31.8.09

"Por momentos sientes que tu vida está partida en dos"

Llegó a Bilbao hace dos años con un único objetivo: estudiar. Su meta era cursar un posgrado y regresar luego a Colombia, donde ejercía de abogado. Alfonso Rojas tenía todo calculado, aunque le faltó considerar un detalle. «No tuve en cuenta que el País Vasco me iba a enamorar», dice hoy. Ahora que ha conseguido aunar estudios y trabajo, participa en la organización del festival 'Gentes del Mundo'.

Alfonso Rojas es uno de tantos inmigrantes 'accidentales', ya que cuando vino a Bilbao, allá por noviembre de 2007, no tenía previsto quedarse más de un año, el tiempo que iba a durar su máster. «Siempre había tenido la ilusión de estudiar fuera de Colombia y hacer una especialización en otro país -explica-, así que cuando surgió la oportunidad de cursar el posgrado en Derechos Humanos de la UPV, viajé aquí sin dudarlo».

Pero los planes iniciales casi siempre varían, no se corresponden al cien por cien con la realidad. Y el caso de Alfonso no fue la excepción, pues hubo un matiz no previsto: el País Vasco le enamoró. «Me sentí muy bien aquí desde el principio, tanto con la gente como con la calidad de vida. Cuando terminé los estudios, descubrí que todavía no quería irme», relata.

Y aquí sigue. Un nuevo máster -esta vez sobre perfiles de las víctimas- le mantuvo ligado a Euskadi. «Realmente, me siento cómodo. Tengo buenos amigos aquí y jamás me sentí discriminado. Aunque uno quiera mucho a su tierra, está bien conocer algo más, aprender de las cosas buenas que existen en otros lugares», reflexiona. De ahí que, dos años después de haber venido, Alfonso se esté planteando homologar su título universitario y encarar un doctorado en Derecho.

«La vida universitaria es muy dinámica y te mantiene activo. Lo duro llega después, cuando piensas en lo que dejaste atrás y los que están lejos», matiza con la voz pausada. Toda su familia está en Colombia. «A veces te asaltan las dudas, quieres estar en ambos sitios a la vez. Aunque seas una persona optimista, por momentos sientes que tu vida está partida en dos», añade. Sin embargo, y como él mismo reconoce, nadie le obligó a venir ni a quedarse. «Fue una decisión personal, y resultó difícil por lo que implicaba desde el punto de vista de los afectos, pero yo lo elegí. Era mi sueño... Una vez que te lanzas al abismo, sigues».

Alfonso compagina los estudios con su trabajo como administrativo en la asociación hispanolatinoamericana Ahislama, la misma que este año coordina el festival Gentes del Mundo. Desde allí subraya la enorme riqueza multicultural que existe en la capital vizcaína. «Es una suerte conocer personas de distintos lugares, saber de primera mano cómo son sus países, sus costumbres; cómo piensan, en qué creen».

Concurso de cortometrajes
Dentro de las muchas actividades que se desarrollarán entre el 14 y el 20 de septiembre en el marco de este festival, Alfonso destaca una por original, participativa y novedosa: un concurso de cortometrajes realizados con teléfono móvil. «Es un certamen abierto a todo el que quiera participar, independientemente de su nacionalidad. La idea es que envíen grabaciones de hasta tres minutos de duración que hayan sido realizadas con la cámara del móvil», explica. El tema propuesto para esta edición es la interculturalidad. «Los mejores cortos se van a proyectar durante el festival, y habrá premios», adelanta Alfonso, mientras repasa una carpeta llena de folios e información.

Las actividades previstas son muchas, hay datos de todo tipo y no es fácil memorizarlo todo. «Las últimas semanas han sido una locura -confiesa-. Hay más de setenta asociaciones de inmigrantes organizando este festival, así que es fácil imaginar la cantidad de gente que participa. Además, habrá eventos para todos los gustos». La lista es larga. Talleres para niños, danza, música, gastronomía, pintura, fotografía... «En lo personal, creo que es una excelente oportunidad para que cada uno muestre a los demás su cultura, su saber, de dónde viene; aquello de lo que se siente orgulloso. Para ver lo negativo, ya está la televisión», concluye el abogado.

22.8.09

"Bilbao es el mejor sitio del mundo después de Nueva York"

Andrea Cardone nació en Colombia y no fue suya la decisión de emigrar: llegó a Bilbao con catorce años, «a esa edad en la que los amigos del instituto parecen ser lo más importante del mundo». Diez años después de aquel «gran cambio», se siente feliz en la capital vizcaína, donde es propietaria de un bar y donde, asegura, le encantaría jubilarse.

La entrevista tiene lugar en pleno fervor del festejo. La Aste Nagusia bilbaína no da tregua a nadie en la villa, y mucho menos a los hosteleros que, como Andrea, concentran en estos días gran parte de la actividad del verano. «Ojalá todas las semanas fueran como esta», imagina la joven colombiana, con una amplísima sonrisa. A sus 24 años, es propietaria de un bar en Bilbao que regenta junto a su novio y tiene firmes intenciones de crecer como empresaria en el sector de la hostelería.

Su situación actual y sus sueños se cuentan con rapidez, pero ha llevado tiempo forjarlos. Ocho años, para ser exactos, ya que Andrea empezó a trabajar cuando tenía dieciséis. «Compaginaba los estudios con el trabajo de camarera durante las vacaciones y los fines de semana», recuerda. «Estuve en restaurantes y hoteles de aquí y de fuera; trabajé en Marbella, Estados Unidos e Inglaterra, y de a poco fui aprendiendo lo que sé», agrega. La principal moraleja: que el esfuerzo siempre tiene recompensa.

«Llegué a Bilbao cuando tenía catorce años; en plena adolescencia. Estaba en esa edad crítica en la que los amigos del instituto parecen ser lo más importante del mundo, así que salir de Colombia fue para mí un pequeño gran drama. Obviamente, el viaje fue una decisión de mis padres, no mía», señala con un punto de nostalgia. La elección de Euskadi fue simple: sus tíos ya estaban aquí. «Ellos no iban a volver al país y este era el único modo de mantener unida a la familia».

Claro que el contraste inicial no fue sencillo para Andrea. «Cuando vinimos, era verano. Yo no conocía a nadie. No tenía amigos aquí y en mi familia no había gente de mi edad. Fueron unas semanas muy aburridas», confiesa. El instituto cambió eso, aunque al principio se sintiera «como un bicho raro». En ese entonces -evoca- «la inmigración no estaba tan extendida como ahora y yo era la única extranjera de mi clase. Entre que no sabes ni por dónde te pega el aire y quedas excluido de algunas asignaturas, como el euskera, te sientes un poco perdido, pero la verdad es que el proceso acabó siendo más fácil de lo que podría haber sido. Dicen que soy una persona que se adapta con facilidad», reflexiona con un acento tan vasco que hace dudar de su origen.

Buscarse la vida
Hasta aquí llega una parte de la historia: la que comparten casi todos los adolescentes cuyos padres se aventuran a emigrar. Pero, en el caso de Andrea, hubo algo más. Un duro contratiempo familiar. Apenas dos años después de llegar a Bilbao, su padre falleció, y eso cambió radicalmente las cosas. «Nos quedamos solas mi madre y yo», sintetiza. «Estaban mis tíos, que nos arroparon en ese momento, y también hubo gente de aquí que nos echó un cable muy fuerte. Si se puede, quisiera agradecer públicamente a Miriam López. Ella nos ayudó mucho y hasta nos alquiló un piso súper baratito para que pudiéramos empezar».

Lo que estaba claro para Andrea era que más cosas debían cambiar. «No podía dejar que mi madre trabajara para mantenernos a las dos, ni que cubriera ella sola todos los gastos que genera una adolescente. Sentí que era el momento de empezar a buscarme la vida y así fue que empecé», indica. De trabajar los fines de semana pasó a hacerlo durante sus vacaciones. Y, una vez que terminó los estudios, se zambulló de lleno en el mundo de la hostelería.

«Me encanta -dice-. Recuerdo que en un momento pensé que no quería ser camarera toda la vida, pero sí dedicarme a este sector, así que me lancé a montar mi propio negocio. He viajado mucho, por suerte, y he aprendido cosas que intento aplicar día a día. Pero eso sí te digo: no hay nada como el País Vasco. Después de Nueva York, Bilbao es el mejor sitio del mundo. Y es aquí donde me voy a jubilar».

17.8.09

"Los vascos son estupendos; no cambiaría Bilbao ni loco"

Se marchó de Marruecos en el año 2000 y su primer destino fue Cádiz. «Me invitaron a un festival de música que hubo allí y fui con el grupo que tenía», explica. La experiencia de conocer un país nuevo y ver «la Europa real» no le dejó indiferente. Tras vivir en Barcelona tres meses, Mustapha Agharban vino a Bilbao y, desde entonces, no se ha ido. Euskadi y su gente le han «enamorado».

Cuando el agua empieza a hervir, Mustapha apaga el fuego e introduce hierbabuena en la tetera. «Vamos a ver qué tal me queda», dice humildemente, con tono de primerizo, mientras escoge un par de vasos de colores y deja la infusión en reposo. La cocina de su casa huele a azúcar, y eso que le ha puesto al té menos del que debería llevar. «Es que intento cuidarme un poco», se excusa con una sonrisa señalándose la tripa, aunque la 'curva de la felicidad', en su caso, tenga más que ver con la alegría que con los dulces.

Contento por recibir visita en su casa, Mustapha sirve el té en la mesa del comedor y resume en pocas palabras cómo es posible que un bereber termine viviendo entre vascos. «Cuando viajé de Marruecos a Cádiz, vi la Europa real. La gente, la arquitectura y el paisaje eran distintos. Me gustó tanto que decidí quedarme un tiempo más. Primero fui a Barcelona y a los pocos meses vine a Euskadi porque una de mis hermanas vivía aquí, en Ermua. Me enamoré del país, pensé 'prohibido mirar atrás' y me quedé», sintetiza. Aunque hay más.

Es hora de probar el té, que ya humea en los vasos. «¡Kontuz! Está caliente», advierte con naturalidad en una mezcla curiosa de euskera y castellano. A Mustapha se le dan bien los idiomas, aunque él sostenga que todavía le falta mucho para hablar con fluidez. Del tamazight -su lengua natal- y el árabe -la lengua oficial de Marruecos-, al español, el euskera o el inglés, hay un paso. No obstante, ni el idioma, ni la procedencia o la cultura han sido obstáculos insalvables en su proceso de integración. El amor, aunque suene cursi, es el más universal de los lenguajes.

«Un flechazo»
No tenía previsto enamorarse, pero Mustapha conoció aquí a su esposa, una mujer de origen alemán que ya llevaba unos cuantos años viviendo en la capital vizcaína. «Nos conocimos en octubre del año que llegué y fue un flechazo -confiesa-. Nos casamos casi enseguida». Muy lejos de los desencuentros -y de los países natales de ambos-, él y su mujer encontraron que las diferencias culturales pueden ser muy divertidas y actuar como una fuente inagotable de riqueza.

«Tengo un carácter muy abierto y me gusta reírme de mí mismo y de algunos rasgos de mi cultura. El sentido del humor es muy sano y es necesario para hacer autocrítica», opina Mustapha, aunque es consciente de que «nadie está libre de tener prejuicios hacia los demás».

En lo personal, convivir con una alemana le ha dado -reconoce- un mayor sentido de la formalidad y la puntualidad. A su vez, ella es miembro de la agrupación musical de su marido, que intenta dar a conocer la tradición cultural bereber, de Marruecos y otras partes del mundo.

Aste Nagusia distinta
Precisamente, durante las fiestas de Bilbao, Mustapha impartirá talleres de percusión infantil todos los días en Txikigunea. «La música es un modo de expresar lo que uno siente, pero también es una forma de contar la cultura. La melodía bereber es muy sencilla y llega con facilidad a todo el mundo. Lo bonito es cuando mezclas unos sonidos con otros, unos músicos con otros. En la asociación hay personas de muchos sitios distintos», explica.

Para él, la integración es una vía de doble sentido. «Cuando la gente emigra, muchas veces se queja de que no es bien recibida, pero se olvida de poner algo de su parte para favorecer la relación con los demás. Yo mantengo todo lo bueno de mi cultura, pero también aprendo de la alemana y de la vasca. La gente de aquí es muy solidaria y abierta; y tanto mi esposa como yo sentimos que esta es nuestra casa».

¿Y qué hay de Alhouceima y Stuttgart? «Hemos viajado al país del otro y hemos conocido a nuestras familias, pero los vascos son estupendos. Trabajan como en el norte, se divierten como en el sur y son buenos anfitriones. No cambiaría Bilbao ni loco».

10.8.09

Registrar un invento

El tiempo mínimo para obtener una patente nacional es de 30 meses y su coste varía entre 700 y 1.300 euros

Un sobre para envíos postales transformable en marco expositor o una pinza para abrir orificios son algunos de los más recientes y curiosos inventos que han visto la luz en España. Por supuesto, hay muchos más, cientos de artilugios que dan fe de la creatividad de los españoles. La lista es variada y, sin embargo, todas las creaciones que la conforman tienen algo en común: fueron patentadas antes de darse a conocer al público. ¿La razón? Proteger legalmente al inventor y garantizarle la posibilidad de obtener un beneficio de su idea.

Proteger una idea
Una patente es un título que da derecho a una persona, una empresa o una asociación a explotar de manera exclusiva un invento; a impedir que otros lo fabriquen, lo vendan o lo usen sin su consentimiento expreso. Más que autorizar al inventor para fabricar y comercializar su producto, evita que los demás ganen dinero con él. Al menos, durante un tiempo, pues el privilegio de exclusividad no es indefinido. Según la legislación vigente, una patente tiene una duración de 20 años, que se cuentan desde el momento en el que el inventor solicita la concesión. Transcurrido ese tiempo, cualquier empresa puede fabricar el producto sin contar con la autorización de su titular.

En 2004, la Oficina de Patentes y Marcas Registradas de Estados Unidos (PTO) permitió a Microsoft registrar el "doble clic" como propio, de modo que, en teoría, cualquier aplicación o programa que lo utilice en este momento debería contar con la autorización de la empresa y pagarle o, en su defecto, dejar de usarlo para evitar enfrentarse a un litigio. Pero... ¿se puede patentar cualquier cosa? ¿Cómo se registra un invento? ¿Adónde hay que ir? ¿El trámite es caro? ¿Cuánto tarda? Antes de responder con detalle a estas preguntas, conviene tener en cuenta algunas cuestiones. La primera: no todo se puede patentar. La segunda: se distinguen diferentes tipos de patentes (nacionales, europeas e internacionales). Y la tercera: hay que armarse de paciencia. Tramitar una patente nacional tarda, como mínimo, dos años y medio.

¿Qué se puede registrar?
Para que un invento pueda ser patentado debe cumplir tres requisitos: ser nuevo, implicar actividad inventiva y tener aplicación industrial.
La Oficina Española de Patentes y Marcas (OEPM) señala que una invención es 'novedosa' cuando no está comprendida en el estado de la técnica, si no hay registros anteriores de una tecnología igual, tanto en España como en el extranjero. Por esta razón, los inventores particulares y, en especial, las empresas de I+D realizan búsquedas documentales antes de invertir en un proyecto determinado. Para los investigadores, las fuentes habituales son las publicaciones científicas, los congresos e, incluso, Internet. No obstante, son las propias oficinas de patentes las que proporcionan una idea certera acerca del estado de la técnica en un campo determinado.

El requisito de la 'actividad inventiva' deriva de lo anterior, ya que la creación en cuestión no puede resultar del estado de la técnica de una manera evidente para un experto en la materia. En otras palabras: no vale que el invento propuesto difiera ligeramente o sea una continuación de otros parecidos que ya estén registrados. En cuanto a la 'aplicación industrial', la normativa establece que el objeto debe poder ser fabricado en cualquier tipo de industria, incluida la agrícola.
Cumplir con estas tres exigencias de base es fundamental para solicitar una patente. Sin embargo, no garantiza obtenerla. Las teorías científicas y los métodos matemáticos no se consideran invenciones y, por tanto, no se pueden registrar como tales. Lo mismo ocurre con las obras literarias o artísticas, los planes para el ejercicio de actividades y las formas de presentar información. Para estas cuestiones hay otro tipo de registros, como la propiedad intelectual o los derechos de autor. En el terreno de la medicina y la salud, tampoco pueden obtener una patente los métodos de tratamiento quirúrgico o terapéutico, ni los métodos de diagnóstico, porque no tienen aplicación industrial. En cambio, sí se pueden patentar los productos (ya sean sustancias, instrumentos o aparatos) para la puesta en práctica de esos métodos.
Los casos hasta ahora citados, o bien no se consideran inventos o no se pueden fabricar y, por ello, no son patentables. Pero también se deniega el registro de invenciones en toda regla. Está prohibido patentar cuando la publicación o explotación "sea contraria al orden público o a las buenas costumbres", como los procedimientos de clonación de seres humanos o los que modifican la identidad genética en personas o en animales.
¿Dónde y cómo pedir una patente?
Cualquier persona física o jurídica tiene derecho a patentar un invento. El primer paso es presentar una solicitud. Este trámite inicial puede realizarse en la Oficina Española de Patentes y Marcas, en las oficinas de Correos y en los consulados de España, para quienes residan en el extranjero. Hay un formulario específico que se debe cumplimentar para que la solicitud tenga validez y la gestión empiece a avanzar. Aunque es posible descargar éste y todos los impresos desde el portal web de la OEPM, conviene consultar en el organismo cuáles son las formalidades, ya que un error en este punto, por mínimo que sea, obligará a hacer correcciones y redundará en una pérdida de tiempo.

Hay dos maneras distintas de solicitar una patente: el procedimiento general y el procedimiento con examen previo. En el primer caso, se elabora un informe sobre el Estado de la Técnica (IET). Este documento contiene una lista con divulgaciones anteriores de inventos iguales o similares al que se quiere registrar. Es fundamental para valorar la novedad y la actividad inventiva del mismo. A su vez, se agrega una Opinión Escrita -abreviada como (OE)-, que es "preliminar y sin compromiso". En ella, se valora si la invención cumple con los requisitos de patentabilidad establecidos por la ley y si es novedosa con referencia a los resultados del informe. El segundo camino para tramitar un registro exige, además del IET, un examen de fondo con los requisitos de novedad y actividad inventiva, así como de la suficiencia de la descripción. La concesión o denegación de la patente está condicionada al resultado de ese examen exhaustivo y a que se subsanen las objeciones que puedan señalarse en él.

Se opte por uno u otro, ambos tienen una primera fase común que tarda, como mínimo, entre 18 y 20 meses. Hasta que se publica el Informe sobre el Estado de la Técnica (IET), los trámites son los mismos:
  • Lograr que la solicitud se admita a trámite y que, al hacerlo, se otorgue al inventor la fecha de presentación. Esto es muy importante, ya que esa fecha oficial es la que da el derecho de prioridad: si dos personas por separado intentan patentar un invento igual o similar, se le dará preferencia a quien haya empezado antes las gestiones.
  • Para que se admita la petición, el interesado debe presentar una instancia por la que se solicita que la patente contenga el título de la invención y los datos del solicitante (nombre y apellidos, o denominación social, domicilio, nacionalidad y firma). Además, debe adjuntar una descripción del invento, las reivindicaciones que sean necesarias y el justificante de pago de la tasa correspondiente, ya que cada paso que se da tiene un coste.
  • Desde que recibe esta documentación, la Oficina Española de Patentes y Marcas dispone de 10 días para examinarla y evaluar si reúne los requisitos necesarios para ser admitida. Si todo está bien, concederá una fecha de presentación, que coincidirá con el día en el que el inventor depositó la solicitud. Si hay errores, se notificarán al interesado para que los corrija en un plazo máximo de 10 días. La normativa es estricta y, de no subsanar las deficiencias en ese periodo, la solicitud se considera desistida.
  • Una vez que se adjudica la fecha de presentación, pasarán dos meses durante los que la solicitud se mantiene en secreto. Transcurrido ese tiempo, volverá a ser examinada según lo que dispone la Ley de Patentes Española y el Reglamento de Ejecución. Como en el punto anterior, si todo es correcto, se da paso a otra fase. Si no, el interesado deberá corregir los errores antes de que transcurran dos meses.
  • Lo siguiente es esperar una notificación de la OEMP. En este documento, el organismo comunica al interesado que el procedimiento sigue en marcha y le indica que debe pedir que se realice el Informe sobre el Estado de la Técnica (IET). La petición ha de hacerse por escrito con el formulario adecuado y se ha de abonar la tasa que corresponde, fijada en 664,51 euros. Tanto el pago de ésta como la petición del IET deben hacerse en el plazo de un mes desde que se recibe la notificación de la OEMP porque, en caso contrario, la solicitud se considera retirada y toda las gestiones realizadas hasta el momento pierde validez.
  • En este punto, toca esperar otra vez. Antes de avanzar, la OEMP debe realizar el Informe sobre el Estado de la Técnica. Cuando pasa un año y medio desde que el interesado solicita la patente (18 meses a partir de la fecha de presentación) y cuando los documentos superan el examen técnico, la Oficina de Patentes da a conocer esa solicitud mediante un anuncio en el Boletín Oficial de la Propiedad Industrial (BOPI). En paralelo, la Oficina publica edita un folleto que contiene íntegra la solicitud de la patente y el IET.
Esperar y decidir
¿Y después, qué se debe hacer? En pocas palabras: esperar y decidir. Cuando la Oficina de Patentes hace la publicación en el BOPI, la gestión de concesión se interrumpe durante tres meses. En ese periodo, el solicitante tiene que elegir cómo quiere continuar: si con el procedimiento general o con el que conlleva un examen previo. En cualquier caso, este es el momento en que el camino se bifurca y los trámites se diferencian según lo que el interesado decida.

Opción 1: el procedimiento general Pasados los tres meses de plazo, la Oficina de Patentes anuncia en el BOPI que se reanuda el procedimiento general de concesión. Con ello, abre un plazo de dos meses para que cualquier persona pueda formular observaciones, "debidamente razonadas y documentadas", sobre la novedad y la actividad inventiva del dispositivo que se quiere patentar. Al finalizar este periodo, todas las observaciones son trasladadas al solicitante para que las conteste y haga los comentarios que crea oportunos; incluso para que modifique las reivindicaciones si quiere, siempre y cuando ese cambio no suponga un aumento o ampliación del objeto de su invento. Cuando se cierra este plazo, la OEMP concede la patente y lo pone en conocimiento del público a través del BOPI, donde publica también todos los documentos relacionados con el proceso para registrar el invento. Tras abonar la tasa de los derechos de concesión (algo menos de 30 euros), se expide el Título de Patente.

Opción 2: el procedimiento con examen previo Si se elige esta modalidad, la Oficina de Patentes anuncia en el BOPI que se reanuda el procedimiento de concesión con examen previo. Al escoger este camino, y para evitar las posibles objeciones de falta de novedad y actividad inventiva, el interesado puede presentar (por triplicado) un nuevo juego de reivindicaciones modificadas. De cualquier modo, la publicación en el BOPI abre un plazo improrrogable de dos meses para que cualquier interesado pueda oponerse a la concesión de la patente, alegando con lógica y documentación (como en el proceso anterior) la falta de cualquiera de los requisitos exigidos para registrar el invento.

Después de estos dos meses, la Oficina de Patentes procede al examen de fondo de la solicitud; el de la novedad, la actividad inventiva y la suficiencia de la descripción. Si en este estudio no se encuentran carencias y si no hay oposiciones, la OEMP concederá la patente solicitada. ¿Y qué pasa si alguien presenta una objeción o si el examen determina que falta algún requisito? En estos supuestos, se le notifica al solicitante y se le dan dos meses para subsanar los errores, ya sea modificar la descripción de su invento o contestar a las oposiciones presentadas. Este paso es irrenunciable, ya que, de no cumplirlo, la Oficina le denegará la patente.

Mantener los derechos
Aunque, a primera vista, los trámites necesarios para obtener una patente parecen más difíciles que inventar algo, lo cierto es que no son tan complejos. No en vano, en lo que va de 2009 ya se han pedido casi 2.000 y, como promedio, cada año se solicitan unas 3.500. A estas cifras -que desvelan que las provincias más activas son Barcelona, Madrid, Valencia, Alicante, Navarra y Guipúzcoa- habría que añadir también las solicitudes de patentes europeas e internacionales, ya que, como señalaba en una entrevista concedida a CONSUMER EROSKI el director del Departamento de Patentes, Miguel Ángel Gutiérrez, la oficina española es una de las 12 en el mundo que pueden tramitar peticiones en un ámbito global.

Obtener el Título de Patente no es el final del recorrido. Más bien, es al revés, porque durante los 20 años que dura la protección es imprescindible mantener los derechos, y esto se hace pagando una tasa anual. Una cuota que aumenta cada año y que pasa de 22,64 euros al comienzo a 632,85 en la última anualidad. Para algunas empresas, afrontar estos costes y los que se derivan de todo el proceso anterior es sencillo. Para otras, no. De hecho, quienes peor lo pasan son los particulares, los inventores que trabajan en solitario y que en ocasiones desisten de patentar sus creaciones por el dinero. Aunque no hay soluciones mágicas, se conceden ayudas económicas, tanto estatales como autonómicas. Si bien no conseguirán que el proceso sea más rápido, sí lo harán más llevadero.

"Si sólo haces amistad con tus compatriotas, tú solo te aíslas"

Nicolás Espinosa es arquitecto. Vino desde Colombia hasta Euskadi para formar parte de un proyecto que, en principio, iba a durar unos meses. Sin embargo, su viaje se alargó: desde que puso un pie en aquel avión han pasado casi diez años. «Acepté la oferta porque suponía una oportunidad profesional muy buena. No tenía previsto quedarme tanto, pero el caso es que aquí sigo», dice.

Hacía apenas un año que se había licenciado en Arquitectura y llevaba sólo seis meses ejerciendo su profesión cuando surgió la posibilidad de venir al País Vasco para continuar mejorando su técnica. «Por aquel entonces, la empresa para la que trabajo estaba desarrollando el proyecto de un parque tecnológico en Colombia. Lo hacía en colaboración con arquitectos de allí y, como parte del acuerdo, existía la posibilidad de intercambiar profesionales», explica Nicolás.

Él ya se había planteado trabajar en el extranjero durante un tiempo. Tenía planificado marchar a Estados Unidos -en concreto, a Nueva York- para «ver mundo, adquirir más experiencia y conocer las posibilidades que da el marco de otra ciudad, otro país y una cultura diferente». En ese sentido, el ofrecimiento de venir a Europa se antojó irresistible.

«Desde el punto de vista arquitectónico, España es un país reconocido a nivel internacional. Para muchos profesionales de fuera, venir aquí a trabajar es una gran oportunidad y un privilegio. Se trataba de una plaza muy buena y, a la vez, muy complicada de obtener, ya que había, y hay, demasiada demanda. Yo pensaba en EE UU como un destino más accesible, pero está claro que, culturalmente, aquello no tiene comparación con esto. Por eso cuando me plantearon venir a Bilbao, no lo dudé. Compré el billete de avión, armé la maleta y me vine».

Nicolás venía «en busca de la experiencia» e inicialmente pensaba estar aquí entre cuatro y seis meses. No obstante, cuando terminó el proyecto la empresa le ofreció continuar. «Fue lo típico del 'ya que estás...', 'ya que estás...'. Y aquí sigo. Han pasado más de nueve años y no tengo intención de volver».

Sus palabras dejan claro que está a gusto, aunque en su día hacer los trámites no fuese rápido ni fácil. «Yo vine desde Colombia con una oferta de trabajo en la mano y, aún así, tardé un año y medio en conseguir mi permiso de residencia y trabajo. Siempre falta un papel, un sello o un paso», apunta. Y añade: «Quienes dicen que los de fuera venimos a quitar el trabajo a las personas de aquí, no contemplan la burocracia ni los filtros ni las barreras. No tenemos prioridad por ser extranjeros; más bien, es todo lo contrario: no sólo competimos por un puesto; administrativamente, lo hacemos con desventaja».

Evitar el aislamiento
Pero Nicolás es de los que opinan que la integración depende de cada uno. «Muchas veces se forman guetos de distintos países y eso no es bueno para nadie. Está bien reunirse con otras personas de tu país, pero cuando sólo haces amistad con gente de tu misma nacionalidad comienza el aislamiento. Si atraviesas medio mundo y vives aquí, pero sólo tienes relación con la gente de tu ciudad o tu barrio de origen, ¿de qué te sirve la experiencia? ¿En qué medida te enriqueces?», se pregunta.

Para él, lo fundamental es acercarse a los demás con naturalidad. «Tengo muchos amigos vascos con quienes he aprendido las particularidades de la cultura local mientras compartía la mía. Uno nunca deja de ser lo que es y yo siempre diré que soy colombiano, pero no voy sacando bandera por el mundo. Si uno decide vivir en otro lugar, tiene que abrirse a lo que hay y adaptarse a las costumbres, más allá de que las comparta o no».

«La riqueza de cambiar de país es justamente esa. Al salir de tu burbuja, ves las cosas de otro modo, comparas, contrastas, y tienes una visión más amplia. Eso favorece todos los aspectos de tu vida, desde el personal hasta el profesional. Tengo la suerte de haberme marchado de Colombia porque quería, no porque debía, y si estoy aquí es porque me gusta y porque quiero. De otro modo, no me quedaría».

1.8.09

"Hay mucha gente que se olvida quién es y de dónde viene"

Rolando Guzmán es músico, aunque en Bolivia, su país, trabajó muchos años como soldador. Llegó a Euskadi en 2006 para «empezar una nueva vida», y de Bilbao le atraparon el paisaje y el clima, «tan parecidos a los que tenía en casa». Si bien dejó a un lado la música cuando decidió emigrar, hoy es miembro de ProAndino, una agrupación folklórica que mantiene vivas sus raíces.



Empezó a trabajar como soldador en Bolivia, cuando tenía dieciséis años, y se dedicó a ello hasta los 23, cuando le empezó a ir mejor como músico. Rolando siempre había combinado ambas actividades, «pero llegó un punto en el que ganaba más dinero con las actuaciones que tenía los fines de semana que con el trabajo que hacía en el taller de lunes a viernes». No fue difícil tomar la decisión: la música es su vocación y, además, era mejor pagadora.

La primera vez que vino a Europa, de hecho, fue hace ya siete años, con el Ballet Folklórico de Cochabamba. «Hicimos una gira por varias ciudades de España y llegamos hasta el País Vasco. Así fue que conocí Bilbao», relata. La capital vizcaína le gustó mucho y le sorprendió, pero no por ser diferente a su ciudad de origen sino, más bien, por lo contrario. «El clima es muy similar y el paisaje es también parecido. El verdecito, los montes... Incluso la ría -señala-. Cochabamba está atravesada por un río, pero la diferencia es que allí no se ve el mar».

Una de las principales características de Bolivia es que es un país sin costa. Está en el centro de América Latina. Pero, con independencia de ese rasgo, la ciudad donde vivía Rolando se encuentra en un valle andino; en el pasado tuvo actividad minera y hoy es un punto de negocios. Aunque no tenga astilleros ni gaviotas, tiene un punto bilbaíno.

Cambio profundo
Allí volvió él, tras la gira por España, y continuó con su carrera como músico hasta que se planteó un cambio profundo. "En Bolivia se suele decir que la vida del músico está maldita", apunta Rolando, y explica: «Siempre asocian a los músicos con la juerga, la bebida, las mujeres y la holgazanería. Te tachan de vago sin conocerte. Fíjate que también hay albañiles, ingenieros y médicos que son mujeriegos y beben, pero de ellos nadie piensa mal. De los músicos, en general, sí».

Cansado de los escenarios y la noche, Rolando decidió «empezar una nueva vida». Bilbao le había fascinado y, además, aquí vivía su novia. «Tenía dos motivos muy grandes para elegir la ciudad», dice con una sonrisa. Y, si bien el plan inicial era quedarse unos meses, la estadía se fue alargando hasta contarse por años. «También tenía aquí a algunos amigos; así que, en parte, era como estar en casa, aunque con más tecnología y mayor calidad de vida», indica.

Lo primero que intentó fue conseguir un trabajo en lo suyo, como soldador, «pero al no tener papeles, no podía», se lamenta. Por ello, «fui a parar donde la mayoría: en la construcción. Me acuerdo que, al empezar, me preguntaron cosas básicas; como si sabía medir... Algunas personas creen que por venir de Sudamérica eres incivilizado y andas por la selva como Tarzán. Piensan que no sabes nada y eso te hace sentir mal. Conozco médicos bolivianos que trabajan en la construcción», remata para ilustrar esta idea.

Saber medir
Rolando es crítico con la sociedad de acogida, pero también lo es con el propio colectivo de inmigrantes; en especial con quienes se avergüenzan de sus raíces. «Hay mucha gente que olvida quién es y de dónde viene; personas que, por ganar un sueldo en euros, se creen más que los demás. Hay quienes reniegan de su cultura y eso es muy triste», observa.

Sin embargo, de ahí mismo sale la fuerza para que exista ProAndino; un grupo de música folklórica formado por siete personas. «Volví a la música porque es la mejor manera de contarle a los demás que no olvidamos nuestras raíces. Y así como hay quienes no quieren saber de nada con el folklore, sí hay otros que se entusiasman al oír aquí los sonidos típicos. Además, ahora estamos innovando, buscando la interculturalidad y la fusión a través del proyecto 'Musikari Artean'. Estamos preparando un tema en euskera con tono andino», adelanta.