8.9.08

Tragedia y morbo

El accidente aéreo de Barajas sigue dando de qué hablar. Cuando ocurrió, el 20 de agosto, todos los ojos de España se pegaron al televisor. Las imágenes del siniestro, de las víctimas y sus familiares se repetían una y otra vez en la pantalla, mientras las autoridades confirmaban, poco a poco, el saldo definitivo de muertos. Aquella fue una tarde larga, pesada, de calor, en la que no había nada más para ver. En la calle o en los bares no se hablaba de otra cosa. Incluso por la noche, cuando finalmente se supo la cifra y los nombres, la tragedia no descansó. Las víctimas mortales eran 153. Entre los pasajeros había familias enteras; gente normal, con nombre, apellido e historia, que iba de vacaciones o volvía. Había padres, esposas, hermanos. Y también niños.

El 'número 154' ­-María Luisa Estévez- se sumó a la lista sólo cuatro días después. Para entonces, todos los sectores de la sociedad discutían sobre lo sucedido. Políticos y pilotos, empresarios y médicos, familiares y allegados estaban envueltos en un fuego cruzado de palabras, reproches y lágrimas que se extendió durante varios días en los medios de comunicación. La identificación de los cadáveres tardó más de lo previsto y eso tampoco ayudó. Recién el sábado 30, cada cuerpo carbonizado volvió a recuperar el nombre y sus allegados abrazaron la certeza. Pero eso no fue suficiente, no bastó para minimizar el tema. La tragedia del avión de Spanair sembró la paranoia y el miedo y, como decía al principio, aún hoy sigue dando de qué hablar.

El miércoles pasado, un canal de televisión decidió no emitir un capítulo de la serie 'Hospital Central' porque abordaba, justamente, las consecuencias de un accidente aéreo. Aunque las escenas del episodio 'Lista de pasajeros' se habían filmado en junio, la similitud de la trama con el siniestro de Madrid era demasiado palpable. Por respeto a las víctimas y para no revivir la situación, tan sólo se mostró un resumen. Muchos pensaron que la decisión era acertada. Otros señalaron que era hipócrita; una opción políticamente correcta, sin fondo, ya que las cámaras de ese canal (y los otros) no habían tenido problemas en mostrar el accidente real ni en buscar declaraciones de los afectados. En cualquier caso, lo cierto es que este siniestro, además de causar dolor, provocó un buen puñado de debates.

He volado varias veces con la compañía siniestrada y no voy a negar que, si me toca hacerlo otra vez, pensaré en el JK5022 con destino a Canarias. Claro que, para ser justa, debería pensar también en los accidentes de carretera cada vez que me subo a un vehículo. Los aviones son más seguros que los autos, y los accidentes aéreos menos frecuentes que los de tránsito. En este país ­y me consta que en Uruguay también-, la gente muere como moscas en el asfalto, aunque nadie les hace caso. Es una muerte con cuentagotas, mucho menos espectacular que la hoguera gigantesca de un avión, mucho más gris, desapercibida. Y extendida. Entre 2002 y 2007 murieron más de 16.630 personas en las carreteras españolas, sin contar ciudades ni pueblos. El año pasado, en concreto, fueron 2.742. ¿Cuántos aviones de Spanair supone eso? Casi 18. ¿Cuántos 'spanairs' siniestrados suma Uruguay cada año? Por lo que sé, casi cuatro. Y eso que la población uruguaya es trece veces menor que la de España.

Pero, insisto, casi nadie le hace caso a lo que pasa a pie de calle; a lo que pasa en blanco y negro. Los accidentes de tránsito se han vuelto tan comunes, tan vulgares, que son parte del paisaje cotidiano. Una anécdota de iniciales sin nombre; un baile de cifras que llega en cuotas y, por tanto, parece menos terrible. El video del accidente de Barajas está colgado en Youtube y es uno de los más vistos. Lleva tres semanas en Internet y lo han mirado 190.000 veces. A otras cosas, más probables, más cercanas, no se les presta tanta atención. O ni siquiera aparecen. Me pregunto si es por inconsciencia o por morbo que miramos las explosiones y evitamos ponernos el cinto.

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