Ayer fue el Día internacional de la Mujer. Un día que, en mi opinión, no debería existir. Ni antes, ni ahora, ni nunca. Más que celebrarlo o mandar mensajes con felicitaciones a mis (involuntarias) compañeras de género, sigo creyendo que es una pena que exista tal cosa; que haya un día en particular para pensar sobre nosotras, debatirnos, discutirnos, cuantificarnos y hacernos visibles en la agenda de las importancias como si fuéramos una vergüenza social, un problema del que hay que hablar pero nadie habla y que, entonces, se impone. Inevitable, como desatascar la grasera o llamar a la barométrica, que alguna vez cada tanto levanta las tapas de nuestros pozos de miseria. Ocho de marzo, día de la mujer. Y ya está. Así ha quedado instaurado, pase lo que pase en los otros 364 (más uno en los años bisiestos).
¿Tu marido te pega? ¿Ganás menos que tus compañeros? ¿Cuándo salís del trabajo llegás a tu casa a limpiar? ¿Vas sola a las reuniones de padres del colegio? ¿Si no hacés los mandados, te reclaman? ¿Si no tenés hijos, te frustran? ¿No podés vivir con libertad tu sexualidad? Tranquila. No te preocupes. Al menos un día al año alguien te mandará una tarjeta. Cada ocho de marzo habrá manifestaciones en la calle, debates en la tele; pancartas, discursos, folletos. Será tan fuerte el autobombo que hasta nos parecerá que otro modelo social es posible. Y entonces después, cuando el señor Machista de Tal pase olímpicamente del tema, cuando den las doce y ya sea hoy, cuando se acabe el hechizo como le pasó a la Cenicienta, más de una querrá saber si de verdad el príncipe existía. Si de verdad valió la pena estudiar. Si es cierto que hay trato igualitario. Si está mal no querer tener hijos. Si es posible arrancarse y quemar esas culpas que oprimen más, mucho más, que los soutienes.
Me resulta frustrante que el aprecio, la valoración y el respeto hacia la mitad de la población mundial hayan sido marcados arbitrariamente en el calendario; que la intensidad de esta jornada tenga cola de paja y quiera compensar la indiferencia manifiesta de las otras; que por cada progre que diga: "ocho de marzo, día de la mujer" haya un tipo preguntándose a la mujer de quién se refiere. Me frustra eso. La poca eficiencia del mensaje, la perpetuación de los modelos de antaño, la elección de un día cualquiera para decir "quiéranlas, pobrecitas". Todo lo que conforma la discriminación positiva y que hace tanto daño como su inexistencia. No sé... para hacernos la vida más fácil ya está el día de la madre, que nos bombardea con anuncios de aspiradoras y chucherías de cocina. No necesitamos otro. No, gracias. No.
Pero aquí estamos, en España o Uruguay, sobreviviendo al ocho de marzo, a esa jornada en que nos pasamos de evidentes, que existimos demasiado y saturamos los discursos. Esa fecha que convierte a nuestro género en la minoría que protesta, y a nuestra protesta, sin querer, en parodia. Aquí estamos, tras las campañas publicitarias que reclaman equidad, que nos quieren dar una mano y que no siempre lo consiguen. Mientras tanto hay cifras que ponen los pelos de punta y, si buscamos ejemplos, encontramos demasiados. Según la OMS, hay 1.300 millones de pobres en el mundo. El 70% de estas personas (privadas de salud, conocimiento y medios económicos) son mujeres. De los 876 millones de analfabetos que existen, dos tercios son mujeres. Las mutilaciones genitales, en especial, la ablación del clítoris, constituyen una práctica social mucho más común de lo que se cree. En Sudán, Etiopía o Somalia, casi nueve de cada diez mujeres son sometidas a esta barbarie. Hay 130 millones de mujeres mutiladas y el número crece a ritmo de dos millones por año o cuatro por minuto. ¿Qué más pasa en esos 364 días en que no es el día de la mujer? Que dos millones de niñas de entre cinco y quince años son vendidas como prostitutas; y cuatro como esclavas o esposas. Cuatro millones, digo. ¿Y qué más pasa? Que aunque por ley natural debería haber igual cantidad de hombres que de mujeres en el mundo, no es así. Que 'faltan' 72 millones de mujeres por abortos selectivos, infanticidio, abandono, desatención en la niñez o asesinato cuando se hacen grandes. Que alguien dirá que era su culpa y otros añadirán que lo merecía. Pero, tranquilos, que ayer no. Ayer fue el día de la mujer. Ayer nos perdonaron la vida.
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