14.8.08

Desfiladeros de Bolivia

"Hice un recorrido de vértigo en el que vi los contrastes de América", dice Carles Casajuana

El relato de Carles Casajuana se ambienta en 1980, mucho antes de convertirse en un diplomático reconocido y de iniciarse como escritor. En ese entonces, el actual embajador de España en Reino Unido tenía apenas 26 años y era secretario de la Embajada española en Bolivia, su primer destino oficial. «Ha pasado mucho tiempo, pero lo recuerdo con intensidad. La situación allí no era fácil -explica-. En julio se había producido un sangriento golpe de Estado y en octubre, cuando hice el viaje, el país vivía una tremenda dictadura militar encabezada por García Meza».

Así y todo, Carles se montó en un jeep junto a Jaime Aparicio y su esposa, «dos amigos de allí que conocían muy bien el lugar», y emprendió camino desde La Paz a Coroico, un diminuto pueblo minero engarzado en la cordillera andina. «Eran apenas unos 80 kilómetros -calcula-, pero tardamos tres horas en recorrerlos», ¿La razón? Que la carretera de La Cumbre a Coroico -también conocida como Carretera de las Yungas- es la más peligrosa del mundo.

«Sales de La Paz, que está a 3.600 metros de altura, subes hasta los 5.000 metros y luego bajas a 800 metros sobre el nivel del mar. Todo eso en ochenta kilómetros, por una ruta muy sinuosa y estrecha que parece una cicatriz en la montaña. El camino está sembrado de cruces por la cantidad de gente que se ha despeñado, y da miedo. Sabes que a tu lado siempre hay un precipicio aunque no lo veas, porque a veces las nubes lo cubren todo», describe.

Sin embargo, es «espectacular» y hasta adictivo, pues Carles lo recorrió veinte veces. «En tres horas descubres los contrastes de América. Pasas por el altiplano y la cordillera, por los valles amazónicos y la selva tropical. Hasta los 3.000 metros ves árboles y hierba, después sólo hay matorrales y, a partir de los 5.000 metros, ni eso. Sin darte cuenta estás rodeado por las nieves perpetuas... Al bajar, es a la inversa, cada vez hay más vida. El hielo da paso a los matorrales, los árboles, los saltos de agua; a muchos pájaros y hierba. Parece que el mundo se está haciendo de nuevo».

Aunque para llegar a Coroico «hay que andar con pies de plomo», el embajador recomienda el paseo. «Es un pueblo pequeñito, situado en una colina y rodeado por un valle con tan poca densidad de población que a veces sientes que eres el primero en llegar. La gente es amable y hospitalaria. Me encantaba adentrarme en el valle hasta la mina de oro de San Francisco, que era muy modesta. Las personas utilizaban bateas y vendían las pepitas ahí mismo, y a buen precio. Recuerdo que compré unas cuantas y las regalé al volver a España. También recuerdo un hotelito familiar donde me solía quedar siempre y unas tabernitas preciosas. Me encantaría volver para ver qué ha sido de aquello».
Además de llevar repelente para los mosquitos y ropa variada, Carles Casajuana aconseja probar el estofado de cerdo, la fruta fresca («deliciosa»), el pisco sour (con un aguardiente típico) y el mate de coca, «que es un tónico cardiaco muy bueno». Y, al que se atreva, las patatas: «Las conservan enterradas y tienen un sabor especial».

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