Llegó en septiembre de 2005 invitado por la organización de Pasarela Cibeles para el primer desfile latinoamericano de moda en Madrid. Apenas dos años antes, todavía era estudiante de diseño en Uruguay. En la actualidad, Carlos Silveira vive y trabaja en Bilbao, donde llegó «por casualidad», pero ha logrado hacer realidad esos sueños que traía esbozados en su maleta.
La historia de Carlos Silveira es una caja de Pandora. Tiene glamour, por supuesto, y muchas luces, pero también encierra retazos de sombra. Aunque su carrera ha progresado a la velocidad del rayo y «vista desde fuera pueda parecer de película», la verdad es que no ha sido fácil alcanzar la situación actual. Desde Montevideo, donde compaginaba las clases de diseño con su trabajo de cajero en una cafetería, hasta su estudio de alta costura en Indautxu han pasado cinco años y muchas cosas en medio.
«Vengo de una familia humilde que siempre me apoyó en todos mis proyectos pero que, a diferencia de mis compañeros de clase, no podía pagarme la carrera; así que me tocó trabajar y estudiar al mismo tiempo», dice. Pero no se queja. Enfrentarse a unos inicios adversos ha hecho que mantuviera «los pies sobre la tierra» y que, a pesar de su talento, nunca perdiera la humildad.
Cuando acabó la carrera, en 2003, Carlos tenía la firme idea de presentar una colección. Tenía también el proyecto y los diseños en la cabeza, pero había un gran problema: saltar del papel a la tela no es accesible a todos los bolsillos. «Llevar a término una colección es muy caro -explica-. Yo había hecho mis cálculos y se me iba muchísimo dinero... un dinero que no tenía».
Así y todo, logró alcanzar su objetivo. «La colección estaba inspirada en una sala de quirófano -recuerda-. Estudié el entorno, las luces, los materiales, los medicamentos... cada cosa que compone ese mundo. Luego hice los diseños y, como no tenía capital ni contaba con modistos, me encargué yo mismo de todo. Hice los patrones, corté, cosí y bordé íntegramente esa colección», detalla.
Recuerdo que un día, mientras cosía una falda, se me empezaron a caer las lágrimas del cansancio que sentía. Me preguntaba si aquello tendría algún sentido, si valdría de algo, pero no podía parar, ¿sabes? Algo instintivo, irracional, me empujaba a seguir. Parecía una locura... Yo era un don nadie. Un chaval que no tenía dónde caerse muerto e iba a competir con gente que ya estaba posicionada en el mercado. Quizá fue por la confianza de mi madre y el apoyo de mi familia, pero yo sentía que el destino tenía que ser algo mucho mejor».
Intuición
Su intuición era acertada, aunque nunca imaginó lo que le esperaba. En febrero de 2004 lo galardonaron como 'Revelación de la moda'. En julio de ese mismo año recibió el premio a la mejor colección y al mejor diseñador en la Montevideo Fashion Week. «Y ahí empezó la historia que me trajo a este país», relata, pues en el jurado de aquel certamen había miembros de la organización de Cibeles.
Un mes después, Carlos recibió el premio Juan Herrera al 'joven diseñador del año'; un éxito al que le siguieron un sinfín de entrevistas, campañas publicitarias y portadas con sus diseños en distintas revistas de moda. En mayo de 2005, sentado frente al ordenador, leyó un e-mail que le descolocó. «Era de Cibeles -dice-. Estaban organizando la pasarela Latinoamérica Fashion y me invitaban a participar. Tuve que resolver una colección nueva en tres meses y, luego, ampliarla, porque en septiembre de ese año la debía presentar en Madrid». Allí llegó con cien euros en el bolsillo y solo. «Por suerte, una amiga mía que vivía en Bilbao fue con su novio a ayudarme», matiza.
Y fue precisamente el novio de esa amiga quien, de regresó a Bilbao, se encontró con una conocida suya, empresaria, y le comentó lo que había visto en Madrid. «Le habló de mí en el trayecto y, al llegar aquí, me llamó para concertar una cita». Fruto de aquello es la tienda Cercle, en la capital vizcaína. «Siempre digo que llegué a Euskadi por casualidad y que tuve mucha suerte. Pero también hay que trabajar duro y esforzarse».
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