14.2.09

"Fue duro dejar el ballet, pero quería conocer otras cosas"

Tenía 21 años cuando decidió quedarse en Vizcaya. Por aquel entonces, y a pesar de su juventud, Gilda Pizarro era miembro del Ballet Nacional de Colombia y ya había estado de gira por Oriente Medio, Italia y España. El futuro en la danza prometía, pero eligió estudiar aquí, donde estaba su hermano. «Siempre he sentido una gran atracción por Europa», dice hoy, ocho años después de haber dado el paso.

«Lo mío fue una casualidad muy bonita», resume Gilda cuando inicia su relato; una historia que arranca en su adolescencia en Santo Tomás, donde vivía y tocaba el saxo. «Toda mi familia se dedica a la música, en especial al vallenato», dice para ilustrar que, ya por entonces, su vida estaba ligada a una banda municipal. La cuestión es que un día fue a Cali a visitar a unos familiares, y su viaje coincidió con un concurso especial para ingresar en el Ballet Nacional de Colombia. «Me presenté, hice las pruebas y me seleccionaron», enumera con la sencillez del que lleva el talento en las venas.

Su trayectoria con la compañía duró casi cuatro años; un largo periodo de aprendizaje que le exigía la responsabilidad de un trabajo. «Es que sí era mi trabajo -enfatiza-. Ensayábamos todos los días, más de cinco horas diarias. El entrenamiento era de nivel profesional y requería mucha disciplina». Lo positivo, era la posibilidad de dedicarse a la danza, perfeccionar la técnica y desarrollar una carrera artística. Lo negativo, que resultaba difícil compaginar los ensayos y las giras con los estudios universitarios.

«Había hecho dos años de periodismo en la facultad, pero era muy complicado hacer bien ambas cosas. En el año 2000, cuando salí de gira por Oriente Medio, Italia y España, pasé a visitar a mi hermano, que ya vivía en Bilbao, y presenté una solicitud para estudiar en la UPV. Dejé los documentos aquí, volví a Colombia y poco después supe que me habían aceptado».

Gilda recuerda ese día con la misma nitidez que su última actuación. «No le había dicho a nadie que me iba porque quería que esa función saliera bien y fuera bonita, aunque yo estaba muy sensible y se notaba. Fue duro dejar el ballet, pero quería hacer otras cosas. Tenía claro que iba a estudiar una carrera universitaria y sentía una gran atracción por Europa», explica.

«Supongo que mi interés viene de cuando era niña -agrega-. Uno de mis tíos vive desde hace 30 años en Francia y yo crecí oyendo sus cuentos. Cuando tienes una persona cercana viviendo tan lejos, te pica la curiosidad, quieres saber más, lees libros. Y si eres inquieta y tus padres te apoyan, como me pasó a mí, llega un día en que te planteas marchar. No hay nada como ver mundo», subraya.

Un proyecto concreto
Ver mundo y viajar es, precisamente, lo que le ha animado a quedarse. «Ese afán de aprender ha impedido que me sintiera mal -dice-. Por supuesto que se echa de menos y que hay obstáculos, pero mi experiencia aquí ha sido realmente buena y tengo muy buen concepto de los vascos. Son muy amables y acogen muy bien al que llega». En su caso, el primer contacto fue con los compañeros de facultad, que «se portaron muy bien». «Llegué en noviembre de 2000, cuando las clases ya habían empezado, y todos me ayudaron a ponerme al día y me prestaron sus apuntes», detalla con gratitud.

En cuanto a su vida actual, Gilda destaca que es menos difícil emigrar cuando uno tiene un proyecto concreto. «Yo no he parado de estudiar y trabajar desde que llegué. Di clases de baile en tres sitios y ahora trabajo en radio, donde estoy aprendiendo mucho sobre periodismo y el modo de encarar las noticias aquí. También me he apuntado a teatro, porque me gusta la interpretación y el arte escénico. Tengo la suerte de estar donde he elegido y me siento bien. De otro modo, me iría. Siempre he creído que para pasarlo mal y sufrir es mejor estar con los tuyos».

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