20.4.09

Pobres señores pobres

La semana pasada, el jueves, un menor de 17 años fue arrestado en Alicante por intento de asesinato. Este chico, del que sólo conocemos cuatro iniciales y seis antecedentes policiales, quiso matar a un vagabundo cuya presencia le molestaba, así que entró de madrugada en el cajero automático donde dormía y le obsequió la paliza de su vida. Lo despertó a patadas en el cuerpo y volvió a dormirlo a golpes en la cara. Ya le había quebrado algunos huesos de la cabeza cuando lo roció con aceite de motor y empezó a prenderlo fuego. El pobre señor pobre no se pudo defender. Ni siquiera pudo gritar, porque estaba inconsciente en el suelo. Sin embargo, se salvó. Un vecino que pasaba por ahí vio lo que estaba ocurriendo y llamó a la Policía. Al menor lo detuvieron in fraganti y lo llevaron a la comisaría. Al pobre señor pobre lo llevaron al hospital. Su vida ya está fuera de peligro, aunque todavía sigue en coma.

El acto no fue visceral, ni accidental, ni la consecuencia de una trifulca. Tampoco fue sin querer y, mucho menos, queriendo. Fue odiando; lisa y llanamente, despreciando la vida del otro. Calculando con premeditación y alevosía cuántos golpes pueden darse con los puños antes de que te duelan las manos o te aburras y sea necesario pasar a otra cosa; a algo menos autolesivo y monótono, como una lata de combustible y un mechero. Por eso no fue repentino. Por eso y porque, después, el propio agresor manifestó que "le tenía manía" a la víctima; a ese pobre señor pobre de 42 años que alguna vez supo tener una vida más normal, o menos insegura y absurda. Como mínimo, una vida en la que él no soñaba ser el experimento de ciencias de nadie, ni el conejillo de indias ni el judas y en la que los pibes de 17 años jugaban al fútbol o a otras cosas, pero no a ser dios o a quemar en el infierno a pobres diablos.

Claro que este hecho tampoco es un caso aislado. Ya ha pasado otras veces en España. Unas cuantas, la verdad. La agresión a personas sin hogar es cada vez más frecuente y brutal; se ha convertido en una especie de deporte juvenil que se practica por diversión, hartazgo, aburrimiento o xenofobia. Por jóvenes neonazis que van con fotos de Hitler en el celular, por jóvenes marginales con adicción a cualquier droga, y también por 'nenes bien', que sienten que los videojuegos o las pulgadas de la tele se les quedan cortos y entonces salen a callejear, a buscar la emoción en tresdé. Salen a hacer daño a la gente, siempre de noche, casi siempre en pandilla, muchas veces por diversión. Y lo disfrutan. Realmente gozan con la violencia asimétrica hasta que viene alguien y los detiene.

Después de eso, piden disculpas. No siempre, sólo a veces. Generalmente, cuando llegan a una instancia judicial y se les pone oscuro el asunto. Dicen por ejemplo que querían "darle un susto" al indigente de turno y que la situación se descontroló. Al menos eso alegaron otros tres jóvenes asesinos que en 2005 quemaron viva a una mujer vagabunda en un cajero de Barcelona. Dijeron que la cosa se les había ido de las manos. 'La cosa'... ¡Qué cosa mala, che! Y pobrecitos ellos, que no supieron cómo controlarla. Pobrecitas víctimas del sistema, tan carentes de cariño ellas, tan faltas de atención familiar, tan olvidadas por sus padres. Será por eso que se marean y confunden abrazar con abrasar.

No nos joroben. Son asesinos y, además, crueles. Son jóvenes violentos que no sienten el más mínimo aprecio por la vida humana o, peor aún, que la miden en términos monetarios, que van tasando a la gente. Un empresario, un empleado, es persona. Un pobre señor pobre carece de humanidad. Y como huele mal, es errante, no tiene dinero y afea el paisaje, hay que limpiarlo y bien rápido. Así están las cosas (no somos nosotros, son las cosas, que conste). Después hablamos en el bar de lo mal que va la economía, del G20, Obama y las deudas. Eso es lo que ocupa las portadas de los diarios. Esto otro también se cuenta, pero en menos espacio. Total, quién se va a enterar. Los agresores usan el diario de antorcha. Las víctimas no leen las sábanas.

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