al que recurren de modo habitual las empresas en crisis. Mediante este trámite, se solicita permiso a la autoridad laboral para suspender o extinguir de manera definitiva las relaciones laborales entre una empresa y sus empleados, pero se intenta garantizar los derechos de estos últimos.
Cuando los trabajadores no están de acuerdo con las condiciones del ERE, tienen recursos para oponerse. Se pueden seguir dos vías, en función de que se discuta el ERE en sí mismo o el caso de unos trabajadores concretos:
  • Administrativa, en contra del expediente. Se cuestiona la pertinencia de ese recurso por considerar que hay otras alternativas menos perniciosas para resolver la situación. El principal inconveniente de esta vía es su tardanza. Impugnar un Expediente de Regulación de Empleo puede tardar entre tres y cuatro años hasta que se dicta una sentencia en firme y, mientras tanto, quienes están afectados por el ERE se mantendrán así durante todo el proceso de impugnación.
  • Laboral, cuando se considera que el despido es improcedente o nulo. Esta vía es más ágil, ya que se resuelve en cuestión de meses. Sin embargo, no siempre hay un despido improcedente o una actuación de mala fe por parte de la empresa que justifique seguir este camino. Cuando hay motivo para ello, no obstante, no siempre es posible demostrarlo. La mayoría de los ERE cuentan con el acuerdo de los trabajadores y sólo se revocan cuando hay un abuso manifiesto por parte de la empresa.
Cuando se redacta un ERE, se establecen en el documento unas preferencias y condiciones que se deben cumplir. Si la empresa no actúa conforme a lo pactado, o hay una sospecha de discriminación de algún tipo hacia un sector de la plantilla, el trabajador puede presentarse ante el juzgado de lo social y abrir una causa. Esto ocurre cuando todas las personas afectadas por el ERE son mujeres o trabajadores mayores. Si se demuestra que hubo una vulneración de los derechos fundamentales, o discriminación de algún tipo, la empresa tendrá que readmitir al trabajador y pagarle todos los salarios pendientes desde su despido. El empleado, por su parte, puede pedir una indemnización, aunque el monto no está tasado de antemano, de modo que el juez tiene libertad para decidir si procede o no, y cuál será la cuantía.

Periodo de consultas y acuerdos
Quien no lo sabe, lo intuye. La puesta en marcha de expedientes de regulación de empleo se ha disparado en 2009. Como muestra, un par de datos: sólo entre enero y noviembre se autorizaron 17.524 que han afectado a 486.693 trabajadores. Esto significa que la cantidad de expedientes aumentó casi cuatro veces con respecto al mismo periodo de 2008 y que los trabajadores afectados se multiplicaron por cinco. A la espera de los datos definitivos, lo cierto es que, en pocos meses, casi medio millón de personas se han enfrentado a este proceso de regulación, que deriva en la suspensión de la actividad laboral o en la pérdida definitiva del empleo. Esta cifra sólo responde a los ERE que han prosperado. Para hacerse una idea global de la magnitud del asunto, es necesario sumar los 619 ERE que no se autorizaron y los 609 en los que se desistió de la gestión. Estos dos grupos hubieran afectado a 13.225 y 18.802 trabajadores, respectivamente.
Cuando la empresa solicita un ERE a la Administración y plantea esta realidad a sus empleados, se abre un periodo de consultas que es obligatorio y que se celebra entre los empresarios, los trabajadores y los representantes legales de ambos.
  • Es un plazo para brindar información en el que se exponen las medidas que se quieren tomar, qué modificaciones habrá y cuáles serán las condiciones. Este periodo dura entre 15 días y un mes, aunque en ocasiones puede extenderse. La consigna es exponer los intereses y las preocupaciones de las dos partes e intentar llegar a un acuerdo para que el expediente prospere. En la mayoría de los casos (alrededor de 90%), este objetivo se logra.
  • Si no se llega a un acuerdo en ese plazo, el siguiente paso consiste es levantar un acta que recoja la disconformidad de los trabajadores y presentarla ante la autoridad laboral que corresponda. Pero oponerse a las condiciones que plantea la empresa, redactar este documento e, incluso, presentarlo, no significa que se vaya a detener el proceso. A pesar de todo, el ERE se puede aprobar. Aunque las empresas saben que si no cuentan con el beneplácito de los trabajadores lo tendrán más complicado, si se demuestra la necesidad de un ERE (por pérdidas económicas, entre otras causas), seguirá adelante. En estos casos es casi seguro que las autoridades laborales aprueben el expediente, sobre todo, si la empresa ofreció incentivos a sus trabajadores en la etapa inicial de la negociación. La compañía puede poner a disposición de los empleados lo mínimo exigido por ley o esforzarse por brindar otras compensaciones y mejoras. Lo lógico es se negocie cuando hay oportunidad (al principio), sobre todo, cuando la empresa tiene una causa sólida.
  • Es fundamental adoptar las medidas necesarias a tiempo y negociar en ese momento, puesto que la empresa está obligada a brindar toda la información mercantil y económica a sus trabajadores. No obstante, ante una iniciativa de ERE, conviene consultar con un abogado, que orientará a los empleados afectados, aclarará la situación e indicará las posibilidades desde el punto de vista legal. Una vez que la empresa consigue la aprobación administrativa, las posibilidades de negociación se reducen de modo notable.
Sólo en determinadas circunstancias
La idea de base es que un ERE debe suponer el menor de los males posibles, es decir, ha de evitar perjuicios más serios. Esto explica que sólo pueda iniciarse en determinadas circunstancias especificadas por ley, como en caso de problemas económicos graves o si se extingue la personalidad jurídica del contratante.

Hay tres tipos de expedientes:
  • Solicitan autorización para reducir la jornada.
  • Piden suspender temporalmente la relación laboral.
  • Buscan terminar esta relación de manera definitiva.

En 2009, casi siete de cada diez gestiones se centraron en la suspensión, mientras que un 11% abogaba por la reducción de jornada y un 21%, por el despido colectivo. Las cifras sugieren que la destrucción de empleo a través de los ERE es muy reducida. No obstante, en sectores con un mayor nivel de estabilidad laboral hay más expedientes de suspensión temporal, que terminan por convertirse en expedientes de extinción y destruyen el empleo estable. De ahí que el procedimiento esté sujeto a revisión administrativa.

No deja de ser un despido colectivo ni de afectar a un número importante de personas. Por ello, es necesario consultar a la autoridad competente, que puede ser un gobierno autonómico o el Ministerio de Trabajo, si bien la aprobación del ERE no extingue ningún contrato laboral. Aunque la Administración dé el visto bueno a la petición de la empresa, esto no significa que la acción deba concretarse. Ninguno de los 609 expedientes del pasado año supusieron la suspensión o el despido de los empleados.

Algunos datos de interés

1. Casi el 80% de las personas afectadas por un ERE trabajan en empresas industriales. Con un 17% y un 3%, el sector servicios y el de la construcción son los otros dos ámbitos donde más expedientes se solicitaron durante 2009.

2. Ocho de cada diez ERE afectan a los hombres y sólo el 20% a las mujeres. No obstante, estas cifras se invierten en expedientes de extinción de contrato.

3. Según el Estatuto de los Trabajadores, un despido colectivo extingue los contratos de trabajo de la totalidad de la plantilla de la empresa, siempre que haya más de cinco empleados afectados. También se entienden como despido colectivo los casos en que se procede a la reducción de la plantilla en diez trabajadores (cuando sean menos de 100), en un 10% (si hay entre 100 y 300 empleados) o en 30 trabajadores (para plantillas superiores a 300 personas).

22.2.10

"Bilbao equilibra bien el orden del norte y la vida alegre del sur"

El argentino Marcelo Villegas es doctor en Biología y llegó hace un par de años a Euskadi, donde trabaja en una compañía de medicina personalizada

Siempre le gustaron las ciencias; en particular, la biología. Y, aunque en su familia opinaban que como científico «se iba a morir de hambre», Marcelo decidió transformar su vocación en carrera cuando todavía era un joven que vivía y estudiaba en Argentina. «En casa me decían que la profesión de biólogo no tenía salida laboral y estaban preocupados por ese aspecto -señala- así que cursé dos licenciaturas a la vez. Por un lado, estudiaba lo mío, lo que en verdad me gustaba, y por otro aprendía informática como un resguardo, para asegurarme un trabajo a futuro. De esa manera, todos estábamos tranquilos», dice con una sonrisa.

El gesto de Marcelo no es casual: contra todos los pronósticos, jamás trabajó como informático. En su lugar, al terminar la carrera consiguió un puesto en un laboratorio de Buenos Aires, donde dio sus primeros pasos como investigador. «El trabajo me gustaba y había adquirido experiencia, pero llegó un punto en el que supe que no iba a progresar más. Había ascendido con rapidez y había alcanzado mi techo profesional, pues todos mis jefes tenían estudios de posgrado. Comprendí que debía seguir formándome si quería avanzar», explica.

El impulso le llevó hasta Heidelberg, Alemania, donde se graduó como doctor en Biología y donde, también, cambió por completo su vida. En efecto, Marcelo no sólo había conseguido una beca para estudiar en uno de los centros más prestigiosos de Europa. También allí conoció a una joven japonesa, estudiante de posgrado en Medicina, que se acabaría convirtiendo en su esposa.
«Me impactó la primera vez que la vi, en la cafetería del edificio donde estudiábamos. Aunque Alemania es un país cosmopolita y yo tenía amigos de todas partes del mundo, no sabía bien cómo proceder con alguien cuya cultura era tan diferente a la mía», recuerda divertido. Aun así, Marcelo se lanzó. Y no le fue nada mal: un café, varias charlas y algunos meses después, las diferencias culturales dejaron de ser barreras para convertirse en anécdotas.
¿Un ejemplo? «El día que conocí a sus padres y pedí su mano... en japonés», relata este argentino que, por aquel entonces, no dominaba el idioma. «Me aprendí de memoria lo que debía decir y, como era de esperar, me equivoqué en una parte, pero fue muy divertido», reconoce. También lo fue la boda, que constó de dos partes. «La ceremonia civil fue en Japón y la fiesta, en Argentina», detalla Marcelo.

Elegir un lugar de residencia
La singularidad de este matrimonio dejaba entrever un dilema, pues la pareja se planteaba dónde vivir. «Todavía estábamos en Alemania, pero no queríamos quedarnos allí. Aunque habíamos aprendido el idioma y los dos teníamos oportunidades reales de trabajo, nunca llegamos a adaptarnos del todo al lugar. De alguna manera, nos sentíamos permanentemente extranjeros, diferentes o raros», cuenta Marcelo.
Tras meditarlo con calma, decidieron que el país de destino sería España. «Nos gusta mucho Europa, pero queríamos un país con algo más de calidez. Pensamos que éste sería ideal para vivir, no sólo por la cultura, sino por la ubicación geográfica. Viniendo de las antípodas, a los dos nos quedaba a mitad de camino de casa».

Marcelo se postuló a una oferta laboral que vio publicada en una revista científica. «Y aquí estoy -dice dos años y medio después-, trabajando como líder de proyecto en I+D de Progenika, una empresa de biotecnología que está afincada en Zamudio». En su opinión, el cambio ha sido muy favorable, tanto para él como para su esposa. «Es verdad que ella aquí no ejerce su profesión, que los alquileres son caros comparados con Berlín y que el salario medio es más bajo -señala-. Sin embargo, aquí estamos muy a gusto los dos. Bilbao equilibra muy bien el orden del norte y la vida alegre del sur; la flexibilidad y las normas, lo mejor de la parte latina y de la parte sajona de Europa», dice Marcelo, que, además, asegura sentirse como en casa. De Bilbao nos atrajo ese punto de equilibrio y la seguridad. Y mi trabajo, claro, donde puedo desarrollar mis conocimientos».


17.2.10

Pueblo pequeño en venta, ¿qué se compra en realidad?

La idea es tentadora, aunque antes conviene sopesar las condiciones, la legislación y los inconvenientes

Comprar un pueblo entero por menos de lo que vale un piso. Con esta atractiva consigna, los promotores inmobiliarios intentan abrir un canal novedoso en el sector. El abanico de opciones es muy amplio, pero las poblaciones no se pueden adquirir por ley, sino un conjunto de edificaciones privadas reunidas en un mismo lugar. Son pequeños núcleos rurales, abandonados o con pocos habitantes, cuyos inmuebles están en ruinas o en avanzado estado de deterioro. Por su antigüedad y ubicación, estos enclaves cuentan con algún edificio con valor histórico o arquitectónico -como castillos, iglesias o ermitas-, aunque también los hay más sencillos. Como dato orientativo, hay más de 500 aldeas en estas condiciones.
Sólo edificaciones privadas
El pueblo de Lacasta, en la provincia de Zaragoza, es el precedente más conocido de este tipo de transacciones. Se puso en venta hace dos años y tuvo un gran impacto mediático. Cuando la oferta salió a la luz, las cámaras de televisión de distintas cadenas enfocaron hacia las escasas casas, los corrales, el pajar, los restos del castillo y las 30 hectáreas de terreno rústico que se vendían por 189.000 euros. Y, como éste, ha habido otros, incluso más económicos. Para muestra, Oteruelo de Ocón, en La Rioja, donde se ofrecían once edificaciones del casco urbano y 5.000 metros cuadrados de terreno a cambio de 176.000 euros.
La oferta parece tan buena que lleva a preguntarse si es real o, al menos, dónde está el truco. Surgen dudas acerca de las ventajas e inconvenientes del negocio o a quiénes se dirigen estas propuestas. Pero el asunto fundamental es esclarecer si se puede comprar un pueblo, ya que como tales no se venden y, por ley, no se pueden adquirir. Cualquier núcleo de población, aunque esté deshabitado, se compone de bienes privados y públicos. La Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) indica que todo bien público no es enajenable. Es posible comprar varios inmuebles en una aldea, incluso comprarlos todos, pero siempre habrá zonas de carácter público con jurisdicción municipal, autonómica o estatal. Y ésas no están en venta.

Esta aclaración es de gran importancia. Cuando una empresa, un consorcio o un particular pone a la venta un pueblo, en realidad, ofrece un conjunto de edificaciones privadas reunidas en un mismo lugar. En ocasiones, son todos los solares y los inmuebles que hay en pie. Otras veces, son la mayoría. De ahí que, de forma coloquial, se hable de comprar un pueblo entero. Pero la FEMP insiste en que, desde el punto de vista jurídico, es imposible que una persona se convierta en propietaria de una población, por muy derruida, apartada o deshabitada que esté. Incluso cuando una pequeña aldea ha dejado de tener ayuntamiento y pasa a pertenecer a otro municipio o pedanía, quien adquiera los inmuebles del lugar deberá ceñirse a las normativas vigentes del consistorio que corresponda.
Perfiles de comprador
Por curioso que parezca, hay compraventas de este estilo porque hay personas interesadas, aunque no todas dan el paso final. El interés que despiertan estas propuestas inmobiliarias es altísimo. Tanto que, en alguna ocasión, los vendedores se han visto desbordados por las llamadas y los correos de los posibles compradores. No obstante, el interés inicial o el sueño del pueblo propio es muy diferente a los hechos. Aunque tengan el capital necesario o puedan reunir el dinero, adquirir una aldea abandonada supone lanzarse a una aventura costosa ya que, una vez comprados los inmuebles, como mínimo hará falta rehabilitarlos. Y esta segunda fase no es gratuita.

Entre los perfiles habituales de comprador destacan los inversores inmobiliarios y los particulares con un proyecto concreto de negocio. Los primeros centran su interés en la compraventa: adquieren por separado un buen número de propiedades y, después, las venden como un paquete urbanístico. Los particulares, por el contrario, se sienten atraídos por el conjunto y sus posibilidades. Orientan sus expectativas al sector turístico o a los proyectos sociales y ecológicos, como las comunidades naturistas, los huertos orgánicos, los balnearios y casas rurales o los centros de meditación. El agroturismo está de moda y las propuestas rurales "antiestrés" funcionan.
Un ejemplo muy conocido y próximo -aunque fuera de las fronteras-, es el del prestigioso chef Alain Ducasse, quien adquirió un pequeño conjunto urbano en Bidarray (Francia) y reconstruyó todos los inmuebles para fundar allí mismo un hotel. Desde entonces, las antiguas casas funcionan como alojamiento y una de ellas, la más grande, como recepción y restaurante. Proyectos como éste son viables, pero requieren mucho dinero. Otras personas interesadas en comprar son quienes tienen un gran poder adquisitivo, encuentran un pueblo abandonado que les gusta y deciden reconstruir sus edificios para uso personal, no lucrativo.
Otros encaran la adquisición como una inversión a largo plazo, ya sea para intentar rehabilitar el pueblo, para legar ese bien a la familia o para venderlo más adelante si se revalorizan los terrenos. Por otra parte, muchas veces son los propios vecinos o ex vecinos de una aldea quienes empiezan a comprar algunas casas y acaban convertidos en los únicos dueños. Este caso es frecuente y no pasa tanto por el dinero como por la parte afectiva: los antiguos moradores de un pueblo intentan así evitar que desaparezca.
Ventajas y desventajas
Determinar los beneficios de comprar un pueblo es sencillo. Por el mismo dinero que cuesta un piso de tamaño medio en la ciudad, pueden adquirirse varios inmuebles de mayores dimensiones e, incluso, restaurar uno de ellos para transformarlo en un hogar. Más espacio, más terrenos, calidad de vida en un entorno natural y, además, la posibilidad de encontrarle una salida comercial.
No es tan fácil, sin embargo, resumir las contraprestaciones. Como primera cuestión, hay que tener en cuenta que no todos los enclaves valen. La mayoría tiene problemas de accesibilidad: están a trasmano, quedan lejos de otros núcleos urbanos o los caminos para llegar hasta el lugar son malos. A su vez, cuando una aldea lleva muchos años deshabitada, lo más probable es que se hayan cometido pequeños saqueos y hurtos de tejas, vigas de madera antiguas o piedras. Muchos pueblos abandonados se encuentran reducidos a escombros y, a menos que el comprador sólo quiera los terrenos, el estado de conservación de los inmuebles es un factor decisivo.

El tipo de edificaciones y el entorno desempeñan un papel fundamental. Siempre es más fácil vender pueblos que cuenten con algún atractivo arquitectónico o histórico, bien situados, que gocen de un clima favorable y, sobre todo, con posibilidades reales de contar con los servicios básicos. Sin embargo, no todos cumplen estos requisitos, ni siquiera el último, que es el más importante. Los pueblos abandonados rara vez disponen de suministros eléctricos o servicio de saneamiento, ya sea porque quedaron deshabitados o porque nunca los tuvieron. Tampoco hay conexión a la red telefónica y, por su ubicación, los móviles no siempre tienen buena cobertura.
En un principio, estas condiciones pueden interpretarse como un factor positivo, una manera de combatir el estrés o una vuelta a los orígenes y a la Naturaleza, aunque en pleno siglo XXI la idea de vivir sin luz, sin agua potable y sin teléfono resulta poco halagüeña. Si el objetivo es que haya cierto grado de confort y habitabilidad, habrá que conseguir que los edificios no sean el equivalente a unas tiendas de campaña de piedra. Los ayuntamientos, por ley, están obligados a brindar ciertos servicios, como el cableado eléctrico y el alcantarillado, por lo que habrá que dirigirse al consistorio responsable y concretar sus obligaciones. A partir de ahí, será responsabilidad del propietario continuar con la conectividad y las obras.
La excepción a esta regla se da cuando los ayuntamientos tienen especial interés en revitalizar una zona. Si bien los municipios, en general, prefieren esta opción a invertir en nuevos proyectos, también puede ocurrir que el enclave en cuestión tenga posibilidades de progreso y beneficio colectivo si se aúnan los recursos privados y públicos. Esta sinergia no es extraña. Su máximo exponente es la concesión municipal de ayudas y beneficios a particulares para fomentar la repoblación de los núcleos que se quedan sin gente. Rejuvenecer la edad media de los habitantes, dar un nuevo impulso al comercio o evitar que las escuelas se cierren son tres metas muy claras dentro de este tipo de iniciativas.

Consejos útiles en la elección
Antes de lanzarse a la aventura de comprar un pueblo, es conveniente investigar e informarse.
  • En primer lugar, averiguar cuáles son las aldeas abandonadas y dónde se encuentran. La ubicación, las condiciones climatológicas y orográficas, así como la facilidad de acceso serán fundamentales en el futuro.
  • Una vez seleccionados los posibles candidatos, lo siguiente será conocer cuáles son los bienes privados que lo componen, y se pueden comprar, y a quiénes pertenecen. Esta información puede solicitarse en la Oficina de Catastro, que depende del Ministerio de Economía y Hacienda.
  • Antes de contactar con los propietarios para saber si están interesados en vender sus inmuebles y terrenos, es muy importante dirigirse al ayuntamiento correspondiente para saber cuáles son las posibilidades reales de abastecer al pueblo de los servicios básicos, qué trámites hay que hacer, cuánto tiempo tardaría la gestión y evaluar qué coste tendría.

15.2.10

"Las ciudades son su gente y por eso me siento bilbaíno"

Juan José Vizcarra tiene la trayectoria de un trotamundos: nació en Sudáfrica, ha vivido en Perú, Estados Unidos e Inglaterra, y llegó a Bilbao en 2006

La que sigue es una historia mundial, y no sólo porque Juan José haya nacido en Sudáfrica, sino porque es todo un trotamundos. A sus 27 años, este joven de Johannesburgo ha vivido en tres continentes, cinco países y siete ciudades; habla cinco idiomas y ha empezado a estudiar el sexto. Para más detalles, francés. «Me gusta la comunicación y se me dan bien las relaciones públicas», dice. Y se nota, porque en el transcurso de la charla se encuentra con varios amigos, empezando por los dueños del bar donde tiene lugar la entrevista.

«El primer trabajo que tuve en Bilbao fue aquí», explica Juan José, que en la actualidad es camarero en un importante hotel de la ciudad. «Sólo llevo cuatro años en Euskadi, pero tengo muy buenos amigos. Aunque no tenía previsto quedarme y el viaje fue un poco por casualidad, he echado raíces aquí», señala este sudafricano, que llegó a la capital vizcaína acompañando a un amigo escocés que quería aprender castellano.
«Sé que suena un poco complicado, y toda mi historia es así, pero voy a intentar simplificarla», agrega Juan José con una amplísima sonrisa. Comienza por el principio: «La familia de mi padre es de ascendencia vasca, aunque él es peruano. A finales de los setenta, se trasladó por trabajo a Johannesburgo, donde conoció a mi madre, que es sudafricana. Yo nací allí y viví mis primeros años en el país, hasta que mis padres decidieron marcharse a Lima, ya que al final del Apartheid, el ambiente social y político en Sudáfrica era muy tenso».

Juan José vivió en Perú varios años, aunque repartió su adolescencia y sus estudios entre el país andino y el africano. «Mi madre pensaba que la educación media era mejor en Johannesburgo», apunta. Sin embargo, hizo su carrera universitaria en Lima. «Estudié Administración de Hostelería y Turismo y, como tuve las mejores notas de mi promoción, me enviaron a hacer las prácticas en un hotel de Cádiz, donde estuve tres meses», relata con orgullo.

Aquel no era su primer viaje y, decididamente, tampoco sería el último, porque Juan José tenía claro que no quería quedarse en Perú. «Nunca pude adaptarme -confiesa-. Yo soy gay y la sociedad allí es bastante conservadora, así que eso suponía un problema. Además, mi padre se dedica a la política y es presentador de televisión. Es alguien conocido allí y por ello teníamos que estar siempre con guardaespaldas y escoltas. La clase política peruana es muy pesada y yo no me sentía cómodo».
Lugares cosmopolitas
Decidió buscarse la vida en Estados Unidos; primero en Miami y después, en Nueva York. «Trabajé en un montón de cosas y muchas estaban por debajo de mi cualificación profesional, pero a mí no me importó. Pasé esa etapa como una experiencia de vida muy valiosa y la viví como un juego. Quiero decir, yo no tenía la obligación de emigrar ni lo hice por dinero o para mantener a mi familia. Fue al revés. Sabía que siempre podría regresar a casa y eso me daba mucho margen de maniobra».

Aun con ese 'seguro de vida', su idea era progresar y prefería seguir por su cuenta. La determinación de no vivir en Perú le motivó a pedir un visado temporal de trabajo en Reino Unido y, cuando se lo dieron, no lo dudó un instante. «Londres fue una de las mejores experiencias de mi vida. Es una ciudad alucinante, cosmopolita, que te atrapa. Y Bilbao, en cierto modo, se le parece. Además del clima, hay una parte de la sociedad que me hace recordar aquello. Hay más libertad, nadie me ha discriminado por ser homosexual, ni me ha tratado en plan despectivo».
En su opinión, cuando las personas viven en un lugar, aunque no hayan nacido allí, acaban incorporando su cultura. «Hay un lema que dice 'We are all London' (todos somos Londres) y creo que es verdad. Las ciudades son su gente y por eso hoy me siento bilbaíno. También soy sudafricano, y estadounidense y peruano... A veces escucho comentarios racistas o xenófofos y me apena», dice Juan José. «Para evitar eso y relacionarse con normalidad, viajar es muy positivo. Deberíamos hacerlo más a menudo», concluye.

12.2.10

Arreglar la ropa, ¿compensa?

El mayor ahorro se logra en el retoque de las prendas antiguas y en la ropa de marca

El ahorro está de moda y, en esa línea de reducción de gastos, ajustarse el cinturón ya no es una simple metáfora: cada vez hay más costureras particulares y empresas (algunas con franquicias) que basan su negocio en los arreglos de ropa nueva y usada. Durante el último año, el IPC correspondiente a las reparaciones de prendas de vestir aumentó un 1% y el de las reparaciones de calzado, un 4%. Estos valores son más significativos cuando se les coloca en un contexto de recesión. Pero este tipo de servicios no es nuevo. Ya funcionaba antes de la crisis. Ahora sólo ha cambiado el modelo de negocio, sobre todo, en el tipo de prendas que se retocan.

La cultura del reciclaje
Las crisis económicas conllevan cambios en el comercio y en la sociedad: se renuevan los modelos de negocios, se revitalizan algunos sectores y se abren nuevos nichos de mercado. Es un contexto de transformación en el que prima la consigna general de adaptarse o desaparecer. En los últimos dos años, las familias españolas han recortado el presupuesto destinado al esparcimiento, el ocio, los bienes materiales y los fungibles. Esta contención del gasto afecta de forma negativa al sector del comercio y a los servicios. Sin embargo, una parte de estos negocios encuentra una oportunidad de crecimiento en la crisis. Las tiendas que venden objetos de segunda mano o los técnicos en reparación de electrodomésticos son dos ejemplos claros, aunque no los únicos. El textil es otro de estos sectores.
Hasta hace poco más de un año, las tiendas de costura y los modistos particulares arreglaban prendas nuevas, a menudo, recién compradas. Acortar los bajos de un pantalón, entallar una chaqueta, ceñir una falda o alargar los tirantes de un vestido que acababa de salir de la tienda eran los encargos más habituales. La tendencia, sin embargo, ha cambiado en parte. Si bien todavía se arregla la ropa sin estrenar, el público y el tipo de pedidos se ha diversificado. Ha aumentado el número de personas que, en lugar de comprar prendas nuevas, rescata las olvidadas en el armario. Más allá de que formen parte de una empresa o trabajen por su cuenta, quienes se dedican a coser coinciden en que "algo ha cambiado". Notan la crisis, pero no por la falta de clientes, sino porque cada vez reciben más consultas, más visitas y más prendas usadas para arreglar.
El perfil de los usuarios y el tipo de pedidos se ha ampliado. Al público habitual se han sumado personas que antes descartaban la opción de contratar los servicios de una tienda de costura, pero ahora ven en ellas la posibilidad de renovar el armario sin gastar tanto dinero.
Ajustar los bolsillos
Los costes relativos al arreglo de prendas varían hasta en un 40% según la comunidad autónoma, el lugar donde se acuda, la rapidez con que se efectúe el arreglo y los servicios añadidos, como la recogida y entrega a domicilio.

Un mismo trabajo -como cambiar la cremallera de un pantalón- cuesta entre 8 y 15 euros. Mientras algunas compañías recogen gratis la ropa cuando el cliente vive cerca o guarda varias prendas para arreglar, otras cobran un suplemento que oscila entre 5 y 20 euros. También difieren las tarifas entre las costureras particulares y las franquicias o grandes cadenas. Los precios de estas últimas son con frecuencia más asequibles, ya que manejan un mayor volumen de trabajo y aumentan el margen para reducir los precios u ofrecer promociones, pero en este aspecto no hay reglas.

En ocasiones, son las modistas particulares quienes fijan precios más bajos, en especial, si trabajan para un cliente habitual, un amigo o conocido. No obstante, la celeridad en los arreglos laboriosos se cobra: si en condiciones normales estrechar una chaqueta cuesta entre 20 y 35 euros, el precio aumenta casi un 50% ante un "trabajo exprés".

El abanico de opciones es amplio, pero permite sacar varias ideas. La principal: más allá del comercio donde se arregle la ropa, compensa cuando se reparan ciertas prendas. Es el caso de las chaquetas y los abrigos, debido a los materiales que se utilizan en su confección, el tiempo que duran y el precio. Antes que comprar una pieza nueva, conviene revisar el armario, sobre todo, si guarda prendas de piel y de buena calidad. No será fácil conseguir otras similares por el coste del arreglo.
También se ahorra con los vestidos de fiesta, los trajes, las blusas de seda y las prendas caras, de marca o de diseño, que no se utilizan por alguna imperfección, como una codera gastada, una manga descosida o una cremallera estropeada. Frente a éstas, no compensa el arreglo en la ropa económica, cuya finalidad es durar una temporada o dos. En estos casos, es preferible esperar a las rebajas para adquirir prendas nuevas a un precio más bajo.
Un alivio para los pies
El deseo de reducir costes ha contribuido a que la figura del zapatero vuelva a ser común en la vida diaria, ya que este oficio, a lo largo del último año, ha incrementado el número de reparaciones de manera exponencial. Si la tendencia de "usar y tirar" había puesto "entre las cuerdas" a este sector -integrado, en su mayoría, por artesanos-, el revés de la economía ha revitalizado su actividad. En comercios de barrio, antes destinados a desaparecer, aumentan ahora los encargos y cambia el perfil de los clientes, cada vez más jóvenes.
Esta transformación no es casual. Por tradición, costumbre y salud, las personas mayores tienden a comprar calzado de calidad, priman el confort y la durabilidad frente a lo efímero de las modas. Pero los jóvenes, menos reticentes a comprar modelos económicos que, casi con toda probabilidad, durarán menos, tampoco se resisten a adquirir zapatos de calidad y recurren a profesionales para reparar las botas de piel o de montaña.

8.2.10

"Aquí me siento valorada como mujer y como persona"

La ecuatoriana Marina Vidal es cuidadora de mayores y dejó su país engañada por una amiga, pero rehizo su vida a base de amor y trabajo: «He ganado mucho», dice.




Tenía 31 años y dos hijos cuando su marido la abandonó. «A sus ojos, yo era vieja, así que se largó con una chica más joven», resume Marina. Y, aunque no le resta importancia al abandono de su antiguo marido, lo enmarca en un contexto más amplio. «La vida allí es diferente. Hay más machismo en la sociedad ecuatoriana y no es raro que pasen esas cosas», asegura con amargura. «Como muchas otras mujeres, de un momento para otro me encontré en esa situación sin poder pedir explicaciones», confiesa.

Por aquel entonces, Marina Vidal regentaba una pequeña tienda. Aunque era auxiliar de enfermería, se ganaba la vida como comerciante; y no le iba nada mal, pero necesitaba un cambio. «Empecé a pensar en el futuro, en mis hijos y en mí misma. Quería salir adelante, progresar y la idea de emigrar se fue haciendo cada vez más fuerte», relata. En aquel momento tenía una amiga que vivía en Madrid y me animaba para que me decidiera a venir. Me decía que en España se vivía muy bien, que la gente ganaba más de cuatro mil dólares al mes y que en un par de meses cubriría el coste del pasaje. Yo le creí. Pero me engañó», lamenta.

Marina pagó un millón de pesetas por un billete de avión que, por supuesto, gestionó y compró su amiga. Y, como aval, hipotecó su casa. «Puse a su nombre las escrituras. Si no le devolvía el dinero, se quedaba con la propiedad. Ese era el trato», señala. Firmar un acuerdo tan desventajoso no fue el único contratiempo, sino el primero. Los demás aparecieron al llegar.
«Llegué a Madrid y fui a la casa de mi amiga. Lo primero que hizo fue cobrarme veinte mil pesetas por alojarme y otras cinco mil para la comida. Después me dio un pase del metro y un callejero, para que me empezara a mover sola, buscara trabajo y conociera la ciudad. Eso fue duro pero, además, me encontré con algo que no esperaba: ¡En esa casa vivían más de veinte personas!», describe todavía hoy asombrada. Con el mapa que le habían dado, salió a recorrer Madrid. Se perdió. «Fue un momento horrible. Descubrí que estaba muy lejos del lugar donde vivía, que el pase del metro ya no tenía saldo y que no podría llegar caminando», rememora. «Esa tarde me senté en una parada de autobús y me puse a llorar. No sabía qué hacer. Me sentía tan sola...»

Pero no todo fue un fiasco. Poco después de llegar a Madrid, Marina conoció a una mujer venezolana, hija de gallegos, que le ofreció trabajo en una asociación de jubilados de A Coruña. «Obviamente, acepté. Estaba allí de lunes a viernes, luego empecé como acompañante de una señora mayor y poco después conseguí trabajo lavando platos en un bar los fines de semana. En ese momento, vi el cielo abierto. Pude tramitar mi permiso de residencia y saldar la deuda del billete. Los cinco años que viví en Galicia fueron muy positivos», recuerda agradecida.

Una abuela joven y feliz
Conoció el País Vasco por casualidad. «Trabajaba como empleada doméstica para una señora que me apreciaba mucho y me llevaba a todas partes. Una vez, la invitaron a una boda en Bilbao y me trajo para que la ayudara con sus cosas. El día de la fiesta, salí con una amiga. Fuimos a bailar y, esa noche, conocí a alguien», cuenta con una sonrisa. Aunque Marina regresó a Galicia, siguió hablando por teléfono con el hombre que, finalmente, se casaría con ella. «La relación continuó un par de años, y viajábamos para vernos. Cuando decidimos vivir juntos, entendí que era más fácil que yo viniera para aquí. Así empecé a vivir en Euskadi, hace ya siete años».

En Basauri, donde reside y se encuentra «muy a gusto», Marina se dedica a cuidar personas mayores, disfruta de su trabajo y se siente «integrada en la sociedad». Su hija vive con ella y su hijo, que está en Ecuador, tiene un niño pequeño. «Sí, soy abuela», confiesa y regala una sonrisa jovial. «Nunca hay que perder la alegría», opina rotunda. «Siempre veo el lado positivo de las cosas, y me siento muy agradecida, incluso con aquella amiga de Madrid. Si no fuera por ella, no habría venido, y yo pienso que he ganado mucho», recuerda sin rencor. «Aquí me siento valorada como mujer y como persona».

2.2.10

Destinar los intereses del banco a un proyecto solidario

Con este mecanismo, los clientes tienen un papel más activo en la asignación de recursos

Las crisis financieras, los desastres naturales o los conflictos bélicos, entre otros, renuevan la importancia del voluntariado y la solidaridad. Las recesiones económicas, como la que atraviesa en este momento España, o las catástrofes medioambientales, como los recientes terremotos en Haití, conllevan riesgos de pobreza, exclusión y marginalidad, al tiempo que ponen de manifiesto el protagonismo de las ONG, su labor de asistencia social y sus múltiples iniciativas en diversas partes del mundo. Pero las grandes ideas y la buena voluntad, por sí solas, no bastan. Para llevarlas a la práctica hace falta dinero. Algunos bancos brindan a sus clientes la posibilidad de colaborar con causas humanitarias y programas de desarrollo social.

Diferentes métodos, un mismo fin
Desde siempre, las cajas de ahorros destacan por su carácter fundacional y destinan un porcentaje elevado de sus beneficios netos a distintos proyectos de bienestar colectivo. Las ganancias anuales de estas entidades tienen dos finalidades: la constitución de reservas financieras para ser autosuficientes y la financiación de proyectos sociales, solidarios y benéficos. Es un área a la que, en promedio, asignan un 25% de los excedentes generados cada año. Según las cifras oficiales, sólo en el último lustro las cajas españolas han invertido casi 8.000 millones de euros en obra social, una partida muy superior al presupuesto público en I+D+i para 2010.

Más allá de estos volúmenes, lo interesante es que cada entidad, ya sea banco o caja, pone en marcha para estos fines diferentes mecanismos. En cierto modo, es lógico. Si en otros ámbitos varía el modo de recaudar fondos (desde la hucha artesanal hasta el envío de sms solidarios, hay infinidad de opciones), ¿por qué no habría de ocurrir lo mismo en el sector financiero? La Asociación Española de Banca (AEB), que congrega a casi todas las entidades nacionales y extranjeras que operan en España, subrayan que no hay un único modelo ni una política de beneficencia común. Si bien los bancos tienen áreas de responsabilidad social, cada uno enfoca este tema de una manera distinta y con un estilo propio.
En el sector de las cajas de ahorros, la situación es similar. Aunque se diferencien de los bancos por carecer de accionistas y destinar sus beneficios a obras sociales, las 45 entidades que operan en nuestro país acometen los proyectos de manera diferente. Se definen por la vertiente social y comparten el objetivo fundamental de colaborar con el bienestar colectivo, pero sus métodos son distintos. En 2008, se pusieron en marcha 201.607 actividades. Los usuarios de estas iniciativas e instalaciones rondaron los 141 millones de beneficiarios.

Renovación solidaria
Los modelos para capitalizar proyectos de desarrollo social se han renovado en los últimos años. No es una cuestión única de las cajas de ahorros, sino que también los bancos se preocupan por innovar. La posibilidad clásica de transferir o depositar dinero en las cuentas corrientes de las ONG continúa en vigor, pero hay otras maneras de colaborar económicamente con sus causas.

Una de ellas consiste en destinar los intereses generados en la cuenta de ahorro a un proyecto solidario elegido por el cliente. Esta opción -puesta en marcha el año pasado por Caja Navarra- es pionera en el sector por dos razones. La primera, porque consigue que la donación (y la dotación) dependa del beneficio neto. La segunda, porque el cliente elige la iniciativa que ha de financiar. Supone una vuelta al espíritu fundacional de las cajas. Con este mecanismo, los clientes deciden el destino de su dinero.

El proyecto más reciente promovido por esta entidad se desarrolla en Uganda. Sin embargo, no todos los programas sociales atraviesan las fronteras. Destaca la creación de la Fundación Gazte Lanbidean, de BBK, que promueve la formación profesional y la creación de empleo entre la juventud vizcaína. Es una iniciativa puntera porque invierte parte de su rendimiento en financiarla, informa a los clientes sobre los cometidos de esta fundación y facilita que colaboren con ellos.
Las opciones son variadas, ya que cada vez hay más instrumentos financieros orientados a la solidaridad. Son programas a través de los cuales los clientes se benefician de los productos bancarios tradicionales (fondos de inversiones o tarjetas de crédito), mientras aportan parte de las ganancias a proyectos de desarrollo social, cultural o sanitario. Destacan los depósitos solidarios de buena parte de las entidades. La diferencia entre ellas -además de los proyectos que financian- pasa por las aportaciones mínimas requeridas a los clientes (entre 500 y 1.000 euros, según el banco) y las rentabilidades, que oscilan entre el 3,5% y el 4,5% TAE.

El modelo de las tarjetas de crédito es otra opción interesante. Por un lado, las principales firmas destinan a distintas ONG cantidades dinerarias equivalentes a parte del gasto de los titulares en sus compras. Por otro, se suman a las iniciativas específicas de las entidades asociadas que las expiden. La Visa Solidaria de Caja Granada destina un porcentaje de los intereses de la tarjeta a una acción social concreta. Las tarjetas ONG de Bancaja invierten la mitad de los beneficios obtenidos por el banco gracias a las compras de los clientes en las ONG o asociaciones de voluntariado que hayan elegido con anterioridad los titulares. Esta caja cuenta con un amplio listado de organizaciones seleccionadas con rigor (cerca de 300) y da la posibilidad de cambiar de asociación en un momento determinado.
Información y seguridad
La seguridad y la transparencia en el manejo del dinero resultan fundamentales para todos los bancos y cajas de ahorros, más aún cuando funcionan como intermediarios financieros entre sus clientes y las ONG. Por ese motivo, antes de que una entidad registre a una asociación como beneficiaria de sus rendimientos, se cerciora de que sea fiable, tenga trayectoria y trabaje de manera activa en beneficio de la comunidad. En general, se les exige que estén constituidas como tales, que cuenten con una declaración de utilidad pública y que demuestren una antigüedad que, como mínimo, supere los tres años. Estos parámetros dan tranquilidad a las entidades y, por extensión, a sus clientes. La actividad de la Obra Social de las cajas de ahorros está regulada y documentada en informes periódicos que se remiten al Banco de España.

Los bancos, que por su constitución no están obligados a desarrollar actividades de obra social, funcionan de un modo distinto y son más conservadores. En todos hay cuentas abiertas por ONG, pero no siempre se establecen mecanismos para ordenar transferencias de dinero. Cualquier cliente puede decidir qué hacer con su capital, dónde invertirlo o a qué causa donarlo, pero el banco no tiene potestad para operar con las cuentas de sus clientes, ni con sus rendimientos. Así lo explican desde Banesto, Santander y Banco Popular, tres entidades miembro de la AEB. Estos bancos coinciden al indicar que no hay mecanismos automáticos de solidaridad y descartan que puedan redirigir el dinero de un capital privado a proyectos sociales ya que la única persona habilitada para ello es el propio cliente.
Otra cuestión es el compromiso del banco con la sociedad y sus políticas sociales, tanto las permanentes como las puntuales. En las primeras se engloba el programa "Solidaridad x2" de Banesto, mediante el cual, cualquier donativo a las cuentas abiertas por las ONG se duplica de modo automático a través de los fondos de la Fundación del banco. Si una persona deposita 1.000 euros, la fundación depositará otros 1.000. Cuando se realizan transferencias o ingresos con fines benéficos, las transacciones están libres de gastos y comisiones de envío.

Abrir una cuenta o contratar un plan de pensiones se traduce, en algunos casos, en desarrollo social. Algunos bancos ceden una parte de las comisiones de gestión a objetivos solidarios. En cuanto a las políticas puntuales, destaca el caso de Haití que, por reciente y dramático, ha dado lugar a numerosas iniciativas bancarias. Además de los proyectos habituales impulsados por las entidades, se han creado campañas específicas de ayuda para los damnificados, se ha donado dinero y se ha apoyado a las causas iniciadas por asociaciones como Unicef, Cruz Roja o Médicos Sin Fronteras.

Más allá de las diferencias entre entidades, o entre bancos y cajas, es fundamental informarse acerca de los proyectos que apoyan, si hay más de una iniciativa en marcha y si es posible elegir. Aunque todas dirijan sus esfuerzos al desarrollo social, en mayor o menor medida, la variedad es enorme. No es lo mismo invertir en cultura o en restauración de edificios históricos, que sumarse a los proyectos ecologistas, donar dinero a iniciativas de educación o ayudar a paliar la desnutrición infantil. Todas estas áreas forman parte del progreso humano, pero se relacionan con distintos aspectos y siempre se siente más afinidad por unos que por otros.

1.2.10

"Intentamos que las piezas sean de autor y no reeditadas"

En el nuevo local de Tokyostory suena la voz inconfundible de Bowie. Un vinilo (Young americans) da vueltas en el tocadiscos y hace dudar de la fecha: ¿es 1975 o seguimos en 2010? Da igual. La música va a tono, pues únicamente venden piezas de decoración, iluminación y muebles de los años cincuenta, sesenta y setenta. «También hay cosas de 1930 y 1980 —corrige Sonia, que lleva la tienda con Cebas—, pero son excepciones».
¿Por qué han elegido esas décadas?
Porque nos entusiasman, especialmente los años cincuenta. Nuestros diseñadores fetiche, como Gaia Olenti por ejemplo, son italianos y americanos de esa época.

¿Dónde consiguen las piezas?
Viajamos todos los meses sobre todo a Francia y Holanda, aunque también hemos ido hasta Bélgica y tenemos pendiente traer objetos de Escandinavia. Hay cosas chulísimas. Siempre volvemos con la furgoneta llena.

Pero, ¿van a ciegas?
No, ya sabemos dónde comprar. Además contamos con proveedores que se dedican a peinar lotes de obras, pisos vacíos, mercados... y nos avisan.
¿Cuál es el criterio para elegir?
Al principio, hace seis años, traíamos todo lo que nos gustaba, que era mucho [risas]. Con el tiempo y la experiencia hemos ido afinando la selección. En ese sentido, Cebas es clave: él tiene la capacidad de ir a un mercadillo y enseguida detectar lo que vale de entre todo lo demás.

¿En qué se fijan?
Intentamos que las piezas sean de autor y que no hayan sido reeditadas; algo bastante difícil, ya que hoy en día se fusila absolutamente todo. Buscamos la firma y, si no hay, elegimos los objetos por su carácter, por los materiales y por su capacidad de transmitir cosas. No nos valen si no tienen punch.

¿Siempre los encuentran tan impecables como los vemos en la tienda?
No, qué va. En el caso de los muebles, la mayor parte de las veces están muy descuidados y es necesario restaurarlos. Cebas y yo tenemos formación en Bellas Artes, y nos gusta ese trabajo. Además, siempre buscamos textiles de diseño que se ajusten bien a la época.
Bilbao. Arbolantxa, 6. Tel. 944 790 393. www.tokyostory.biz

"A medida que pasa el tiempo, pienso más en volver a mi país"

El productor polaco Bartosz Nitsche, que ha trabajado para grandes compañías de teatro, como el Circo del Sol, vive desde hace treinta años en Euskadi

Cuando llegó al País Vasco, Bartosz Nitsche era un niño. «Sólo tenía diez años; era chiquitín», dice hoy con voz de adulto y cierto deje de nostalgia. Es normal: desde que él y su familia emprendieron aquel viaje han pasado treinta años, así que Bartosz ha vivido más tiempo aquí que en Polonia, su país de nacimiento. «Parecerá una locura que eche de menos Gdansk, mi ciudad, pero así es. Hay quienes dicen que la patria de uno es la infancia, y es cierto», reflexiona.

En su recuerdo, 1980 fue un año de grandes cambios. En Polonia, un movimiento de oposición al Gobierno hacía frente al régimen estalinista y daba comienzo al fin del comunismo. Aquí, la democracia estaba de estreno tras cuatro décadas de dictadura. Fue en ese contexto de transformación política, económica y social cuando la familia Nitsche llegó a Euskadi. Concretamente, a Sestao.
«Vinimos aquí por mi padre, que era ingeniero naval», recuerda Bartosz, aunque puntualiza que no fue el primer destino en el extranjero. «Antes de eso vivimos un año en Irak, hasta que le destinaron a los astilleros vascos», señala. Aquella fue, sin duda, una oportunidad de progreso para su familia y, al mismo tiempo, un gran desafío para él, que sólo hablaba polaco y apenas algo de inglés. «Fue duro», reconoce. Sin embargo, «los niños son como esponjas: absorben todo deprisa. En poco menos de un año, controlaba el español», recuerda.

El idioma fue la diferencia más notoria, pero no la única. «Me llamaba la atención que la gente hablara tan alto, como gritando, y que tuviera la costumbre de reunirse en los bares. La cultura es completamente distinta en Polonia, porque no se hace tanta vida en la calle. La gente suele reunirse en las casas de sus amigos y su familia», explica y agrega: «Supongo que el clima tiene mucho que ver. Aquí hace buen tiempo y eso ayuda a salir. Allí, cuando es invierno, anochece a las cuatro de la tarde. Por eso el ritmo también es distinto... Para aprovechar el día, se empieza a trabajar a las siete de la mañana».

Pese a todo, la familia se adaptó bien. Y creció, pues el hermano menor de Bartosz nació aquí. «Es curioso -opina-. Yo soy polaco y me he quedado en Euskadi; y él, que es vasco, vive en Polonia. Mi hermano se dedica al baloncesto profesional, aunque, por nacimiento, podría jugar en el Athletic si quisiera», dice entre risas.

Una elección personal
Lo cierto es que, en la década de los noventa, su familia se marchó. «Mi hermano era muy pequeño y no pudo elegir, pero yo tenía algo más de veinte años y preferí quedarme. Tenía a mis amigos y a mi novia, trabajaba, estaba estudiando... Mi vida estaba aquí y, además, el País Vasco me gustaba mucho», enumera Bartosz, quien, si bien no decidió venir, diez años después escogió quedarse. «Eso sí, la decisión no fue sencilla porque, de un día para otro, me quedé solo», matiza.
La vida en Euskadi es, desde entonces, un proyecto personal; un camino que ha transitado en solitario y que le encuentra hoy, con cuarenta años, convertido en manager y productor. En el plano profesional, se ha dedicado al mundo del espectáculo -en particular, de la música- y ha trabajado para grandes compañías teatrales, como el Circo del Sol. «Me apasionan las artes escénicas, la música, y disfruto mucho con mi trabajo, con la gente que conozco y los lugares adonde voy», dice.

En el ámbito personal, echa de menos su tierra y a los suyos. «Me pesa aquella decisión que tomé cuando era un muchacho. Será que me estoy haciendo mayor -dice con una media sonrisa- pero a medida que pasan los años, pienso más en volver a mi país. Me gustaría estar más cerca de mi madre, de mi hermano o de mi abuela, que tiene 97 años y es una mujer excepcional. Aunque soy un hombre adulto, cada vez que voy allí, disfruto mucho de la sensación de estar arropado; me dejo querer. Por otro lado -sopesa-, aquí está mi casa, mis cosas y los lazos que he tendido. Los vascos son estupendos y no sé si podría marcharme».