El concierto de Ismaël Lô, que tuvo lugar el sábado pasado en Getxo, concitó la atención de un público numeroso, entusiasta y variado. Entre la gente -que desbordaba con creces la zona del escenario-, había personas de casi todas las edades y distintas procedencias dispuestas a cantar en francés, en wolof, o en lo que hiciera falta, aunque no tuvieran ni idea del significado de las palabras.
Algunos sí lo sabían. Como muchos otros senegaleses que residen en Vizcaya, Abdoulaye Ndiaye estaba allí, en las primeras filas, disfrutando del espectáculo con una emoción diferente. «Estábamos muy contentos -recuerda-. Ismaël Lô es el artista más conocido de nuestro país y nos llenó de felicidad que las personas de aquí lo recibieran con tanto cariño». Mientras para muchos de los presentes el concierto fue una oportunidad de ver en directo a un grande de la música, para Abdoulaye y sus compatriotas fue un reencuentro con las raíces y «un momento especial».
Junto a algunos miembros de Médicos del Mundo y de la asociación 'Teranga', Abdoulaye tuvo el privilegio de cenar con el artista, al que admira profundamente por «su gran corazón y lo mucho que se preocupa por la situación de las mujeres y los niños». No sólo cenaron juntos, también prepararon el menú y celebraron el Ramadán, un mes particularmente especial para todos los creyentes de fe musulmana.
Una de las cosas que más le gusta a Abdoulaye del compositor senegalés es que «canta y lucha por África, por la unidad de los países y el conocimiento mutuo». Y eso es lo que, en la medida de sus posibilidades, él también intenta hacer. «Me gustaría que se conociera mejor mi país, que supieran cómo somos y cómo es nuestra cultura -dice-. Desde que estoy en el País Vasco, he conocido a muchas personas de distintos sitios y siento que me he enriquecido. Cuando conversas con alguien diferente, coges algo de esa persona y ella se queda con algo de ti. Pero si no conoces a la gente, no puedes hacer nada por ella», reflexiona.
Aprender y enseñar
Antes de llegar a Euskadi, donde reside uno de sus primos, Abdoulaye vivió en Asturias durante casi tres años, un periodo en el que aprendió a hablar castellano y comenzó a forjarse un camino laboral. «El dominio del idioma lo es todo. Si no puedes leer o escribir, tampoco puedes comprender tu entorno, relacionarte con los demás o empezar a trabajar», opina este senegalés, que en su país estudiaba Derecho y aquí trabaja en una empresa de fumigación.
Pese a que el cambio, a primera vista, pueda antojarse desfavorable, él asegura sentirse «muy feliz y encantado» con lo que ha conseguido y con la sociedad vasca. «La mayoría de la gente es muy maja y amable. Y además, en Médicos del Mundo ayudan mucho al inmigrante que no tiene recursos. Yo quiero aprender de ellos, conocer a las personas de aquí y ser también solidario», asegura.
A su juicio, una de las grandes barreras que frenan la integración es la incapacidad de comunicarse. No sólo porque agudiza el «sentimiento de soledad», sino porque aviva las preocupaciones y los recuerdos dolorosos. «Yo sé lo que es eso y me gustaría evitar que otros sientan lo mismo. Muchos extranjeros llegan aquí con problemas y les quiero ayudar a olvidar».
En ese planteamiento, la existencia de la asociación 'Teranga' es un bálsamo para sus compatriotas: «Les recibes, les tranquilizas y les ayudas a entender lo que pasa. Algunos no saben nada de castellano, así que los orientamos y los guiamos hasta la Escuela de Idiomas. Poder hablar con los otros es el primer paso para volver a empezar».
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