17.6.07

Al grano

Dos mil personas de distintas nacionalidades prepararon ayer en Bilbao más de 80 variedades de arroz



Casi dos mil personas se reunieron ayer en el corazón de San Francisco para celebrar una gran fiesta gastronómica y cultural. La cuarta edición de ‘Arroces del Mundo’, organizada por los vecinos de este barrio, Bilbao la Vieja y Zabala congregó a más de ochenta cuadrillas de distintas nacionalidades que, desafiando al calor, elaboraron platos típicos de sus países y aprovecharon para compartir recetas.

Algunos grupos, como el de Amadou, tuvieron que luchar a brazo partido con el reloj. «Hemos venido tarde, así que hicimos nuestro arroz Yassa con pollo en lugar de pescado, porque es más rápido», confesaba este senegalés que, por un día, oficiaba de chef. Otros, como Felicidad (Malí), Guadalupe (Guinea Bissau) y Mapenda (de nuevo Senegal), acudieron a la cita con un arroz africano importado que compraron en una tienda de Bilbao. No les faltaba ni el gorro de profesional. Un complemento que agradecieron a mediodía, con las paelleras hirviendo en las mesas y el sol convirtiendo la plaza en un horno.

En el chiringuito montado por MISI, el grupo de Mujeres Inmigrantes de San Ignacio, improvisaron unas gorras con hojas de periódico . «Estamos haciendo una receta entre todas, juntando muchas experiencias y los ingredientes de nuestros países», comentaba Zully, de Argentina, junto a sus compañeras de Bolivia, Colombia, Nicaragua, Paraguay, Ecuador y Rumanía. «No somos dueños de nada y hay que hacerle caso a la Naturaleza: un naranjo no le niega sus frutos a nadie». No importan razas, ni colores.

Al otro lado de la plaza, Jesús preparaba una paella. Él y sus amigos, «bilbaínos de toda la vida», vivían su ‘bautismo de fuego’ en este evento multicultural. «Es estupendo. En la mesa de al lado están cocinando con aceite de cacahuete y ya les pediré la receta para hacerla después en casa. Cuanta más variedad, mejor. Así vas cogiendo truquillos».
Xabier Abian, de Ekologistak Martxan, era el único que no se escondía del sol, lo buscaba. Preparó una cacerola de arroz y hasta un bizcocho sin utilizar bombonas ni fuego. Instaló una cocina solar parabólica y un horno solar con termómetro, que marcaba 150 grados. «Un horno –recordaba– que se puede fabricar por tres euros».

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