El maestro de la trikitixa invita a conocer el abrupto y hermoso paisaje de esta localidad guipuzcoana
La noción de lejanía aumentaba porque su familia no tenía coche. «Nos llevaba un amigo de mi padre, que era gallego», recuerda. Quizá por ello le encantaba pasar las horas frente al Hotel Amaya, «que era como de la ‘Belle Époque’, para ver esos coches lujosos y grandes» que le parecían impresionantes y le deslumbraban, aunque no tanto como la belleza del mar. «De mi barrio, Rekalde, a Zumaia, el contraste era evidente. Tener el mar tan cerca y vivir el ambiente de un pueblo marinero, con pasión por el remo, los txokos y las sociedades, era maravilloso. Es verdad que todo ha cambiado mucho, pero en algunas cosas sigue siendo tan bonito como siempre. Creo que es un lugar que hay que descubrir», opina.
Como un acordeón
Para ello, nada mejor que «perderse por los caminos interiores o dar un paseo por el morro de los acantilados», invita. A los ojos del maestro de la trikitixa, ese paisaje abrupto de «tierra aplastada» al borde del mar se dibuja como un «enorme acordeón» natural, lleno de huecos y recovecos que le fascinaban cuando era niño. «Me gustaba andar entre las rocas e investigar los pequeños charcos que se formaban cuando había bajamar. Todavía hoy me encanta la marea baja porque descubre todos los huecos de la montaña», asegura.
El tesoro de Urdaibai
Zumaia no es el único lugar que le gusta a Kepa Junkera. Hay otro, en Vizcaya, que le parece maravilloso: la reserva natural de Urdaibai. «Sólo hay cuatrocientas reservas así en todo el mundo –señala- y a veces no somos conscientes del inmenso privilegio. Es un paraíso… y un lugar que hay que cuidar. La cuenca hidrográfica del río Oka alberga muchas especies vegetales y animales, además de 21 municipios. Tenemos que demostrar que podemos convivir con un espacio como ése, que podemos avanzar sin dejar de respetarlo, buscando el justo equilibrio». Dice esto con gran seriedad, especialmente cuando piensa en el proyecto de construir allí un nuevo museo Guggenheim que, si bien no tendrá las dimensiones del que ya existe en Bilbao, sí promete convertirse en otra maravilla vizcaína.
La primera vez que fue a Zumaia, Kepa era muy pequeñito. «Mi padre fue a trabajar allí durante un tiempo y el lugar le encantó –explica-. Desde entonces, volvíamos cada verano». Para un niño de ciudad, acostumbrado a jugar en el Bilbao de los años setenta, ese pueblo guipuzcoano representaba sensaciones nuevas. «Tenía un olor especial -dice-. En la playa de Itzurun, el perfume del salitre era intenso. Y en el pueblo, cuando íbamos a buscar la leche, todo olía a caserío, a animales, a tierra. Era mágico», confiesa. Igual que el viaje hacia allí, que se antojaba una odisea. «Los niños de hoy viajan más y tienen otra percepción de la velocidad y las distancias, pero en aquellos años todo era muy diferente. Ir de Bilbao a Zumaia era como viajar a Tokio», compara divertido.
La noción de lejanía aumentaba porque su familia no tenía coche. «Nos llevaba un amigo de mi padre, que era gallego», recuerda. Quizá por ello le encantaba pasar las horas frente al Hotel Amaya, «que era como de la ‘Belle Époque’, para ver esos coches lujosos y grandes» que le parecían impresionantes y le deslumbraban, aunque no tanto como la belleza del mar. «De mi barrio, Rekalde, a Zumaia, el contraste era evidente. Tener el mar tan cerca y vivir el ambiente de un pueblo marinero, con pasión por el remo, los txokos y las sociedades, era maravilloso. Es verdad que todo ha cambiado mucho, pero en algunas cosas sigue siendo tan bonito como siempre. Creo que es un lugar que hay que descubrir», opina.
Como un acordeón
Para ello, nada mejor que «perderse por los caminos interiores o dar un paseo por el morro de los acantilados», invita. A los ojos del maestro de la trikitixa, ese paisaje abrupto de «tierra aplastada» al borde del mar se dibuja como un «enorme acordeón» natural, lleno de huecos y recovecos que le fascinaban cuando era niño. «Me gustaba andar entre las rocas e investigar los pequeños charcos que se formaban cuando había bajamar. Todavía hoy me encanta la marea baja porque descubre todos los huecos de la montaña», asegura.
Claro que, para descubrimientos, los portugueses se llevan la palma. «Ahora se ha puesto de moda la vida sana y natural, pero yo recuerdo que entonces venían muchos portugueses a la playa a recoger algas. Me llamaba la atención verles allí, dejándolas secar al sol y llevándoselas después, cuando nosotros no les hacíamos ni caso». Eso también ha cambiado y, como prueba, basta un balneario de talasoterapia ubicado frente a la misma playa de Itzurun, donde las algas, junto a otras sustancias del mar, son el tratamiento estrella. «Pienso que para ver mundo hay que empezar por lo local; permitirse descubrir las maravillas que tenemos cerca y, sobre todo, no quedarse en la postal. En Euskadi hay lugares muy especiales», dice el músico bilbaíno.
El tesoro de Urdaibai
Zumaia no es el único lugar que le gusta a Kepa Junkera. Hay otro, en Vizcaya, que le parece maravilloso: la reserva natural de Urdaibai. «Sólo hay cuatrocientas reservas así en todo el mundo –señala- y a veces no somos conscientes del inmenso privilegio. Es un paraíso… y un lugar que hay que cuidar. La cuenca hidrográfica del río Oka alberga muchas especies vegetales y animales, además de 21 municipios. Tenemos que demostrar que podemos convivir con un espacio como ése, que podemos avanzar sin dejar de respetarlo, buscando el justo equilibrio». Dice esto con gran seriedad, especialmente cuando piensa en el proyecto de construir allí un nuevo museo Guggenheim que, si bien no tendrá las dimensiones del que ya existe en Bilbao, sí promete convertirse en otra maravilla vizcaína.
Maravillas
No obstante, para maravillas, arte e historia, Urdaibai es un museo natural. Además de las rutas de montaña, el bosque y el mar, el enclave ofrece otras obras para sorprenderse y hasta soñar. Los yacimientos romanos de Forua, el castro celta de Marueletxa, en el monte Arrola... «Y no te puedes perder Bermeo para imaginar los viajes de los arrantzales o tejer hipótesis sobre los vikingos», sugiere Kepa.
No obstante, para maravillas, arte e historia, Urdaibai es un museo natural. Además de las rutas de montaña, el bosque y el mar, el enclave ofrece otras obras para sorprenderse y hasta soñar. Los yacimientos romanos de Forua, el castro celta de Marueletxa, en el monte Arrola... «Y no te puedes perder Bermeo para imaginar los viajes de los arrantzales o tejer hipótesis sobre los vikingos», sugiere Kepa.
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