En Venezuela, su país, era productor de televisión, hasta que una beca de estudios le cambió la vida por completo. Aterrizó en la capital vizcaína en 2003 para hacer un posgrado en Periodismo sin imaginar que se quedaría a vivir aquí y, mucho menos, que el propio aeropuerto se convertiría en su lugar de trabajo. Hoy no es capaz de imaginarse en otra ciudad.
La Semana Grande se acerca a golpe de martillo a la Plaza Nueva, donde varios trabajadores montan el escenario de fiestas. Hace calor en la villa y se nota, pues las terrazas están casi vacías. Al amparo de una sombrilla, Guillermo pide un café con hielo. «Me encanta la ciudad en esta época del año -dice-. A partir de mayo cambia por completo, se transforma. Cuando llega el verano, me enamoro aún más de Bilbao».
No es el clima, sin embargo, lo que más le atrae de la ciudad, sino el estilo de vida y su gente, que lo ha acogido como uno más. «Muchas veces me preguntan si no echo de menos la comida de Venezuela, y la verdad es que, si bien extraño algunas cosas, me encanta la gastronomía vasca. Disfruto mucho con el concurso de pintxos, probando esas pequeñas especialidades, y también del ambiente del Casco Viejo, que lo tiene todo», asegura.
¿Más que Maracaibo, incluso? «Ese es un error muy frecuente -contesta-. Mucha gente piensa que la ciudad es un paraíso, con palmeras y mar, pero Maracaibo es una ciudad muy gris e industrial, como era Bilbao hace veinte años. Tiene palmeras, sí, pero los lagos y el mar están contaminados, porque de ahí sale todo el petróleo de Venezuela. Además, no es un lugar muy seguro; por eso nunca recomiendo hacer turismo en mi país».
Lo que dice «suena fatal» y lo sabe, pues más de una vez le han acusado de ser un catastrofista, así que matiza la frase: «Venezuela es preciosa, tiene todos los climas y lugares muy bellos, pero a mí me gustaría que la gente conociera lo bonito sin arriesgarse a pasar por una mala experiencia. Desde que 'el innombrable' -Hugo Chávez- está en el poder, la situación es muy mala», explica.
Mecanismos de defensa
Nunca olvidará el 11 de abril de 2002, cuando se produjo el golpe de Estado. «Yo trabajaba para la cadena Televen y estaba en la calle, en una furgoneta del canal, junto con el cámara y un reportero. De pronto se nos echó encima una turba de gente que empezó a apalear el coche. Ahí me di cuenta de la violencia y la división que había en el país; no sólo entre ricos y pobres, sino también entre antichavistas y partidarios del régimen». Fue entonces cuando pensó que había llegado el momento de marcharse.
Nunca olvidará el 11 de abril de 2002, cuando se produjo el golpe de Estado. «Yo trabajaba para la cadena Televen y estaba en la calle, en una furgoneta del canal, junto con el cámara y un reportero. De pronto se nos echó encima una turba de gente que empezó a apalear el coche. Ahí me di cuenta de la violencia y la división que había en el país; no sólo entre ricos y pobres, sino también entre antichavistas y partidarios del régimen». Fue entonces cuando pensó que había llegado el momento de marcharse.
Llegó a Bilbao con una beca de estudios y un objetivo: cursar un máster para luego regresar. Pero la ciudad lo cautivó. «Al principio fue difícil -confiesa-, pero una vez que haces amigos y logras cierta estabilidad emocional, todo mejora. Sigo extrañando a mi familia, claro, aunque menos. Con el tiempo, te acabas acostumbrando. Activas una especie de mecanismo de defensa para no estar todo el día lamentándote».
Poco a poco, Guillermo empezó a combinar su trabajo en la televisión local con el de una compañía aérea, hasta que decidió dejar los medios de comunicación. «Empecé como auxiliar de tráfico y ahora soy supervisor de facturación», detalla. El paso no resultó sencillo, pues «suponía echar por tierra seis años de carrera», aunque en la actualidad se siente «muy feliz» con el cambio. «Me llevo muy bien con mis compañeros de trabajo, estoy muy a gusto con ellos y el trabajo me encanta», dice.
A propósito de vuelos, la visita de Chávez a España le merece una reflexión: «Quiere limar asperezas y mejorar su imagen internacional, que está muy deteriorada -opina-. Pero no importa lo que haga; todo el mundo sabe ya qué clase de persona es. El día que el Rey lo mandó callar quedó en evidencia lo que hay que aguantar en Venezuela. Fue un momentazo».
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