15.11.08

"Nos acusan de causar la crisis y desconocen lo que aportamos"

Jaime Núñez es ingeniero y viajó de Bolivia a Euskadi para hacer un doctorado. Once años y cinco másters después, preside la primera asociación de bolivianos y apuesta por la integración real entre los colectivos locales y extranjeros. Para él, su preparación y su historia son anecdóticas. «No soy un ingeniero tipo ni me siento un 'nuevo vasco' -dice-. Sólo quiero ser parte de esta sociedad».

Llegó en 1997, casi a finales de año, y recuerda aquel invierno como el más duro de su vida. «Venía del verano de Bolivia, del calor del altiplano, y me encontré de pronto en una ciudad gris y lluviosa donde la gente hablaba poco y tenía la piel muy clara. Me daba la sensación de que todo el mundo estaba enfermo», relata. La escasez de información no ayudaba. «Pese a que había leído sobre Euskadi antes de emprender el viaje, no tenía muchos datos. De Bilbao sólo se conocía ETA».

Tras acabar el doctorado, Jaime tuvo que elegir entre volver a Bolivia o quedarse a vivir aquí. «Soy experto en plásticos, polímeros y nuevos materiales; una rama de actividad que allí no existe, porque los plásticos y el pvc se importan de Brasil. Quizá si hubiera hecho un posgrado en tractores, mis conocimientos tendrían una aplicación práctica... Me ofrecían un puesto en la universidad con un sueldo de 250 euros al mes. Aquí, en cambio, tenía la oportunidad de trabajar como investigador, con incorporación inmediata y un sueldo ostensiblemente mayor». Por ello, y porque quería que sus hijas «vieran mundo», finalmente se quedó.

Su trabajo de investigación le dejó tiempo suficiente para hacer cinco masters más; algo que cualquiera pondría en letras grandes al comienzo de un currículo, pero que él menciona casi al pasar. «Es anecdótico -opina-. Todavía cuesta creer que un latinoamericano pueda estar tan preparado y, a la hora de la verdad, la mayoría de los empresarios vascos se siguen mirando el ombligo. Para los trabajos cualificados, pesa mucho ser de aquí o de fuera», observa.

El tiempo y el trabajo despertaron en Jaime la veta social. Y es este aspecto, más que su historia como inmigrante, el que verdaderamente le importa. «No me siento un nuevo vasco. Hace tiempo que tengo ciudadanía española y aspiro a ser parte de esta sociedad, a votar y decidir cuestiones que me afectan como a todos: desde quién es el presidente hasta qué bancos se colocan en las plazas. Me gustaría que existiera una integración real, que mis hijas no sean 'hijas de inmigrantes', que mis nietos no sean 'nietos de inmigrantes'. Es importante romper esa cadena por algún lado y cambiar el modo de pensar. Se dicen muchas cosas sobre los extranjeros que no son ciertas», lamenta.

«Hasta en la sopa»
Desde su punto de vista, la crisis económica encabeza el listado de falacias. «Nos acusan de causarla y desconocen lo que aportamos. El origen de esta crisis no es la inmigración, sino los bancos que han jugado con el dinero de la gente. Nuestro trabajo, en cambio, ha permitido extender la sostenibilidad del sistema de seguridad social. Hay muchos extranjeros interesados en darse de alta como autónomos, en crear comercios y nuevos puestos de trabajo, pero de eso nadie habla. Sólo se mencionan las ayudas sociales y la delincuencia», subraya.

Como extranjero y empresario, a Jaime le interesa que cambie esa percepción. «Cuando oímos que un boliviano, un rumano o un marroquí cometió un delito, lo único que se genera es rechazo a todo el colectivo. Lo cierto es que las nacionalidades no matan ni roban. Son los individuos quienes delinquen», expone. Por eso, para él es importante que los extranjeros dejen de estar en la periferia de la ciudad y compartan con los bilbaínos otro tipo de lugares. «Lo siento por aquellos que no ven bien nuestra presencia, pero nos verán hasta en la sopa. Convivir es la única forma de entender que no todos somos delincuentes, que no somos 'cuchilleros' y no vamos por la calle en busca de problemas».

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