3.2.09

Los peligros de los bancos de inversión

Las operaciones económicas de alto riesgo y el escaso control por parte de clientes y gobiernos constituyen los principales peligros de la banca de negocios

La debacle bancaria de los últimos meses ha puesto al mundo de cabeza. Mientras los expertos en economía se han quedado desconcertados, los ciudadanos de a pie han tenido que aprender de golpe cómo funciona el sistema financiero. Expresiones como crisis, recesión, mercados de capitales, globalización, fusiones, "commodities" e inversiones de riesgo han dejado de ser términos técnicos para convertirse en habituales. En el último año, las noticias sobre economía llegaron a ganar en popularidad a las de deportes, ocupando un lugar cada vez más destacado en los medios de comunicación, en las conversaciones y, por supuesto, en la vida cotidiana. Hoy, millones de españoles conocen perfectamente lo que significa una crisis o una recesión, y no sólo porque cada semana aparezca un dato nuevo en la prensa, sino porque la sufren: España ha cerrado 2008 con más de tres millones de personas en el paro, con proyecciones desalentadoras y, sobre todo, con un enorme recelo y desconfianza hacia el sistema bancario, las instituciones políticas y las entidades financieras.

Aun así -pese al desplome de las bolsas, las grandes firmas financieras y hasta los modelos económicos que parecían infalibles-, las operaciones bursátiles y bancarias, las inversiones y la gestión del dinero continúan existiendo y rigiendo la vida económica de los países, las empresas y los clientes particulares. El asunto es conocer de qué modo lo hacen y, en especial, cómo prevenir ciertos riesgos sin llegar al extremo de guardar el dinero bajo la cama. Por ello, antes de preguntarse qué peligros entraña la banca de inversión, es importante tener claro qué es y cuáles son sus diferencias con la banca tradicional. Para decirlo de una manera sencilla, los bancos de inversión son intermediarios de capitales financieros: se dedican a captar activos para que, con ellos, las empresas inviertan, adquieran bienes o logren fusiones. Esta banca, que muchas veces ofrece servicios de asesoría para las firmas comerciales, opera con activos de gran volumen en la Bolsa y los mercados de capitales, se maneja en términos macroeconómicos y, por tanto, dista mucho del banco tradicional o conservador, que reparte su actividad en varias oficinas, se centra los pequeños clientes, brinda otro tipo de productos y obtiene buena parte de sus ganancias de las comisiones, de los intereses y de ofrecer una rentabilidad más modesta.

Por supuesto, los bancos tradicionales también hacen inversiones. No obstante, van a lo seguro -o a lo menos arriesgado- y por ello pagan a sus clientes intereses más bajos. Los bancos de inversión, en cambio, apuestan por los grandes beneficios y arriesgan más; incluso en los préstamos que otorgan. El mejor ejemplo de ello lo dio la banca estadounidense con la concesión de hipotecas "subprime" a personas sin trabajo estable, sin ingresos fijos y sin propiedades, a las que les brindaba el acceso a una vivienda a cambio de cobrarles un interés mucho más alto. Mientras las cosas iban bien y las cuotas se pagaban, las ganancias aumentaban. Cuando eso dejó de ocurrir, el engranaje se desmoronó. En otras palabras, estos bancos obtienen réditos mayores a cuenta de tentar a la suerte y consiguen liquidez ofreciendo a los inversores mejores condiciones que otras entidades.

El principal problema de la banca de negocios es que el cliente no tiene control de lo que se hace con su dinero, según señala Juan Duque, auditor internacional. Si bien estos bancos pueden asesorar al inversor para que él mismo maneje su capital, habitualmente se encargan de todo el proceso; es decir, de obtener los activos, evaluar el mercado, tomar decisiones e invertir. Cuando el banco además es dueño de la plataforma de inversión, gana dinero por el solo hecho de que un cliente invierta y le dé liquidez, como explica Duque, quien señala que "el objetivo principal es ése, independientemente de las ganancias que puedan obtener con los negocios posteriores". El modo de lograrlo es ofrecer más beneficios en menos tiempo, mejores tipos de interés y la supresión de los costes habituales que supone ingresar dinero en un banco tradicional. Una propuesta así resulta mucho más tentadora, pues no sólo supone para el cliente un ahorro en las comisiones, sino que le ofrece la posibilidad de unas rentas mayores. Sin embargo, la magia financiera no existe o, como se ha demostrado en este último año, la ilusión dura muy poco.
El control y las garantías
A la hora de invertir, el factor "riesgo" lo es todo. Entre posicionarse en la Bolsa de valores (donde se puede ganar mucho dinero o quedar en bancarrota en un abrir y cerrar de ojos) y comprar Letras del Tesoro (que en la última subasta dio una rentabilidad del 2,55% a tres meses), la inversión bancaria se ubica en un punto intermedio. El asunto es que los bancos no son todos iguales. Algunos tienen más respaldo que otros, tienen más garantías, o están sujetos a controles más estrictos que los demás. No es lo mismo colocar el dinero en un banco tradicional que en uno de negocios, ni es igual abrir una cuenta corriente en un banco conservador que interesarse por los paquetes especiales de inversión que ofrece ese mismo banco. En términos de seguridad y rentabilidad, esto último es más fiable, ya que la banca comercial está mucho más controlada que la banca de inversión, y eso supone una garantía para el cliente que, a priori, no desea sorpresas desagradables con los depósitos que hace.

El gran problema, de hecho, es la enorme desconfianza que se ha generado. Por un lado, con la caída estrepitosa del modelo del banco de inversión, que hasta no hace mucho tiempo simbolizaba el poderío financiero de Wall Street y del mundo. Colosos como Goldman Sachs y Morgan Stanley (que llevaba dos décadas de gestión en España y que en 2007 fue calificado como el mejor banco de inversión de todo el país) sucumbieron a la reacción en cadena de las hipotecas "subprime" y, para evitar la bancarrota y acogerse al plan de rescate financiero de Estados Unidos, en septiembre del año pasado dejaron de prestar servicios de inversión y se convirtieron en bancos comerciales. Por otro lado, y poco después, entidades bancarias tradicionales y de gran prestigio (como Santander, BBVA y Banesto) reconocieron haber sido víctimas de una estafa millonaria, orquestada por Bernard Madoff, el ex presidente de Nasdaq.

La vulnerabilidad de la banca -ya sea de negocios o comercial- quedó en evidencia con estos dos hechos puntuales que, además, se produjeron con pocos meses de diferencia y en un contexto de crisis mundial. No obstante, la "salida" que encontraron Goldman Sachs y Morgan Stanley para evitar la quiebra ilustra muy bien que el control gubernamental es necesario. Quizá en tiempos de bonanza económica, la intervención estatal entorpezca o ralentice el desarrollo de los mercados de inversión, pero está claro que en tiempos de crisis, es el Gobierno de un país (o de varios, como quedó demostrado en la Unión Europea) el que saca las castañas del fuego.

En un momento de recesión, desempleo y crisis como el actual cuesta pensar en hacer inversiones; más aún si la banca mundial y los modelos económicos se tambalean. Sin embargo, para un cliente particular, que habitualmente opera con bancos comerciales, invertir parte de su capital puede significar un plus de dinero al año. Lo importante, ante todo, es tomar ciertas precauciones y acogerse a una vieja fórmula que no falla: la que vincula coste y beneficio o, lo que es igual, calidad y precio. Por lo general, mayores beneficios entrañan mayores riesgos, mientras que las inversiones menos rentables son, en cambio, más seguras. La primera opción es más osada que la segunda y, por tanto, menos recomendable para quienes estén dispuestos a invertir todo lo que tienen. Otra cosa es, por ejemplo, disponer de un capital "prescindible", del que no dependa la economía personal o familiar, y arriesgarlo.

Además, antes de lanzarse a invertir es conveniente asesorarse con distintas entidades e intentar cerciorarse de que esa oferta tan tentadora no es un fraude. Al margen de los bancos reputados -que, si bien no son infalibles, pueden responder ante una crisis o solicitar el auxilio del Gobierno-, hay infinidad de propuestas de inversión que prometen maravillas, no dan sólidas garantías y son de carácter dudoso. En este sentido, como con algunas entidades de préstamos, es preferible la prudencia. No es que dejar inmóvil el dinero sea el mejor consejo, pero sí es más estratégico pensar las cosas con calma, indagar, preguntar y hacer números. Cuando se trata de los bienes personales, el futuro de una pequeña empresa o la tranquilidad de la familia, puede ser preferible ganar un poco menos a perderlo todo.

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