«Viajar a Grecia es llenarte las pupilas de estética, gastronomía e Historia», describe Coco Comín, una de las coreógrafas más reputadas de España. Famosa por ser jurado de 'OT' y por dirigir la coreografía del musical 'Grease' -que llega hoy a Bilbao-, la artista catalana comenzó su andadura en 1971, cuando fundó, con 19 años, su propia escuela de danza. Desde entonces se ha labrado la carrera con constancia y esfuerzo, pilares que no dejan mucho margen para disfrutar del turismo.
De ahí que su viaje favorito sea el último. El que más necesitaba. «Después de mucho tiempo sin vacaciones, mi marido y yo decidimos ir juntos a Grecia. El destino principal eran las islas, aunque también conocimos Atenas». Lo primero que les sorprendió de la ciudad fue el tamaño, pues «es muy pequeñita y puedes conocerla en un día». Lo segundo, la gastronomía, «muy mediterránea y parecida a la española».
Coco descubrió en Atenas la diferencia entre ser turista o viajero, porque, yendo hacia el Partenón, se equivocó de camino. «Nos parecía extraño tardar tanto y que casi no hubiera gente. Y después entendimos por qué. En vez de seguir por la ruta típica, que es ancha y empedrada, nos metimos por otra más angosta y empinada, que atravesaba un pueblecito blanco de ensueño. Llegamos bastante cansados, pero fue muy especial».
Tras pasar su primer día en la capital, Coco y su esposo se encaminaron hacia el puerto del Pireo, punto de partida hacia el archipiélago griego. «La primera isla fue Mikonos y nos pareció muy glamourosa. El pueblo es absolutamente blanco, sólo salpicado por ventanas azules, y dibuja un conjunto arquitectónico que es de agradecer. Nos sorprendió que los restaurantes no cerraran nunca», dice. Casi tanto como descubrir que «Mikonos es el lugar de encuentro gay por excelencia y, la verdad, desentonábamos un poco», agrega entre risas.
Dos días después, se embarcaron hacia la isla de Tinos, donde el protagonismo se lo lleva un monasterio. «Era un sitio de peregrinación, lleno de gente de todas las edades que rezaba compulsivamente, de modo casi dramático», recuerda. «Los pueblecitos parecían estar colgados de las montañas porque las islas son casi verticales, como si hubieran emergido del mar».
De todas las que visitó -que fueron muchas, pues «los ferrys funcionan como autobuses»-, la que más le gustó fue Milos. «Es la más equilibrada. Allí probamos un pescado que se cocina en una especie de cómoda con cajones y vimos la puesta de sol en una terraza que sube los precios sólo a esa hora del día. Y también nos tocó pasar una noche en la playa porque nos olvidamos de reservar hotel». ¿Idílico? «¡Qué va! Pasamos frío, contando las horas para que llegara el amanecer».
«Cenar al aire libre es lo mejor que puedes hacer, sobre todo si consigues ver el Partenón desde la mesa. Hay que probar la ensalada griega, con tomate, salsa de pepino, queso y yogur. Y el vino de Retsina, que es blanco y afrutado. Eso sí, bébelo en una taberna típica. No te pierdas la puesta del sol y... ¡Ve con el hotel reservado!».
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