El mapamundi de Bilbao tiene hoy un nuevo significado, pues en la capital vizcaína convive gente de todas partes del globo. Más de 110 nacionalidades diferentes conforman el actual mapa demográfico, que se ha convertido en un crisol de culturas, costumbres e idiomas donde la diversidad es un rasgo sobresaliente. En este contexto de cambio, la religión no es un tema menor. Al contrario. Así como hay distintas procedencias, también hay varias creencias, cultos religiosos y modos de vivir la fe.
Esta nueva realidad cosmopolita, sumada a la inquietud por conocer otras maneras de entender el mundo, es la que ha impulsado la creación de DIAR (siglas de Diálogo Interreligioso, Aceptación y Respeto), un grupo formado por personas de múltiples orígenes y creencias que se reúnen para hablar y poner en común los fundamentos de sus religiones.
El grupo, fundado en 2007, organiza cada año unas jornadas abiertas para reflexionar sobre estos temas con toda la ciudadanía. En esa línea, mañana a las 19.00 horas tendrá lugar una charla sobre budismo e islam, y el jueves, sobre fe bahai y cristianismo; ambas en el Centro Ellacuría. Serán cuatro propuestas en dos días. No obstante, hay muchas más religiones en Euskadi.
El biólogo Nkanga Suamunu, por ejemplo, es kimbanguista y explica que su creencia tiene tres pilares básicos. «Bolingo, mibeko y misala», dice con rapidez y, a continuación, traduce: «Amor, ley y caridad». El planteamiento es compatible con la mayor parte de las doctrinas. De hecho, la Iglesia de Jesucristo por su enviado especial Simon Kimbagu (este es el nombre completo) deriva del cristianismo. «Es la iglesia cristiana primitiva», expone Nkanga, aunque su reconocimiento oficial sea reciente. Data de 1959.
«Fui diez años apátrida»
Los belgas aceptaron esta religión justo antes de la independencia de Congo. Hasta entonces, hubo 37.000 creyentes deportados de Angola y, por la misma razón, el catequista protestante Simon Kimbagu estuvo treinta años preso. «Murió en la cárcel», reseña Nkanga, que ojea los apuntes de la charla mientras conversa. «Por favor, escribe Kongo con K», solicita. «O mejor, pon Kongo Dia Ntotila. Es el modo correcto de referirse a la región, más allá de que hayan sido colonias belgas, francesas o portuguesas».
Este es el país en el que se crió Nkanga Suamunu, que sabe mucho de regiones y deportaciones. Aunque nació en Angola, su padre era un refugiado y vivió varios años en Kinshasa. Estudió en un colegio de jesuitas e hizo después su carrera. Al terminar la universidad, regresó con su familia a Angola, pero fue por poco tiempo. «La situación allí era muy mala. El 90% de la población era analfabeta y, además, había una guerra civil», cuenta. Corrían los años ochenta y el ambiente allí era convulso.
Nkanga, entonces, se marchó. Primero a Portugal y luego a Suiza, donde vivió tres años. «Estaba muy integrado, tenía un buen trabajo y ganaba bien, pero no pude quedarme. Me negaron el permiso de residencia permanente y tuve que marcharme del país». Viajó a Madrid, una ciudad que eligió por el clima, la gastronomía y la equidistancia con Portugal y Francia.
Tres años en Madrid le alcanzaron para aprender castellano y para comenzar a trabajar en proyectos de cooperación al desarrollo. Pero el periplo siguió, primero en León, después en Torrelavega y finalmente en Bilbao, donde vive desde hace diez años. «Fui apátrida durante una década, conseguí regularizar mi situación y hoy trabajo para promover el intercambio real de productos entre Kongo y Euskadi a través de la Oficina Comercial y Económica», resume. «La idea es mejorar las condiciones de vida de la gente sencilla. A lo largo de mi vida he aprendido que el diálogo es fundamental para salvar las diferencias y avanzar, tanto en economía, como en política o religión. Cuando hablas y escuchas con respeto y atención, siempre aprendes algo valioso».
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