¿A qué momento se refiere? «Al de Herb Ritts, Bruce Weber o Steven Meisel» –todos ellos fotógrafos de moda–, que la artista ‘samplea’ con imágenes de la pintura del siglo pasado. Entre las firmas pictóricas que le interesan, resaltan «Malevick, Kandinski y Miró». ¿Os suenan, no? Pues bien, si os preguntáis cuál es el resultado (y el objetivo) de esta fusión, quizás la explicación de la propia galería pueda seros de utilidad. «Silvia nos propone un retrato de la sociedad actual, tan efímera y volátil como sus iconos; ídolos de consumo rápido, fruto de agresivas campañas de márketing», resumen.
Pero lo hace con una metodología clásica: papel, grafito y lapicero. Nada de técnicas extrañas ni de perfiles abstractos. Al revés, todo es concreto y conocido. Su obra, que explota a fondo las posibilidades del blanco y negro, está poblada de rostros y figuras surgidos de imágenes de la publicidad, la música rap y el mundo audiovisual. Elecciones que «reflejan la búsqueda permanente de nuevos personajes para admirar, deglutir y desechar», comentan en la galería. Precisamente por ello, las paredes de la sala están vestidas desde ayer con los rostros de Chlöe Sevigny, Madonna, Terry Richardson y Vincent Gallo.
Pero, a pesar de haber escogido personajes –y épocas– nuevas, la artista mantiene intactas su trayectoria y su temática de fondo. En ese sentido, ‘House of Pop’ no marca una ruptura con sus trabajos anteriores, sino que afianza una continuidad: «Mis obras utilizan el lenguaje de la representación. Me gusta recuperar las formas clásicas cuando trabajo sobre el personaje mediático», afirma ahora, igual que lo hacía dos años atrás, cuando su primer libro –hiper cargado de erotismo– era aún su creación estrella y el segundo no había visto todavía una imprenta.
Sin límites
Hoy los dos ya son un hecho. Y eso, además de marcar su éxito, se transforma en toda una ironía,
pues Silvia Prada no es ilustradora ni se define como tal. Simplemente ha escogido esa rama del arte «por una cuestión de márketing» o de supervivencia comercial, como prefiráis llamarle. «Hay una promiscuidad tal en el arte que no sé dónde están los límites», comentaba a Evasión a propósito de este tema el día en que inauguró con su obra una sala del Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León. Y no se equivocaba. En este momento, el terreno de los dibujos no está tan saturado como el de la fotografía o la creación digital, por mencionar un par de ejemplos.
No obstante, que haya algo de ‘espacio’ en el área de los trazos tampoco quiere decir que valga cualquiera para despertar el interés. Bajo las líneas debe haber sustancia. Y, en este caso, la hay. «Se trata de un pop crítico e irónico que cuestiona la banalidad de los valores con los que convivimos»; unos ‘bienes’ que propician la creación de «mitos artificiosos». En cuanto a la parte gráfica, es fundamental recordar las influencias del cómic en su trabajo. Como describen en la galería, las piezas de Silvia están «llenas de guiños. Sus onomatopeyas abren un diálogo con el espectador y le invitan a introducirse en la obra, aunque no está claro si éstas son la representación de nuestra reacción ante el personaje retratado o si, por el contrario, es el personaje quien se dirige a nosotros». Algo así como caerse de cabeza en un laberinto de espejos. O de lápices afilados.
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