3.11.08

'Jálogüin' es la hostia

Gracias, señor. Mañana se acaba el circo. El proceso electoral estadounidense llega por fin a su fin (valga la redundancia de términos) y con él se despiden los debates en la tele, los programas especiales, los informes exhaustivos y esa cosa colorista de banderas rojiblancas que secundan candidatos blanquinegros. Para el miércoles o el jueves (si hay suerte y voluntad), América se quitará el corsé de las fronteras y volverá a ser lo que era: un continente, no un país. Y quizá alguno hasta se dé cuenta que los mexicanos y los canadienses también son norteamericanos, aunque sospecho que es mucho pedir. De momento, incluso hoy, todo el mundo está pendiente de la 'política americana'; es decir, de la contienda entre McCain y Obama, ya que hacia el sur del lenguaje no hay nada.

Desconozco cómo habrán vivido ustedes la carrera hasta la Casa Blanca, pero sí puedo contarles cómo se ha vivido (o padecido, más bien) en España. Desde que arrancó esta película, cuando el amigo Barack se disputaba la candidatura demócrata, la atención de los medios no ha parado de crecer. Por alguna razón que se me escapa, mientras la gente está preocupada por cosas cercanas, como la noción de crisis, el desempleo, el terrorismo y las deudas, los medios se han vuelto 'usafílicos'. A tal punto ha llegado la cosa que, además de los discursos y debates en directo, además de los corresponsales y los analistas, todos los canales de televisión han anunciado emisiones especiales para la madrugada del martes. El bombardeo informativo es imponente y alcanza un nivel de detalle que inquieta. A golpe de pantalla y periódicos, nos sabemos todos los nombres, todas las cifras, todas las encuestas. Es difícil escaparse de los datos.

No quiero decir con esto que Estados Unidos sea un país irrelevante, que su política no le interese a nadie o que el resultado electoral nos dé igual. Mi utopía no llega a tanto. Lo que digo es que hay una enorme diferencia entre estar atentos al desenlace (que es lo que en verdad importa) y seguir paso a paso estas campañas como si fueran lo más importante del mundo. Digo, una cosa es saber lo que pasa para evaluar las repercusiones en materia de economía o política exterior, y otra distinta es sentarse frente a la tele con la bolsita de pop a las tres de la mañana. Esto último, que es lo que está pasando en España, se ajusta más al final de una telenovela que a unos comicios electorales de otro país, por muy gendarme del mundo que sea.

Pensándolo bien, quizás se trate de eso. Los elementos del culebrón están ahí. Tenemos al malo (Jorge Doblevé Arbusto), a la perpetuación del modelo del malo (llamémosle John McCain), y al bueno de Barack Obama que, por propuesta de gobierno y por raza, encarna bien la idea de cambio, justicia social y castigo. 'Un negro en la Casa Blanca', pavada de título para esta novela que no se aleja mucho del guión estándar, típico de los hermanos Grimm; ese de la chica pobre, destinada a ser sirvienta y ninguneada por la sociedad que se acaba convirtiendo en dueña y señora del reino. La Cenicienta sin pop no es lo mismo, está claro.

No se me ocurre mejor explicación que esta para el fenómeno mediático de la política estadounidense. Algo así tiene que estar sucediendo para que los españoles, que suelen sentir bastante antipatía por Bush, que no comulgan con lo que se conoce como el 'modelo americano' y que defienden a ultranza el uso del castellano, quieran quedarse una noche en vela para ver de primera mano el desenlace de esta historia. No obstante, también es justo decir que el mundo está cambiando y que seguramente yo esté equivocada. Lo digo porque el viernes pasado, mientras pensaba en esta cuestión, un par de vacas y un hada madrina se pararon en la puerta de mi casa. Eran tres chicas disfrazadas que lucían sus 'alter egos' como muchos otros jóvenes vestidos para la ocasión. 31 de octubre, noche de brujas. En la calle alguien gritó: "Jálogüin es la hostia". En la tele, cómo no, aparecía Obama.

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