21.3.09

"Escudriñar cada pincelada y ver qué esconde es todo un privilegio"


Florin Gradinaru tiene 24 años y es restaurador de Bellas Artes. Nació en Rumanía, donde también inició su carrera, y viajó a Bilbao por primera vez en 2005 gracias a una beca Erasmus. Tras estudiar en la UPV durante un año, regresó a su país para terminar con su formación. Ahora ha vuelto a la villa, donde se siente «muy a gusto y afortunado» por dedicarse a lo suyo.


De Bilbao conocía muy poco y del castellano, lo justo. «Sólo sabía decir 'vamos a la playa', por la canción de Righeira, pero nada más», recuerda divertido. Tenía entonces 20 años y era estudiante universitario. «Vine a cursar una parte de la carrera aquí y aprendí muchas cosas que en mi país no había, como la restauración de obras contemporáneas en papel», señala. El aprendizaje le motivó a tal punto que intentó acabar aquí sus estudios, «aunque en mi país no me lo permitieron. Con la UPV no tenía problema».
Así las cosas, Florin volvió a Rumanía, cursó el último año de la carrera, presentó su tesis final y, a los cinco días de graduarse, montó a un avión rumbo a Bilbao. De aquello han pasado dos años y no tiene intención de marcharse. «Me siento a gusto y la experiencia ha sido muy buena, por eso he venido otra vez», relata en perfecto castellano.
Su manejo del idioma no es el único conocimiento que ha ampliado, porque Florin ha seguido estudiando. «La universidad de mi ciudad es de formación más clásica que la de Bilbao», explica. De ahí que, en este momento, curse un doctorado en restauración de arte contemporáneo.
Su especialización resulta un tanto llamativa, ya que es difícil imaginar que una obra reciente necesite ser reparada. Pero él echa el mito por tierra. «Los artistas de hoy hacen muchos experimentos, prueban con nuevas técnicas y materiales que, por otra parte, han bajado de calidad tras la industrialización de 1900. Son materiales rebeldes que le plantean muchos problemas al conservador y restaurador», dice Florin quien, además de estudiar, vive entregado a su profesión: «la medicina del arte».
«He tenido la suerte de poder dedicarme a lo mío. Estoy en un taller junto a otras tres personas, y algunas de las cosas que hemos hecho suponen todo un privilegio». Por ejemplo, restaurar obras de Picasso y Chillida. «Fueron trabajos pequeños en dibujos y grabados», dice como para restarle importancia... aunque añade a continuación: «Por el taller pasó también un 'goya', pero no llegué a meterle mano».
Meterse en la piel del otro
Muchos de los encargos que ha atendido Florin son de particulares; personas que de pronto reparan en un óleo pintado por un familiar y quieren que recupere su aspecto original. «Para ellos, estas obras son mucho más valiosas que cualquier Picasso o Chillida porque tienen un valor sentimental. Como restaurador, sientes mucha satisfacción al recuperar el esplendor de hace años y dotar a la pieza de un nuevo valor artístico y material».
No es la única satisfacción que reporta a Florin su trabajo. «Conocer de cerca cada pincelada, ver lo que habitualmente no se ve, es todo un privilegio... Y restaurar algo que ha hecho otro artista es un gran desafío, porque tú no creas desde cero; tienes que estudiar una época, sus costumbres, el modo de vestir y hasta la arquitectura para ponerte en su piel antes de tocar la pieza. La restauración abarca muchas disciplinas, desde la Química y la Historia hasta la Filosofía y la Psicología.

Pero, ¿dedicarse a recomponer lo ajeno es incompatible con la creación propia? Florin sostiene que no y, para demostrarlo, ilustra su respuesta con ejemplos. «Desde que estoy aquí, he hecho dibujos para tres libros de Historia: 'Los Señores de Vizcaya siglos XI-XIV', de Julián Lucas De La Fuente; 'Bizkaia, del Fuero a la Independencia (siglos XVI-XX)', de Asier Arzalluz Loroño, y 'Bilbao, remanso de viajeros - La ciudad vista por propios y extraños', de Seve Calleja», enumera.



No hay comentarios: