La salud y la enfermedad son constantes universales. Ya sea en África o en Europa, la psicosis es igual. Pero, aunque «los índices sean los mismos, varía mucho su manifestación», explica Joseba Iraurgi, psicólogo clínico del Módulo Rekalde. Con esta frase tan sencilla, presenta un tema complejo: que la cultura incide, también, en la manera de expresar el dolor. «Si no sabemos interpretar los síntomas, ¿podremos acaso ofrecer un diagnóstico acertado?»
La respuesta a esta cuestión tiene que ver con el estudio y ha sido objeto de reflexión esta semana en Vitoria. En una intensa jornada sobre salud y población extranjera, diversos especialistas han ofrecido sus impresiones. Entre ellos, Joseba Iraurgi, que mencionó los aspectos físicos, pero se centró en los psicológicos. «Tendemos a relacionar la inmigración con la enfermedad y las drogas, y ese es un vínculo peligroso, porque no obedece a la realidad», agrega ahora en una entrevista concedida a este periódico.
«Los niveles sanitarios son prácticamente iguales entre vascos y extranjeros. De hecho, las personas inmigrantes suelen estar en muy buen estado físico, en especial quienes llegan aquí sorteando dificultades. Una persona débil o enferma no se propone arriesgar la vida porque, directamente, no llegaría. Así que vienen los más fuertes y, si tienen algún déficit, es por el esfuerzo del viaje», expone el especialista.
Deshidratación, insolación, agotamiento, cortes, fracturas... La atención médica primaria no reviste grandes problemas, pues las señales del cuerpo humano son un lenguaje universal. El desafío, en realidad, tiene que ver con la mente, ya que el modo de expresar los sentimientos sí varía en función de la cultura. «Los magrebíes, por ejemplo, no lloran para manifestar tristeza; lo que hacen es gritar o tirarse de los pelos. Y los asiáticos, en cambio, no conciben el sentimiento de culpa. La culpabilidad es un invento social de tradición judeocristiana y por lo tanto no está presente en su bagaje cultural».
Sorpresa. Para muchos europeos y, también, occidentales el dato resulta curioso, anecdótico o revelador. Para los psicoanalistas, sin embargo, es un reto profesional. «Trabajamos con cierto etnocentrismo y tenemos aprendido que determinados síntomas indican ciertas dolencias. Si un paciente grita en lugar de llorar y no tenemos en cuenta su cultura podemos sobredimensionar lo que le ocurre y diagnosticarle una enfermedad que no tiene».
De ahí que actualmente se hable de psicología transcultural. «No podemos desconocer esa nueva realidad. Tenemos que dar un salto y buscar métodos alternativos para ayudar a las personas sin errar en los tratamientos», opina Iraurgi. Y esos métodos, por supuesto, requieren volver a estudiar. «La situación exige un esfuerzo mayor de nuestra parte, debemos ser más prudentes, tener en cuenta el idioma, hacer lecturas secundarias y empaparnos de materiales recientes», enumera el profesional.
La lista interminable
Pero no sólo algunos síntomas son diferentes según la cultura. En los cuadros de depresión y ansiedad, el origen o las causas también cambian cuando se trata de los extranjeros. «Hay muchos factores de influencia concretos que pueden provocar tristeza o nerviosismo en las personas que vienen de fuera», apunta Iraurgi. Y, a continuación, cita varios ejemplos.
«El viaje en sí produce ansiedad, luego está el duelo por perder ‘lo conocido’, la distancia con el país de origen, la añoranza de los seres queridos y la preocupación por resolver enseguida situaciones prácticas y elementales. Hay que comer, hay que dormir en algún sitio, hay que aprender un lenguaje nuevo y, además, hay que trabajar. A la lucha por la propia supervivencia se le suma el desarraigo y la soledad. En esas circunstancias, deben obtener los papeles, pensar en sus familias, conseguir un piso para alquilar y afrontar la inestabilidad. Y si la sociedad de acogida es muy rígida, sufrirán la xenofobia». La lista
agobia con sólo leerla.
Por sorprendente que parezca, la mayoría resuelve bien ese tipo de amenazas y logra sortearlas con éxito. «Eso depende de la persona y del tiempo que dure la presión», puntualiza Iraurgi. «En general, quienes peor lo llevan no son los extranjeros sino sus hijos, la segunda generación. Cuando alcanzan la adolescencia, sufren un conflicto de identidad. No obstante, me gustaría precisar que los inmigrantes, en general, no padecen depresión, sienten tristeza».
-¿Y cuál es la diferencia?
-La depresión provoca aislamiento y una pérdida de la visión de futuro. La persona que emigra, en cambio, tiene muy claras susmetas. Se aferra a la esperanza.
La respuesta a esta cuestión tiene que ver con el estudio y ha sido objeto de reflexión esta semana en Vitoria. En una intensa jornada sobre salud y población extranjera, diversos especialistas han ofrecido sus impresiones. Entre ellos, Joseba Iraurgi, que mencionó los aspectos físicos, pero se centró en los psicológicos. «Tendemos a relacionar la inmigración con la enfermedad y las drogas, y ese es un vínculo peligroso, porque no obedece a la realidad», agrega ahora en una entrevista concedida a este periódico.
«Los niveles sanitarios son prácticamente iguales entre vascos y extranjeros. De hecho, las personas inmigrantes suelen estar en muy buen estado físico, en especial quienes llegan aquí sorteando dificultades. Una persona débil o enferma no se propone arriesgar la vida porque, directamente, no llegaría. Así que vienen los más fuertes y, si tienen algún déficit, es por el esfuerzo del viaje», expone el especialista.
Deshidratación, insolación, agotamiento, cortes, fracturas... La atención médica primaria no reviste grandes problemas, pues las señales del cuerpo humano son un lenguaje universal. El desafío, en realidad, tiene que ver con la mente, ya que el modo de expresar los sentimientos sí varía en función de la cultura. «Los magrebíes, por ejemplo, no lloran para manifestar tristeza; lo que hacen es gritar o tirarse de los pelos. Y los asiáticos, en cambio, no conciben el sentimiento de culpa. La culpabilidad es un invento social de tradición judeocristiana y por lo tanto no está presente en su bagaje cultural».
Sorpresa. Para muchos europeos y, también, occidentales el dato resulta curioso, anecdótico o revelador. Para los psicoanalistas, sin embargo, es un reto profesional. «Trabajamos con cierto etnocentrismo y tenemos aprendido que determinados síntomas indican ciertas dolencias. Si un paciente grita en lugar de llorar y no tenemos en cuenta su cultura podemos sobredimensionar lo que le ocurre y diagnosticarle una enfermedad que no tiene».
De ahí que actualmente se hable de psicología transcultural. «No podemos desconocer esa nueva realidad. Tenemos que dar un salto y buscar métodos alternativos para ayudar a las personas sin errar en los tratamientos», opina Iraurgi. Y esos métodos, por supuesto, requieren volver a estudiar. «La situación exige un esfuerzo mayor de nuestra parte, debemos ser más prudentes, tener en cuenta el idioma, hacer lecturas secundarias y empaparnos de materiales recientes», enumera el profesional.
La lista interminable
Pero no sólo algunos síntomas son diferentes según la cultura. En los cuadros de depresión y ansiedad, el origen o las causas también cambian cuando se trata de los extranjeros. «Hay muchos factores de influencia concretos que pueden provocar tristeza o nerviosismo en las personas que vienen de fuera», apunta Iraurgi. Y, a continuación, cita varios ejemplos.
«El viaje en sí produce ansiedad, luego está el duelo por perder ‘lo conocido’, la distancia con el país de origen, la añoranza de los seres queridos y la preocupación por resolver enseguida situaciones prácticas y elementales. Hay que comer, hay que dormir en algún sitio, hay que aprender un lenguaje nuevo y, además, hay que trabajar. A la lucha por la propia supervivencia se le suma el desarraigo y la soledad. En esas circunstancias, deben obtener los papeles, pensar en sus familias, conseguir un piso para alquilar y afrontar la inestabilidad. Y si la sociedad de acogida es muy rígida, sufrirán la xenofobia». La lista
agobia con sólo leerla.
Por sorprendente que parezca, la mayoría resuelve bien ese tipo de amenazas y logra sortearlas con éxito. «Eso depende de la persona y del tiempo que dure la presión», puntualiza Iraurgi. «En general, quienes peor lo llevan no son los extranjeros sino sus hijos, la segunda generación. Cuando alcanzan la adolescencia, sufren un conflicto de identidad. No obstante, me gustaría precisar que los inmigrantes, en general, no padecen depresión, sienten tristeza».
-¿Y cuál es la diferencia?
-La depresión provoca aislamiento y una pérdida de la visión de futuro. La persona que emigra, en cambio, tiene muy claras susmetas. Se aferra a la esperanza.
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