Desayuno de domingo: café con leche, tostadas y diario. Afuera llueve. No hay nadie en la calle; ni siquiera en la panadería, que es el único negocio abierto de la manzana y, además, huele genial. El día no promete demasiado aunque estemos en verano, pero, en fin... Con lo que hay, se hace lo que se puede, así que desayuno en la cocina, con el pelo alborotado y las neuronas algo pastosas tratando de encarar la mañana. No es fácil despegar los caramelitos del tarro, y eso que el café está cargado. Sin embargo, al pasar las páginas del periódico compruebo la siguiente teoría: una buena dosis de actualidad es capaz de conseguir lo que no logra la cafeína. Además de despertarte, te deja enhebrado y zurcido a la vida; y da igual si no te gusta.
Lo siento mucho por ustedes, pero escribo esta columna después de leer que una empresa norteamericana ha sorteado ocho mil y pico de entradas para ver a Michael Jackson este martes. Sí, sí... ya sé que está muerto. Y sí, también sé que los muertos no pueden cantar. De hecho, las entradas no son para ningún concierto, sino para ir a su funeral. Eso. Un sepelio con aforo. Una ceremonia que tiene sitio para 17.500 personas y que, además, se va a retransmitir en directo por la tele para complacer a todos los que no van a poder asistir. Aunque ya no baile ni cante, parece que cuando el muerto tiene un buen representante logra movilizar a las masas a su antojo y permite que unos cuantos vivan de eso. Y vivan bien.
Leo, entonces, en el diario lo siguiente: "Más de medio millón de personas se han inscrito a través de una página de Internet para asistir al funeral de Michael Jackson. Los organizadores del memorial [la empresa AEG], que tendrá lugar este martes en dos recintos de Los Ángeles], han dicho que la página web facilitada para inscribirse y asistir al evento recibió más de 500 millones de visitas en noventa minutos, unas 120.000 por segundo". El dato resuena: 120.000 visitas por segundo; algo así como dos estadios de fútbol repletos hasta las cejas haciendo clic en simultáneo. Caramba. Quizá ustedes estén pensando ahora que esto de Jackson es una mera frivolidad, pero la verdad es que, más allá de él y su música, está el comportamiento social. Y ese, de trivial, no tiene nada.
Decía Marx que la religión es el opio del pueblo. Yo agregaría que la idolatría es el gran mal de la humanidad. Da igual si el fanatismo es para algún dios debidamente institucionalizado y bendito, o si la adoración tiene como objeto a divinidades de corte pagano. Incluso es irrelevante si tienen poder de convocatoria internacional o son estrellas de medio pelo, tan regionales como fugaces. El mecanismo, el comportamiento y el resultado son exactamente los mismos. No es que muera un artista y nazca una leyenda, no. Eso está muy bien para la poesía, pero hay más donde escarbar. La justa es que muere un tipo y la gente se aliena.
Los que tenían entradas para sus conciertos de verano, o las guardan o las venden. Son reliquias, claro, como los huesos de los santos, las lágrimas de las vírgenes y demás muestras orgánicas de la fe. Hay quienes juntan firmas para hacerle un libro a Michael; saben que está muerto y que no lo va a leer, pero las juntan. Hay quienes opinan sobre la veracidad o falsedad de la autopsia. Hay quienes instalan la capilla ardiente en Neverland, su casa de Nunca Jamás, convirtiéndola en una especie de Disneylandia, pero con onda. Y están también, aunque se vean menos, los que se frotan las manos. La muerte del rey del pop le va a dar de comer a unos cuantos.
Antes de leer esta noticia (es decir, antes de despertarme del todo), tenía idea de escribir sobre otras cosas. Concretamente, sobre las elecciones de la otra semana en Uruguay y esa mezcla de queja, preocupación e indignación de algunos por la baja participación de la ciudadanía; porque fue poca gente a votar. El caso es que me topé con esto del funeral multitudinario, me saltó la vena iconoclasta y quise dejar constancia en algún sitio de lo mal que vamos como especie remixando cultos e idolatrías; sepan ustedes disculpar. En cuanto a lo del voto en las internas... qué quieren que les diga. Quizás lo que pasó ese domingo sea un indicio de que hay que cambiar, porque la ausencia de opinión en las urnas es también un mensaje muy claro. A mucha gente le da igual la política (por aburrimiento, descreimiento o pereza) y no iría a votar si no fuese obligatorio.
Yo pregunto, ¿y si eliminamos lo del voto obligatorio y aprobamos lo del voto epistolar? A muchos de los que están adentro el trámite les resulta un incordio, y a muchos de los que estamos lejos nos molesta no poder hacerlo. Prohibiciones por un lado, imposiciones por otro... hum, ¿a qué les suena? Tal y como están las cosas, no estaría mal cambiar. Aunque sea para no parecernos a lo que éramos hace treinta años. Miren a Michael...
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