31.5.07

"Hablo en euskera en la calle y árabe en casa"

Hay un ránking para la muerte y otro para el olvido. Y las noticias sobre Palestina lideran en parte los dos. Tan pronto estalla un conflicto, su metralla hace impacto en el mundo. Pero, así como surge una imagen, su importancia se pierde y se va. La tragedia «es casi una anécdota» y la indiferencia «es total», resume Nadia Nemeh, una abogada vasca de origen palestino que esta tarde participará en un foro sobre las violaciones del Derecho Internacional.

«La idea de este seminario viene desde muy atrás. Yo he recorrido los pueblos de Euskadi para contar lo que ocurre en Palestina y plantear los problemas reales, pero, al final, la gente siempre me pregunta: ‘¿Y tú qué solución le das?’ Es por eso que el Centro Cultural Biladi ha organizado este evento, para enfocar la situación desde el punto de vista legal y encontrar una manera de impulsar el cumplimiento de los convenios».

Concreta, sin hacer ni una sola pausa, Nadia explica el espíritu del foro que se desarrollará hoy en Bilbao y que contará con la presencia de abogados especialistas en Derecho Internacional. «Hemos querido reunir a expertos juristas de España para que el debate sea riguroso y con intervenciones imparciales», agrega antes de nombrar a Juan Soroeta Liceras, catedrático de la UPV, y a Rafael Escudero, de la Universidad Carlos III. «Ya no se trata solamente de abordar un problema político, religioso o social. Hablamos de un tema legal muy fuerte en el que abundan las violaciones a los tratados universales», subraya.

Como tantos otros vascos, Nadia ve el sufrimiento palestino a través de la televisión. Pero, a diferencia de la mayoría, el estómago se le hace un nudo cuando acaba el telediario. «Tengo a toda mi familia allí y la distancia es desgarradora. Algunos viven muy cerca del lugar donde está el conflicto y es duro llamar por teléfono y que nadie coja del otro lado. A veces ni siquiera suena y entonces piensas que ha pasado lo peor». Por ejemplo, que la voz de un ser querido se transforme en otra cifra de la muerte. O ni siquiera, porque «la estadística es irreal y hay muchas víctimas que no se cuentan».

Una bala, una bomba, una emboscada militar sí valen. Son actos directos del enfrentamiento armado. Pero el deceso circunstancial y anónimo no suma bajas en las listas oficiales. «Por eso donde antes mataban, ahora dejan morir. Le impiden el paso a las mujeres que van a los hospitales para dar a luz. No les disparan, pero las dejan desangrarse
ahí, en los puestos de control», desvela Nadia para ilustrar el drama.

«Los medios tampoco mencionan la convivencia pacífica entre judíos y palestinos. No hablan de las asociaciones femeninas, ni de la izquierda, ni de las escuelas que siguen funcionando después del toque de queda», enumera. «En realidad, la imagen que se exporta es aquella que interesa, incluso en la muerte, que se selecciona. Aparecen las bombas humanas, que sí existen, por supuesto, pero se deja a un lado todo lo demás. Se potencian las noticias del integrismo religioso porque Occidente es más laico que Oriente y no lo puede comprender. Se muestra lo que no se tolera».

Entre dos mundos
En realidad, para quien observa desde fuera, la situación en Oriente Medio se percibe fragmentada, sin términos medios y sin ninguna clase de conciliación. No obstante, existen personas que, como Nadia, demuestran que la convivencia y la integración de las culturas es posible y hasta provechosa. «Soy una de esas personas que viven entre dos mundos», explica. Nacida en Vizcaya, criada en Bermeo, educada en una ikastola y, más tarde, en la universidad local, Nadia es tan vasca como cualquiera de sus vecinos. Sea en euskera o en castellano, se maneja con el ‘código occidental’.

Sus padres, sin embargo, son un matrimonio palestino que llegó a España hace tres décadas. «Mi padre estudió psicología en la Universidad de Pamplona e hizo las prácticas en Bermeo, donde acabó quedándose y donde nacimos mis hermanas y yo», relata. «Hablo en euskera en la calle y en casa árabe, sobre todo con mi madre; mantenemos las costumbres y comer es un festín. Yo nunca me sentí rara por llevar en mí las dos culturas», dice.

De hecho, en Palestina, también se siente como en casa. «Claro que vuelves a tu realidad y llegas aquí cansada, quemada con todo aquello y con una impotencia tremenda. Les preguntas cómo pueden aguantar la humillación y ellos siempre te responden que hay que seguir adelante. Te queda la sensación de estar dejados de la mano de Dios». Y con otra pregunta resonando en la cabeza: «¿Por qué a Palestina nadie quiere liberarla?».

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