29.8.08

El verano de Andoni Zubizarreta: La playa de San Juan de Luz

La localidad vascofrancesa conserva su «escala humana» y posee un arenal «inmenso y maravilloso»

El destino que propone Andoni Zubizarreta está en el País Vasco francés, pero su proximidad geográfica lo convierte en un lugar ideal para conocer en un día o dos sin perder mucho tiempo en el trayecto. «Me encanta la cornisa desde Ciboure hasta Hendaya», precisa el ex futbolista. «Y aunque Biarritz es la ciudad más glamurosa y espectacular de la zona, si tengo que elegir, me quedo con San Juan de Luz. Creo que es una localidad que tiene una dimensión a escala humana, ofrece mucha tranquilidad y una playa inmensa y maravillosa, ideal para ir con niños, ya que no es peligrosa». Con un puñado de palabras, Andoni dibuja el perfil de esta joya del Golfo de Vizcaya.

El lugar le trae buenos recuerdos de distintas etapas de su vida. Los primeros, de su infancia, cuando viajaba en familia. «Íbamos de pequeños y el viaje tenía algo especial, porque implicaba aquello de ‘salir a Europa’ y cambiar de aires», relata. Tiempo después, cuando el deporte le convirtió en una persona conocida, Andoni acudía a menudo para desconectarse y descansar. «Era ideal –explica-. Cuando yo estaba en activo, Francia no era un país muy futbolero. Si necesitaba estar solo o relajarme, iba hasta San Juan de Luz. Estaba cerca de casa, pero tenía la posibilidad de salir a pasear por la calle y caminar con tranquilidad».

El deportista disfruta de la estancia y del viaje: «Mientras vas por la carretera, el terreno empieza a cambiar. Pasas del valle cerrado a un entorno más plano y extenso en el que la mirada llega mucho más allá». En ese sentido, si algo le cautiva del lugar, es «el contraste de la pradera y el mar». Como si la tierra se desperezara, «el verde del valle se mete hasta el mar. Eso siempre me ha llamado mucho la atención», dice Andoni, que recomienda subir a la montaña para tener una mejor perspectiva. Más abajo, en el borde marino del pueblo, sugiere el paseo que discurre junto a la bahía. «No me perdería por nada un paseo por el malecón», aconseja.

Además de las bondades naturales, San Juan de Luz ofrece historia y encanto. La localidad fue cuna de balleneros y corsarios y, también, el escenario del enlace del rey Luis XIV con la infanta María Teresa de Castilla. En la actualidad, es un pequeño pueblo pesquero que combina las actividades marinas con una vida relajada y de exquisita calidad. Su tamaño y la disposición de sus calles invitan a dejar el coche aparcado y disfrutar del paseo a pie, investigando cada rincón, cada tienda y puesto de flores que llenan de color su entramado urbano, donde no es difícil perderse en estrechas callejuelas.

Con una arquitectura en la que predominan casas blancas y contraventanas rojas, uno de los paseos favoritos de los turistas es la calle Gambeta, que es peatonal y está animada por numerosas tiendas de puro estilo francés. En medio, la iglesia de San Juan Bautista domina todo el entorno y, justo al final de esa vía, una gran plaza con distintas cafeterías se abre junto al muelle del pueblo. «Es un placer sentarse en una terraza a tomar un café», recomienda Andoni.

Explorar la campiña

San Juan de Luz es un pueblo marinero, bañado por las aguas del Cantábrico y del río Nivelle, que marca su límite con Ciboure. Además, es un importante destino turístico en estas fechas, sobre todo para las personas que buscan un ambiente distendido en el que reine la tranquilidad, pese a que la afluencia de visitantes multiplica su población habitual. No obstante, la localidad también es un excelente punto de partida para adentrarse en la campiña francesa. «Una vez que estás allí –dice Andoni– tienes muchas posibilidades para escapar hacia el interior, donde hay pueblos muy bonitos».

Dos de ellos son Ascain y Saint Pée Sur Nivelle. El primero, a escasos seis kilómetros de la costa, está junto a las orillas del río, sobre el que se arquea un precioso puente romano. Enmarcada por los montes de Bizkarzun, Esnaur y Rhune –y por enormes prados en los que predomina la actividad agrícola–, esta localidad cuenta con un animado casco urbano, un frontón y una iglesia catalogada como monumento histórico. Más al norte, aunque también en la región de Aquitania, Saint Pée Sur Nivelle ofrece al visitante la belleza de un pueblo interior en el que destacan un castillo medieval, una iglesia reconstruida en el siglo XVII y un típico molino francés. La localidad, de apenas 5.000 habitantes, está bien preparada para el turismo cultural, gastronómico y natural.

Recomendaciones:

  • Cómo llegar: San Juan de Luz está a diez kilómetros de la frontera y a 34 de San Sebastián. Desde allí, se llega por la A-8 y, ya en Francia, por la A63. Al cabo de siete kilómetros, hay que coger la salida 2 (Saint Jean de Luz sud).
  • Dónde comer: El pueblo ofrece varios productos típicos, entre los que destacan los vinos, quesos y dulces, especialmente mermeladas y chocolates. También hay muchas tiendas de decoración y artesanía y panaderías con riquísimas elaboraciones.
  • Dónde dormir: Al margen de los grandes hoteles, la localidad cuenta con un buen número de pequeños hostales y pensiones acogedoras, con un trato muy amable y cordial. Si la visita es en verano, los pueblos cercanos son una buena alternativa para encontrar sitio. Además, muchos propietarios alquilan apartamentos y pisos para estancias más largas.

"Todo sacrificio vale la pena si quieres lo mejor para tus hijos"

Su vocación le ha hecho viajar por medio mundo y residir en países distintos al suyo. «Mi vida era el fútbol», dice este deportista. También era su trabajo, pues Jaime Giordano fue entrenador de porteros en el Cienciano de Cuzco, el equipo que se alzó con la Copa Sudamericana de Fútbol en 2003 y la Recopa de 2004. Desde junio vive en Bermeo, donde intenta abrir camino para sus hijos.
Llegó a Euskadi hace un par de meses y todavía está en la fase del descubrimiento y la adaptación. De momento, «todo es nuevo», aunque él sea casi un experto en asimilar otras culturas. Su trabajo como entrenador profesional de fútbol le ha permitido conocer una extensa lista de países e, incluso, residir en alguno de ellos, como Estados Unidos, donde vivió durante un año. «Cumplí 47 años allí, lejos de mi familia, y fíjate cómo son las cosas, este domingo cumpliré los 49 aquí, otra vez lejos de mi mujer y mis hijos».

Pero su venida al País Vasco no es igual a sus viajes anteriores, ya que no está ligada al fútbol ni a un objetivo inmediato. La decisión de emigrar a Euskadi es, más bien, un proyecto a largo plazo. «Mi cuñado y su mujer viven aquí desde hace tiempo y fueron ellos quienes me convencieron. Cuando me plantearon la posibilidad, yo estaba trabajando en Perú, donde administraba un complejo deportivo, y hacía poco que había vuelto de Norteamérica», relata.

Al principio, la idea no le resultó atractiva. Venir significaba una nueva separación, así que no fue una elección sencilla. Ni rápida. «Tomamos la decisión en familia y fue duro -recuerda-. Es verdad que yo podría haberme quedado en Lima, pero también es cierto que uno siempre intenta progresar. En realidad, con la edad que tengo y las experiencias profesionales que he vivido, yo me siento una persona realizada. El tema es el futuro, son los hijos. Como cualquier padre, deseo que ellos se puedan desarrollar plenamente y tengan más posibilidades que las que he tenido yo. Todo sacrificio vale la pena si quieres lo mejor para tus hijos», reflexiona.

Y lo mejor «no está en Perú ahora mismo, sino aquí, en Europa, donde hay más campo de acción», señala. El entrenador piensa, por ejemplo, en su hija mayor, que está a punto de acabar el instituto, o en su hijo del medio, que tiene doce años y talento para el fútbol. «Aquí hay excelentes universidades y clubes deportivos donde podrían estudiar o intentar dedicarse a lo que les gusta, donde el éxito dependerá en gran medida de sus esfuerzos».

En el caso del fútbol, que Jaime conoce al dedillo, la diferencia es abismal. «En mi país es muy difícil jugar en un equipo importante y también hacen falta medios. En Estados Unidos, que sí tiene recursos, este deporte no despierta gran afición. Es mentira eso que dicen sobre el auge del fútbol en Norteamérica. Allí no hay pasión de masas como en América del Sur o España», compara.

Lo que haga falta
La intensidad con la que se vive el fútbol y la similitud cultural fueron, de hecho, los factores de peso que le trajeron hasta aquí. Ante la idea de abrir camino para sus hijos, Jaime podría haber regresado a Estados Unidos y mejorar su economía, pues ya conoce el país y tiene un visado válido hasta 2015. No obstante, aquí tiene una parte de su familia y, como dice, se siente muy a gusto y muy bien.

La idea es que los suyos vengan a Euskadi el año que viene y, mientras tanto, «trabajar en lo que haga falta» para que eso sea una realidad. Aunque hace poco que llegó, el entrenador se puso en marcha enseguida y, a los diez días de estar aquí, empezó a trabajar en el sector de la hostelería. Ahora combina esa actividad con otra, en una conservera bermeotarra, y sigue buscando oportunidades para poder «echar el ancla».

Lógicamente, echa de menos su profesión, pero insiste en que los hijos son la prioridad y, además, no descarta volver a estudiar. «Me encantaría hacer un máster o un curso avanzado -confiesa-. Nunca es tarde para plantearte un cambio o para volver a empezar».

28.8.08

A hurtadillas por Birmania

"Es el país en el que me hubiera gustado vivir, me fascina su gente", dice Manuel Leguineche


El relato de Manuel Leguineche incluye varios ingredientes pintorescos y hasta podría servir de base para un filme de aventuras. Ocurrió en 1965, cuando tenía veintipocos años y era «pobre de solemnidad». En ese entonces, el periodista vizcaíno vivía en India y había decidido abrirse «para el lado de Tailandia y Vietnam». No era aún un cronista reconocido, pero sus textos ya daban fe de que tenía hambre de mundo. En especial, del que estaba prohibido.

En Calcuta compró un billete hacia Tailandia y eligió para viajar el único día de la semana en que se hacía escala en Birmania. «Lo hice a propósito, para conocer un país secreto, hermético, que me despertaba una fascinación inmensa y en el que no se podía entrar porque ya estaba la Junta Militar en funciones», dice con voz de travesura. En el avión coincidió con dos zoólogos franceses y una mona -'Totoche'- cuyo apetito daría un giro a su viaje. «Ellos iban a Indonesia, a ver el dragón de Komodo», recuerda Manu con precisión.

En Rangún, el periodista tuvo tiempo para recorrer la ciudad durante la noche en lugar de irse a dormir «al hotel de los ingleses», el Strand, que era el más antiguo de todos. «Empecé a sentir una especie de sortilegio; esa extraña paz budista que se produce al estar allí. Aproveché toda la noche para moverme por las pagodas y hasta estuve echando una siestecita en la de Shwedagon. Me impresionó el contraste con el régimen militar, porque la bondad y la xenofilia de la gente lograban superar la opresión de la dictadura», señala.

Desde aquella 'visita exprés', Manuel regresó un par de veces, y en ambas revivió esa paz y «la fascinación por sus habitantes, tan poco estropeados por el turismo». De Pagán, la ciudad de los mil templos, destaca la puesta de sol. «Es impagable ver cómo va cayendo sobre la selva», dice. Y añade algo más: «Allí la gente es la protagonista, la vida es contemplativa, serena, y te sientes feliz. Es el país donde me habría gustado vivir».

Después de pasar la noche solo por las calles de Rangún, el periodista regresó al aeropuerto, ya que el avión partía temprano. «Volamos hacia Tailandia, un país más abierto y turístico, donde acepté compartir mi habitación del bohemio Thysong Gredt con los zoólogos, que eran más pobres que yo. Salimos un rato y, al volver, descubrimos que la mona se había comido mi pasaporte. ¡Imagínate! Necesitaba documentos, así que fui al consulado con 'Totoche' y los franceses, para que me creyeran...
-¿Y qué pasó?
-Nada más llegar, la mona le lanzó un viaje al cónsul, y enseguida me dio un pasaporte nuevo.
Las recomendaciones:
«Lo mejor que puedes hacer en Birmania es mirar cómo es y hasta dejarte embaucar. No hay más secretos -dice Leguineche-. La gente te cambia la camiseta por dos piedras de lapislázuli. La especialidad es el arroz y, si coges un tren a Mandalay, ves todo el país por una ventanilla, con sus templos y sus arrozales».

23.8.08

"Vivir en un pueblo pequeño como Ondarroa favorece la integración"

Llegó al País Vasco en diciembre de 2003, pocos días después de graduarse como enfermera. Desde entonces, vive en Ondarroa y es una de los casi 60 uruguayos que residen en el municipio vizcaíno. Como miembro de esa colectividad, Andrea Gómez invita a un festival que se celebrará hoy y tendrá como eje la cultura y la gastronomía del país sudamericano

Andrea está entusiasmada. Por segundo año consecutivo, los uruguayos que residen en Ondarroa celebrarán un festival temático sobre su país, su cultura y sus costumbres, en el que no faltarán muestras de música y gastronomía típicas. El evento empezará al mediodía con un 'stand' de artesanías y productos uruguayos donde «habrá de todo: desde fotografías e información turística, hasta artículos de consumo y alimentación», adelanta.

Pero eso es sólo el comienzo, ya que el encuentro se extenderá hasta la madrugada. «Unas cincuenta personas, entre músicos y bailarinas, harán una muestra de candombe, que es un ritmo de percusión característico de Uruguay muy ligado al carnaval, y también habrá espectáculos musicales con Chato Arismendi y Paolo Latrónica», detalla Andrea, y añade que «el año pasado, la experiencia fue maravillosa».

Entre los puntos fuertes del encuentro destaca la comida, cuya protagonista será la carne asada a las brasas. «Un carnicero uruguayo que vive en Bilbao vendrá a preparar el asado, aunque también ofreceremos pintxos de chorizo criollo, un invento que combina la tradición de Euskadi con la nuestra», dice. Y la reflexión no es menor, puesto que el propio festival se apoya en la idea de intercambio y el conocimiento mutuo.

«Cuando estás en las grandes ciudades, la interacción con los demás se pierde. La ventaja de vivir en un pueblo pequeño es que todo el mundo se conoce y la gente tiene interés por saber cosas de ti y del lugar de donde vienes», opina esta enfermera, que lleva casi cinco años viviendo en Ondarroa. «Uruguay es un país del que no se sabe mucho. A veces lo confunden con Paraguay, por el nombre, y otras veces nos confunden con argentinos por nuestra manera de hablar. La gente joven, sobre todo, no tiene idea de dónde está».
Idas y vueltas
Con las personas mayores, la historia es un poco distinta. «Muchos tienen familiares allí y todavía mantienen lazos. También los jubilados de la mar, que aquí hay bastantes, conocen nuestro país». De hecho, fue un marinero ondarrutarra el que, sin saberlo, contribuyó a que Andrea Gómez se afincara en este municipio.
«Por su trabajo, él estuvo viviendo unos diez años allí y así fue que conoció a los primos de mi novio. A raíz de esa relación, ellos vinieron a Euskadi a mediados de los noventa -relata-. Cuando Uruguay atravesó la crisis económica junto con Argentina, las cosas empeoraron y Damián, mi chico, decidió venir también». El asunto es que en ese momento -abril de 2003-, Andrea estaba cursando el último año de su carrera y no quería marcharse sin terminar los estudios. «Fue difícil -reconoce-, pero en cuanto me dieron el título, preparé la maleta y me fui».
Lo primero que hizo al llegar fue homologar su licenciatura, un trámite que tardó cuatro meses, «menos de lo que imaginaba», y que la habilitó a desempeñar su profesión en Osakidetza, donde actualmente trabaja. «Realmente nos ha ido bien y estamos muy contentos», dice Andrea. Prueba de ello es que «la idea original era venir por dos años y ya han pasado cinco».

En lo personal, si bien echa de menos su país y le gustaría regresar algún día, también se siente muy a gusto en Ondarroa, donde «la gente es muy amable y abierta. No es cierto que los vascos sean cerrados -señala-. Una vez que te conocen, se acercan y se interesan por ti. Además, son muy amables. El año pasado, con el festival, nos ayudaron muchísimo, y algunos hasta se animaron a probar el mate, nuestra infusión más típica», recuerda entre risas.

22.8.08

El verano de Susana Soleto: "En Izarra me siento libre"

La actriz, popular por ‘Vaya semanita,‘ elige el enclave alavés como residencia y lugar de descanso



Lo conocía desde siempre, pero hace poco que se enamoró. Así puede resumirse la relación de Susana Soleto con el pequeño pueblo de Izarra, una de las diez localidades que conforman el municipio alavés de Urkabustaiz. «Está un entorno muy amplio donde puedes pasear al aire libre y relajarte –describe la actriz-. Ofrece mucha tranquilidad y tiene una luz estupenda en todas las épocas del año. Al empezar el otoño, los árboles se cubren de hojas doradas y ocres. Y en invierno, cuando no suele haber turistas, tienes todo el lugar para ti». Y es que el suyo no es amor de verano. Al revés. Tanto le ha cautivado este pueblo de menos de mil habitantes que ha decidido irse a vivir allí.

«Me mudo a Izarra en septiembre», adelanta con la voz ilusionada. «Creo que llega un momento en el que necesitas serenidad, escapar un poquillo del Botxo y del ruido. Las últimas veces que fui al pueblo experimenté esa sensación de paz y, cuando llegaba la hora de volver a Bilbao, me daba pena. No sé cómo explicarlo, pero hay algo que me aferra a ese lugar. No tengo ganas de irme», asegura.El sentimiento era tan fuerte que decidió hacerle caso. «Estaba paseando por allí y pensé: ‘Yo quiero vivir en este sitio. Me gusta’. Encontré un piso que me gustó y, ¡hala!, ahora cuento los días para trasladarme el mes que viene».

Aunque la actriz vitoriana está muy acostumbrada al público del teatro y las cámaras de televisión, el contacto con la Naturaleza le apasiona tanto como su trabajo. «Me encanta pasear y soy de andar por el monte. A medida que Bilbao queda atrás y te vas acercando a Izarra, el horizonte se hace más amplio, el paisaje se abre y siento una gran libertad. Además, el ambiente rural es precioso. Ya tengo ganas de oler a vaca», sintetiza Susana entre risas. Pero, ¿por qué este pueblo y no otro? «Pues porque allí cerca tienes el nacimiento del Nervión y la cascada de Gujuli -destaca Susana-, y son dos sitios preciosos».

Agua, árboles y cañones
La cascada de Gujuli (a unos tres kilómetros del pueblo) es uno de los saltos de agua más bonitos de toda la provincia. Sus cien metros de altura cautivan a los visitantes, aunque -todo hay que decirlo- son más imponentes en otoño y primavera, cuando aumenta el caudal del arroyo Oiardo. Rodeada de miradores (muchos de ellos, naturales) y de extensos bosques de hayas, esta cascada se reparte los elogios con el salto del Nervión, que tiene 270 metros de altura y también se encuentra próximo a Izarra.

El desfiladero de Delika sirve como telón de fondo para este escenario natural al que se puede acceder en coche o a pie, por la parte baja del cañón. Claro que, para vistas, y de regreso al corazón del pueblo, Susana recomienda caminar hasta «la iglesia más elevada de Izarra». «Verás que hay una parte nueva y otra antigua, y que las divide la vía del tren». La zona más vieja concentra buena parte de los edificios de interés turístico, como el tejo singular o el Museo Etnográfico Irubidaur.

A los pies del Gorbea

Tanto Izarra como la cascada de Gujuli se enmarcan en el parque natural de Gorbeia, el más extenso del País Vasco. A caballo entre Álava y Vizcaya, es el lugar de ‘peregrinación’ por excelencia para los montañeros y los amantes del senderismo. «Es un sitio maravilloso, incluso en invierno. Cuando nieva, el paisaje es espectacular», señala Susana. En sus más de 20.000 hectáreas, el parque dibuja diversos paisajes que van desde el monte Gorbeia (el punto más alto), hasta las laderas y los valles cubiertos por hayedos, coníferas, robledales y tejos. A esa «variedad de formas y colores» hay que añadir, por supuesto, la gran cantidad de especies animales que habitan en este espacio. Jabalíes, tejones, visones y martas conviven con nutrias, ciervos, gatos monteses y aves rapaces que sobrevuelan un manto verde salpicado por cabañas de pastores. Además de ser muy bello, el macizo de Gorbeia tiene importancia histórica, ya que fue uno de los cinco montes bocineros desde los que se convocaba a los vizcaínos a las Juntas Generales. En sus inmediaciones, vale la pena conocer el Museo de la Miel de Murgia, el santuario de la Virgen del Oro, las cuevas de Mairuelegorreta y el Museo de Alfarería Tradicional Vasca de Ollerías.

Recomendaciones
  • Cómo llegar: Izarra se encuentra a 46 kilómetros de la capital vizcaína y a 29 de la alavesa. Desde Bilbao se llega por la AP-68 hasta la salida 22 (Izarra) y luego por la N-622. Desde Vitoria se accede por la N-622 (dirección Bilbao / Amurrio).
  • Dónde comer: «¡Huy! Con esto me pillas pez», confiesa la actriz. «A ver… ¡ya está! No te vayas sin comer patatas, sin probar el queso idiazabal y sin degustar un vinito de la Rioja Alavesa». ¿Y de postre? «Hombre, una siesta».
  • Dónde dormir: En Casa Doña Lola, aconseja Susana. Y agrega: «Es un hotelito pequeño de piedra, muy céntrico. También puedes comer allí y tomar un café junto al riachuelo y al prado». Escuelas, 2. Urkabustaiz. Teléfono 945 437 224.

21.8.08

Grecia, en blanco y azul

«Las islas son casi verticales, como si hubieran emergido del mar», dice Coco Comín

«Viajar a Grecia es llenarte las pupilas de estética, gastronomía e Historia», describe Coco Comín, una de las coreógrafas más reputadas de España. Famosa por ser jurado de 'OT' y por dirigir la coreografía del musical 'Grease' -que llega hoy a Bilbao-, la artista catalana comenzó su andadura en 1971, cuando fundó, con 19 años, su propia escuela de danza. Desde entonces se ha labrado la carrera con constancia y esfuerzo, pilares que no dejan mucho margen para disfrutar del turismo.

De ahí que su viaje favorito sea el último. El que más necesitaba. «Después de mucho tiempo sin vacaciones, mi marido y yo decidimos ir juntos a Grecia. El destino principal eran las islas, aunque también conocimos Atenas». Lo primero que les sorprendió de la ciudad fue el tamaño, pues «es muy pequeñita y puedes conocerla en un día». Lo segundo, la gastronomía, «muy mediterránea y parecida a la española».

Coco descubrió en Atenas la diferencia entre ser turista o viajero, porque, yendo hacia el Partenón, se equivocó de camino. «Nos parecía extraño tardar tanto y que casi no hubiera gente. Y después entendimos por qué. En vez de seguir por la ruta típica, que es ancha y empedrada, nos metimos por otra más angosta y empinada, que atravesaba un pueblecito blanco de ensueño. Llegamos bastante cansados, pero fue muy especial».

Tras pasar su primer día en la capital, Coco y su esposo se encaminaron hacia el puerto del Pireo, punto de partida hacia el archipiélago griego. «La primera isla fue Mikonos y nos pareció muy glamourosa. El pueblo es absolutamente blanco, sólo salpicado por ventanas azules, y dibuja un conjunto arquitectónico que es de agradecer. Nos sorprendió que los restaurantes no cerraran nunca», dice. Casi tanto como descubrir que «Mikonos es el lugar de encuentro gay por excelencia y, la verdad, desentonábamos un poco», agrega entre risas.

Dos días después, se embarcaron hacia la isla de Tinos, donde el protagonismo se lo lleva un monasterio. «Era un sitio de peregrinación, lleno de gente de todas las edades que rezaba compulsivamente, de modo casi dramático», recuerda. «Los pueblecitos parecían estar colgados de las montañas porque las islas son casi verticales, como si hubieran emergido del mar».

De todas las que visitó -que fueron muchas, pues «los ferrys funcionan como autobuses»-, la que más le gustó fue Milos. «Es la más equilibrada. Allí probamos un pescado que se cocina en una especie de cómoda con cajones y vimos la puesta de sol en una terraza que sube los precios sólo a esa hora del día. Y también nos tocó pasar una noche en la playa porque nos olvidamos de reservar hotel». ¿Idílico? «¡Qué va! Pasamos frío, contando las horas para que llegara el amanecer».

«Cenar al aire libre es lo mejor que puedes hacer, sobre todo si consigues ver el Partenón desde la mesa. Hay que probar la ensalada griega, con tomate, salsa de pepino, queso y yogur. Y el vino de Retsina, que es blanco y afrutado. Eso sí, bébelo en una taberna típica. No te pierdas la puesta del sol y... ¡Ve con el hotel reservado!».

16.8.08

"Me ofendí con mi jefe y, en vez de discutir, le hice un poema"

Tiene el don de la palabra y lo sabe. Una extensa lista de premios avala su trayectoria en los medios de comunicación de Colombia, donde vivía antes de venir. Distinguido con un 'Micrófono de Oro' y alabado por su tono de voz, Carlos Alfonso Roa se atrevió a dar un giro a su vida y empezar otra vez desde cero. El amor fue el motor de ese cambio y, también, su mejor premio.


Llegó a Bilbao «hace un año y un mes» para reunirse con su esposa, que había venido mucho antes, cuando aún estaban de novios. Siete años de espera y distancia le han llevado a pensar que, con el fenómeno migratorio, son muchos quienes lo pasan mal. «No sólo sufre el que viaja, también sufre el que se queda», dice, convencido, Carlos. Lo comprobó en julio de 2007, al embarcar en el aeropuerto de Cali. Hasta entonces, él estaba con los suyos, extrañando a su mujer. Pero ese día descubrió lo que es estar del otro lado. Lo que se siente al partir.

Miró a su familia a través de los cristales hasta que ya no la vio más. Entonces tuvo sentimientos encontrados. Por un lado, la emoción del reencuentro al que se encaminaba. Por otro, el desarraigo. «Es mentira que los hombres no lloran -asevera-. Yo lloré. Entré en un servicio creyendo que estaba vacío y me desmoroné». Pero Carlos no estaba solo. «De pronto apareció un piloto y me consoló ahí mismo, me dio un montón de palabras de aliento. A partir de ese momento, sólo pensé en llegar aquí. Se me olvidó hasta el miedo a las alturas», añade con un toque de humor.

Sabía que, al comienzo, no sería sencillo. Aunque en el plano personal se sentía «muy afortunado», labrar un camino laboral «donde nadie te conoce es un reto». Y un gran cambio, porque en Colombia sí que era un profesional conocido. «Fui lector de noticias en una radio muy importante de Cali», detalla. Un trabajo que, junto a las grabaciones de anuncios publicitarios y su vinculación al mundo del espectáculo, le valió desde un 'Micrófono de Oro' y un premio a la 'Voz Revelación', hasta el título de 'Mejor Voz Comercial Masculina' y 'Mejor Maestro de Ceremonias'.

Pero Carlos -a quien da gusto escuchar, pues tiene algo de trovador del siglo XXI- siente afición por todas las palabras; incluso las escritas. Y, precisamente, fue a ellas a las que se aferró cuando llegó al País Vasco. «Me puse a buscar trabajo, pero decidí que, por cada día que no estuviera activo, me sentaría a escribir». El resultado de esa disciplina es un libro de poemas en el que intenta rescatar los valores de la sociedad. Le escribe a la mujer, al amor, a la importancia del hogar, al inmigrante... y también al jefe. «Uno de mis primeros trabajos aquí fue en la construcción -relata-. Mi jefe era muy duro y me trató como nunca nadie lo había hecho, con palabras bastante obscenas. Un día me ofendí muchísimo con él y, en vez de discutir, le escribí un poema. No se disculpó conmigo directamente, pero sé que se arrepintió».

Escritorio de notario
La experiencia negativa fue puntual, casi anecdótica. «Son muchas más las cosas buenas que me han pasado desde que vine», señala. «Cuando llegué, era verano y solía sentarme a escribir al aire libre. Estaba fascinado con la belleza de los paisajes; todo lo que veía me inspiraba». Pero las musas huyeron en septiembre, cuando el otoño apareció en el horizonte. «Entonces un notario de aquí, que conocía mi afición por las letras, me regaló un escritorio precioso para que pudiera continuar. Los vascos han tenido conmigo unos gestos increíbles. Creo que es un pueblo que se interesa mucho por la cultura y que, en ese sentido, hay mucha aceptación».

Lo vio claramente en el festival 'Gentes del Mundo', del que fue maestro de ceremonias. «Ese papel me permitió recuperar el contacto con un público numeroso y la confianza. Quiero agradecerle a la organizadora, Marta González, por lo mucho que me animó», dice Carlos, que ya ha empezado a grabar sus primeros comerciales en radio y que sueña con hacer una gira que combine música y poesía.

15.8.08

El verano de Inma Shara: "Nostalgia en el Valle de Ayala"

La talentosa compositora se decanta por esta zona alavesa para los meses de calor

Ni a eucaliptos ni a castaños. Más bien, «a tiempo detenido y nostalgia». Así huele el Valle de Ayala para la talentosa compositora Inma Shara, una de las pocas directoras de orquesta del mundo. «Me identifico mucho con ese lugar porque ha estado ligado a mi infancia y al desarrollo de mi persona -explica-. Tiene el encanto de la serenidad y es un bálsamo para el alma. Además, en algunas épocas del año es una sinfonía de colores». Por ejemplo, en primavera y verano, cuando abren todas las flores y «las laderas se cubren de verde. Es fantástico», dice.

Amante de la cultura y el arte, Inma recomienda iniciar la visita en el monasterio de Quejana, un conjunto monumental de 1378 que, hasta hace pocos meses, estuvo habitado por las monjas dominicas. El enclave es la construcción medieval más importante de Álava y, por ello, un lugar «ideal para recrearse con la Historia y degustar el sabor de otros tiempos». El complejo incluye a la Iglesia de San Juan y al antiguo Palacio de Ayala, con «unos torreones que nos llevan de regreso a la época de los caballeros de la mesa redonda», dice la directora para ilustrar la atmósfera. Y enfatiza: «Si vas al valle, no te puedes perder ese viaje en al pasado». Más aún en estos meses, en los que se concentra «una luz espléndida para verlo».

«Sobrecoge e inspira»
El monasterio, opina Inma, es un recinto maravilloso para encontrar paz interior. Un solaz cuya armonía «sobrecoge, transporta e inspira»; especialmente en el claustro, que conserva las puertas de antaño y donde las paredes «parecen hablar». «La iglesia tiene un retablo gótico precioso y, además, guarda un relicario de la Virgen del Cabello. En realidad, todo este conjunto escapa a la cacofonía y el estrés de la sociedad actual. Y la composición que crea la Naturaleza a su alrededor es imponente… Yo vivo en el mundo de la música y puedo asegurar que hasta el sonido de allí es armónico».

En el marco de este valle, la ubicación de Ayala es inmejorable. No sólo como lugar privilegiado de defensa militar –un papel que desempeñó en la Edad Media y del que aún se conservan edificios-, sino como destino para una escapada fugaz. «Está a medio camino entre Vitoria y Bilbao, y queda muy cerca de Burgos. Puedes disfrutar del entorno, que conjuga naturaleza, cultura y arquitectura, pero también desplazarte hacia estas ciudades si quieres algo más de movimiento», sugiere. No obstante, es de esperar que quienes vayan hasta el Valle de Ayala busquen, justamente, lo contrario. Al menos así ocurre con Inma, que suele ir a desconectar de una agenda apretada.

«Hace tres meses que no voy por allí y lo echo en falta», confiesa. Cuando puede, se acerca hasta el hotel Los Arcos de Quejana, un antiguo palacio del siglo XVII recientemente restaurado que combina unas habitaciones de estilo rústico con un restaurante donde es posible disfrutar de la gastronomía de la zona y la estructura original del edificio. «Además, allí mismo te ofrecen rutas de senderismo programado y muchas actividades para conocer lo mejor del entorno. Junto con el monasterio, es un lugar de referencia en el Valle de Ayala que merece la pena descubrir», concluye.

A quince kilómetros

A quince kilómetros de Quejana, Orduña también goza del privilegio sensorial que ofrece el Valle de Ayala. Cuna de hombres célebres, como el licenciado Manuel Poza y el fundador de Buenos Aires, Juan de Garay, Orduña ve nacer también las aguas del río Nervión y conserva el mayor casco histórico medieval de toda Vizcaya. Junto a ese patrimonio de la Edad Media, en sus calles se pueden apreciar otros legados arquitectónicos posteriores, como el Palacio Ortes de Velasco y el de Memenza –renacentistas-, el Palacio Díaz de Pimienta y la Iglesia de la Sagrada Familia –barroco- y La Aduana, que se construyó bajo los reinados de Carlos III y Carlos IV siguiendo el estilo neoclásico.

No obstante, Orduña también posee un rico acervo gastronómico: «Allí podrás encontrar productos de la tierra de excelente calidad y elaboraciones artesanas, como los mantecados, que son exquisitos». La directora aconseja recorrer los pueblos del Valle de Ayala para recrear la vista, por supuesto, y de paso darle un gusto al paladar. «Tortas, morcillas, vinos y queso Idiazabal» conforman esa ‘ruta gastronómica’ aderezada por la belleza paisajística del lugar. «Dime la verdad, ¿acaso puedes pedir algo más?».


Cómo llegar
El municipio de Ayala se encuentra a 35 kilómetros de Bilbao y a 50 de Vitoria. Desde Bilbao, hay que coger la AP-68 en dirección Vitoria, tomar la salida 3 (Llodio) y continuar por la A-3622. Desde Vitoria, por la N-622, enlazar con la AP-68 en la salida 5 (Amurrio) y continuar por la A-624.


Dónde comer
Una visita al Valle de Ayala no estaría completa sin degustar las especialidades del lugar, ligadas a la tierra y con denominación de origen. El queso Idiazabal, el vino tinto y las morcillas –sin olvidar los mantecados de Orduña- son algunas de las sugerencias de Imna Shara. Para conocer: «La sidrería Bideko, en Lezama, donde se come muy bien».


Dónde dormir
«En Los Arcos de Quejana», recomienda Inma. El hotel se encuentra a 500 metros del monasterio y el conjunto monumental, ofrece actividades guiadas al aire libre, cuenta con un restaurante propio y «la atención es excelente». Más cerca de Orduña, la casa rural Arteondo es ideal si se va en un grupo de hasta 8 personas: puede alquilarse completa.

14.8.08

Desfiladeros de Bolivia

"Hice un recorrido de vértigo en el que vi los contrastes de América", dice Carles Casajuana

El relato de Carles Casajuana se ambienta en 1980, mucho antes de convertirse en un diplomático reconocido y de iniciarse como escritor. En ese entonces, el actual embajador de España en Reino Unido tenía apenas 26 años y era secretario de la Embajada española en Bolivia, su primer destino oficial. «Ha pasado mucho tiempo, pero lo recuerdo con intensidad. La situación allí no era fácil -explica-. En julio se había producido un sangriento golpe de Estado y en octubre, cuando hice el viaje, el país vivía una tremenda dictadura militar encabezada por García Meza».

Así y todo, Carles se montó en un jeep junto a Jaime Aparicio y su esposa, «dos amigos de allí que conocían muy bien el lugar», y emprendió camino desde La Paz a Coroico, un diminuto pueblo minero engarzado en la cordillera andina. «Eran apenas unos 80 kilómetros -calcula-, pero tardamos tres horas en recorrerlos», ¿La razón? Que la carretera de La Cumbre a Coroico -también conocida como Carretera de las Yungas- es la más peligrosa del mundo.

«Sales de La Paz, que está a 3.600 metros de altura, subes hasta los 5.000 metros y luego bajas a 800 metros sobre el nivel del mar. Todo eso en ochenta kilómetros, por una ruta muy sinuosa y estrecha que parece una cicatriz en la montaña. El camino está sembrado de cruces por la cantidad de gente que se ha despeñado, y da miedo. Sabes que a tu lado siempre hay un precipicio aunque no lo veas, porque a veces las nubes lo cubren todo», describe.

Sin embargo, es «espectacular» y hasta adictivo, pues Carles lo recorrió veinte veces. «En tres horas descubres los contrastes de América. Pasas por el altiplano y la cordillera, por los valles amazónicos y la selva tropical. Hasta los 3.000 metros ves árboles y hierba, después sólo hay matorrales y, a partir de los 5.000 metros, ni eso. Sin darte cuenta estás rodeado por las nieves perpetuas... Al bajar, es a la inversa, cada vez hay más vida. El hielo da paso a los matorrales, los árboles, los saltos de agua; a muchos pájaros y hierba. Parece que el mundo se está haciendo de nuevo».

Aunque para llegar a Coroico «hay que andar con pies de plomo», el embajador recomienda el paseo. «Es un pueblo pequeñito, situado en una colina y rodeado por un valle con tan poca densidad de población que a veces sientes que eres el primero en llegar. La gente es amable y hospitalaria. Me encantaba adentrarme en el valle hasta la mina de oro de San Francisco, que era muy modesta. Las personas utilizaban bateas y vendían las pepitas ahí mismo, y a buen precio. Recuerdo que compré unas cuantas y las regalé al volver a España. También recuerdo un hotelito familiar donde me solía quedar siempre y unas tabernitas preciosas. Me encantaría volver para ver qué ha sido de aquello».
Además de llevar repelente para los mosquitos y ropa variada, Carles Casajuana aconseja probar el estofado de cerdo, la fruta fresca («deliciosa»), el pisco sour (con un aguardiente típico) y el mate de coca, «que es un tónico cardiaco muy bueno». Y, al que se atreva, las patatas: «Las conservan enterradas y tienen un sabor especial».

8.8.08

El verano de Kepa Junkera: "Zumaia es mi niñez"

El maestro de la trikitixa invita a conocer el abrupto y hermoso paisaje de esta localidad guipuzcoana

La primera vez que fue a Zumaia, Kepa era muy pequeñito. «Mi padre fue a trabajar allí durante un tiempo y el lugar le encantó –explica-. Desde entonces, volvíamos cada verano». Para un niño de ciudad, acostumbrado a jugar en el Bilbao de los años setenta, ese pueblo guipuzcoano representaba sensaciones nuevas. «Tenía un olor especial -dice-. En la playa de Itzurun, el perfume del salitre era intenso. Y en el pueblo, cuando íbamos a buscar la leche, todo olía a caserío, a animales, a tierra. Era mágico», confiesa. Igual que el viaje hacia allí, que se antojaba una odisea. «Los niños de hoy viajan más y tienen otra percepción de la velocidad y las distancias, pero en aquellos años todo era muy diferente. Ir de Bilbao a Zumaia era como viajar a Tokio», compara divertido.

La noción de lejanía aumentaba porque su familia no tenía coche. «Nos llevaba un amigo de mi padre, que era gallego», recuerda. Quizá por ello le encantaba pasar las horas frente al Hotel Amaya, «que era como de la ‘Belle Époque’, para ver esos coches lujosos y grandes» que le parecían impresionantes y le deslumbraban, aunque no tanto como la belleza del mar. «De mi barrio, Rekalde, a Zumaia, el contraste era evidente. Tener el mar tan cerca y vivir el ambiente de un pueblo marinero, con pasión por el remo, los txokos y las sociedades, era maravilloso. Es verdad que todo ha cambiado mucho, pero en algunas cosas sigue siendo tan bonito como siempre. Creo que es un lugar que hay que descubrir», opina.

Como un acordeón
Para ello, nada mejor que «perderse por los caminos interiores o dar un paseo por el morro de los acantilados», invita. A los ojos del maestro de la trikitixa, ese paisaje abrupto de «tierra aplastada» al borde del mar se dibuja como un «enorme acordeón» natural, lleno de huecos y recovecos que le fascinaban cuando era niño. «Me gustaba andar entre las rocas e investigar los pequeños charcos que se formaban cuando había bajamar. Todavía hoy me encanta la marea baja porque descubre todos los huecos de la montaña», asegura.

Claro que, para descubrimientos, los portugueses se llevan la palma. «Ahora se ha puesto de moda la vida sana y natural, pero yo recuerdo que entonces venían muchos portugueses a la playa a recoger algas. Me llamaba la atención verles allí, dejándolas secar al sol y llevándoselas después, cuando nosotros no les hacíamos ni caso». Eso también ha cambiado y, como prueba, basta un balneario de talasoterapia ubicado frente a la misma playa de Itzurun, donde las algas, junto a otras sustancias del mar, son el tratamiento estrella. «Pienso que para ver mundo hay que empezar por lo local; permitirse descubrir las maravillas que tenemos cerca y, sobre todo, no quedarse en la postal. En Euskadi hay lugares muy especiales», dice el músico bilbaíno.

El tesoro de Urdaibai

Zumaia no es el único lugar que le gusta a Kepa Junkera. Hay otro, en Vizcaya, que le parece maravilloso: la reserva natural de Urdaibai. «Sólo hay cuatrocientas reservas así en todo el mundo –señala- y a veces no somos conscientes del inmenso privilegio. Es un paraíso… y un lugar que hay que cuidar. La cuenca hidrográfica del río Oka alberga muchas especies vegetales y animales, además de 21 municipios. Tenemos que demostrar que podemos convivir con un espacio como ése, que podemos avanzar sin dejar de respetarlo, buscando el justo equilibrio». Dice esto con gran seriedad, especialmente cuando piensa en el proyecto de construir allí un nuevo museo Guggenheim que, si bien no tendrá las dimensiones del que ya existe en Bilbao, sí promete convertirse en otra maravilla vizcaína.

Maravillas
No obstante, para maravillas, arte e historia, Urdaibai es un museo natural. Además de las rutas de montaña, el bosque y el mar, el enclave ofrece otras obras para sorprenderse y hasta soñar. Los yacimientos romanos de Forua, el castro celta de Marueletxa, en el monte Arrola... «Y no te puedes perder Bermeo para imaginar los viajes de los arrantzales o tejer hipótesis sobre los vikingos», sugiere Kepa.

"Mi país abre una ventana al mundo con las Olimpiadas"

Aijun Zhu lleva tres años afincada en Bilbao, donde es profesora de chino. Al igual que muchos de sus compatriotas que residen en el exterior, echa en falta su tierra, su familia y sus costumbres; aunque las Olimpiadas de Peking, que comienzan hoy, se convierten en un 'billete' imaginario a su país. El certamen deportivo es un pasaporte al reencuentro.

Los Juegos Olímpicos de Peking concitan la atención del planeta. Ya sea por el interés en el deporte, por el desacuerdo con las medidas del Gobierno, por los avatares de la antorcha o el anuncio más reciente de la Audiencia Nacional, hay millones de miradas que, ahora mismo, se dirigen al 'gigante' de Asia. Entre ellas, las de los propios ciudadanos chinos que están fuera de su país. Convertidos en emigrantes, la cita de este mes es más que un evento deportivo. También es una forma de «volver a estar casa».

Así lo vive Aijun Zhu, que llegó a Euskadi en 2005 y, desde entonces, se presenta como Sofía. «Es más fácil recordar ese nombre que el mío», dice con una sonrisa. Oriunda de Wenzhou -una ciudad del sudeste del país que tiene más de siete millones de habitantes-, Sofía llegó a la capital vizcaína para acompañar a su marido, que vino aquí a trabajar. «Nos habían dicho que Bilbao era un lugar muy bonito y que la gente era muy maja. Por eso lo elegimos y, la verdad, acertamos».

Por aquel entonces, Sofía no hablaba ni una palabra de castellano, así que se apuntó en la Escuela de Idiomas de Deusto para aprender a manejarlo. «Todavía me cuesta un poco y necesito que me hablen despacio para no liarme», reconoce, aunque la comunicación se le da muy bien. Antes de venir ya dominaba las dos lenguas más habladas del mundo -el chino y el inglés- y, también, el arte de la enseñanza. «En Wenzhou era profesora de Inglés y de Historia», explica. En Bilbao es profesora de chino.

«Tengo varios alumnos de Getxo y Las Arenas que me sorprenden mucho con sus habilidades -detalla-. Escriben muy bien y tienen una pronunciación estupenda. En realidad, aprender chino es más fácil que aprender castellano, sobre todo por la conjugación de los verbos, que a nosotros nos cuesta más.

Adaptarse a las costumbres locales tampoco resulta sencillo, en especial a aquellas que están relacionadas con el trabajo y el descanso. «En China las tiendas están siempre abiertas; aquí no. «Por otro lado, también es cierto que allí hay más gente y más demanda. Eso hace que las cosas tengan que funcionar durante más horas». Así y todo, Sofía señala que se ha «acostumbrado poco a poco» y que se siente «muy a gusto» en Euskadi, con sus playas, su paisaje e, incluso, con su clima.

Familia numerosa
Por supuesto, echa de menos su tierra y, más que nada, a los suyos. «Allí le damos mucha importancia a la familia y las reuniones son muy numerosas. Estuve en febrero tres semanas para celebrar el Año Nuevo y en casa éramos ochenta personas. Extraño eso y la costumbre de quedar con los amigos en nuestras casas. Si te fijas bien, es difícil que veas a los chinos en los bares. Nos gusta más reunirnos en el hogar».

Los avances tecnológicos ayudan a paliar la nostalgia. «Con los ordenadores e Internet, llamar a mis familiares es más barato que antes», dice. A su vez, los Juegos Olímpicos acercan a su país. «China abre una ventana al mundo con ellos y creo que ahora la gente sabrá más cosas de allí. Todos verán imágenes de las ciudades más importantes y quizá tengan ganas de viajar. El país ha cambiado en los últimos años, ha mejorado la calidad de vida y, además, es muy grande y diverso; tiene mucha población. Por eso siempre digo que, si lo recorres a fondo, conocerás a casi todo el mundo».
-¿Y seguirá alguna competición?
-Sí. Estaré atenta al badmington. Lo practicaba en la universidad y era bastante buena.

7.8.08

De incógnito en Ibiza

«Me encantó la gente de allí, que es muy universal y poco futbolera», dice Joaquín Caparrós

Los viajes pueden ser especiales por muy diversas razones. A veces lo son por el lugar. Otras, por el momento. En el caso de Joaquín Caparrós, lo fue por la experiencia y las personas que le acompañaron. «Hace cinco años fui a Ibiza con un grupo de amiguetes y nuestras mujeres. Éramos seis en total y la idea surgió entre todos. Mis amigos también son del mundo del fútbol, nos conocemos desde hace años e incluso hemos convivido antes por motivos de trabajo», explica el entrenador del Athletic. «Además, tenemos la suerte de que nuestras parejas se llevan bien»; un detalle importantísimo a la hora de viajar en equipo.

Hacía tiempo que Joaquín y sus amigos tenían ganas de tomarse un respiro y, aunque podrían haber ido a cualquier sitio del mundo, eligieron Ibiza porque era verano, por la cercanía geográfica y porque querían pasar inadvertidos. «Ibiza está a un paso y el clima en esta época es muy bueno. Me encantó la gente de allí, que es muy universal y poco futbolera, así que o no nos conocían o nos dejaban a nuestro aire», señala el 'míster' rojiblanco.

El ambiente distendido les permitió disfrutar de la isla y apreciar lo mucho que cambia entre la noche y el día. «Es increíble. Según avanzan las horas, el lugar se transforma por completo. Me chocó mucho ese cambio, que se percibe tanto en el ritmo de vida como en la gente. Era como estar en dos ciudades distintas».

Del día, Joaquín destaca las playas, que «son una maravilla», un oasis de «tranquilidad» y de buena gastronomía. «Íbamos a las doce y pasábamos mucho tiempo allí, descansando y tomando el sol. Además, en la playa hay restaurantes donde puedes comer lo que más te guste sin tener que desplazarte muy lejos. La comida en Ibiza es muy buena y había mucho para elegir».

Claro que en las 'dos Ibizas' de Joaquín Caparrós también hubo lugar para la noche, que, de hecho, fue lo que más le gustó. «El nivel de las discotecas es inmejorable», opina el entrenador, que en esas vacaciones se permitió mover el esqueleto con ganas. «¡Por supuesto que salíamos a bailar! Es más, bailamos de todo -desvela-. Como no íbamos buscando estilos concretos, nos adaptamos a lo que había y lo pasamos genial». Le cautivó «el ambiente» nocturno de la isla en general. «Si tengo que elegir un momento y un lugar, me quedo con las terrazas del puerto al anochecer. Sentarte allí a tomar unas cervezas es un espectáculo, sobre todo por los personajes variopintos que ves pasar frente a ti». Personajes que, de fútbol, sabían «lo justo o nada».

¿De verdad se puede ir de viaje con otros deportistas y no hacerle caso a un balón? «De verdad. Lo que más recuerdo de esas vacaciones fue que todos nos reímos mucho y lo pasamos realmente bien. Por eso fue tan especial, porque logramos desconectar del fútbol y pasar desapercibidos. Nos debíamos un viaje así para escapar de la rutina. Sinceramente, fueron diez días maravillosos».

1.8.08

"Siempre defiendo la ciudad en la que vivo y el país de donde soy"

Su primera visita a Euskadi fue en 1998, cuando Bilbao «todavía era gris y el metro apenas dibujaba una sonrisa amable en la villa». Aunque tenía a su madre aquí, la ciudad no acabó de convencerle, así que se marchó a Colombia para continuar con sus estudios. Regresó en el año 2000, graduado como contable, pero el destino lo colocó tras un micrófono de radio. Hoy día, John es locutor.

La historia de John Domínguez se escapa de lo habitual. Para empezar, no quería venir. Y, una vez aquí, tampoco quiso quedarse. «Vine hace diez años a visitar a mi madre, que llevaba tiempo trabajando en Euskadi, y la primera impresión que tuve fue que Bilbao era una ciudad triste y oscura, con edificios negros y un cielo que apenas se podía ver», describe.

La situación personal no ayudaba. Su madre, Gladys, aún no tenía 'papeles' y eso impedía que disfrutaran plenamente del reencuentro. «No salía conmigo a pasear, tenía miedo de que la Policía le pidiera los documentos y la deportara -recuerda-. Tampoco hablaba mucho en la calle, por temor a que le notaran el acento. Me dolía ver a mi madre escondiéndose y, a su vez, tampoco me veía a mí mismo viviendo con esa psicosis».

John regresó a Cali, en Colombia, donde terminó su carrera y se graduó como contable. «Me sentía muy bien porque, además de la parte profesional, podía dedicarme a la música, que es otra de mis pasiones», explica. Pero la felicidad no era completa. «Mi madre siempre insistía en que viniera a vivir con ella y eso me pesaba porque soy hijo único y no quería que ella estuviera sola».
Finalmente, y después de agotar todas las excusas, Gladys lo llamó por teléfono. «Era jueves -precisa-, y lo que me dijo me sorprendió. Fue algo como: 'pásate por la agencia de viajes a recoger un billete a tu nombre, que viajas el domingo para aquí'. No lo podía creer». Con el margen que dan tres días, John vendió su piano y su guitarra, juntó unos cien discos de música colombiana y se embarcó. «Soy consciente de que lo tuve fácil -reconoce-. No sólo viajé sin deudas, también tenía techo y comida asegurados; algo que no suele pasarle a la mayoría de la gente que emigra».

Pero eso no significaba que todo fuera igual de sencillo. No podía ejercer aquí su profesión, no tenía dónde escuchar sus discos, y menos aún los instrumentos para tocar. «La música era mi vía de escape y de pronto me encontré con que no podía oírla ni practicarla, porque no me alcanzaba el dinero para comprar instrumentos nuevos. Al mismo tiempo, tenía claro que no se iba a quedar sin 'papeles'. «Si no legalizaba mi situación en tres meses, me iba, y sabía que eso era una utopía». O no.

El papel musical
Al mes de estar en Bilbao, John conoció a un joven cubano que tenía un grupo de música y necesitaba un integrante. Las cosas se dieron bien, congeniaron y, al cabo de poco tiempo, salieron a recorrer la península. El permiso de residencia llegó poco después, cuando el grupo se planteó la posibilidad de viajar a Francia y a Suiza. «Fue increíble -señala-. Mi madre, que llevaba años aquí todavía no tenía su situación en regla y yo, que recién había llegado, tenía todos los documentos al día».

Mientras iniciaba los trámites para homologar su título, John siguió adentrándose en el mundo de la música y, después, en la radio. «Empecé con un espacio pequeñito en una emisora, seguí con los 'domingos latinos' y, con el tiempo, mi amigo Miguel Puentes y yo nos metimos de lleno en Candela Radio».

Allí es locutor y comparte su tarea con Cristian, Annemari, Gilberto, Ernesto y Xamira, a quienes reconoce «el esfuerzo de renunciar a estar con sus familias muchos domingos para currar en este proyecto». Por lo demás, está feliz en Bilbao. «Me encanta, de verdad, y yo de aquí no me muevo. Cuando la gente critica Euskadi o Colombia, los freno. Siempre defiendo la ciudad en la que vivo y el país de donde soy. Y también a los vascos, entre los que he hecho grandes amigos».

El verano de Jorge Fernández: "Al volver me siento feliz"

Sopelana, Zarautz y un poco de golf colman de satisfacciones el verano del popular presentador

Su trabajo le ha llevado a Madrid, donde presenta ‘La ruleta de la suerte’, y también al resto de España, donde cada semana construye ilusiones en ‘Esta casa era una ruina’. Pero si de hogar y emociones se trata, nada mejor que el regreso al País Vasco. «Cuando cojo un vuelo para volver a casa me siento feliz. Aterrizar y saber que tengo todo el fin de semana para estar con mi familia es una sensación estupenda», dice Jorge Fernández. Quizá por ello no sorprende que su propuesta tenga mucho de ocio tranquilo y que, a la hora de escoger, no elija un sitio, sino varios. Como si estuviera viendo Euskadi desde la ventanilla de un avión, el ex Mister España nombra al vuelo tres lugares: Sopelana, Zarautz y el campo de golf de Artxanda.


Son distintos (y distantes), aunque igual de especiales para él, que, a pesar de haber nacido en Mondragón, ha vivido en las tres provincias vascas. En Sopelana, por ejemplo, tiene «un buen grupo de amigos», razón más que suficiente para ir. «Me gusta acercarme por allí para reunirme a comer con ellos», dice. Y la idea es especialmente buena en esta época del año, cuando el municipio costero luce todo su esplendor. En efecto, la combinación de playa y montaña, con sus imponentes acantilados sobre el mar, convierte este lugar en un espacio perfecto para practicar escalada y atreverse con los parapentes. O para observar a quienes gustan del riesgo desde «alguna terracita» o desde la playa Barinatxe, tan conocida por su belleza como por la carrera nudista que se celebra todos los años.

El Peñón de Sopelana (Ayto de Sopelana)

Las dunas en Zarautz
Claro que la costa guipuzcoana compite en encanto. «Conozco todos los pueblitos que hay cerca de San Sebastián y me parecen preciosos –indica–. Y Zarautz es una maravilla». También allí es posible disfrutar del deporte, desde el surf hasta el senderismo, o descubrir tesoros naturales, como la marisma, el estuario y las dunas. ¿Una pista? Entre el norte de la playa y la margen izquierda de la ría de Iñurritza, se despliega el sistema de dunas más extenso de toda la provincia. Y, ya que «la gastronomía vasca es única», el paseo no estará completo sin un recorrido culinario que incluya especialidades como los ‘chipirones a lo Pelayo’.


La mención a los deportes no es casual, puesto que a Jorge le gustan mucho, empezando por «el windsurf, el baloncesto y el tenis». No obstante, desde que es papá, el presentador enfoca el ocio de otra manera. «El tiempo libre que tengo lo paso con mi hijo, que tiene cuatro años. En realidad, no hago nada que no sea con él y todos mis planes están centrados en estar juntos».

De ahí que disfrute tanto del campo de golf de Artxanda. «Nos encanta –confiesa–. Y él, que sólo tiene cuatro añitos, pega unos boleos que te mueres». Engarzado entre Larrabetzu y Galdakao, el club es un buen punto de partida para hacer turismo de interior y, cómo no, atacar el mantel. «No te puedes ir de allí sin comer», aconseja.


El camino pasa por Larrabetzu

Es verano y, en estos meses, los pueblos costeros se disputan el protagonismo en los planes. No obstante, el buen tiempo también ayuda a recorrer sitios cuya belleza está ligada a la tierra. Es el caso de Larrabetzu, un municipio que nació en 1376 y cuyo casco histórico fue declarado conjunto monumental hace algo más de una década. Son apenas dos manzanas de edificios que se asoman a la calle Andra Mari, la más antigua del pueblo, pero albergan un valor arquitectónico importante. Por ejemplo, la iglesia de Santa María, del siglo XV reedificada a partir de las ruinas en el XVIII. Asimismo, la iglesia de San Emeterio y San Celedonio posee uno de los retablos hispano-flamencos más notables de Vizcaya y varios fragmentos de pinturas murales de estilo gótico tardío. Junto a los templos, Larrabetzu cuenta con edificios históricos como los palacios de Oliste y de Ikaza, ambos del siglo XV. El pueblo –uno de los veinte medievales que existen en la provincia– pertenece también a la Ruta Jacobea; un trazado que dio origen a la villa.