Ayer fue día de elecciones en el País Vasco y Galicia, aunque cuando empecé a escribir estas líneas (a las ocho y media de la noche) todavía era temprano para conocer los resultados. A las cinco sólo sabíamos que la mitad de los votantes había pasado por las urnas y que del resto, ni rastro, ya que el sufragio aquí no es obligatorio. Cuando a las ocho se cerraron los colegios electorales, se abrieron las compuertas con los primeros datos de las encuestas a boca de urna. Según los sondeos, en Euskadi volvería a ganar el Partido Nacionalista Vasco (PNV) y en Galicia el Partido Popular (PP), aunque en ambos casos (sobre todo en el primero) aún podía pasar cualquier cosa. Decidí esperar otro poco a conocer las cifras oficiales y, entre tanto, contarles un par de cosas que me llamaron la atención de esta jornada electoral; en especial, la del País Vasco, que es donde estoy ahora.
Durante buena parte del día estuve recorriendo Bilbao y algunos municipios cercanos y lo que más me sorprendió fue que no hubiera clima de fiesta. No me refiero al jolgorio propio del Carnaval (que de eso sí había resaca), sino a ese ambiente tan especial que se genera en Uruguay en los domingos de participación ciudadana. No había música ni jingles ni gente que celebrara con ganas la ocasión de tomar decisiones. De ejercer ese derecho democrático. Tan sosa estaba la calle que, si yo fuera una turista, probablemente ni habría notado que era día de elecciones. Incluso como residente, puedo decirles que parecía un domingo cualquiera, con misa en las iglesias, ferias en las calles, adultos en los bares y niños en las plazas intercambiando figuritas.
Lo único que 'rompía' el paisaje cotidiano eran unas camionetas de televisión y unos generadores de energía ubicados en las inmediaciones de las sedes de los partidos. Pero del gentío y los escenarios, las banderitas de colores, las camisetas con logotipos y las ganas de juntarse con los otros, nada. En la televisión autonómica, de hecho, estuvieron pasando películas y programas de cualquier cosa, excepto de política. Recién a las ocho, cuando quedó cerrada la posibilidad de ir a votar, empezó tímidamente a verse algún que otro dato en la tele. Personalmente lo sentí como algo triste. No sólo porque era la fiesta de otros y me tocaba mirarla de afuera, sino porque no había tal fiesta. Sólo fue a emitir su opinión la mitad de la gente que podía; y eso, más que irresponsabilidad de la otra mitad, es un fracaso del conjunto democrático, porque después sí que nos quejamos todos.
Eso sí, a partir de las nueve y pico de la noche, cuando se lanzaron los primeros datos oficiales, la información empezó a caer a raudales, con un volumen y un dinamismo difíciles de asimilar. En poco más de una hora se escrutaron todos los votos y se ofrecieron todos los resultados. En Galicia ganó el PP. En Euskadi, el PNV. Sin embargo, ya no tiene mayoría parlamentaria y, según lo que pase en los próximos días, el Partido Socialista podría hacerse con la presidencia. Entre pactos políticos y coaliciones, si el PP del País Vasco apoya al PSOE, Ibarretxe y el PNV se quedan fuera del edificio presidencial. Y ojo, que esto que digo no es un dato menor, porque los nacionalistas han gobernado desde el regreso de la democracia (hace tres décadas) y porque para romper esa continuidad, la derecha debe apoyar a la izquierda.
Es difícil vaticinar qué ocurrirá con un planteamiento tan surrealista, aunque la especulación sea desde ayer el deporte favorito de la gente. Lo que está claro, más allá del desenlace, es que la participación ciudadana fue escasa y que, como evidencian los datos, ha bajado en los últimos años. Según algunos políticos locales, ese descenso constata la desconexión, el divorcio entre la esfera política y los problemas cotidianos de las personas. En mi humilde opinión, es una pena; un desperdicio de oportunidades para elegir alguna cosa colectiva. Porque, aun en democracia, lamentablemente son pocas.
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