Ynarhú y Mao son músicos. Trabajan juntos, componen juntos y, desde hace varios años, comparten su vida afectiva. La entrevista se desarrolla en una confitería de Santutxu y es también a dos voces. «Me fui de Venezuela en 1979 para estudiar Turismo en Madrid, así que llevo coqueteando con España desde que era muy jovencita», dice Ynarhú, cuyo nombre significa 'agua clara' en la lengua de los pemones, una etnia aborigen de la Amazonia venezolana.
Aunque vino por estudios y su primer contacto con Europa tuvo lugar en la capital española, no fue allí, sino en Canarias, donde la artista cambió de rumbo y soltó sus anclas. «Descubrí que la música era mi pasión y me dediqué a ello en las islas que, durante muchos años, fueron mi segunda casa. Al principio, tenía en mente volver a Venezuela cuando me sintiera bien, pero el tiempo fue pasando y nunca encontré el momento. Allí nadie me conocía; era aquí donde estaba mi vida».
Una gira por su país en la década de los noventa introdujo un nuevo matiz. Su nombre: Mao Fermín, un conocido músico venezolano de dilatada trayectoria que, en aquel entonces, ya compartía escenario con artistas de la talla de Pablo Milanés y Alfredo Zitarrosa. «Nos conocimos en Venezuela, cuando Ynarhú fue a hacer una serie de conciertos; aunque lo nuestro fue, primero, un amor musical», dice él. Luego, llegaron las decisiones, que implicaban muchos cambios y no resultaron sencillas.
Como resume Ynarhú, «Mao pertenecía al movimiento más importante del folclore latinoamericano, tenía allí su carrera y vivía bien. Lo primero que vi en él fue un músico muy abierto y universal», dos cualidades que se transformaron en una invitación para hacer un disco conjunto. Mao aceptó la propuesta sin imaginar que acabarían grabando tres. Y casados. «Me costó emigrar -confiesa él-, pero ha valido la pena».
En Canarias, donde vivieron juntos un lustro, participaron en todas las celebraciones, verbenas y festivales, y lograron hacerse con un público fiel. Sin embargo, Ynarhú y Mao tenían «más inquietudes musicales» y sabían que, para alcanzarlas, debían buscarlas fuera. «Él dejó Venezuela por mí y yo salí de Canarias por él. Comprendí que allí lo habíamos hecho todo y que la vida es más que siete islas. Por eso nos fuimos».
Entre fábricas y violines
Estuvieron un año en Madrid, hasta que el Consulado de Venezuela en Bilbao les invitó a actuar en una serie de actos oficiales que tendrían lugar en la villa. Vinieron, cantaron y se maravillaron con la ciudad, prometiéndose que volverían «aunque fuera un fin de semana». «A él le pareció un lugar precioso y yo quería salir corriendo de Madrid», dice ella. Poco después, se abrió una puerta. «El Consulado ofrecía una plaza fija de trabajo y me presenté. Así fue como nos vinimos a vivir al País Vasco», sintetiza Ynarhú.
En opinión de Mao, no fueron ellos quienes eligieron Bilbao, sino la villa quien los eligió a ellos. «Queríamos seguir creciendo y esta ciudad nos dio la oportunidad. Las cosas se dieron de tal modo que nos hicieron posible venir, porque emigrar no es fácil y requiere tener los pies bien puestos en la tierra». Más aún si eres artista, «pues haces una carrera de fondo y construyes poco a poco. Darse a conocer lleva tiempo y, mientras tanto, tienes que vivir», reflexiona.
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