Vivo en una ciudad que tiene 350.000 habitantes, 2.300 bares y 1.470 médicos. Es decir, un lugar donde hay un doctor cada 238 personas y una taberna cada 150. Disculpen que empiece así, con el aperitivo sin anestesia, pero me parece importante ponerlos en situación para la cifra y el tema que siguen: de los 2.300 bares que funcionan en Bilbao, solamente hay seis en los que está prohibido fumar. Sí, sólo seis; pueden contarse con los dedos de las manos y hasta nos sobran dos pares para hacer un montón de gestos. En los demás establecimientos, uno entra a tomarse una copa y termina saliendo ahumado. Y eso por no hablar de la gente que trabaja en ellos, que sin comerla ni beberla, durante ocho o más horas se fuma la humareda aunque no quiera.
Si bien las elecciones vascas del 1º de marzo nos han dejado como regalo unas semanas bastante intensas en el ámbito político y social, he querido hacer hincapié en esto otro por una razón muy sencilla: la Ley Antitabaco de España está cumpliendo su tercer año en vigor y los datos que se manejan (ya sean oficiales o no) evidencian que ha sido un fracaso. Justo ayer, en los periódicos locales, aparecían reportajes sobre el tema, con unos números y unas declaraciones que daban mucho para pensar. María Angeles Planchuela, la presidenta de la Sociedad Española de Especialistas en Tabaquismo, denunciaba que en los últimos dos años se había bajado mucho la guardia en el control sanitario de los espacios sin humo y el cumplimiento de la ley. Tenía razón, pero se quedó corta. En muchos sitios, la inspección ni siquiera ha existido.
Antes de seguir, me gustaría aclarar que la normativa española difiere bastante de la uruguaya porque la prohibición de fumar no es total. Aunque sí se ha suprimido el consumo de tabaco en las empresas privadas, las oficinas públicas y los hospitales, en el mundo del ocio es distinto. En las discotecas se puede fumar. En los bares y restaurantes de más de 100 metros cuadrados debe haber una zona aislada para no fumadores, pero se puede. Y en los bares más pequeños, la decisión queda en manos del dueño. Así como lo están leyendo. Es el hotelero, y no el cliente, los empleados, el personal sanitario o el gobierno quien controla la salud de los pulmones y decide los alcances de la ley.
Esta flexibilidad fue (y es) muy criticada por su tibieza; por quedarse a mitad de camino y querer ser efectiva sin saber bien cómo. Pero también hubo quienes la aplaudieron y la miraron con buenos ojos, básicamente porque la gente es grande para decidir y puede pensar por sí misma. Hasta ahí, todo bien. El problema es cuando las intenciones ceden paso a las cifras y descubrimos que para salir a tomar algo sin terminar apestados hay que iniciar una especie de búsqueda del tesoro: salir por toda la ciudad tras un bar donde no se fume sabiendo que sólo hay seis en 2.300. Y eso que, según los datos oficiales, sólo el 24% de la población es fumadora. En otras palabras: la cuarta parte de los ciudadanos resuelve por todo el resto mientras la medida del "usted decide" se vende como un paquete democrático y libre (libre de todo, menos de humo).
Ayer temprano leí un artículo sobre esto y, a continuación, los comentarios de los lectores. Hubo uno que me gustó especialmente, y no porque estuviera de acuerdo, sino porque ilustra muy bien el problema. "A mí, la ley esa no me ha influido en nada", empezaba. "Fumo en el trabajo, en los bares y en los restaurantes. Esa ley es para tener contentos a cuatro ecologistas y comunistas, nada más. Además, hay cosas más insalubres por el mundo y nadie dice nada. A ver si os enteráis de que el PSOE hizo esa ley de cara a la galería y que los fumadores vamos a poder seguir ejerciendo sin más problemas. No hay gobierno que tenga huevos de impedir el tabaco en serio; sería una medida de lo más impopular". Lástima que el autor no dejaba su dirección de correo. Con gusto le habría enviado una lista de boliches con onda y un mapa de Uruguay.
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