16.8.08

"Me ofendí con mi jefe y, en vez de discutir, le hice un poema"

Tiene el don de la palabra y lo sabe. Una extensa lista de premios avala su trayectoria en los medios de comunicación de Colombia, donde vivía antes de venir. Distinguido con un 'Micrófono de Oro' y alabado por su tono de voz, Carlos Alfonso Roa se atrevió a dar un giro a su vida y empezar otra vez desde cero. El amor fue el motor de ese cambio y, también, su mejor premio.


Llegó a Bilbao «hace un año y un mes» para reunirse con su esposa, que había venido mucho antes, cuando aún estaban de novios. Siete años de espera y distancia le han llevado a pensar que, con el fenómeno migratorio, son muchos quienes lo pasan mal. «No sólo sufre el que viaja, también sufre el que se queda», dice, convencido, Carlos. Lo comprobó en julio de 2007, al embarcar en el aeropuerto de Cali. Hasta entonces, él estaba con los suyos, extrañando a su mujer. Pero ese día descubrió lo que es estar del otro lado. Lo que se siente al partir.

Miró a su familia a través de los cristales hasta que ya no la vio más. Entonces tuvo sentimientos encontrados. Por un lado, la emoción del reencuentro al que se encaminaba. Por otro, el desarraigo. «Es mentira que los hombres no lloran -asevera-. Yo lloré. Entré en un servicio creyendo que estaba vacío y me desmoroné». Pero Carlos no estaba solo. «De pronto apareció un piloto y me consoló ahí mismo, me dio un montón de palabras de aliento. A partir de ese momento, sólo pensé en llegar aquí. Se me olvidó hasta el miedo a las alturas», añade con un toque de humor.

Sabía que, al comienzo, no sería sencillo. Aunque en el plano personal se sentía «muy afortunado», labrar un camino laboral «donde nadie te conoce es un reto». Y un gran cambio, porque en Colombia sí que era un profesional conocido. «Fui lector de noticias en una radio muy importante de Cali», detalla. Un trabajo que, junto a las grabaciones de anuncios publicitarios y su vinculación al mundo del espectáculo, le valió desde un 'Micrófono de Oro' y un premio a la 'Voz Revelación', hasta el título de 'Mejor Voz Comercial Masculina' y 'Mejor Maestro de Ceremonias'.

Pero Carlos -a quien da gusto escuchar, pues tiene algo de trovador del siglo XXI- siente afición por todas las palabras; incluso las escritas. Y, precisamente, fue a ellas a las que se aferró cuando llegó al País Vasco. «Me puse a buscar trabajo, pero decidí que, por cada día que no estuviera activo, me sentaría a escribir». El resultado de esa disciplina es un libro de poemas en el que intenta rescatar los valores de la sociedad. Le escribe a la mujer, al amor, a la importancia del hogar, al inmigrante... y también al jefe. «Uno de mis primeros trabajos aquí fue en la construcción -relata-. Mi jefe era muy duro y me trató como nunca nadie lo había hecho, con palabras bastante obscenas. Un día me ofendí muchísimo con él y, en vez de discutir, le escribí un poema. No se disculpó conmigo directamente, pero sé que se arrepintió».

Escritorio de notario
La experiencia negativa fue puntual, casi anecdótica. «Son muchas más las cosas buenas que me han pasado desde que vine», señala. «Cuando llegué, era verano y solía sentarme a escribir al aire libre. Estaba fascinado con la belleza de los paisajes; todo lo que veía me inspiraba». Pero las musas huyeron en septiembre, cuando el otoño apareció en el horizonte. «Entonces un notario de aquí, que conocía mi afición por las letras, me regaló un escritorio precioso para que pudiera continuar. Los vascos han tenido conmigo unos gestos increíbles. Creo que es un pueblo que se interesa mucho por la cultura y que, en ese sentido, hay mucha aceptación».

Lo vio claramente en el festival 'Gentes del Mundo', del que fue maestro de ceremonias. «Ese papel me permitió recuperar el contacto con un público numeroso y la confianza. Quiero agradecerle a la organizadora, Marta González, por lo mucho que me animó», dice Carlos, que ya ha empezado a grabar sus primeros comerciales en radio y que sueña con hacer una gira que combine música y poesía.

No hay comentarios: