Tras estallar la crisis económica en Argentina, en 2001, Noël Rubianes se encontró en la misma situación que muchos jóvenes de su país: tenía estudios y ganas de comerse el mundo, pero las perspectivas de lograrlo eran pocas. «Me había graduado como fotógrafa publicitaria y trabajaba de becaria en un estudio donde no ganaba nada, así que compaginaba eso con un trabajo de medio tiempo en una pizzería», recuerda. Como «sentía que eso era poco», se apuntó en la universidad para estudiar Filosofía y Letras.
La crisis empeoró la precariedad laboral de Argentina e impulsó a Noël a emigrar. «Mi novio es músico y también quería progresar, así que los dos decidimos viajar a España para intentarlo». Primer destino: Madrid. Allí vivieron tres meses. «Al llegar, sentí un vacío tremendo. '¡Qué parecida es la ciudad a Buenos Aires, pero qué distinta es su gente!, pensé'». La sensación de extrañeza, sin embargo, fue fugaz.
«Empecé a ver a muchos argentinos. Oía el acento por todas partes. Cada vez éramos más saturando el mercado -describe-. Ahí fue cuando me di cuenta de la magnitud de la crisis en mi país. Aquello fue como una gran ola que revienta contra la orilla y deja la arena llena de algas y ramas, sólo que, en lugar de palos, dejó a muchísimos chicos de nuestra edad intentando buscarse la vida», compara.
Poco después, Noël y su novio viajaron a Vizcaya, donde él tenía a su hermano. «Vinimos a celebrar su cumpleaños y, como fuimos directos a su casa, lo primero que conocimos de Euskadi fue Balmaseda. Nos encantó el lugar y la gente», dice. Así que, al volver a Madrid, comenzaron a plantearse un nuevo cambio. «O veníamos al norte, o nos íbamos al sur. Investigamos un poco, supimos que aquí había menos extranjeros y, como lo que habíamos visto en el viaje nos había gustado mucho, elegimos el País Vasco». Desde entonces, no se han movido.
«De aquí sólo me iría a mi país -dice-. Allí están mis abuelos, que siempre han creído en mí». Pero, de momento, Noël sigue en Vizcaya, donde no se dedica a la fotografía, ni a la filosofía ni a la hostelería, aunque al principio haya hecho alguna temporada de verano en las casetas de helados. Lejos de todo eso, aquí se ha entregado al baile. Y no al tango, sino al árabe. «Cuando tenía dieciocho años me gradué como profesora de danza -explica-. Conozco varios estilos, pero tengo ascendencia árabe y toda esa cultura, incluida la música, la gastronomía y sus aromas, siempre han estado presentes en mi vida».
Ni brillos ni dos piezas
«Soy argentina, nieta de una siriolibanesa, y enseño danza árabe a mujeres vascas en Bilbao, Urduliz y Artea», dice Noël de pronto, sintetizando la potencia de las migraciones y haciendo que tres culturas y generaciones diferentes quepan en una única frase. Su comentario parece singular. No obstante, esa mezcla cultural y étnica es bastante habitual en Argentina, especialmente en Buenos Aires, donde «existe un barrio en el que conviven árabes y judíos sin ningún tipo de problemas. Las migraciones también tienen eso: humanizan a la gente -reflexiona-. Los que se matan a tiros en otras partes del mundo son capaces de relacionarse como vecinos y pedirse azúcar cuando les falta».
Con todo ese bagaje cultural, Noël se ha decantado por la danza que, además de enseñar, interpreta junto a otras cuatro bailarinas en diversas salas y teatros. Este sábado y el próximo, el grupo se presentará en Hacería Arteak a las 20.30 horas, aunque ella lanza una advertencia. «Que nadie espere encontrarse a las típicas bailarinas que van en dos piezas, con brillos y lentejuelas. Ese es un concepto muy occidental de la danza árabe y yo intento huir de él. Ante todo, hay que tener en cuenta que uno está abordando una cultura distinta y un lenguaje corporal. Y eso, como todo, hay que hacerlo con profesionalidad y respeto».
1 comentario:
Hola Laura:
Gracias por contestarme a mi reflexión sobre la prolongación de la adolescencia que publicasté en tu blog hace tiempo.Acabo de leerlo en mi blog en un comentario The Skatalites.Un abrazo para tí también cuídate.
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