13.4.09

Ignorante

Mientras escribo estas líneas y tomo un poco de café, las iglesias de la ciudad hacen sonar sus campanas. Es domingo de mañana y de pascua, así que todas las tradiciones (católicas y paganas) están a la orden del día. Unos van con su rosario a misa. Otros compran el diario y el pan. Hay movimiento en la Plaza Nueva, que al mediodía se llenará de gente en busca de un aperitivo, unas flores o un libro. Más allá, en las afueras, empieza a haber atasco en las rutas. Muchos se han ido a hacer turismo en estos días y, a pesar de la variedad de destinos, regresan todos a la vez. Hay cosas que nunca cambian, como la sincronización de las ovejas para pasar por la tranquera.

Sea como sea, por aquí es Domingo de Pascua y, al igual que en Uruguay, hoy termina Semana Santa. Parecerá una obviedad esto que acabo de decir, pero la vivencia religiosa (y la católica, en particular) no usa el mismo calendario en todas partes del mundo. En países como Rusia, Moldavia, Rumania y todos aquellos donde tiene preeminencia la Iglesia Ortodoxa, la cosa recién empieza. Es decir: en un día como hoy, Jesús resucita al oeste del meridiano 40, mientras que hacia el este recién va entrando triunfante a la ciudad de Jerusalén. No es este el don de la ubicuidad, pero se le parece bastante. En todo caso, sí es un buen ejemplo de la alteración del espacio y el tiempo que tanto obsesionaba a Albert Einstein.

La cuestión es que un dato así, que bien puede resultar manido para entendidos y teólogos, no suele ser tenido en cuenta por el grueso de la población, sea atea, budista, musulmana o, en este caso, católica. Unos y otros miramos el mundo sin contemplar que pueden existir (y de hecho, existen) las diferencias. Andamos por la vida creyendo que sabemos una barbaridad, que juzgamos con todos los elementos en la mano y que hay un único modo acertado de mirar las cosas... un modo que, casualmente, siempre es el nuestro, claro. En el camino pasamos por alto la diversidad, incluso la que se gesta dentro de una misma religión. Pero igual vamos por ahí pontificando verdades, cuando la única verdad es que no tenemos ni idea del mundo.

Después nos sorprendemos de las miserias humanas, nos horrorizamos por las guerras, condenamos la violencia y no entendemos el terrorismo. ¿Cómo vamos a entender todo eso si lo único que analizamos es la profundidad de nuestro ombligo? Es más, ¿cómo es que nos indigna el desconocimiento general sobre Uruguay cuando nosotros, los uruguayos, no sabríamos acertar con la mitad de los países del mundo? Ah, sí, es que también andamos por la vida exigiendo lo que no damos, y como la hipocresía está globalizada tanto o más que el etnocentrismo, eso sí que vale para todos. Así estamos.
La semana pasada, justo el lunes, estuve conversando con un chico que emigró hacia España desde Costa de Marfil. Habíamos acordado encontrarnos en el centro de Bilbao para hacer una entrevista y durante la charla, que fue como de una hora, me enteré de un montón de cosas sobre su país. Ejercicio de honestidad: ¿Qué sabemos nosotros de los marfileños y su tierra? Yo sabía dónde estaba (porque lo había mirado el día anterior en un mapa), pero no más. Así, mientras hablaba con Jakouba, me enteré de que la iglesia más grande del mundo está ahí, en África, en la ciudad de Yamoussoukro, la capital de su país. Ni la basílica de San Pedro en el Vaticano, ni la catedral del Distrito Federal de México, ni la de Santiago de Compostela en Galicia, superan en tamaño a esta otra, que se construyó en 1989 y ocupa treinta mil metros cuadrados de mundo. ¿Y cuántos saben eso? ¿Cuántos católicos peregrinan hasta allí? ¿Cuántos eligen la costa occidental africana en lugar de Roma para elevar sus oraciones al cielo? O no tenemos ni idea o no queremos tenerla (esto último es más probable y preocupante), pero, ya que estamos en Semana Santa (acabándola o empezándola), yo me confieso ignorante. Como diría Sócrates, "sólo sé que no sé nada". Creo que ya es algo. Un comienzo. ¿Un fin?

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