Su trabajo le ha llevado a conocer muchos rincones del planeta pero, a la hora de quedarse con uno, Andoni Aduriz elige Birmania. «Conocí el país con mi chica en diciembre de 2006 y estuvimos allí veinte días», dice, aunque su viaje empezó mucho antes con un libro de Daniel Manson. «Cuando te tomas en serio los viajes, debes formarte antes de hacerlos. Leer te brinda un contexto y te permite interpretar mejor lo que ves», opina el chef donostiarra.
Tras recorrer las páginas de 'El afinador de pianos' y los capítulos de 'Cartas desde Birmania' de Aung San Suu Kyi, Andoni hizo lo propio con los casi diez mil kilómetros que separan San Sebastián de Rangún, la ciudad que hasta 2005 fue la capital birmana. No obstante, ningún libro le advirtió sobre el «particular y obsesivo» manejo del dinero que hay allí. «Tienes que llevarlo en metálico porque no hay cajeros y sólamente aceptan dólares que estén nuevos e impecables», señala.
Lo descubrió nada más llegar, en la oficina de migraciones del aeropuerto, donde casi le niegan el visado por no tener billetes así. «Estuve un buen rato en un tira y afloja con la Policía hasta que, al final, nos dejaron pasar», relata. El episodio, que podría haber sido tan sólo una anécdota, era en cambio una muestra clara de las barreras invisibles que protegen al país. Una vez dentro, todo cambia; «el tiempo se ralentiza».
«El paisaje humano es de una candidez sorprendente y las personas tienen una inocencia que impresiona. Birmania, en general, es un sitio espiritual donde la fe budista se palpa y se practica. Uno está acostumbrado a los lugares preparados para el turismo, a la vorágine de las excursiones y a ver el subdesarrollo desde el coche con aire acondicionado, pero allí nada de eso existe. La gente es tan pobre como feliz y su cultura es tan distinta a la nuestra que somos nosotros los raros».
«En Birmania, el exótico era yo», enfatiza el cocinero, y lo ilustra con una escena. «Uno de los días presenciamos una boda. Me acerqué para ver mejor pero, entonces, ellos también me vieron y sintieron curiosidad por mí. ¡Los novios pararon la ceremonia porque se querían hacer fotos conmigo!», desvela Andoni entre risas. «Otro día fui a un templo donde hacían ofrendas, quise comprar incienso y no pude; me lo regalaban. La gente es muy generosa y eso te hace pensar. Creo que viajar es el mejor modo de contrastarte».
También es la manera de ver paisajes curiosos, como unas huertas flotantes hechas con algas, o de vivir instantes «irrepetibles y únicos», como una procesión budista. «Terminaba al atardecer, en una especie de canto rodado gigante que hacía equilibrio sobre una roca. Llegué allí y de pronto me vi rodeado por cinco mil tíos que igual habían atravesado el país para ir, pasar la noche a la intemperie y rezar arrodillados. Esa es una de las cosas más bonitas que he visto en la vida. Te sientes partícipe de algo especial y la experiencia te sobrecoge».
«En Rangún existe una cadena de restaurantes ('El Elefante Verde') donde sirven comida típica sencilla pero sabrosa y a un precio muy asequible», dice el chef. «Recomiendo los pueblos que están junto a los ríos, donde se cocina con salsa de soja, pescado y escorpiones macerados». ¿Algún consejo más? «Sí, llevar dinero en metálico».
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