28.2.09

"Trabajé como costurero para juntar dinero y poder venir"

Tiene 29 años y lleva dos y medio en Vizcaya, donde vino con la meta y el sueño de dedicarse a la música, su profesión. Experto en cuerdas y vientos, Juan Carlos Aguirre relata el camino que le ha alejado de Bolivia para acercarlo hasta Euskadi.

Inquieto y con hambre de mundo, Juan Carlos se fue joven de Cochabamba, Bolivia, donde vivía con su familia. Siempre había querido viajar a España y lo logró, aunque no del modo en que esperaba, pues cuando surgió la primera oportunidad de viajar, no pudo aprovecharla. «Estaba trabajando y estudiando en colegios de música y no podía dejarlo», explica. Así que se quedó.

Pero Juan Carlos aguardaba un tren que no tenía vía de regreso. Por eso salió tras él. Y lo hizo, en principio, en Argentina. «Estuve casi un año residiendo en Buenos Aires, donde sí pude dedicarme a la música, pero tuve que trabajar en otras cosas para vivir. No fue fácil, te lo aseguro, pero trabajo es trabajo y yo me acomodo a todo», dice este joven que aquí, en Vizcaya, compagina las notas y los pentagramas con las obras de la construcción. «En Bilbao he aprendido lo que sé sobre este oficio. Antes no tenía ni idea», confiesa. Sin embargo, a Juan Carlos se le da bien adaptarse, una cualidad que le ha permitido buscarse la vida aquí y, antes, en Argentina. «He hecho de todo. Cuando estaba en Buenos Aires, me presenté a una oferta de trabajo en una fábrica de ropa, donde había cientos de personas cosiendo. Yo no tenía ni idea de cómo era aquello, pero necesitaba el sueldo y aprendí imitando a mis compañeros», recuerda.
Una semana en casa
Claro que aquello no fue su destino sino, más bien, su billete. «Trabajé como costurero para juntar dinero y poder venir a Europa», resume este músico experto en instrumentos típicos de su país, como la guitarra, el charango, la quena y la zampoña. Tras pasar nueve meses cosiendo, Juan Carlos regresó a su casa, donde apenas se quedó una semana. «Estuve allí con mis padres, compré el billete de avión, y a los pocos días me fui».
Su familia frunció un poco el ceño... «¿Cómo es que te vas tan rápido?», le decían los suyos, más con tono de regaño que de pregunta. Pero la decisión estaba tomada. «Yo soñaba con este viaje, con vivir y conocer el continente, y había perdido las oportunidades anteriores de hacerlo realidad. En ese momento, seguía con ganas y disponía del dinero para hacerlo», argumenta. «Además, mi familia ya estaba acostumbrada a que yo viviera lejos».
La música, como el deporte, es un lenguaje universal; un modo de vivir y, también, de relacionarse. «A través de ella conoces personas, te mueves y trabajas», dice. «Cuando llegué aquí, a Bilbao, lo primero que hice fue comprar un periódico y mirar en la sección de anuncios. Había un grupo latino que necesitaba a un guitarrista. Contacté con ellos y me aceptaron».
Después, como él dice, «todo fue una cadena. Vas conociendo más gente; personas que te ayudan. De a poco vas encontrando tu camino y tu lugar en un sitio que es nuevo». Así, Juan Carlos logró formar parte de dos agrupaciones: el trío Izenbarik (Sin nombre, en euskera) y Proandino, que el año pasado ganó el Festival Internacional 'Fest-in', organizado por Aperviz en el BEC.

«Hemos hecho algunas presentaciones en la sala Santana 27 y en la Universidad de Mondragón, pero todavía no he logrado vivir sólo de la música... Además de mi familia, eso es lo que más extraño de allá. En Bolivia solía tocar bastante todos los fines de semana y lo disfrutaba, porque me gusta mucho subirme a un escenario y cantar. Aquí las actuaciones son más espaciadas», compara. En contrapartida, «la gente es muy amable, educada y atenta. Aprendo de los vascos y sigo soñando con conocer otros países cercanos».

24.2.09

Contemos el mundo de una manera responsable

Con el cuaderno en la mano y el abrigo todavía puesto, el periodista se acerca a su escritorio y enciende el ordenador. Mientras se cargan los programas, deja el cuaderno junto al teclado, se quita la chaqueta, camina hasta la cocina y se prepara un café. El periodista está en su casa, donde trabaja y también vive. Es un claro exponente de la «generación cocoonista», es decir, la que echa a andar la lavadora mientras se gana el pan a golpe de letras binarias. Su labor cotidiana es virtual.

Regresa al escritorio con el café en una mano y el cenicero en la otra. Pone un disco de algo, que varía según el día, y se sienta en su silla dispuesto a contar una historia. Lo que sigue es un proceso de ensamblaje. A su derecha, en el cuaderno, hay un montón de palabras sueltas esperando a ser engarzadas. Son ideas, frases, piezas; las mismas que recogió dos horas antes en una cafetería cualquiera. También son anotaciones dispersas sobre la vida de alguien. Alguien que, en un acto de confianza sin retorno, le contó lo que pensaba y qué sentía.

Esta escena se repite una vez a la semana. Desde hace un año y medio forma parte de mi vida.

Nuevos vascos, nuevos ciudadanos
Soy periodista y trabajo para varios medios; entre ellos, el diario El Correo. Allí escribo una página semanal que se titula Nuevos Vascos y que, como bien sugiere su nombre, recoge historias, sensaciones e inquietudes de los extranjeros que residen en Euskadi. El espacio nació en 2007 con la voluntad de encarar el fenómeno migratorio desde un ángulo distinto al habitual, dándole voz a quienes no la tienen. Se trata de una iniciativa pionera en la comunidad porque, si bien hubo otros intentos de normalizar el discurso migratorio, éstos quedaban relegados a publicaciones marginales y, por tanto, a un público más reducido.

La inmigración como tal ocupa buena parte de los periódicos y los telediarios, pero la información que se difunde es parcial. Como lectores y telespectadores (y también como periodistas), estamos muy acostumbrados a recibir y repetir las mismas cosas de siempre. Pateras, tragedia, enfermedades, pobreza. Ilegalidad, saturación sanitaria, abuso de los servicios sociales. Delincuencia. Intransigencia. Problemas. No es que esto sea mentira... Es sólo una parte de la verdad. El asunto es que se muestra como única, como teoría que se agota en sí misma. Se habla mucho de los inmigrantes; pero poco, muy poco, con ellos.

Escribir esta página distinta, empezarla desde cero sin saber, ha supuesto un ejercicio personal interesante. Cada semana hablo con alguien diferente que, por magia o empatía, me acaba confiando su historia. He charlado con gente de Colombia, Ecuador y Venezuela, personas de Argentina, Chile, China y Rumania, ciudadanos de Marruecos, Senegal y Palestina, emigrantes de Argelia, Bulgaria y Togo, más una larga lista de etcéteras. Transversalmente he hablado con musulmanes y cristianos, coptos y ortodoxos, amarillos, blancos y negros. He aprendido más de historia y geografía que en los años que pasé en el instituto. Lo mismo puedo decir sobre la religión, la cultura, la música y la gastronomía. En definitiva, me he enriquecido y, mientras lo hacía, comprobaba que cuando se refuerzan las generalizaciones, se debilita la diversidad. Eso es, precisamente, lo que suele pasar en los medios, que no son todopoderosos, pero sí tienen su aquél.

El poder mediático de amplificación
Mucho se ha dicho (y escrito) sobre las balas mágicas y las agujas hipodérmicas, esas teorías de halo conspirativo sobre mensajes que derriban las ideas de la gente. No existe tal cosa; al menos no en estado puro, como lo planteaban los listillos de la Mass Comunication Research. Tampoco hay un ser malvado tramando un plan siniestro para dominar el mundo, al estilo de Pinky & The Brain. Sin embargo, los medios son canales que amplifican las ideas; las ideas pertenecen a los hombres, y los periodistas padecemos de pereza cultural. Hay un algo acomodaticio que subyuga la curiosidad, y cuando la comodidad aplasta el interés de quienes tienen el micrófono, la rotativa o las cámaras, el encuadre se vuelve miope y cojea.

Cuando escribimos sobre inmigración, los periodistas parecemos a veces engendros de Google y Goebbels. Unificamos a los cinco millones de extranjeros en un único modelo. Exageramos lo negativo hasta producir sensación de amenaza. Utilizamos imágenes simples, lugares comunes, clichés, para que lo entienda un adolescente, un adulto, una abuela. Orquestamos cuatro ideas recurrentes y les damos caña sin salirnos de los márgenes. No dejamos lugar para la réplica ni nos gastamos en contar lo positivo. Apelamos al nosotros y al ellos en una ecuación donde, invariablemente, el nosotros es susceptible de desdibujarse por el ellos. Y para hacerla completita, buscamos andar por la senda del conformismo y la unanimidad.

¿Lo hacemos adrede? No. Lo hacemos así por pereza, porque es más fácil buscar cuatro datos en Google y tirar de sentido común, de lo hecho, de agencias, que salir a empaparse de gente cuando llueve, hace frío o son las nueve de la noche. Sin quererlo, sin saberlo y sin saber quién era Goebbels, encajamos en su esquema sin fisuras. Lo triste es que ni siquiera somos conscientes de ello. Al menos él sí lo sabía y le ponía intencionalidad a sus actos.

Repercusión real
Vuelvo a decir que los medios no son todopoderosos, así como el público no es una masa amorfa de idiotas. No obstante, y como periodista, creo que uno nunca acaba de darse cuenta hasta qué punto las letritas que se hilan desde el anonimato, en la pantalla de un ordenador, en casa, pueden provocar cosas fuera, en la calle, en personas que tienen nombre, sentimientos y apellido. Que una entidad te dé un premio y reconozca tu trabajo por salirte del esquema significa que alguien lee lo que escribes, que lo escrito no muere ahí. Que te llame alguien a quien entrevistaste para contarte que a partir del texto ha cambiado su contexto vital es la prueba irrefutable.

¿Pueden los medios fomentar una actitud más solidaria? Sin duda que pueden; seguro que sí. En la misma medida que son capaces de amplificar unas cosas y silenciar otras, sólo es cuestión de cambiar las clavijas y dejar de pensar que el mundo empieza y acaba en las paredes de nuestra cabeza. Aunque la facultad no lo enseñe, para los periodistas es una obligación. No está bien andar contando el mundo de manera irresponsable. No está bien centrarse en los acentos y las etnias olvidando que la estupidez no tiene bandera, frontera ni pasaporte.

23.2.09

Política y carnaval

En el terreno político, como en tantos otros aspectos de la vida, cuando parece que todos los modelos se han agotado, que no hay nada nuevo bajo el sol y que sólo tenemos más de lo mismo, de pronto sucede algo que nos da vuelta la tortilla. En las últimas semanas, por ejemplo, el Partido Popular de Madrid ha dado mucho juego a periodistas, opositores y jueces, que se han dedicado a develar los entresijos de una trama de corrupción muy potente, extendida y profunda. Una que huele mal, arroja nombres y salpica, dando nuevas razones para mirar de lejitos a la agrupación política más conservadora de España; la que se descompone entre espionajes, desconfianzas y coimas para dejar al descubierto que, de repente, la derecha está torcida.

Por hablar en términos carnavaleros, el sacudón de expedientes y causas judiciales abiertas ha caído como un baldazo de agua fría; no sólo para los propios imputados, sino para el resto del partido y de la población en general. Hay que recordar que esta trama ha saltado justo ahora, a un paso de las elecciones autonómicas de Galicia y el País Vasco, a las que muchos consideran un termómetro fiel de la temperatura política española. En plena campaña electoral, este tipo de cosas estorban, obvio. Sin embargo, aunque la gente se ha sorprendido de los alcances del asunto, a casi nadie parece extrañarle que, cada tanto, se descubra a un político corrupto, ladrón o deshonesto. Al revés. La corrupción se ha vuelto un daño colateral, algo que está ahí y que se aguanta aunque no se entienda. Como una especie de peaje en la autopista de la democracia.
Por alguna razón, acá (y allá también) todos sabemos quiénes tienen lastimado el bracito de andar escarbando en la lata y los seguimos votando o permitiendo que se presenten a un cargo. Y lo peor es que seguimos muy tranquilos, autoconvenciéndonos de que debe ser así, taxativo e invariable, ese asunto de que todos los representantes se lleven su tajadita de dinero; que ser político y chorro es un combo. Este tema, desde luego, es preocupante. No sólo que un puñado de políticos robe, sino que el descreimiento social hacia la clase política haya llegado al punto de que a nadie le sorprenda demasiado, y a la normalidad de que nadie los castigue como se debe. Precisamente por ello, cuando empecé a escribir estas líneas mencionando la 'novedad' no me refería a este asunto, tristemente conocido y aceptado. Pensaba más bien en otro, un poco más divertido, que tuvo lugar el sábado.
En el marco de las elecciones vascas, la más reñida en las últimas décadas, hubo espacio para el humor y, también, para el Carnaval. Así como muchos encuentran similitudes físicas entre Zapatero y Mr. Bean; Juan José Ibarretxe, actual presidente autonómico y candidato a la reelección en Euskadi, tiene un gran parecido físico al capitán Spock, el de la serie 'Star Trek'. El asunto es que Ibarretxe, que se juega la continuidad del partido en el Gobierno vasco, decidió apelar a la risa. Porque "lo más importante es saber reírse de uno mismo", dijo. Y lo puso en práctica.
"¡Vascos y vascas! ¡Vulcanianos y vulcanianas! Hoy no soy el lehendakari, sino Míster Spock", lanzó al inicio de un discurso que ofreció en la fiesta que las juventudes de su partido organizaron con motivo del Carnaval. "Los últimos informes recibidos en la nave Euskalprise [versión vasca de la Enterprise] nos avisan de un intento muy serio por parte de otras galaxias de controlar la galaxia vasca. Quieren interferir. Quieren decidir desde la capital de otra galaxia y no lo podemos permitir. Nosotros tenemos una misión: defender la galaxia vasca", resaltó ante la carcajada colectiva y envuelto él mismo en una risa distendida. A su alrededor, casi un centenar de jóvenes lucían y repartían orejas puntiagudas, junto a otros representantes del partido, que acompañaban el despliegue y se despidieron como él, con el famoso saludo de la serie, el que mantiene separados el dedo corazón y anular. Dicen que nunca se vio algo igual, y me lo creo. Pero pasó, sorprendió y le cambió el tono a una campaña aburrida. Prefiero que el Carnaval se cuele en la política (aunque alguno piense que ya hay demasiados payasos), a que la corrupción no nos indigne ni un poco.

20.2.09

"Una cosa es ser diferentes y otra, ser desiguales"

Diego García es chileno y llegó al País Vasco en octubre de 2006. Profesor de filosofía y músico, vino a cursar un posgrado en la Universidad de Deusto, donde ha abordado el fenómeno migratorio e intercultural desde la teoría y la práctica. A un año de acabar su doctorado, ha cosechado un buen puñado de experiencias y, por supuesto, de interesantes reflexiones



La conversación tiene lugar en una sala del Centro Ellacuría, en Bilbao, donde Diego acude todos los martes en calidad de voluntario. Allí gestiona una sala de informática para inmigrantes, ayuda en lo que haga falta y, además, sociabiliza. «Al acabarse el primer año del doctorado, la referencia humana se diluyó. Decidí acercarme y vincularme a un proyecto colectivo por salud mental y por hacer algo distinto que me sacara del escritorio», explica.

En esa búsqueda de acercamientos conoció al padre Xabier Zábalo y al boliviano Juan Carlos Aguirre, con quienes fundó un grupo de música y dio un 'mini concierto' en enero; pero también encontró que el contacto más cercano con otras realidades migratorias le permitía enriquecer los contenidos de su investigación. «Este es un lugar donde pasan muchas cosas», dice. Cosas que disparan preguntas, generan reflexiones y plantean enfoques «sugerentes» para analizar la sociedad actual.

Porque a eso, en principio, ha venido. A estudiar y analizar el fenómeno migratorio y la interculturalidad combinando la antropología, la sociología y el derecho. Aunque Diego García siempre se había dedicado a la filosofía política, quiso profundizar en los escritos de John Rawls, autor de la Teoría de la Justicia. «Uno investiga sobre lo que ignora», dice. «A Rawls le preocupaba que las sociedades democráticas pudieran poner en práctica el sentido de justicia de manera espontánea y cómo eso incidiría en el aumento de la estabilidad social. Me resulta interesante el planteamiento».

Lo que a Diego le interesa saber es si la gente querría ser justa con los demás si no estuviera obligada por las normas. «Se supone que haber recibido un trato justo fortalece el deseo de actuar de igual modo, pero la sociedad moderna genera muchas diferencias y el fenómeno migratorio pone a prueba la autoestima de cualquiera», indica. Precisamente es la autoestima, sumada al reconocimiento social, lo que pone en marcha unos mecanismos personales en quien emigra.

«Una cosa es ser diferentes y otra cosa es ser desiguales. Quien no recibe respeto, por mucho que se quiera a sí mismo, tiene la autoestima en riesgo. Pero, ¿es verdad que sólo queremos igualdad? Aunque decimos que nos conformamos con un trato justo y prácticamente han desaparecido los títulos nobiliarios, sí buscamos el reconocimiento porque la sociedad actual premia al mérito. Y un inmigrante, en general, no sólo va a parar a lo más bajo de la consideración social, también es objeto de estigmatizaciones; es decir, de reconocimientos que denigran».

La doble vida
En esta línea, Diego García señala que, en lo personal, se ha sentido «espléndidamente» en el País Vasco, aunque también señala un matiz: «Yo soy estudiante de postrado. No soy inmigrante, soy extranjero. Con esto quiero decir que hay consideraciones discriminatorias, y extranjeros de diferentes categorías». Para él, las migraciones provocan una «dialéctica extrañísima» en la que los protagonistas, los inmigrantes, acaban llevando una doble vida. «Mientras aquí están marginados y se sienten invisibles y solos, en sus países de origen son 'alguien'; aumenta la consideración de sus pares y sus vidas y hazañas alcanzan dimensiones casi heroicas. La paradoja es que no eres donde estás y eres donde no estás».

La dinámica le produce impresión; más que nada porque le ha hecho constatar algo que se vive a otros niveles. «Todos tenemos más de una identidad, y articularlas a todas es complicado. Pero la condición de emigrante se vuelve hegemónica, lo abarca todo y parece anular al resto de las dimensiones del ser humano, que es más que un pasaporte y un número».

16.2.09

Animales de costumbre

El sábado pasado, antes de ayer, salí a caminar de tarde por el centro de Bilbao. Estaba nublado y hacía frío, pero no llovía ni había viento, así que me lancé a la calle. Era el día de San Valentín, el de los enamorados y los comerciantes y, como es lógico, allí estaba toda la parafernalia amorosa típica invadiendo las esquinas y las tiendas, con las vidrieras rebosantes de corazones en forma de póster, muñequitos, globos y bombones. Y con gente comprándolos, claro, que la globalización tiene sus servidumbres y, de vez en cuando, se anima y raya lo cursi. De tanto amor iconografiado, impreso y latente, la ciudad parecía una enorme feria de cardiología. Sin embargo, el sábado también fue un día de rabia contenida y protesta. En las mismas calles, las mismas veredas, las mismas esquinas saturadas de corazones, tuvo lugar una marcha que, si bien había sido prohibida por el juez Baltasar Garzón, salió igualmente hacia el centro, a tomarle el pulso a Bilbao, la policía y los medios.

La manifestación se convocó para protestar contra el Tribunal Constitucional, porque anuló las candidaturas de Demokrazia 3 Milioi (D3M) y Askatasuna en las próximas elecciones vascas, que se celebrarán dentro de dos semanas. La marcha estaba prevista para las cinco y media de la tarde; tan prevista como prohibida, lo que provocó que un par de horas antes empezaran a percibirse algunos movimientos policiales en la calle y, más tarde, en el cielo, donde un helicóptero oficial sobrevolaba el laberinto de la ciudad, las concentraciones y los desplazamientos potencialmente peligrosos.

Yo estaba de pie en una librería cuando escuché los primeros disturbios. Sirenas y bocinazos, sonido de disparos de goma, jóvenes corriendo, bifurcándose en las calles, perseguidos bien de cerca por camionetas y patrulleros. Con el libro que tenía en las manos, me acerqué a la vidriera del local y miré hacia fuera. La chica que atendía en el comercio, que estaba de espaldas a la calle, no se inmutó, no se dio vuelta para mirar la vereda, no dijo nada; ni siquiera apartó la vista de la computadora en la que estaba escribiendo. Si una fuera sorda y tuviera que basarse en la expresión de los demás para interpretar el mundo, juraría que ahí mismo todo estaba como siempre, empapado de normalidad.

Cuando la cosa se calmó un poco, salí de vuelta a la calle y seguí con el paseo. De San Francisco (el barrio donde estaba) a la Gran Vía (el equivalente bilbaíno de nuestra 18 de Julio), había unas cuadras de camino; muchas de ellas encadenadas a un lado de las vías del tren. El clima o, mejor dicho, la atmósfera, oscilaba entre lo raro y lo normal. Por un lado, gente con bolsas, paseando, charlando en la vereda, disfrutando de la tarde. Por otro, cordones policiales con efectivos encapuchados, escudos de defensa, chalecos y cascos, lanzadores de balas de goma e hileras serpenteantes de patrullas. Gente mirando, gente indiferente, contenedores volcados en el medio de la calle, conductores enojados porque no podían avanzar. Luces de faroles, de comercios y patrullas iluminando estas escenas, que parecían discurrir en dos mundos paralelos.

Según leí en el periódico de ayer, el saldo de todo el revuelo fueron doscientos contenedores de basura volcados (diez de ellos quemados) y cinco personas detenidas. Iñaki Azkuna, el alcalde, lamentó profundamente estos hechos y destacó el "terror y el miedo" que sufrieron los ciudadanos esa tarde, incluidos los turistas que andaban por allí. Es verdad que alguna tienda bajó la persiana con la gente adentro, y es verdad que más de uno se metió en cualquier comercio con tal de no estar en la calle, exponiéndose a cualquier trifulca. Pero no es menos cierto que, mientras unos gritaban y otros perseguían, mientras cargaban el aire en conjunto, mientras se oían disparos a lo lejos, muchos de los que estábamos allí seguimos haciendo la nuestra; mirando tiendas, comprando cosas, observando corazones y lacitos de vidriera. En algún momento pensé que la sociedad es un evento complejo y que nosotros somos animales de costumbre. Así como nos resulta natural que se celebre San Valentín o Halloween en España, en Uruguay y en la China, para los que estamos aquí también es muy fácil ir a dar una vuelta, atravesar una manifestación prohibida y oír tiros de goma sin paralizarse de miedo. Tristemente fácil; patológicamente normal.

14.2.09

"Fue duro dejar el ballet, pero quería conocer otras cosas"

Tenía 21 años cuando decidió quedarse en Vizcaya. Por aquel entonces, y a pesar de su juventud, Gilda Pizarro era miembro del Ballet Nacional de Colombia y ya había estado de gira por Oriente Medio, Italia y España. El futuro en la danza prometía, pero eligió estudiar aquí, donde estaba su hermano. «Siempre he sentido una gran atracción por Europa», dice hoy, ocho años después de haber dado el paso.

«Lo mío fue una casualidad muy bonita», resume Gilda cuando inicia su relato; una historia que arranca en su adolescencia en Santo Tomás, donde vivía y tocaba el saxo. «Toda mi familia se dedica a la música, en especial al vallenato», dice para ilustrar que, ya por entonces, su vida estaba ligada a una banda municipal. La cuestión es que un día fue a Cali a visitar a unos familiares, y su viaje coincidió con un concurso especial para ingresar en el Ballet Nacional de Colombia. «Me presenté, hice las pruebas y me seleccionaron», enumera con la sencillez del que lleva el talento en las venas.

Su trayectoria con la compañía duró casi cuatro años; un largo periodo de aprendizaje que le exigía la responsabilidad de un trabajo. «Es que sí era mi trabajo -enfatiza-. Ensayábamos todos los días, más de cinco horas diarias. El entrenamiento era de nivel profesional y requería mucha disciplina». Lo positivo, era la posibilidad de dedicarse a la danza, perfeccionar la técnica y desarrollar una carrera artística. Lo negativo, que resultaba difícil compaginar los ensayos y las giras con los estudios universitarios.

«Había hecho dos años de periodismo en la facultad, pero era muy complicado hacer bien ambas cosas. En el año 2000, cuando salí de gira por Oriente Medio, Italia y España, pasé a visitar a mi hermano, que ya vivía en Bilbao, y presenté una solicitud para estudiar en la UPV. Dejé los documentos aquí, volví a Colombia y poco después supe que me habían aceptado».

Gilda recuerda ese día con la misma nitidez que su última actuación. «No le había dicho a nadie que me iba porque quería que esa función saliera bien y fuera bonita, aunque yo estaba muy sensible y se notaba. Fue duro dejar el ballet, pero quería hacer otras cosas. Tenía claro que iba a estudiar una carrera universitaria y sentía una gran atracción por Europa», explica.

«Supongo que mi interés viene de cuando era niña -agrega-. Uno de mis tíos vive desde hace 30 años en Francia y yo crecí oyendo sus cuentos. Cuando tienes una persona cercana viviendo tan lejos, te pica la curiosidad, quieres saber más, lees libros. Y si eres inquieta y tus padres te apoyan, como me pasó a mí, llega un día en que te planteas marchar. No hay nada como ver mundo», subraya.

Un proyecto concreto
Ver mundo y viajar es, precisamente, lo que le ha animado a quedarse. «Ese afán de aprender ha impedido que me sintiera mal -dice-. Por supuesto que se echa de menos y que hay obstáculos, pero mi experiencia aquí ha sido realmente buena y tengo muy buen concepto de los vascos. Son muy amables y acogen muy bien al que llega». En su caso, el primer contacto fue con los compañeros de facultad, que «se portaron muy bien». «Llegué en noviembre de 2000, cuando las clases ya habían empezado, y todos me ayudaron a ponerme al día y me prestaron sus apuntes», detalla con gratitud.

En cuanto a su vida actual, Gilda destaca que es menos difícil emigrar cuando uno tiene un proyecto concreto. «Yo no he parado de estudiar y trabajar desde que llegué. Di clases de baile en tres sitios y ahora trabajo en radio, donde estoy aprendiendo mucho sobre periodismo y el modo de encarar las noticias aquí. También me he apuntado a teatro, porque me gusta la interpretación y el arte escénico. Tengo la suerte de estar donde he elegido y me siento bien. De otro modo, me iría. Siempre he creído que para pasarlo mal y sufrir es mejor estar con los tuyos».

11.2.09

¿Banca nacional o extranjera?

Operar con bancos de otros países no ofrece beneficios fiscales, sino costes añadidos

Las novelas policiacas, las historias de grandes estafas, las películas de acción y, en ocasiones, las noticias de actualidad han afianzado la idea de que abrir una cuenta bancaria en el extranjero es sinónimo de riqueza, seguridad, beneficios económicos y ventajas fiscales. En mayor o menor medida -y especialmente en momentos de crisis- casi todo el mundo asume que operar con algún banco de otro país confiándole parte del dinero puede servir como salvavidas ante la incertidumbre financiera. Pero, ¿realmente es así? ¿La banca extranjera es más conveniente que la nacional? ¿En qué casos? ¿A qué tipo de cliente le resulta útil colocar su capital fuera del lugar donde vive? Y sobre todo, ¿qué operaciones son legales y cuáles no? Para responder a estas preguntas, además de los datos numéricos y la opinión profesional de expertos en la materia, es importante hacer algunas distinciones. La finalidad con la que se abre una cuenta fuera del país, así como el perfil del cliente, el lugar elegido y la coyuntura económica inciden directamente en la conveniencia de esta operación. No es lo mismo hablar de una empresa con filiales o negocios en el extranjero que de un particular. Y, para este último grupo, no es lo mismo abrir una cuenta de ahorros o un fondo de inversión que una cuenta corriente para cubrir gastos domésticos, como ocurre, por ejemplo, con quienes tienen una propiedad en otro país y necesitan domiciliar las facturas.
La inseguridad como motivación
La crisis ha puesto en evidencia que todos los mercados dependen entre sí, que la globalización financiera es real y que cualquier banco del mundo es susceptible de sucumbir ante el "efecto dominó" de los desplomes. No obstante, hay países con economías más fuertes que otros, que no disponen de tantas herramientas para hacer frente al desastre. En estos países -que generalmente afrontan deudas externas y tienen mercados más vulnerables-, la banca extranjera está considerada por los empresarios y los ahorradores como una vía segura para resguardar su dinero, aunque en el proceso individual del "sálvese quien pueda" termine agravándose la situación global. Cuando la inestabilidad de una moneda provoca desconfianza en los inversores, estos tienden a cambiarla, comprar divisas extranjeras y "sacar" su capital del Estado. Y cuando eso ocurre a gran escala y de forma masiva, produce lo que se conoce como fuga de capitales.

El famoso "corralito" de Argentina, que dejó a millones de personas con sus cuentas congeladas en 2002, no fue más que la respuesta general de las entidades bancarias, que se blindaron ante el vaciamiento masivo de dinero. Pero, además, el episodio ilustra muy bien ese concepto de la banca extranjera como protección. En ese momento, cuando la inestabilidad llegó al extremo de que hubiera cinco presidentes en un mes y una revuelta social sin precedentes, quienes pudieron adelantarse al blindaje -empresas y particulares- abrieron cuentas en el extranjero, compraron dólares, se llevaron su dinero en metálico o hicieron transferencias bancarias hacia fuera del país. Aun así, se trató de un caso puntual, agravado por el pánico, en el que cualquier opción era mejor que perder los ahorros. La pregunta es si una situación así podría extrapolarse a España; si serviría realmente de algo. Y la respuesta es que no. Además de que la coyuntura es distinta, el sistema bancario español está íntimamente ligado al europeo, comparte divisas y está sujeto a mecanismos de control comunitarios.
Cuándo operar con la banca extranjera
En términos generales, tres escenarios habituales justifican la apertura de una cuenta en el extranjero. El primero, que se trate de una empresa con delegaciones en otros países, pues es lógico que la firma tenga cuentas ligadas a su actividad comercial. En ese caso, trabajar con los bancos de cada localidad supone agilizar y hacer más sencillas las operaciones financieras normales, como el cobro por servicios o mercadería, el pago de salarios o el depósito de cheques, ya que evita los costes y la ralentización de un giro bancario.
Otro escenario común, ya en el ámbito de los clientes particulares, se produce cuando alguien posee una propiedad en otro país y opera con la banca de ese estado para atender las cuestiones domésticas, como el pago de la comunidad o la domiciliación de las facturas de suministros. Quizá sea menos glamourosa que la idea de invertir fuera de España por una cuestión de conveniencia monetaria o fiscal, pero sin duda es una situación mucho más frecuente, y hasta necesaria. A su vez, con la aparición de las nuevas tecnologías y la liberalización del mercado de capitales, cada vez es más frecuente que el pequeño inversor o ahorrador particular recurra a los bancos extranjeros en busca de inversiones rentables o mejores condiciones para sus ahorros, créditos e hipotecas.

Por otro lado, y también en el marco de los clientes particulares, es frecuente que los extranjeros residentes en España operen de forma simultánea con la banca nacional y la de sus países de origen. Una misma persona -ya sea con permiso de residencia o que haya tramitado la ciudadanía- puede poseer dos cuentas bancarias distintas y, dependiendo del país en cuestión, mantener dos "vidas financieras" de manera independiente. Por supuesto, lo mismo sucede con los españoles que residen en el extranjero y con los que desean regresar, aunque existe una normativa al respecto. Desde el punto de vista legal, los emigrantes que retornen a España y sean titulares de cuentas a la vista o de ahorro en oficinas bancarias fuera del país, pueden mantenerlas sin ninguna restricción y operar libremente con ellas, aunque deben declararlas al Banco de España si los movimientos superan los 60.000 euros anuales o si en algún momento deciden cancelarlas. Este detalle no es menor, ya que muestra con nitidez que hay un marco de leyes, obligaciones y controles para las operaciones bancarias y que, precisamente por ello, operar con una entidad en otro país no supone, de por sí, una ventaja fiscal o económica.
Obligaciones y evasiones fiscales
Operar con la banca extranjera no produce ningún beneficio fiscal, especialmente en la zona euro, tal como señala el asesor bancario y financiero Carlos Lanz. Por un lado, al existir un mercado común y pertenecer a él, los clientes deben declarar sus cuentas y los intereses que perciben en ellas. Por otro, al existir una globalización bancaria, las ofertas también se globalizan y dependen de la entidad, no del país. Es decir que, a la hora de buscar ventajas, la comparativa debe hacerse entre los bancos y no entre los estados. Según comenta el especialista, aquella picaresca de llevarse el dinero a Francia porque no se declaraba ha desaparecido. Con la Unión Europea en pleno funcionamiento, no sólo es obligatorio para el cliente declarar sus cuentas en el exterior, sino que la comunicación entre los organismos de control es mucho más fluida y eficiente.
En esta misma línea, el vicepresidente de la Asociación Española de Asesores Fiscales y Gestores Tributarios (ASEFIGET), Eusebio Granda, señala que operar con cuentas en el extranjero no supone ningún beneficio fiscal ni ventaja bancaria. Además -según añade-, para abrir una cuenta fuera hace falta una autorización especial, tener operaciones en ese país que justifiquen la apertura, pues de lo contrario es simplemente una salida de dinero. El Banco de España debe conocer la existencia de esa cuenta y, aunque la persona no tribute en ese otro país por no ser residente, sí integra los rendimientos obtenidos a su declaración de la renta aquí.

Fuera de Europa, en Estados Unidos por ejemplo, el proceso de abrir y mantener una cuenta es mucho más complicado. Sacar dinero de España mediante una transferencia implica pagar impuestos. Y hacerlo en metálico obliga a rellenar impresos con valor de declaración jurada. Esto último puede comprobarse fácilmente cuando se viaja a cualquier país no comunitario: llevar más de 10.000 euros en efectivo supone declararlos, explicar cuál será su uso y, también, el motivo del viaje. Lógicamente, cualquiera puede intentar saltarse las reglas, pero eso ya significa pisar el terreno de la evasión fiscal y el delito, y enfrentarse a sus repercusiones legales, aquí y fuera. De hecho, en Estados Unidos, existe el IRS (Servicio de Impuestos Internos, por sus siglas en inglés), que trabaja estrechamente con el Departamento de Justicia y se dedica a prevenir y perseguir todos los planes tributarios abusivos y las estrategias de evasión fiscal en las transacciones bancarias. A modo de orientación, el fraude civil puede incluir una multa de hasta el 75% de la cantidad de impuestos no pagados, mientras que las convicciones criminales de los promotores e inversionistas pueden tener como consecuencia multas de hasta 195.000 euros y cinco años de prisión.
El paraíso fiscal y sus costes
Dejando a un lado a la Unión Europea y a los mercados con fuertes controles financieros, el concepto de paraíso fiscal está íntimamente asociado con la idea que se tiene sobre los beneficios de la banca extranjera. No obstante, este modelo sólo resulta ventajoso para un determinado perfil de cliente pues, contrariamente a lo que se cree, los paraísos fiscales no dan rentas, sino que cobran por depositar el dinero en ellos. Cuando alguien transfiere una suma desde un banco local a un paraíso, debe pagar los impuestos correspondientes, según explica el gestor Carlos Lanz. El beneficio es que, una vez hecho el depósito y con el dinero ya funcionando, no hay que pagar por los rendimientos posteriores. Evidentemente, esta dinámica es útil para empresarios e inversores que manejan grandes volúmenes de capital y encuentran más conveniente pagar los impuestos derivados de la transacción que aquellos que se originan con los intereses. Pero, como recuerda Eusebio Granda, el Estado no permite que los españoles residentes aquí depositen su dinero en paraísos fiscales. Y la Administración lo prohíbe, y lo persigue.

¿Y qué pasa con la banca suiza? No es un paraíso fiscal, pero dependiendo de lo que una persona quiera hacer con su capital, posee unas características tentadoras. La principal, el secreto bancario; una garantía de extrema confidencialidad amparada por la legislación del país que sólo cede ante actos delictivos graves, como el tráfico de armas y de drogas o el blanqueo de dinero. La evasión fiscal, que en otras partes del mundo se castiga, no está considerada como delito en el Código Penal suizo, de modo que no es motivo suficiente para que un juez ordene desvelar los datos del cliente y su cuenta. Del mismo modo, hay una serie de mecanismos que permiten salvaguardar aún más el anonimato de los usuarios, su capital y movimientos bancarios. No obstante, si los fondos depositados proceden de alguna actividad ilegal, serán las propias autoridades suizas las que se encarguen de denunciarlo o permitir la intervención judicial.

En cualquier caso, convertirse en el titular de una cuenta en un banco suizo no está exento de controles previos y, además, no es barato. No basta con presentar el documento de identidad (en este caso, el pasaporte) y los datos personales; las entidades exigen pruebas de antecedentes económicos y pruebas del origen de los depósitos. Es decir que el interesado debe demostrar cómo se gana la vida, presentar su contrato de trabajo (si lo tiene) o los documentos de su empresa y actividad comercial (si es el propietario). Además, si quiere depositar un monto de dinero, deberá especificar y demostrar de dónde ha salido esa suma. A propósito de cantidades, es conveniente saber que, al abrir una cuenta allí, el banco exige mantener un saldo mínimo. En el mejor de los casos, este no ha de ser inferior a 17.000 euros aunque, para lograr un acuerdo así (la banca suiza trabaja con cantidades muy superiores a ésa) es preciso ponerse en manos de intermediarios financieros; algo que conlleva gastos (pues cobrarán una comisión por las gestiones) y que, si el cliente no elige bien, puede dar lugar a timos y estafas.

9.2.09

Violencias

La semana anterior tenía temas para elegir porque había ocurrido de todo. Inundaciones, tormentas, intrigas partidarias, reivindicaciones terroristas y alguna que otra desgracia ocupaban las portadas de los diarios y los pensamientos de la gente. Esta semana, hay más de lo mismo. Más desastres, más desgracias, más problemas. Sigue estando mal el clima, sigue habiendo presunciones de espionaje en el PP y todavía hay quien defiende las acciones terroristas. Si tuviera que buscar un común denominador, hablaría de violencia. Esa que a priori nadie desea, pero de la que todos somos gestores o víctimas.

Hay violencia en las escuelas, en el azote del viento invernal, en las palabras que se cruzan los políticos, en las bombas y en la tele. Violencia en las caras largas de quienes acaban de perder su trabajo, de los que niegan una limosna pudiendo darla y de los adolescentes que encuentran placer apaleando a los vagabundos, quitándole sus cosas, prendiéndolos fuego mientras duermen. Violencia en la calle y en el cine, en la radio y en los diarios, en casi todo lo que nos rodea. Hay vehemencia y descontrol en las puertas de las discotecas, en las palizas y las reyertas que se producen porque sí, en la manera de mirar al de al lado, con tedio, indiferencia o miedo, según se nos presente el día. Si uno lee más allá de lo que dicen textualmente los periódicos, acaba descubriendo que la mayor parte de las noticias se basan en la frustración y la bronca contenida.

En mayor o menor medida, todos digerimos a diario un buen puñado de situaciones violentas. Más cercanas, más lejanas, pero reales sin duda alguna. El día a día se está tejiendo con hebras de ira, y ya no sólo de la puerta para afuera. También en casa, en la privacidad del hogar, hay miles de víctimas silenciosas que viven una guerra cotidiana, que sienten pánico al volver de la calle y tienen el terror instalado bajo la piel. Esas a las que se les aprieta el corazón cuando escuchan las llaves del enemigo girar en la cerradura, que tienen la mirada opaca y un montón de cicatrices en el cuerpo, porque del corazón hace ya tiempo que no hablan. Esas que, como todas las víctimas, dejan de tener un nombre y pasan a engrosar la estadística del miedo.

Sí, con tanto maltrato circulando en el ambiente (y en las calles y el trabajo y el estadio y donde sea), tenía de dónde elegir. Y por eso me quedé con esta versión del deterioro social: la de la violencia machista (no 'doméstica', ni 'de género', aunque pretenda domesticar y sea degenerativa). Elijo hablar de esa violencia porque se ha vuelto demasiado cotidiana y de tan común nos ha hecho inmunes. Porque vamos contando a las muertas y comparando con los años anteriores como si fueran los gastos del supermercado o como si hacer sumas y restas ayudara a resolver el problema. Porque hemos intelectualizado tanto las palizas y los golpes, que vemos con normalidad que haya decenas de asesinatos al año y porque la tele muestra una ambulancia de la morgue, pero no es capaz de transmitir la previa: el drama de oír el llanto y los gritos de la vecina. El terror insuperable de ver cómo tu madre muere apuñalada frente a tus ojos.

Eso fue lo que ocurrió en Madrid el jueves de la semana pasada. Un niño de cinco años vio a su madre morir. Vio cómo el amante la acuchillaba en el corazón para después intentar suicidarse, cortándose la yugular. Lo vio todo desde el quicio de la puerta, sin intermediarios ni protección del menor. Lo oyó todo también y, aunque intentaron distraerlo mientras actuaba la policía, el niño sólo decía "mi mamá ha muerto". Desde su razonamiento infantil y tras esa visión espeluznante, el niñito repetía esa sentencia una y otra vez. La más genuina y lúcida de todas, por cierto, pues no hubo medio de comunicación ni autoridad involucrada que no llevara esta tragedia a los números. Otra vez, a la estadística. La que habla de 70 mujeres asesinadas en un año y rompe 37 días consecutivos sin muertes, "el período más largo en los últimos diez años". Otra vez a hacer cuentitas cómodas y seguras que nos impidan pensar en lo que hay: un niño de cinco años a quien nadie le contará historias del cielo porque ha visto, él sí ha visto, cómo se arreglan las cosas en el infierno. Eso que los adultos llamamos vida cotidiana.

7.2.09

"Todo lo que sé lo aprendí en mi país y he podido aplicarlo aquí"

Su historia es típica y no lo es. Aunque llegó a Euskadi porque su marido es de Bilbao y quería para sus hijos un horizonte cultural más amplio, Ana Silvia Velázquez nunca sintió la necesidad de emigrar. «Allí vivíamos muy bien y nunca creí que acabaríamos viniendo», asegura esta profesional emprendedora, que no ha parado desde que llegó en 1995.

En el relato de Ana Silvia Velázquez se mezcla el amor con el mundo académico, la suerte con el empeño y la casualidad con las decisiones a conciencia. La trama empezó a tejerse en 1987, un año especialmente duro para los habitantes de El Salvador, que atravesaba una guerra civil y acababa de sufrir uno de los peores terremotos de su historia. Por aquel entonces, ella trabajaba en el ámbito de las ONG con desplazados de la guerra, viudas y huérfanos; ofreciendo atención psicológica a mujeres y niños.

Mientras, en Euskadi, el hombre que se convertiría en su marido planificaba su viaje a El Salvador, donde iba a impartir clases de economía en la Universidad Centroamericana (UCA). «Había estado elaborando su teoría sobre la dependencia económica en América Latina y firmó un convenio que le permitía compaginar la docencia a los dos lados del Atlántico; un semestre en cada país», explica Ana Silvia.

Sin embargo, no se conocieron en ninguna asociación ni en la UCA, sino en la Universidad de El Salvador, donde ella había accedido a una plaza docente y dirigía un equipo de psicólogos. «Cuando estaba en la ONG hice un proyecto de intervención social para Oxfam que resultó exitoso y se aprobó», resume.

Al mismo tiempo, su país asistía a una reforma educativa en la que todos los universitarios harían 500 horas de servicio social antes de acabar sus carreras. «La educación pública es gratuita, de modo que los estudiantes deben devolver algo a la sociedad. La mejor manera de hacerlo es contribuir con sus conocimientos, desde su especialidad y con un tutor que supervise el proceso», detalla.

La cuestión es que a Ana Silvia la seleccionaron para dirigir la proyección social de la facultad de Económicas y, por esas cosas de la vida, su futuro marido fue allí a impartir un curso. «Hubo una reunión para darle la bienvenida y yo llegué tarde -confiesa divertida-. Todavía recuerdo el vestido que llevaba puesto ese día y todo lo que pasó después. Lo vi, me vio, y fue un flechazo, como en las películas, igual. Lo primero que pensé fue que era guapísimo. En esa misma reunión, donde estaban todos los decanos y directores, le serví un café y conversamos como si no existiera nada alrededor».

Dar el paso
No tardaron en empezar a salir, ni tampoco en convivir, formar una familia y casarse. «Cuando nos conocimos, él sostenía que nunca iba a contraer matrimonio y yo era un poco escéptica con las promesas de amor de los extranjeros, pero ya ves, pasaron los años y aquí estamos, casados, juntos y con tres hijos».

Ana Silvia y su esposo vivieron varios años en El Salvador, donde no les faltaba de nada. «Trabajábamos los dos, teníamos una casa preciosa, estábamos formando una familia y veníamos de vacaciones aquí, donde estaba la suya», resume. «Me gustaba venir, porque me sentía bien recibida y mi suegra siempre fue muy sincera conmigo. Una vez me dijo que hubiera preferido que él se casara con una chica de aquí, pero que si su hijo me quería, yo era bienvenida».

La pregunta es qué pasó para plantearse un cambio de residencia. «Nuestros hijos», responde Ana Silvia. «Aunque allí estábamos muy bien, El Salvador tiene menos oferta cultural y la actividad principal pasa por ir de compras. Yo quería otra cosa para mis hijos; en especial para las mujeres, ya que mi país es bastante machista», indica. En cuanto a ella, no tuvo problemas en trabajar aquí y aplicar su experiencia en psicología, organizaciones y empresas. «Me reconforta pensar que todo lo que aprendí en mi país puedo volcarlo aquí, aunque sé que no encontré recelos ni roces al trabajar porque, en mi ámbito, no competía con nadie».

4.2.09

Un lenguaje mundial y redondo

La final del mundialito BBK, que se disputó el 5 de julio en el estadio de San Mamés, ha puesto en evidencia que el fútbol es una vía de integración inmejorable.
Desde aquel partido (al que asistieron 15.000 personas) hasta hoy, son varias las propuestas deportivas que han hallado un campo fértil para sembrar la convivencia multicultural.
Una de ellas se plasmó a finales de 2008 gracias a la sinergia entre el Barakaldo FC, la asociación ASMUL de Lamiako y los conocimientos del entrenador argentino Fernando Valsega, que en el pasado trabajó con varios equipos vizcaínos, y que ahora, literalmente, se ha puesto una camiseta internacional. Semana tras semana, en las instalaciones de Lasesarre, Valsega ha dirigido horas de entrenamiento con jugadores de todas partes del mundo.

"Esta selección intercultural surge a raíz del gran éxito que tuvo el mundialito. Entre los participantes hay personas de Colombia, Bolivia, Marruecos, Senegal, Argentina, Italia y muchos otros", enumera. Para él, que viene de un país donde el fútbol "rige muchos comportamientos y escalas de valores", lo mejor de esta experiencia es "el clima de camaradería que se genera" en cada encuentro.

"Pienso que el fútbol, como la música, es una forma de comunicación. En este deporte, da igual qué idioma hables o cuál sea tu raza, porque la referencia es el balón y el reglamento, que es igual para todos". En este sentido, Valsega señala que "el fútbol es un buen punto de encuentro intercultural porque trasciende el idioma y es un modelo de equidad".

Cambio de papeles

A través de un novedoso estudio, la asociación Nuevo Ciudadano sondea la opinión de los inmigrantes, difunde sus inquietudes y lucha por darles voz y voto.

Todavía no ha pasado un año desde que se constituyó la asociación Nuevo Ciudadano, pero sus proyectos y propuestas resuenan con fuerza en la sociedad. Precisamente, de eso se trata: de hacerse oír y dar que hablar. En otras palabras, de participar activamente en la construcción del entramado social vasco que, a día de hoy, cuenta con un 5% de población extranjera. Esta cifra, que es bastante inferior a la media española, supone sin embargo un gran crecimiento en el último lustro y obliga por tanto a replantear los vínculos entre la población autóctona y la que llega de fuera.

Para el colombiano Neisser Trujillo, presidente de esta asociación, es necesario cambiar el enfoque sobre el proceso migratorio. Por esa razón, y porque cree en un modelo social donde "no haya ciudadanos de primera y de segunda categoría", este licenciado en Administración y Finanzas aboga por la participación política de los extranjeros y por la difusión de sus intereses y opiniones.
De ahí que uno de los primeros proyectos fuera hacer una encuesta sobre el nivel de integración del colectivo inmigrante y el vasco. Lo peculiar del estudio -además de algunos resultados- es que para hacerlo sólo se entrevistó a personas extranjeras. Es decir: por primera vez se presenta una investigación sobre tolerancia hecha por y para inmigrantes.
Las respuestas obtenidas confirman algunas intuiciones y echan por tierra otras tantas. Por ejemplo, que la mayoría de los extranjeros se benefician de las ayudas económicas que ofrecen los ayuntamientos. Según el estudio, eso es falso, pues sólo dos de cada diez personas afirmaron recibirlas. El 80% restante vive de su trabajo.
Otra cuestión interesante tiene que ver con los proyectos a futuro. Según la encuesta acometida por la asociación, la mayoría de los extranjeros no tiene planes de quedarse "para siempre". La idea principal sigue siendo venir a Euskadi, mejorar la situación económica y regresar al país de origen una vez que se consigue ese objetivo.
Ser activos y votar
Uno de los temas que más preocupa a Neisser Trujillo, y que también se ve reflejado en la encuesta, es la escasa participación política y social del colectivo inmigrante. De momento, quienes no tienen nacionalidad española o comunitaria carecen del derecho al voto. Y eso, para el presidente de la plataforma Nuevo Ciudadano, sí es un problema, porque "impide que se normalicen las relaciones entre los nacidos aquí y quienes venimos de fuera".

De hecho, aunque gran parte de los extranjeros disfrutan del deporte y la cultura vasca, y aunque su situación económica ha mejorado tras la emigración, la mayoría confiesa que no se siente integrada en la sociedad local y apunta que recibía un mejor trato en su país de procedencia.

Los estereotipos, el desconocimiento y, sobre todo, la "mala información" que se difunde en los medios alimentan el rechazo y dificultan la integración. Así, mientras las noticias hacen hincapié en los aspectos negativos o conflictivos del fenómeno migratorio, existen otras cuestiones constructivas que se pierden en el camino.
Al respecto, Trujillo señala que el colectivo inmigrante ha contribuido a reactivar el comercio en los barrios que habían quedado deprimidos tras la aparición de las grandes superficies. Sin embargo, en la opinión pública pesa más la idea de que los extranjeros vienen a quitar trabajo o a vivir de las ayudas municipales.
La visión extranjera en cifras
· Más de la mitad de los inmigrantes opina que su participación en la sociedad es clave para la integración, y el 90% desea tener derecho al voto.

· El euskera no supone una barrera de comunicación ni de acceso laboral para la mayoría de los extranjeros. Sin embargo, ocho de cada diez confiesan no sentirse integrados en la sociedad vasca.
· Aun así, el 76% afirma disfrutar con la cultura y el deporte de Euskadi.
· El 80% de las personas encuestadas señala que no recibe ayudas económicas del Gobierno, y nueve de cada diez, que trabajan.
· Aunque el 70% manifiesta que sus condiciones de vida han mejorado al venir al País Vasco, la mayoría de los inmigrantes no se ve viviendo aquí en el futuro. Si tuvieran que marcharse, siete de cada diez volvería a su país.
· El 70% de los extranjeros opina que la sociedad vasca ha cambiado con la inmigración. Ocho de cada diez señalan que se sentían mejor tratados en sus países de origen.
· Casi la mitad considera que el rechazo aumenta por culpa de la mala información.

3.2.09

Los peligros de los bancos de inversión

Las operaciones económicas de alto riesgo y el escaso control por parte de clientes y gobiernos constituyen los principales peligros de la banca de negocios

La debacle bancaria de los últimos meses ha puesto al mundo de cabeza. Mientras los expertos en economía se han quedado desconcertados, los ciudadanos de a pie han tenido que aprender de golpe cómo funciona el sistema financiero. Expresiones como crisis, recesión, mercados de capitales, globalización, fusiones, "commodities" e inversiones de riesgo han dejado de ser términos técnicos para convertirse en habituales. En el último año, las noticias sobre economía llegaron a ganar en popularidad a las de deportes, ocupando un lugar cada vez más destacado en los medios de comunicación, en las conversaciones y, por supuesto, en la vida cotidiana. Hoy, millones de españoles conocen perfectamente lo que significa una crisis o una recesión, y no sólo porque cada semana aparezca un dato nuevo en la prensa, sino porque la sufren: España ha cerrado 2008 con más de tres millones de personas en el paro, con proyecciones desalentadoras y, sobre todo, con un enorme recelo y desconfianza hacia el sistema bancario, las instituciones políticas y las entidades financieras.

Aun así -pese al desplome de las bolsas, las grandes firmas financieras y hasta los modelos económicos que parecían infalibles-, las operaciones bursátiles y bancarias, las inversiones y la gestión del dinero continúan existiendo y rigiendo la vida económica de los países, las empresas y los clientes particulares. El asunto es conocer de qué modo lo hacen y, en especial, cómo prevenir ciertos riesgos sin llegar al extremo de guardar el dinero bajo la cama. Por ello, antes de preguntarse qué peligros entraña la banca de inversión, es importante tener claro qué es y cuáles son sus diferencias con la banca tradicional. Para decirlo de una manera sencilla, los bancos de inversión son intermediarios de capitales financieros: se dedican a captar activos para que, con ellos, las empresas inviertan, adquieran bienes o logren fusiones. Esta banca, que muchas veces ofrece servicios de asesoría para las firmas comerciales, opera con activos de gran volumen en la Bolsa y los mercados de capitales, se maneja en términos macroeconómicos y, por tanto, dista mucho del banco tradicional o conservador, que reparte su actividad en varias oficinas, se centra los pequeños clientes, brinda otro tipo de productos y obtiene buena parte de sus ganancias de las comisiones, de los intereses y de ofrecer una rentabilidad más modesta.

Por supuesto, los bancos tradicionales también hacen inversiones. No obstante, van a lo seguro -o a lo menos arriesgado- y por ello pagan a sus clientes intereses más bajos. Los bancos de inversión, en cambio, apuestan por los grandes beneficios y arriesgan más; incluso en los préstamos que otorgan. El mejor ejemplo de ello lo dio la banca estadounidense con la concesión de hipotecas "subprime" a personas sin trabajo estable, sin ingresos fijos y sin propiedades, a las que les brindaba el acceso a una vivienda a cambio de cobrarles un interés mucho más alto. Mientras las cosas iban bien y las cuotas se pagaban, las ganancias aumentaban. Cuando eso dejó de ocurrir, el engranaje se desmoronó. En otras palabras, estos bancos obtienen réditos mayores a cuenta de tentar a la suerte y consiguen liquidez ofreciendo a los inversores mejores condiciones que otras entidades.

El principal problema de la banca de negocios es que el cliente no tiene control de lo que se hace con su dinero, según señala Juan Duque, auditor internacional. Si bien estos bancos pueden asesorar al inversor para que él mismo maneje su capital, habitualmente se encargan de todo el proceso; es decir, de obtener los activos, evaluar el mercado, tomar decisiones e invertir. Cuando el banco además es dueño de la plataforma de inversión, gana dinero por el solo hecho de que un cliente invierta y le dé liquidez, como explica Duque, quien señala que "el objetivo principal es ése, independientemente de las ganancias que puedan obtener con los negocios posteriores". El modo de lograrlo es ofrecer más beneficios en menos tiempo, mejores tipos de interés y la supresión de los costes habituales que supone ingresar dinero en un banco tradicional. Una propuesta así resulta mucho más tentadora, pues no sólo supone para el cliente un ahorro en las comisiones, sino que le ofrece la posibilidad de unas rentas mayores. Sin embargo, la magia financiera no existe o, como se ha demostrado en este último año, la ilusión dura muy poco.
El control y las garantías
A la hora de invertir, el factor "riesgo" lo es todo. Entre posicionarse en la Bolsa de valores (donde se puede ganar mucho dinero o quedar en bancarrota en un abrir y cerrar de ojos) y comprar Letras del Tesoro (que en la última subasta dio una rentabilidad del 2,55% a tres meses), la inversión bancaria se ubica en un punto intermedio. El asunto es que los bancos no son todos iguales. Algunos tienen más respaldo que otros, tienen más garantías, o están sujetos a controles más estrictos que los demás. No es lo mismo colocar el dinero en un banco tradicional que en uno de negocios, ni es igual abrir una cuenta corriente en un banco conservador que interesarse por los paquetes especiales de inversión que ofrece ese mismo banco. En términos de seguridad y rentabilidad, esto último es más fiable, ya que la banca comercial está mucho más controlada que la banca de inversión, y eso supone una garantía para el cliente que, a priori, no desea sorpresas desagradables con los depósitos que hace.

El gran problema, de hecho, es la enorme desconfianza que se ha generado. Por un lado, con la caída estrepitosa del modelo del banco de inversión, que hasta no hace mucho tiempo simbolizaba el poderío financiero de Wall Street y del mundo. Colosos como Goldman Sachs y Morgan Stanley (que llevaba dos décadas de gestión en España y que en 2007 fue calificado como el mejor banco de inversión de todo el país) sucumbieron a la reacción en cadena de las hipotecas "subprime" y, para evitar la bancarrota y acogerse al plan de rescate financiero de Estados Unidos, en septiembre del año pasado dejaron de prestar servicios de inversión y se convirtieron en bancos comerciales. Por otro lado, y poco después, entidades bancarias tradicionales y de gran prestigio (como Santander, BBVA y Banesto) reconocieron haber sido víctimas de una estafa millonaria, orquestada por Bernard Madoff, el ex presidente de Nasdaq.

La vulnerabilidad de la banca -ya sea de negocios o comercial- quedó en evidencia con estos dos hechos puntuales que, además, se produjeron con pocos meses de diferencia y en un contexto de crisis mundial. No obstante, la "salida" que encontraron Goldman Sachs y Morgan Stanley para evitar la quiebra ilustra muy bien que el control gubernamental es necesario. Quizá en tiempos de bonanza económica, la intervención estatal entorpezca o ralentice el desarrollo de los mercados de inversión, pero está claro que en tiempos de crisis, es el Gobierno de un país (o de varios, como quedó demostrado en la Unión Europea) el que saca las castañas del fuego.

En un momento de recesión, desempleo y crisis como el actual cuesta pensar en hacer inversiones; más aún si la banca mundial y los modelos económicos se tambalean. Sin embargo, para un cliente particular, que habitualmente opera con bancos comerciales, invertir parte de su capital puede significar un plus de dinero al año. Lo importante, ante todo, es tomar ciertas precauciones y acogerse a una vieja fórmula que no falla: la que vincula coste y beneficio o, lo que es igual, calidad y precio. Por lo general, mayores beneficios entrañan mayores riesgos, mientras que las inversiones menos rentables son, en cambio, más seguras. La primera opción es más osada que la segunda y, por tanto, menos recomendable para quienes estén dispuestos a invertir todo lo que tienen. Otra cosa es, por ejemplo, disponer de un capital "prescindible", del que no dependa la economía personal o familiar, y arriesgarlo.

Además, antes de lanzarse a invertir es conveniente asesorarse con distintas entidades e intentar cerciorarse de que esa oferta tan tentadora no es un fraude. Al margen de los bancos reputados -que, si bien no son infalibles, pueden responder ante una crisis o solicitar el auxilio del Gobierno-, hay infinidad de propuestas de inversión que prometen maravillas, no dan sólidas garantías y son de carácter dudoso. En este sentido, como con algunas entidades de préstamos, es preferible la prudencia. No es que dejar inmóvil el dinero sea el mejor consejo, pero sí es más estratégico pensar las cosas con calma, indagar, preguntar y hacer números. Cuando se trata de los bienes personales, el futuro de una pequeña empresa o la tranquilidad de la familia, puede ser preferible ganar un poco menos a perderlo todo.

2.2.09

De climas y fiebres

Por lo general, cuando llega el momento de escribir estas líneas tengo claro sobre qué quiero hablar. Siempre hay un tema o noticia en la semana que destaca del resto; que por sorprendente, dramática o emotiva, me llama la atención más que las demás. Rara vez me he quedado en blanco (salvo cuando anduve por Montevideo, donde las sensaciones me boicotearon el raciocinio) y rara vez me pasa lo de ahora: que tengo para elegir. No es que haya empleado mi tiempo en ponerme al día con la actualidad local (algo que hice, por cierto) y que me haya abrumado con asuntos de hace un mes y pico; resulta que han pasado unas cuantas cosas reseñables en la última semana. Por poner un ejemplo, tan sólo con las elecciones autonómicas del País Vasco y Galicia, que se celebrarán el 1º de marzo, ya tengo para entretenerme (y aburrirlos) bastante.

Como en toda época de campaña preelectoral (esa con la que nos atomizan por adelantado sin pedirnos permiso), España se ha convertido en un campo de batalla sin tregua. Que fulanito dijo una cosa, que menganito pactó aquello otro, que los de acá se equivocaron en esto y los de allá no cumplieron sus promesas... No me gasto en especificar los personajes porque haría falta medio periódico y porque, además, no es relevante. Dentro de unos pocos meses, ustedes estarán viendo la misma peli, sólo que con nombres distintos, y ya todos sabemos de sobra cómo funciona este asunto de disputarse el mobiliario del poder.

Lo que sí me ha parecido novedoso, siguiendo el tema de la silla y el serrucho, es que recientemente se ha destapado una trama de espionaje político sin precedentes en el Partido Popular. Desde que volví, he leído unos cuantos artículos sobre ello, aunque la mejor síntesis periodística la encontré ayer, en el diario El País de Madrid. La nota, escrita por Pablo Ximénez de Sandoval, dice así: "Un vicealcalde de Madrid, un consejero de Justicia y el vicepresidente de la Comunidad han sido espiados. El consejero de Interior es sospechoso de amparar a los autores de parte de los seguimientos. Un ex tesorero del PP denuncia que a él le espiaban en Madrid. El Gobierno de la Comunidad airea públicamente que la cúpula del partido manejaba dossiers contra ellos hace dos años. Los supuestos contenidos de esos informes empiezan a aparecer en los periódicos. El presidente del PP ha ordenado una investigación interna. Todas las víctimas presentes y futuras de esta historia son del mismo partido".

Brillante. Díganme si no es igualito a una sinopsis cinematográfica. A mí, al menos, me hizo acordar a esos resúmenes de los thrillers de intriga; una especie de caso Watergate, pero con diálogos en español. La tramoya es tan imponente que el lunes pasado ya la había elegido como mi favorita. Sin embargo, y como les decía, en los días siguientes fueron pasando otras cosas. Algunas de ellas, nefastas. Desapareció una adolescente en Sevilla, una mujer y sus dos hijos pequeños murieron en su casa de Barcelona por culpa de un incendio, la tasa de paro se colocó en el 14,4% y la banda terrorista ETA, que ha cumplido 50 años, lanzó un comunicado en el que anuncia que seguirá matando "con todas las fuerzas" mientras no logre la independencia de Euskadi.

Entre tanto, un temporal de viento y lluvia tuvo en jaque a varias zonas del país. Hubo cortes de luz, ríos desbordados, desprendimientos de terreno y serios riesgos de inundación, sobre todo en la zona norte. Yo llegué a España el sábado 24, justo en medio de la tormenta, y al avión en el que viajaba le tocó sortear varios pozos de aire causados por el vendaval. "El peor invierno de Europa en décadas", pensé, mientras me acordaba de la sequía que está padeciendo Uruguay. Pocas horas después, ya en tierra, leí que José María Aznar va a presidir una cumbre en EEUU que niega la existencia del cambio climático. Sí, el mismo señor que afirmaba que había armas de destrucción masiva en Irak, ahora dice que lo del calentamiento global no es para tanto. Me gustaría que se lo contara a los damnificados por las inundaciones de aquí y a los que están pidiendo agua a gritos para los campos de allá.