30.3.09

Puntos de vista

Una de las cosas que tienen las migraciones es que modifican el paisaje de los pueblos. A veces, de forma sutil. Otras, de un modo más evidente. Pero, sea como sea, resulta innegable que cuando la gente cambia de sitio, termina haciendo que el sitio cambie con ella. Pienso, por ejemplo, en la cantidad de jóvenes del interior que se van cada año a estudiar o trabajar en Montevideo. Las ciudades que dejan, cambian; no por presencia, sino por ausencia, pero cambian. De a poco se van quedando vacías. Pienso también más allá de la frontera, en las familias que dejan Uruguay. En las generaciones que se desdibujan y se pierden con los adioses en el aeropuerto de Carrasco.

Cambia el lugar que se vacía tras la partida como el lugar que se llena de arribos, porque uno llega aquí con sus valijas y, sin querer, se trae su cultura consigo. Ese modo de ser social, las creencias, las costumbres… todo eso que, a pesar del pesar, no puede medirse en kilos y es capaz de burlar a las aduanas. Uno viene y trae lo suyo incorporado, como parte de la piel o de algún otro tejido, y por mucho que se adapte al entorno, que adopte expresiones y se integre, ese ‘chip’ no se puede quitar. Viene de fábrica, de serie, atornillado. Y uno no puede desprenderse de esas piezas a menos que termine desguazado. En el mejor de los casos, tuneado.

Pero decía que los paisajes cambian con las migraciones y eso es especialmente notorio en España, donde el 10% de la población es de origen extranjero. En Madrid hay barrios enteros que parecen cualquier cosa menos la ‘Madre Patria’. Barrios como Lavapiés donde se mezclan chinos con indios, paquistaníes con venezolanos y marroquíes con tailandeses con absoluta naturalidad, como si alguien hubiera arrancado un pedazo de mapamundi y lo hubiera hecho una pelotita con la gente metida ahí adentro. En Bilbao, que es donde vivo, existe algo así a escala: el barrio de San Francisco. Lo interesante es que, más allá de las zonas, esta ciudad cuenta con gente de 125 nacionalidades diferentes. Ciento veinticinco. Una barbaridad de oportunidades para empaparse de mundo y aprender cosas de primera mano.

Entre esa gran diversidad hay, por supuesto, uruguayos. Muchos de nosotros modificamos el paisaje tomando mate en la calle, en alguna plaza, o simplemente, hablando. Sonamos diferente y alteramos el paisaje sonoro. Pero, además de los países, hay personas de diversos credos. Musulmanes, por ejemplo, que ya son la segunda religión del país. El otro día, caminando por el centro, me crucé con dos mujeres musulmanas (no digo árabes porque no les pregunté de dónde eran y porque la fe no tiene país). Las dos iban cubiertas de la cabeza a los pies, llevaban ropa suelta y el pelo tapado, aunque tenían la cara al descubierto. Una iba con un cochecito de bebé. La otra la acompañaba. Charlaban sin atender al entorno, aunque con su presencia lo estuvieran modificando.

Entonces otras dos mujeres, vascas ellas, se quedaron comentando que aquello era una barbaridad, que pobres chicas, todas tapadas; que es una crueldad y que sus maridos deberían de ser unas bestias por obligarlas a vestir de ese modo. Consideraban, como la mayoría de las mujeres en el mundo occidental, que ese atuendo es una forma de dominación y esclavitud, que representa el sometimiento de la mujer a una cultura machista. Razonamiento comprensible, desde luego, aunque algo débil. Visto al revés, las otras dos mujeres podrían haber comentado lo mismo sobre nosotras. Algo así como “pobrecitas, todas expuestas, subidas a unos zapatos de taco enormes, maquilladas como muñecas y apretadas por la ropa, tiñéndose el pelo con químicos sólo por agradar al sexo opuesto”. Podrían decir que nuestros vaqueros ajustados y nuestra ropa interior con relleno son, además de neo instrumentos de tortura, claros representantes del sometimiento de la mujer a una cultura machista. O no. Quizá en lugar de compadecerse nos miran y sienten envidia. En cualquier caso, ahí está lo interesante de las migraciones; que cambian el paisaje, pero también las formas de pensar. Una mínima escena como esta borra de pronto los absolutos, los etnocentrismos, los caprichos, y hace que uno descubra lo que significa la diversidad.

28.3.09

"El boxeo no es para macarras; es un deporte rico y un arte"

Pedro Massamba era boxeador profesional en su país, la República del Congo. Se fue de allí por la inestabilidad política y se quedó en Bilbao de casualidad. Aquí formó una familia y dejó la competición para trabajar en la construcción, pero nunca abandonó el deporte. Ahora ayuda a los jóvenes a dar sus primeros pasos en el arte del pugilismo.



Sentado en un pequeño taburete, en un rincón de su gimnasio, Pedro dirige los ejercicios de un grupo de deportistas, entre los que se encuentra uno de sus hijos. Allí empieza a contar su historia, aunque sin perder ojo de lo que se cuece en el cuadrilátero. «Yo era boxeador profesional en mi país, donde hay gran afición por este deporte. Empecé cuando tenía 14 años y todavía hoy, a mis 43, sigo ligado a este mundo», dice con una mezcla de orgullo y cierta nostalgia. Ha pasado mucho tiempo. Y muchas cosas.
Pedro llegó a Bilbao en 1992 como consecuencia de la inestabilidad política y la persecución militar en el Congo. «Es que allí yo trabajaba con los políticos de la oposición, formaba parte del equipo de seguridad», señala. «En lugar de recurrir a los soldados, quienes se oponían al régimen optaron por contratar a deportistas de combate y de choque para su protección personal. Eso funcionó al principio, hasta que los partidos empezaron a tener éxito y al dictador se le cruzaron los cables. Hay gente que trabajaba conmigo que sigue desaparecida...».
Se hace un silencio en el relato, que él aprovecha para dar instrucciones a los chicos que se encuentran practicando estiramientos. «Muchos creen que esta actividad es para personas violentas, pero se equivocan. El boxeo no es para macarras; es un deporte rico y un arte», dice Pedro de pronto, retomando la conversación. «Más que a pegar, aprendes a no ser golpeado, a tener flexibilidad y ser rápido. No se trata de levantar pesas e ir por ahí mostrando los brazos, sino de ser ágil, tonificar el cuerpo y adquirir seguridad en ti mismo sabiendo que puedes defenderte si te atacan».
Desde su punto de vista, el suyo es «un deporte noble, más que el fútbol», y tiene unas reglas estrictas que se cumplen a rajatabla. «Cuando vemos un partido de fútbol, es habitual presenciar actitudes desleales, cabezazos, rodillazos, puntapiés... cosas para hacer daño a propósito, aunque supongan una infracción. En un combate, no.

Pedro explica que los entrenamientos del boxeo son muy exigentes para el físico del deportista y que, por tanto, «resulta ideal para mantener a los jóvenes alejados del alcohol y las drogas. Tienes conciencia de tu cuerpo y te preocupas por cuidarlo. Y si eres hiperactivo, te vendrá de maravillas, porque después de entrenar te quedas como una seda».
Ser más responsables
Pero, ¿ser consciente de la propia fuerza no fomenta la violencia en otros ámbitos? «De verdad que no -responde Pedro-. Cuando estás acostumbrado a pegarle a un saco de 50 kilos como éste de aquí, acabas volviéndote más responsable. Sabes que si golpeas a alguien, le desguazas, y eso mismo hace que te midas, que evites usar tus recursos contra alguien que no los tiene». El problema, a su juicio, es que «el boxeo aquí se 'vende' muy mal y, hasta hace poco, no estaba bien visto».

El otro inconveniente -el que truncó su carrera- es que «recién ahora empieza a haber cierta afición» en Euskadi. «Cuando llegué, intenté vivir de esto, pero me resultó imposible. No había seriedad. A veces tenía previsto un combate y, el mismo día, me llamaban para decirme que se había cancelado. Después me casé, tuve hijos y me puse a trabajar en la construcción porque sólo con el deporte no íbamos a ninguna parte», explica.

Sin embargo, nunca lo dejó del todo: combinaba ese trabajo con las clases que daba en Sopelana, Gorliz y Bilbao. «Con el tiempo, me cansé de ello y decidí abrir algo propio, así que me asocié con un amigo para abrir este gimnasio, y aquí estoy. Ahora sí vivo de lo que sé y verdaderamente me gusta».

23.3.09

Estado y religión

Nunca tuve tan presente el santoral como lo tengo desde que vivo en España, y eso que allá fui a una escuela católica, me dieron clases de catequesis y hasta tomé la primera comunión en algún momento de mi vida. Quiero decir, la Iglesia y sus fundamentos no me resultan desconocidos. Sin embargo, me cuesta mucho asimilar que todavía hoy, estando en el año en que estamos, las hebras de los rosarios se entretejan con el entramado político de un país y el calendario de descanso de su gente. Caso práctico para ilustrar esto: el jueves 19 de marzo fue el día de San José, y no hubo cristo que no lo supiera porque también fue el día del padre. Hasta yo, que tengo a mi viejo allá, me enteré de la festividad. ¿Y eso por qué? Porque era feriado, con todos los inconvenientes que supone un día sin actividad comercial.

Al margen del descanso, que está muy bien, y de que no haya encontrado dónde comprar un litro de leche (eso no estuvo tan bien), lo que me parece interesante es que gran parte de las celebraciones populares tengan que ver con la religión. No lo critico, el mundo está lleno de países donde la cohesión social se produce mediante a fe, pero sí me parece llamativo, dado el lugar en que se enmarca España y los tiempos que corren. Por supuesto, en esta lectura incide la idiosincrasia uruguaya, nada común en la materia, porque nuestro país es un caso atípico en el contexto hispanoamericano e, incluso, en Occidente. La secularización no sólo se produjo pronto (a principios del 1900 éramos mucho más vanguardistas que ahora), sino que fue real. Hace mucho que dejamos de pensar en el 8 de diciembre como el día de la Inmaculada Concepción, o en el 15 de agosto como el día de Santa María. En todo caso, lo recuerdan los católicos, como debe ser, pero no por ello esos días son feriados nacionales no laborables. Aquí, sin embargo, sí lo son.

En esta última semana, además del día de San José, el fin de semana largo y los anuncios publicitarios que bombardearon la conciencia de los buenos hijos de sus padres, hubo mucho movimiento religioso. Vimos al Papa predicar contra el condón en África, donde los abusos y las guerras son el pan de cada día, y sugerir la abstinencia en un continente que literalmente se muere de sida. Le oímos decir que los preservativos no sólo no ayudan, sino que empeoran el problema (aunque nunca haya especificado cómo). Y sus declaraciones, como era de esperarse, suscitaron una polémica brutal en España donde, para colmo, ya teníamos instalada otra. La nueva Ley del Aborto, que se prevé que estará lista a fines de 2009, ha abierto el debate entre los sectores más conservadores y los más liberales del país. Con la legislación actual (incambiada desde hace 23 años), la interrupción del embarazo está despenalizada sólo en tres supuestos: violación, malformación fetal y grave riesgo para la salud física o psíquica de la madre. Con la nueva, las mujeres podrían abortar por su sola voluntad hasta una determinada semana de gestación.

Todo esto les sonará muy conocido, puesto que allí han estado discutiendo sobre lo mismo hace poco. La diferencia es que, en Uruguay, el debate se trianguló entre el Poder Legislativo, el Poder Ejecutivo y la sociedad; y que, al ser vetada la Ley, lo que empezó a cuestionarse fue el alcance de la voluntad presidencial. Aquí no. Aquí la gente estaba discutiendo un poco (o más bien nada) hasta que saltó la Iglesia Católica con una campaña publicitaria en contra de la reforma; campaña que compara a los niños con linces ibéricos (especie en peligro de extinción) y que costó unos 250.000 euros. Para la santa institución, el precio fue una ganga, ya que recibe del Estado más de 5.000 millones de euros al año. Para el personal sanitario de África, o el de aquí, es un despilfarro. Con ese mismo dinero se podrían comprar muchos, pero muchos preservativos para prevenir el sida, los embarazos no deseados y, cómo no, los abortos. El problema es que, mientras unos y otros aplauden o abuchean las intromisiones de la Iglesia, nadie se anima a pararle el carro. Como escribió hace poquito Jesús Ruiz Mantilla, quiere "influir a toda costa en la esfera civil y el Estado no acaba de romper unos vínculos absurdos con una institución que se ha empeñado por los siglos de los siglos en no salir de las tinieblas". Le faltó decir que hasta los más paganos celebraron a San José y harán lo propio en Semana Santa, aunque de esto último sólo le quede el nombre.

21.3.09

"Escudriñar cada pincelada y ver qué esconde es todo un privilegio"


Florin Gradinaru tiene 24 años y es restaurador de Bellas Artes. Nació en Rumanía, donde también inició su carrera, y viajó a Bilbao por primera vez en 2005 gracias a una beca Erasmus. Tras estudiar en la UPV durante un año, regresó a su país para terminar con su formación. Ahora ha vuelto a la villa, donde se siente «muy a gusto y afortunado» por dedicarse a lo suyo.


De Bilbao conocía muy poco y del castellano, lo justo. «Sólo sabía decir 'vamos a la playa', por la canción de Righeira, pero nada más», recuerda divertido. Tenía entonces 20 años y era estudiante universitario. «Vine a cursar una parte de la carrera aquí y aprendí muchas cosas que en mi país no había, como la restauración de obras contemporáneas en papel», señala. El aprendizaje le motivó a tal punto que intentó acabar aquí sus estudios, «aunque en mi país no me lo permitieron. Con la UPV no tenía problema».
Así las cosas, Florin volvió a Rumanía, cursó el último año de la carrera, presentó su tesis final y, a los cinco días de graduarse, montó a un avión rumbo a Bilbao. De aquello han pasado dos años y no tiene intención de marcharse. «Me siento a gusto y la experiencia ha sido muy buena, por eso he venido otra vez», relata en perfecto castellano.
Su manejo del idioma no es el único conocimiento que ha ampliado, porque Florin ha seguido estudiando. «La universidad de mi ciudad es de formación más clásica que la de Bilbao», explica. De ahí que, en este momento, curse un doctorado en restauración de arte contemporáneo.
Su especialización resulta un tanto llamativa, ya que es difícil imaginar que una obra reciente necesite ser reparada. Pero él echa el mito por tierra. «Los artistas de hoy hacen muchos experimentos, prueban con nuevas técnicas y materiales que, por otra parte, han bajado de calidad tras la industrialización de 1900. Son materiales rebeldes que le plantean muchos problemas al conservador y restaurador», dice Florin quien, además de estudiar, vive entregado a su profesión: «la medicina del arte».
«He tenido la suerte de poder dedicarme a lo mío. Estoy en un taller junto a otras tres personas, y algunas de las cosas que hemos hecho suponen todo un privilegio». Por ejemplo, restaurar obras de Picasso y Chillida. «Fueron trabajos pequeños en dibujos y grabados», dice como para restarle importancia... aunque añade a continuación: «Por el taller pasó también un 'goya', pero no llegué a meterle mano».
Meterse en la piel del otro
Muchos de los encargos que ha atendido Florin son de particulares; personas que de pronto reparan en un óleo pintado por un familiar y quieren que recupere su aspecto original. «Para ellos, estas obras son mucho más valiosas que cualquier Picasso o Chillida porque tienen un valor sentimental. Como restaurador, sientes mucha satisfacción al recuperar el esplendor de hace años y dotar a la pieza de un nuevo valor artístico y material».
No es la única satisfacción que reporta a Florin su trabajo. «Conocer de cerca cada pincelada, ver lo que habitualmente no se ve, es todo un privilegio... Y restaurar algo que ha hecho otro artista es un gran desafío, porque tú no creas desde cero; tienes que estudiar una época, sus costumbres, el modo de vestir y hasta la arquitectura para ponerte en su piel antes de tocar la pieza. La restauración abarca muchas disciplinas, desde la Química y la Historia hasta la Filosofía y la Psicología.

Pero, ¿dedicarse a recomponer lo ajeno es incompatible con la creación propia? Florin sostiene que no y, para demostrarlo, ilustra su respuesta con ejemplos. «Desde que estoy aquí, he hecho dibujos para tres libros de Historia: 'Los Señores de Vizcaya siglos XI-XIV', de Julián Lucas De La Fuente; 'Bizkaia, del Fuero a la Independencia (siglos XVI-XX)', de Asier Arzalluz Loroño, y 'Bilbao, remanso de viajeros - La ciudad vista por propios y extraños', de Seve Calleja», enumera.



16.3.09

Leyes infumables

Vivo en una ciudad que tiene 350.000 habitantes, 2.300 bares y 1.470 médicos. Es decir, un lugar donde hay un doctor cada 238 personas y una taberna cada 150. Disculpen que empiece así, con el aperitivo sin anestesia, pero me parece importante ponerlos en situación para la cifra y el tema que siguen: de los 2.300 bares que funcionan en Bilbao, solamente hay seis en los que está prohibido fumar. Sí, sólo seis; pueden contarse con los dedos de las manos y hasta nos sobran dos pares para hacer un montón de gestos. En los demás establecimientos, uno entra a tomarse una copa y termina saliendo ahumado. Y eso por no hablar de la gente que trabaja en ellos, que sin comerla ni beberla, durante ocho o más horas se fuma la humareda aunque no quiera.

Si bien las elecciones vascas del 1º de marzo nos han dejado como regalo unas semanas bastante intensas en el ámbito político y social, he querido hacer hincapié en esto otro por una razón muy sencilla: la Ley Antitabaco de España está cumpliendo su tercer año en vigor y los datos que se manejan (ya sean oficiales o no) evidencian que ha sido un fracaso. Justo ayer, en los periódicos locales, aparecían reportajes sobre el tema, con unos números y unas declaraciones que daban mucho para pensar. María Angeles Planchuela, la presidenta de la Sociedad Española de Especialistas en Tabaquismo, denunciaba que en los últimos dos años se había bajado mucho la guardia en el control sanitario de los espacios sin humo y el cumplimiento de la ley. Tenía razón, pero se quedó corta. En muchos sitios, la inspección ni siquiera ha existido.

Antes de seguir, me gustaría aclarar que la normativa española difiere bastante de la uruguaya porque la prohibición de fumar no es total. Aunque sí se ha suprimido el consumo de tabaco en las empresas privadas, las oficinas públicas y los hospitales, en el mundo del ocio es distinto. En las discotecas se puede fumar. En los bares y restaurantes de más de 100 metros cuadrados debe haber una zona aislada para no fumadores, pero se puede. Y en los bares más pequeños, la decisión queda en manos del dueño. Así como lo están leyendo. Es el hotelero, y no el cliente, los empleados, el personal sanitario o el gobierno quien controla la salud de los pulmones y decide los alcances de la ley.

Esta flexibilidad fue (y es) muy criticada por su tibieza; por quedarse a mitad de camino y querer ser efectiva sin saber bien cómo. Pero también hubo quienes la aplaudieron y la miraron con buenos ojos, básicamente porque la gente es grande para decidir y puede pensar por sí misma. Hasta ahí, todo bien. El problema es cuando las intenciones ceden paso a las cifras y descubrimos que para salir a tomar algo sin terminar apestados hay que iniciar una especie de búsqueda del tesoro: salir por toda la ciudad tras un bar donde no se fume sabiendo que sólo hay seis en 2.300. Y eso que, según los datos oficiales, sólo el 24% de la población es fumadora. En otras palabras: la cuarta parte de los ciudadanos resuelve por todo el resto mientras la medida del "usted decide" se vende como un paquete democrático y libre (libre de todo, menos de humo).

Ayer temprano leí un artículo sobre esto y, a continuación, los comentarios de los lectores. Hubo uno que me gustó especialmente, y no porque estuviera de acuerdo, sino porque ilustra muy bien el problema. "A mí, la ley esa no me ha influido en nada", empezaba. "Fumo en el trabajo, en los bares y en los restaurantes. Esa ley es para tener contentos a cuatro ecologistas y comunistas, nada más. Además, hay cosas más insalubres por el mundo y nadie dice nada. A ver si os enteráis de que el PSOE hizo esa ley de cara a la galería y que los fumadores vamos a poder seguir ejerciendo sin más problemas. No hay gobierno que tenga huevos de impedir el tabaco en serio; sería una medida de lo más impopular". Lástima que el autor no dejaba su dirección de correo. Con gusto le habría enviado una lista de boliches con onda y un mapa de Uruguay.

14.3.09

"Antonio es diferente: nos dio una oportunidad para desarrollarnos"

Antonio Carnero es vasco y experto en artes marciales. Cinturón negro de hapkido y taekwondo e instructor de defensa policial, el año pasado abrió un gimnasio en Uribarri con una particularidad que le hace sentir «orgulloso»: la mayor parte de sus profesores son de origen extranjero y su relación prueba que «el deporte borra fronteras».

El gimnasio donde Antonio Carnero y su equipo de profesores dan clase fue escenario de la foto y el encuentro; una cita que empezó como entrevista tradicional y terminó como reunión de intercambio cultural y deportivo. Ese martes por la tarde, en Bilbao. Antonio presentaba a Cleyton Bastos, un brasileño internacionalmente reconocido por sus conocimientos de Jiu Jitsu; esto es, un deporte de combate que se centra en todas las técnicas de artes marciales y que, aunque no muchos lo saben, dio origen al judo.

Llegado hace poco más de un mes a la villa, Cleyton es el fichaje estrella de Antonio. Y aunque todavía no habla castellano con fluidez, los muchos premios y medallas que ha obtenido en los últimos años son capaces de hacerlo por él. Nada más comenzar 2009, este deportista oriundo de Brasilia quedó tercero en el campeonato Europeo de Jiu Jitsu, que se celebró en Lisboa.

«Mi intención inicial era quedarme allí a dar clases porque tenía la ventaja del idioma -explica-. Sin embargo, en Portugal no hay tanta afición por las artes marciales como en España, y es por ello que estoy aquí», dice Cleyton en portugués, con ayuda de Marcos Maroccolo, que traduce sus palabras. A propósito del intérprete, Marcos, también es instructor de Jiu Jitsu y fue, además, el responsable de que Cleyton llegara a Bilbao.

Buenas expectativas
«Yo tuve la culpa», admite entre risas este brasileño que fue condiscípulo de Cleyton en su país. «Llegué a Euskadi hace más de un año y noté que había gusto por el deporte -relata-. Cuando coincidí con él en Lisboa, le planteé la posibilidad de venir aquí e intentar implantar esta disciplina que se conoce tan poco en Europa, pero que causa furor en Estados Unidos y Brasil». Tal como se imaginaba, su colega aceptó la invitación.

«Mi sueño siempre ha sido trasladarme a un sitio donde no se conociera el deporte y yo pudiera comenzar desde cero», añade Cleyton. «Quería experimentar las mismas dificultades que habían vivido los primeros profesores de Jiu Jitsu en Norteamérica, cuando fueron a difundir esta disciplina sin que nadie los conociera». Y, al mencionar 'dificultades', Marcos agrega un matiz: «Hemos tenido y tenemos los mismos problemas que todos los inmigrantes, desde el idioma hasta los prejuicios o la diferencia cultural. Eso sí, también hemos tenido suerte y personas que nos apoyan».

Se refiere al propietario del gimnasio, que está presente en la charla, y por si quedara alguna duda, lanza una frase rotunda: «Antonio es diferente a muchos otros empresarios. Él también es profesor de artes marciales, consideró que valíamos y nos dio una oportunidad para desarrollarnos al margen de nuestra nacionalidad». «De hecho -comenta Cleyton-, Antonio nos ha dado la infraestructura y nos ha apoyado con la divulgación de este deporte en Euskadi. Pero, aparte de brindarnos un lugar y tanto interés, además de generarnos buenas expectativas, ha demostrado ser una gran persona. El ambiente aquí dentro es muy bueno», dice.

Aunque domina técnicas de lucha muy duras y ha entrenado a policías y escoltas, Antonio no prevé los elogios y, de pronto, se sonroja. «Me gusta mucho la gente extranjera», confiesa. «Aquí, en el gimnasio, la mayoría de los profesores son de fuera, africanos y latinoamericanos, y la verdad es que jamás he tenido un problema. Al contrario, me siento muy a gusto y muy orgulloso de este proyecto. Si bien son grandes deportistas y tienen motivos para crecerse, no lo hacen. Yo aprendo de la humildad que tienen y creo que en esto, como en todo, hay que dar una oportunidad a la gente que migra».


9.3.09

¿Y los otros 364?

Ayer fue el Día internacional de la Mujer. Un día que, en mi opinión, no debería existir. Ni antes, ni ahora, ni nunca. Más que celebrarlo o mandar mensajes con felicitaciones a mis (involuntarias) compañeras de género, sigo creyendo que es una pena que exista tal cosa; que haya un día en particular para pensar sobre nosotras, debatirnos, discutirnos, cuantificarnos y hacernos visibles en la agenda de las importancias como si fuéramos una vergüenza social, un problema del que hay que hablar pero nadie habla y que, entonces, se impone. Inevitable, como desatascar la grasera o llamar a la barométrica, que alguna vez cada tanto levanta las tapas de nuestros pozos de miseria. Ocho de marzo, día de la mujer. Y ya está. Así ha quedado instaurado, pase lo que pase en los otros 364 (más uno en los años bisiestos).

¿Tu marido te pega? ¿Ganás menos que tus compañeros? ¿Cuándo salís del trabajo llegás a tu casa a limpiar? ¿Vas sola a las reuniones de padres del colegio? ¿Si no hacés los mandados, te reclaman? ¿Si no tenés hijos, te frustran? ¿No podés vivir con libertad tu sexualidad? Tranquila. No te preocupes. Al menos un día al año alguien te mandará una tarjeta. Cada ocho de marzo habrá manifestaciones en la calle, debates en la tele; pancartas, discursos, folletos. Será tan fuerte el autobombo que hasta nos parecerá que otro modelo social es posible. Y entonces después, cuando el señor Machista de Tal pase olímpicamente del tema, cuando den las doce y ya sea hoy, cuando se acabe el hechizo como le pasó a la Cenicienta, más de una querrá saber si de verdad el príncipe existía. Si de verdad valió la pena estudiar. Si es cierto que hay trato igualitario. Si está mal no querer tener hijos. Si es posible arrancarse y quemar esas culpas que oprimen más, mucho más, que los soutienes.

Me resulta frustrante que el aprecio, la valoración y el respeto hacia la mitad de la población mundial hayan sido marcados arbitrariamente en el calendario; que la intensidad de esta jornada tenga cola de paja y quiera compensar la indiferencia manifiesta de las otras; que por cada progre que diga: "ocho de marzo, día de la mujer" haya un tipo preguntándose a la mujer de quién se refiere. Me frustra eso. La poca eficiencia del mensaje, la perpetuación de los modelos de antaño, la elección de un día cualquiera para decir "quiéranlas, pobrecitas". Todo lo que conforma la discriminación positiva y que hace tanto daño como su inexistencia. No sé... para hacernos la vida más fácil ya está el día de la madre, que nos bombardea con anuncios de aspiradoras y chucherías de cocina. No necesitamos otro. No, gracias. No.

Pero aquí estamos, en España o Uruguay, sobreviviendo al ocho de marzo, a esa jornada en que nos pasamos de evidentes, que existimos demasiado y saturamos los discursos. Esa fecha que convierte a nuestro género en la minoría que protesta, y a nuestra protesta, sin querer, en parodia. Aquí estamos, tras las campañas publicitarias que reclaman equidad, que nos quieren dar una mano y que no siempre lo consiguen. Mientras tanto hay cifras que ponen los pelos de punta y, si buscamos ejemplos, encontramos demasiados. Según la OMS, hay 1.300 millones de pobres en el mundo. El 70% de estas personas (privadas de salud, conocimiento y medios económicos) son mujeres. De los 876 millones de analfabetos que existen, dos tercios son mujeres. Las mutilaciones genitales, en especial, la ablación del clítoris, constituyen una práctica social mucho más común de lo que se cree. En Sudán, Etiopía o Somalia, casi nueve de cada diez mujeres son sometidas a esta barbarie. Hay 130 millones de mujeres mutiladas y el número crece a ritmo de dos millones por año o cuatro por minuto. ¿Qué más pasa en esos 364 días en que no es el día de la mujer? Que dos millones de niñas de entre cinco y quince años son vendidas como prostitutas; y cuatro como esclavas o esposas. Cuatro millones, digo. ¿Y qué más pasa? Que aunque por ley natural debería haber igual cantidad de hombres que de mujeres en el mundo, no es así. Que 'faltan' 72 millones de mujeres por abortos selectivos, infanticidio, abandono, desatención en la niñez o asesinato cuando se hacen grandes. Que alguien dirá que era su culpa y otros añadirán que lo merecía. Pero, tranquilos, que ayer no. Ayer fue el día de la mujer. Ayer nos perdonaron la vida.

6.3.09

"Yo sentía que el destino tenía que ser algo mucho mejor"

Llegó en septiembre de 2005 invitado por la organización de Pasarela Cibeles para el primer desfile latinoamericano de moda en Madrid. Apenas dos años antes, todavía era estudiante de diseño en Uruguay. En la actualidad, Carlos Silveira vive y trabaja en Bilbao, donde llegó «por casualidad», pero ha logrado hacer realidad esos sueños que traía esbozados en su maleta.

La historia de Carlos Silveira es una caja de Pandora. Tiene glamour, por supuesto, y muchas luces, pero también encierra retazos de sombra. Aunque su carrera ha progresado a la velocidad del rayo y «vista desde fuera pueda parecer de película», la verdad es que no ha sido fácil alcanzar la situación actual. Desde Montevideo, donde compaginaba las clases de diseño con su trabajo de cajero en una cafetería, hasta su estudio de alta costura en Indautxu han pasado cinco años y muchas cosas en medio.

«Vengo de una familia humilde que siempre me apoyó en todos mis proyectos pero que, a diferencia de mis compañeros de clase, no podía pagarme la carrera; así que me tocó trabajar y estudiar al mismo tiempo», dice. Pero no se queja. Enfrentarse a unos inicios adversos ha hecho que mantuviera «los pies sobre la tierra» y que, a pesar de su talento, nunca perdiera la humildad.

Cuando acabó la carrera, en 2003, Carlos tenía la firme idea de presentar una colección. Tenía también el proyecto y los diseños en la cabeza, pero había un gran problema: saltar del papel a la tela no es accesible a todos los bolsillos. «Llevar a término una colección es muy caro -explica-. Yo había hecho mis cálculos y se me iba muchísimo dinero... un dinero que no tenía».

Así y todo, logró alcanzar su objetivo. «La colección estaba inspirada en una sala de quirófano -recuerda-. Estudié el entorno, las luces, los materiales, los medicamentos... cada cosa que compone ese mundo. Luego hice los diseños y, como no tenía capital ni contaba con modistos, me encargué yo mismo de todo. Hice los patrones, corté, cosí y bordé íntegramente esa colección», detalla.

Recuerdo que un día, mientras cosía una falda, se me empezaron a caer las lágrimas del cansancio que sentía. Me preguntaba si aquello tendría algún sentido, si valdría de algo, pero no podía parar, ¿sabes? Algo instintivo, irracional, me empujaba a seguir. Parecía una locura... Yo era un don nadie. Un chaval que no tenía dónde caerse muerto e iba a competir con gente que ya estaba posicionada en el mercado. Quizá fue por la confianza de mi madre y el apoyo de mi familia, pero yo sentía que el destino tenía que ser algo mucho mejor».

Intuición
Su intuición era acertada, aunque nunca imaginó lo que le esperaba. En febrero de 2004 lo galardonaron como 'Revelación de la moda'. En julio de ese mismo año recibió el premio a la mejor colección y al mejor diseñador en la Montevideo Fashion Week. «Y ahí empezó la historia que me trajo a este país», relata, pues en el jurado de aquel certamen había miembros de la organización de Cibeles.

Un mes después, Carlos recibió el premio Juan Herrera al 'joven diseñador del año'; un éxito al que le siguieron un sinfín de entrevistas, campañas publicitarias y portadas con sus diseños en distintas revistas de moda. En mayo de 2005, sentado frente al ordenador, leyó un e-mail que le descolocó. «Era de Cibeles -dice-. Estaban organizando la pasarela Latinoamérica Fashion y me invitaban a participar. Tuve que resolver una colección nueva en tres meses y, luego, ampliarla, porque en septiembre de ese año la debía presentar en Madrid». Allí llegó con cien euros en el bolsillo y solo. «Por suerte, una amiga mía que vivía en Bilbao fue con su novio a ayudarme», matiza.

Y fue precisamente el novio de esa amiga quien, de regresó a Bilbao, se encontró con una conocida suya, empresaria, y le comentó lo que había visto en Madrid. «Le habló de mí en el trayecto y, al llegar aquí, me llamó para concertar una cita». Fruto de aquello es la tienda Cercle, en la capital vizcaína. «Siempre digo que llegué a Euskadi por casualidad y que tuve mucha suerte. Pero también hay que trabajar duro y esforzarse».

Teatro intercultural

Conocer a los demás, integrarse y aceptarse no tiene porqué ser difícil ni mucho menos aburrido. Al contrario. Acercarse a los otros, sus sensibilidades y sus vidas puede ser un ejercicio muy divertido, constructivo y enriquecedor.
¿Una prueba? El taller de teatro intercultural organizado por Cear Euskadi y el colectivo Txintxaun, que comenzó a funcionar a mediados de febrero en Bilbao, ha logrado reunir a un grupo muy diverso de personas con ganas de conocerse, sacudirse la timidez y, sobre todo, expresarse con libertad.
"El objetivo no es formar actores, sino crear entre todos un espacio que nos permita jugar, conocernos y pasarlo bien", explica Fore, el coordinador de este novedoso proyecto. Como dice, su intención es compartir su experiencia teatral a través de una "propuesta lúdica" y un "enfoque terapéutico" que estimule la creatividad y el acercamiento a los otros.

Conformado por quince personas, el grupo es multigeneracional y multicultural. Hay personas de distintas edades y diversas procedencias, como Venezuela, Bolivia, Argentina y el País Vasco; una variedad que potencia el intercambio. Sin embargo, aunque "puede que nos expresemos de manera diferente, hay cuestiones que son comunes a todos -apunta Sofía, de CEAR-. La timidez, el temor y la necesidad de jugar son sentimientos compartidos".

Eso sí, "en este grupo todos son muy animados y lanzados", dice Fore sorprendido. "A veces cuesta un poco romper el hielo, pero en este caso, no ha sido así". Lo único que lamenta es que mucha gente se haya quedado fuera del taller. "La propuesta es totalmente voluntaria, pero sería bonito que otros profesores de teatro se sumaran al proyecto para darle cabida a quienes no han podido participar", sugiere. El teléfono de contacto es el 944/248844 (ext. 222).

Un voto por la integración

Los comicios autonómicos del 1 de marzo reanudan el debate sobre el derecho al voto de los inmigrantes no comunitarios. Para 2011, cuando se firmen los acuerdos de reciprocidad, unos 41.000 ciudadanos podrán acudir a la urnas en Euskadi.
El día 1 de marzo se celebraron las elecciones autonómicas del País Vasco y Galicia. En ambas comunidades, y especialmente en Euskadi, los comicios originaron una gran cantidad de debates. Entre ellos, el derecho al voto de los inmigrantes no comunitarios; un colectivo que ha crecido con los años y que, ahora, en 2009, se plantea la necesidad de participar activamente en la vida política local.

El mes pasado, de hecho, se dieron a conocer los primeros avances en este aspecto. Con la meta puesta en 2011 (fecha en que tendrán lugar las elecciones municipales), el Gobierno empezó a firmar unos acuerdos de reciprocidad con los quince países que reconocen el derecho al voto de los ciudadanos españoles. Según lo previsto, para ese momento podrán votar los ciudadanos de Colombia, Perú, Argentina, Ecuador, Bolivia, Chile, Paraguay, Trinidad y Tobago, Uruguay, Venezuela, Burkina Faso, Cabo Verde, República de Corea, Islandia y Nueva Zelanda. Es decir, unas 900.000 personas en toda España, tal y como estima el Ministerio de Relaciones Exteriores.
De los cuatro acuerdos que ya se han firmado, Colombia fue el primer país en afianzar este derecho. Tras hacerlo, el 5 de febrero, el embajador colombiano destacó que, si bien se ya habían firmado antes muchos tratados relevantes entre España y Colombia, "ninguno es tan importante para el ejercicio de los derechos ciudadanos como éste". Para Carlos Rodado Noriega, "los colombianos tienen mucho empuje, son activistas políticos, y ahora podrán presionar para conseguir logros en los municipios donde residen".
Este planteamiento se extiende a los demás cuidadanos que se beneficiarán de esta medida, pues, además de trabajar y aportar recursos al Estado (se requieren cinco años de residencia legal ininterrumpida como mínimo), podrán ejercer un derecho básico que, hasta el momento, han tenido vedado. En Euskadi, alrededor de 41.000 inmigrantes estarán en condiciones de acudir a las urnas.

La comunidad de las cien lenguas

La inmigración ha esculpido una Torre de Babel en Euskadi donde se habla más un centenar de idiomas y dialectos; la mayoría de África y Europa.

Los turistas que visitan Euskadi se maravillan con sus bondades naturales: el verde intenso de los montes, el azul penetrante del mar y la riqueza gastronómica de los pueblos. En sus reseñas mencionan el carácter hospitalario de la gente, mientras las ciudades les llenan de estímulos para fotografiar calles y edificios, esos gigantes de acero, ladrillo y cemento que se recortan contra el cielo. No obstante, hay otro tipo de arquitectura construyéndose en el País Vasco. Además de la renovación urbanística, está la renovación social y cultural; esa trama viva que se teje paso a paso entre la gente y que renueva la identidad colectiva. Esa que en lugar de ladrillos usa palabras, expresiones, gestos y, cómo no, lenguas nuevas.

El fenómeno migratorio ha esculpido una Torre de Babel en Euskadi, donde ya se hablan más de cien idiomas. Así lo desvela un informe elaborado por el Observatorio Vasco de Inmigración (Ikuspegi) y el equipo técnico de Amarauna-Unesco Etxea, que han estudiado de cerca el cambio lingüístico de la comunidad en los últimos años. Con casi cien mil extranjeros empadronados en Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, y con más de 75 procedencias distintas, las principales ciudades vascas son testigos (y escenarios) de la riqueza idiomática y la interculturalidad al hablar.

Según reseña el estudio, casi la mitad de los extranjeros son latinoamericanos, un colectivo que habla mayoritariamente en castellano, aunque en algunos casos también domina otras lenguas indígenas, como el quechua o el guaraní. A ellos les siguen, en número, los inmigrantes europeos, que representan menos de un tercio del total pero multiplican los idiomas a más de uno por país de origen. Los extranjeros asiáticos suponen apenas un 4% del colectivo inmigrante y, aun así, han traído a estas tierras varias clases de chino, como el ganyú, hakanés, min, vuyú, xiang y el mandarín; que es el idioma más hablado del mundo.

Pero son los africanos, sin duda, quienes han hecho más aportaciones lingüísticas a Euskadi. Por citar el dato preciso: se trata de 16.822 personas procedentes de 22 países que hablan, entre todas, más de 50 dialectos y lenguas.

El desafío de la variedad
La 'radiografía verbal' que han hecho Ikuspegi y Unesco Etxea pone en evidencia todo un fenómeno de diversidad expresiva y cultural. Es riqueza, lógicamente, pero entraña sus desafíos en ámbitos tan diversos -e importantes- como el trabajo, la gestión de trámites cotidianos, la salud y la educación. El primer reto, claro está, es para el propio inmigrante, que debe aprender cuanto antes la lengua local para saltar la barrera del idioma. Pero, al margen de los esfuerzos personales, existe también el institucional, que de un tiempo a esta parte se ha hecho más fuerte y evidente.

De los tres modelos lingüísticos que existen en el sistema educativo vasco, A, B y D, los alumnos inmigrantes eligen en mayor medida el modelo A, el que dicta clases en castellano. Sin embargo, pese a esa preferencia, las escuelas son una excelente muestra del desafío de la variedad, pues dentro de un mismo modelo, e incluso en una sola aula, conviven diversos idiomas. Todo un reto para los niños y, también, para los profesores.
De ahí que la figura del mediador intercultural haya cobrado tanta fuerza en el último lustro, pues son estos profesionales quienes se encargan de acentuar las igualdades a pesar de las diferencias. Los servicios de mediación y traducción son cada vez más palpables en las oficinas municipales, los manuales de consulta, las páginas web de información a la ciudadanía... y en los libros. Hace menos de un mes, sin ir más lejos, el Gobierno Vasco editó un volumen sobre Euskadi dirigido a la población inmigrante, a los visitantes y a los vascos de la diáspora, que se publicó en siete idiomas: euskera, español, inglés, francés, árabe, chino y rumano... Los nuevos pilares de la integración.

2.3.09

Elecciones

Ayer fue día de elecciones en el País Vasco y Galicia, aunque cuando empecé a escribir estas líneas (a las ocho y media de la noche) todavía era temprano para conocer los resultados. A las cinco sólo sabíamos que la mitad de los votantes había pasado por las urnas y que del resto, ni rastro, ya que el sufragio aquí no es obligatorio. Cuando a las ocho se cerraron los colegios electorales, se abrieron las compuertas con los primeros datos de las encuestas a boca de urna. Según los sondeos, en Euskadi volvería a ganar el Partido Nacionalista Vasco (PNV) y en Galicia el Partido Popular (PP), aunque en ambos casos (sobre todo en el primero) aún podía pasar cualquier cosa. Decidí esperar otro poco a conocer las cifras oficiales y, entre tanto, contarles un par de cosas que me llamaron la atención de esta jornada electoral; en especial, la del País Vasco, que es donde estoy ahora.

Durante buena parte del día estuve recorriendo Bilbao y algunos municipios cercanos y lo que más me sorprendió fue que no hubiera clima de fiesta. No me refiero al jolgorio propio del Carnaval (que de eso sí había resaca), sino a ese ambiente tan especial que se genera en Uruguay en los domingos de participación ciudadana. No había música ni jingles ni gente que celebrara con ganas la ocasión de tomar decisiones. De ejercer ese derecho democrático. Tan sosa estaba la calle que, si yo fuera una turista, probablemente ni habría notado que era día de elecciones. Incluso como residente, puedo decirles que parecía un domingo cualquiera, con misa en las iglesias, ferias en las calles, adultos en los bares y niños en las plazas intercambiando figuritas.

Lo único que 'rompía' el paisaje cotidiano eran unas camionetas de televisión y unos generadores de energía ubicados en las inmediaciones de las sedes de los partidos. Pero del gentío y los escenarios, las banderitas de colores, las camisetas con logotipos y las ganas de juntarse con los otros, nada. En la televisión autonómica, de hecho, estuvieron pasando películas y programas de cualquier cosa, excepto de política. Recién a las ocho, cuando quedó cerrada la posibilidad de ir a votar, empezó tímidamente a verse algún que otro dato en la tele. Personalmente lo sentí como algo triste. No sólo porque era la fiesta de otros y me tocaba mirarla de afuera, sino porque no había tal fiesta. Sólo fue a emitir su opinión la mitad de la gente que podía; y eso, más que irresponsabilidad de la otra mitad, es un fracaso del conjunto democrático, porque después sí que nos quejamos todos.

Eso sí, a partir de las nueve y pico de la noche, cuando se lanzaron los primeros datos oficiales, la información empezó a caer a raudales, con un volumen y un dinamismo difíciles de asimilar. En poco más de una hora se escrutaron todos los votos y se ofrecieron todos los resultados. En Galicia ganó el PP. En Euskadi, el PNV. Sin embargo, ya no tiene mayoría parlamentaria y, según lo que pase en los próximos días, el Partido Socialista podría hacerse con la presidencia. Entre pactos políticos y coaliciones, si el PP del País Vasco apoya al PSOE, Ibarretxe y el PNV se quedan fuera del edificio presidencial. Y ojo, que esto que digo no es un dato menor, porque los nacionalistas han gobernado desde el regreso de la democracia (hace tres décadas) y porque para romper esa continuidad, la derecha debe apoyar a la izquierda.

Es difícil vaticinar qué ocurrirá con un planteamiento tan surrealista, aunque la especulación sea desde ayer el deporte favorito de la gente. Lo que está claro, más allá del desenlace, es que la participación ciudadana fue escasa y que, como evidencian los datos, ha bajado en los últimos años. Según algunos políticos locales, ese descenso constata la desconexión, el divorcio entre la esfera política y los problemas cotidianos de las personas. En mi humilde opinión, es una pena; un desperdicio de oportunidades para elegir alguna cosa colectiva. Porque, aun en democracia, lamentablemente son pocas.

Venderse en época de crisis

Las dificultades económicas generan un nuevo mercado en España centrado en la venta de pelo y piezas dentales para sanear la economía familiar


La primera reacción ante la falta de trabajo, las deudas contraídas y la dificultad para llegar a fin de mes es el agobio y el abatimiento. La segunda, dar paso al ingenio para protegerse de esa lluvia de problemas. A la sombra de una recesión, sin nómina, certezas ni créditos, muchos ciudadanos han comenzado a apelar a su creatividad para hacerle frente a la crisis. Así, en una mezcla de innovación y de rescate de los modelos de antaño, convertir las posesiones en dinero empieza a perfilarse como una vía habitual para obtener liquidez. El método es bien simple: en lugar de pedir préstamos, vender lo que se tiene. Deshacerse de lo prescindible para mantener lo irrenunciable, como la vivienda o la alimentación.

Dar paso al ingenio
El auge de los comercios de compraventa, los mercadillos de segunda mano, las casas de empeño y las tiendas que compran oro al peso no es casual. Al contrario. Refleja perfectamente que "crisis" significa "cambio" y, para algunos sectores, oportunidad. La reactivación de estos negocios en la España del siglo XXI -la octava potencia económica mundial- no ha pasado desapercibida y hasta ha sido noticia. Sin embargo, que el modelo se haya vuelto más visible no significa que no existiera, tanto en décadas anteriores como en los sectores más vulnerables de la población. Cualquier persona mayor que haya vivido la posguerra o quien haya padecido los efectos de la economía sumergida sabe de la existencia de estos comercios y, básicamente, conoce cómo funcionan. Dicho esto, ¿dónde está la novedad?, ¿qué es lo que diferencia a las ventas de 2009 de las de 1950? Ambas preguntas pueden responderse de este modo: muchos ciudadanos han encontrado en la venta de sus posesiones un método eficaz para conseguir dinero, pero el comercio no se agota en los objetos. Cada vez con más frecuencia, las personas venden partes de sí mismas para luchar contra la crisis. Del cabello a los óvulos y del esperma a los implantes dentales, todo lo que sea legal está en venta. Y cotiza.

El pelo, un tema de peso
La venta de cabello natural es quizá el mejor ejemplo de cómo las modas regresan. En Justino Delgado -el único almacén de cabello humano de España, y el mayor del mundo- señalan que, a cuenta de la crisis, la cantidad de ofrecimientos se ha disparado. No sólo eso, la situación actual ha hecho que la empresa retomara el método de trabajo de sus comienzos; es decir, comprar el pelo directamente a los particulares, algo que no ocurría desde hace 15 años.

El negocio empezó hace medio siglo, cuando había una posguerra y hambre en España -relatan sus responsables-. En aquellos tiempos, la gente lo guardaba todo, incluso el pelo, que muchas veces se conservaba en un cajón por cuestiones afectivas. El fundador de la firma recorría entonces las casas y los pueblos para comprar trenzas de pelo natural. La dinámica fue cambiando conforme crecía la empresa, aunque en la década de los 90 dejó de comprar pelo a particulares y empezó a trabajar con otras empresas o, directamente, con peluquerías. Hace pocos meses -a finales de 2008, precisan fuentes de la compañía-, volvieron a recibir cabello directamente de las personas. Y, como confirman, la idea ha tenido gran éxito.

Ahora bien, ¿cuánto se puede ganar vendiendo el pelo? Como en todo, depende. En principio, se valora según la longitud, el peso y la uniformidad del volumen desde la raíz a las puntas. El rango de precios varía, pues no es lo mismo una coleta de 40 a 50 centímetros de largo, que otra de más de medio metro; ni es lo mismo un pelo grueso, pesado, que otro más débil. Así, dependiendo del largo y la calidad, por un kilo de pelo puede pagarse entre 150 y 500 euros. Como orientación, una coleta pesa entre 30 y 100 gramos, de modo que la ganancia estándar va de 20 a 40 euros. Puede parecer poco, pero como puntualizan desde el almacén, "siempre es mejor ganar algo a dejarlo en el suelo para que lo barran con la escoba".

Otros mercados: oro, células reproductivas...
Por mucha sofisticación tecnológica, bolsa de inversión y banca electrónica que exista, el oro continúa siendo la base de la economía. Este elemento es el que respalda el valor del dinero, que sólo sería papel si en los países no existieran reservas. Pero, además de este hecho, de su significación histórica, y de todo lo que simboliza socialmente este metal, los objetos realizados en oro tienen la particularidad de que no se devalúan con el paso del tiempo. Más aún: algunos de ellos, como las joyas, se revalorizan al convertirse en antigüedades o almonedas. Dejando a un lado su valor afectivo, las joyas de oro han sido (y son) una pequeña reserva de seguridad familiar; un recurso. Y su venta o empeño ha servido muchas veces de escape a las dificultades financieras.

Las casas de empeño y de compraventa de oro no son negocios nuevos. Sin embargo, con la crisis, su protagonismo ha aumentado en el mercado. Lógicamente, para muchas personas no es fácil desprenderse de algunos objetos, ya que suelen representar momentos importantes de sus vidas o las de sus afectos. Sortijas de compromiso, alianzas matrimoniales, medallas de los antepasados y relojes de otros tiempos son sólo algunos ejemplos de lo que suele llevarse a una tienda de empeños u ofrecerse a algún comprador. Como fragmentos de la historia personal de cada uno, despojarse de ellos es también una forma de "venderse"; pero no la única. Existe otra menos romántica y más orgánica: vender los implantes dentales de oro.

¿Se trata de arrancarse los dientes para hacer frente a la crisis? No necesariamente, pues tampoco es frecuente llevar esta clase de piezas. Los materiales odontológicos han cambiado y, en lugar del oro, hay otras alternativas más estéticas y menos costosas para reparar una dentadura. Si bien hoy día se emplea en ciertas ocasiones (para la joyería dental, por ejemplo), este metal sí fue muy utilizado en otras épocas y es bastante común que, al fallecer una persona con este tipo de implantes, la familia los haga extraer y los conserve. Las tiendas que compran oro se dedican, sobre todo, a la joyería; pero eso no impide que acepten piezas sueltas, incluidas muelas y dientes de oro. Al igual que ocurre con el cabello, el precio del oro dependerá de su calidad y peso, así como de lo que esté dispuesto a pagar el comprador. La calidad de este metal se mide en quilates (k), unidad que designa su pureza, y en el mercado se suelen encontrar piezas de entre nueve y 24. En términos generales, por 10 gramos de oro pueden obtenerse entre 55 euros (si la pieza es de 9 k) y 180 (si es de oro puro, es decir, de 24 k). Las prótesis dentales (sean un diente completo, un empaste o una cobertura estética) se realizan generalmente con oro de 14 ó 22 quilates y no son muy pesadas, de modo que se puede obtener por ellas entre 10 y 20 euros.

Donar células reproductivas
En diciembre del año pasado se dio a conocer la nueva tendencia norteamericana: vender sangre o pelo para pagar la hipoteca o las compras del supermercado. La venta de tejidos y fluidos corporales al otro lado del Atlántico se disparó en 2008, originando un buen número de debates éticos y sanitarios. Aunque pueda sorprender, España no es ajena a este mercado. Eso sí, tiene algunas limitaciones legales. La venta de sangre, por ejemplo, está prohibida por ley desde hace 25 años (no es así en otros países, donde se paga hasta 100 euros por una bolsa de plasma). Y en lo que tiene que ver con la donación de óvulos y espermatozoides, la Ley de Reproducción Asistida establece que nunca ha de tener carácter lucrativo o comercial.

En cambio, sí es posible que el donante reciba una contraprestación económica por el tiempo que dedica a su colaboración y por las molestias que el procedimiento pueda ocasionarle, ya que debe someterse a varios análisis y estudios de sanidad, aptitud y viabilidad. La cuantía de esa compensación varía según la clínica y, también, la ciudad, aunque hay cifras estándar. En los bancos de semen, la donación ronda los 50 euros, y en el caso de los óvulos, oscila entre los 900 y los 1.000. La diferencia entre un precio y otro radica en que el método para obtener los gametos, en el segundo caso, es más complejo. Requiere un tratamiento hormonal diario (mediante inyección) para desarrollar varios óvulos en un mismo ciclo. Se realizan controles mediante ecografías y análisis de sangre, y la recuperación de los óvulos se hace mediante punción y aspiración a través de vagina, en quirófano y bajo anestesia. De todos modos, para la donación de espermatozoides se realizan unas 25 sesiones, lo que se traduce, al final del proceso, en unos 1.200 euros para el donante.

Sin embargo, y más allá de los distintos valores, sí hay algo en lo que coinciden casi todas las clínicas de fertilidad: la oferta de donantes ha aumentado en el último año. Aunque sigue habiendo personas que donan óvulos por solidaridad, se ha constatado un mayor interés que en años anteriores, como explican desde FIV Recoletos. Por supuesto, hay límites para el número de donaciones por cada persona (según la ley, hasta que haya dado lugar a un máximo de seis hijos) y no todas las candidatas son aptas, pero lo significativo del asunto es que, con la crisis, cada vez hay más mujeres que se atreven a dar este paso. ¿Y los hombres? También. No sólo hay más interesados que antes, el perfil de los donantes ha cambiado. Si hasta hace unos pocos años los que solicitaban una cita eran chicos jóvenes, generalmente estudiantes universitarios, ahora la horquilla de edades se amplía, abarca a personas mayores de 30 y, también, a padres de familia. De los distintos centros consultados para el reportaje, sólo uno -el Instituto Valenciano de Fertilidad (IVI)- ha señalado que el número de donantes e interesados se ha mantenido invariable con respecto a 2007. Aun así, en el IVI matizan que eso no significa nada, ya que al ser una clínica conocida, hacer mucha publicidad y campañas activas, siempre han tenido un gran número de donantes, incluso en época de bonanza económica.