Una de las cosas que más me gustan de este país es que, cuando llega el verano, todos los pueblos celebran su propia fiesta. Casi siempre están ligadas al santo (o la santa) del pueblo, pero la mayoría se concentra en los meses de calor. Para hacer una comparación simplista, es como si en Uruguay, entre noviembre y marzo, todas las ciudades, balnearios y pueblos, por chiquitos o modestos que fueran, dedicaran unos cuantos días a festejar su existencia y revivir sus tradiciones. En San Fermín, por ejemplo, Pamplona celebra sus "encierros", soltando varios toros en las calles del Casco Viejo para que los hombres los conduzcan hasta la plaza taurina, corriendo delante de ellos. Menciono esta fiesta en particular porque es una de las más tradicionales y conocidas fuera de España, y porque está discurriendo ahora mismo. Ayer de mañana, cuatro personas resultaron heridas por las astas de los toros. El viernes murió un muchacho. Hace años, Ernest Hemingway disfrutaba del evento. En fin...
Más allá de que se esté de acuerdo o no con el uso de animales para el divertimento popular, la cuestión es que cada pueblo tiene lo suyo y usa parte de sus recursos para que sus vecinos se sientan bien en la calle, el parque o la plaza, conquistando el espacio público. Los ayuntamientos invierten en esas fiestas, ceden espacios para que se armen ferias y circos, dan licencias para los puestos callejeros de comida típica, contratan músicos, magos y artistas y ponen uno o varios escenarios al aire libre, donde cualquiera puede acercarse a ver un espectáculo sin tener que pagar ni un centavo. Así vi, hace tres o cuatro años, a los chicos de Bajofondo y a Jorge Drexler (antes del Oscar), actuando en Bilbao. Y en ambas oportunidades, el lugar estaba lleno de gente.
El ambiente de estas fiestas se parece al de los tablados, en Carnaval. No sólo hay olor a comida recién hecha, medio barrio en la calle y ferias que funcionan de noche, a la luz de las bombitas amarillas, como diría Jaime Roos; también hay una especie de magia, de cosa inexplicable, que pone a la gente contenta. Uno mira a las personas y ve sonrisas, niños con globos y bolsas de pop que le piden a sus padres para subirse al tren fantasma o a la "noria", que es la vieja y querida rueda gigante. Claro, me olvidaba de mencionar que los parques de atracciones ambulantes son otro punto fuerte en esta época.
El primero que vi fue el de Santurtzi, un pueblo costero de la provincia de Vizcaya que esta misma semana está celebrando su fiesta. En esa oportunidad, hace ya cinco años, había ido con algunos amigos de aquí para conocer algo nuevo pero, ni bien llegué al lugar, me sentí en el Uruguay de mi infancia. Además del recinto de atracciones (en el que sólo faltaba "el pulpo" para llamarse Parque Rodó), en un costado, paralelo a las vías del tren, descubrí unos cuantos puestos de sorteos y juegos de puntería, como los que hay en una kermesse. Enseguida me acordé de las que había vivido allí, en Montevideo y en La Floresta, donde iba a veranear con mi familia. Me acordé del bingo y de una flor hecha con papelitos que uno elegía al azar y que casi siempre tenían premio.
Mientras caminaba por la kermesse de Santurtzi, les contaba a mis amigos cómo eran los juegos de allá y los premios que se solían dar. Quienes hayan nacido antes de 1985, seguramente sabrán cómo eran estas verbenas, en las que nunca faltaban los pollitos. ¿Se acuerdan? Eran los 'trofeos' más codiciados por los niños, los que siempre ganábamos y los que siempre terminaban desapareciendo de casa en circunstancias poco claras.
Y ustedes se preguntarán ahora, ¿qué importancia tiene esto de las verbenas, el pop y los pollos? Sencillamente, el espíritu popular, el sentimiento de pertenencia y la noción de comunidad, porque nada de lo narrado es posible cuando la sociedad se disgrega y despersonaliza. En estas semanas de julio, de pleno verano y días interminables, la gente sale a la calle y celebra que existe, que es. En Uruguay, con excepción del Carnaval, la celebración popular se ha perdido. Y es una pena. Además de desperdiciar una preciosa oportunidad de hacer catarsis social sin recurrir a la violencia, nos privamos de algo tan simple como recuperar el espacio público para disfrutarlo. Nos hemos malacostumbrado a usar las calles como arterias de protesta y nada más. Nos hemos puesto tan serios, pero tan serios, que olvidamos cambiar de vez en cuando las pancartas de reivindicación por los globos de colores; los jingles por música. Música, digo, sin contenido político alguno. Además, para qué engañarse: a cualquier ciudadano le gusta ver trabajar a sus impuestos y que una parte de ellos se destine a algo visible, tangible y sano, como la alegría de la comunidad.
1 comentario:
He leido en una novela de haruki Murakami que lagente en japón asocia España con el concepto de los Toros y la paella.Habrá de todo pero también hay gente quetiene otra mentalidad y le gusta conocer otras manifestaciones culturales yasean musicales,teatrales,literarias,,artísticas o de las constumbres d elos pueblos como comentas en tu blog.
un beso Laura,Cuídate.
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