En el terreno político, como en tantos otros aspectos de la vida, cuando parece que todos los modelos se han agotado, que no hay nada nuevo bajo el sol y que sólo tenemos más de lo mismo, de pronto sucede algo que nos da vuelta la tortilla. En las últimas semanas, por ejemplo, el Partido Popular de Madrid ha dado mucho juego a periodistas, opositores y jueces, que se han dedicado a develar los entresijos de una trama de corrupción muy potente, extendida y profunda. Una que huele mal, arroja nombres y salpica, dando nuevas razones para mirar de lejitos a la agrupación política más conservadora de España; la que se descompone entre espionajes, desconfianzas y coimas para dejar al descubierto que, de repente, la derecha está torcida.
Por hablar en términos carnavaleros, el sacudón de expedientes y causas judiciales abiertas ha caído como un baldazo de agua fría; no sólo para los propios imputados, sino para el resto del partido y de la población en general. Hay que recordar que esta trama ha saltado justo ahora, a un paso de las elecciones autonómicas de Galicia y el País Vasco, a las que muchos consideran un termómetro fiel de la temperatura política española. En plena campaña electoral, este tipo de cosas estorban, obvio. Sin embargo, aunque la gente se ha sorprendido de los alcances del asunto, a casi nadie parece extrañarle que, cada tanto, se descubra a un político corrupto, ladrón o deshonesto. Al revés. La corrupción se ha vuelto un daño colateral, algo que está ahí y que se aguanta aunque no se entienda. Como una especie de peaje en la autopista de la democracia.
Por alguna razón, acá (y allá también) todos sabemos quiénes tienen lastimado el bracito de andar escarbando en la lata y los seguimos votando o permitiendo que se presenten a un cargo. Y lo peor es que seguimos muy tranquilos, autoconvenciéndonos de que debe ser así, taxativo e invariable, ese asunto de que todos los representantes se lleven su tajadita de dinero; que ser político y chorro es un combo. Este tema, desde luego, es preocupante. No sólo que un puñado de políticos robe, sino que el descreimiento social hacia la clase política haya llegado al punto de que a nadie le sorprenda demasiado, y a la normalidad de que nadie los castigue como se debe. Precisamente por ello, cuando empecé a escribir estas líneas mencionando la 'novedad' no me refería a este asunto, tristemente conocido y aceptado. Pensaba más bien en otro, un poco más divertido, que tuvo lugar el sábado.
En el marco de las elecciones vascas, la más reñida en las últimas décadas, hubo espacio para el humor y, también, para el Carnaval. Así como muchos encuentran similitudes físicas entre Zapatero y Mr. Bean; Juan José Ibarretxe, actual presidente autonómico y candidato a la reelección en Euskadi, tiene un gran parecido físico al capitán Spock, el de la serie 'Star Trek'. El asunto es que Ibarretxe, que se juega la continuidad del partido en el Gobierno vasco, decidió apelar a la risa. Porque "lo más importante es saber reírse de uno mismo", dijo. Y lo puso en práctica.
"¡Vascos y vascas! ¡Vulcanianos y vulcanianas! Hoy no soy el lehendakari, sino Míster Spock", lanzó al inicio de un discurso que ofreció en la fiesta que las juventudes de su partido organizaron con motivo del Carnaval. "Los últimos informes recibidos en la nave Euskalprise [versión vasca de la Enterprise] nos avisan de un intento muy serio por parte de otras galaxias de controlar la galaxia vasca. Quieren interferir. Quieren decidir desde la capital de otra galaxia y no lo podemos permitir. Nosotros tenemos una misión: defender la galaxia vasca", resaltó ante la carcajada colectiva y envuelto él mismo en una risa distendida. A su alrededor, casi un centenar de jóvenes lucían y repartían orejas puntiagudas, junto a otros representantes del partido, que acompañaban el despliegue y se despidieron como él, con el famoso saludo de la serie, el que mantiene separados el dedo corazón y anular. Dicen que nunca se vio algo igual, y me lo creo. Pero pasó, sorprendió y le cambió el tono a una campaña aburrida. Prefiero que el Carnaval se cuele en la política (aunque alguno piense que ya hay demasiados payasos), a que la corrupción no nos indigne ni un poco.
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