La espera en estaciones, terminales y aeropuertos puede duplicar el tiempo total que se invierte en realizar un viajeNadie duda de que los viajes comienzan en el momento en que se hace la maleta en casa. Escoger la ropa y los enseres personales implica pensar en la travesía y en todas aquellas cosas que podrían necesitarse en el lugar adonde se va. Lo que casi nadie contempla, en cambio, es que los tiempos de espera en aeropuertos, estaciones de trenes y terminales de autobuses son también parte del viaje: un paréntesis inevitable y engorroso que, en ocasiones, puede durar más tiempo que el propio desplazamiento y que, además, puede costar muy caro. Porque los momentos de espera al viajar -ya sea en un andén, una terminal aérea o durante las travesías de los autobuses de largo recorrido- están orientados al consumo. Y el aburrimiento, cuando se suma a una amplia oferta comercial, es un pasaporte al gasto innecesario.
Los "tiempos muertos" de un viaje varían en función del medio de transporte, la ruta que se elija y el momento del año. Algunas fechas, como las vacaciones de Navidad, son especialmente complicadas por la gran cantidad de personas que se desplazan de un sitio a otro. Las colas se alargan, los espacios rinden menos y hay que armarse de paciencia. Las rutas también inciden en esos tiempos, pues no es lo mismo un vuelo doméstico que un viaje al extranjero con escalas. Y en cuanto al medio de transporte, también hay variaciones. De arranque, para los trenes y autobuses hay que presentarse en la estación treinta minutos antes de la hora de salida. En el caso de los aviones, AENA aconseja estar en el aeropuerto con 45 minutos de antelación como mínimo, aunque aclara que ese margen puede ser mayor según cada compañía. En la práctica, todas las empresas recomiendan presentarse en el mostrador de facturación entre una y dos horas antes de la salida del vuelo.
Esto significa que, para coger un vuelo, un tren o un autobús que sale a las ocho de la mañana, es imprescindible estar en la terminal entre las seis y las siete y media de la mañana, dependiendo del transporte escogido. El lapso puede aumentar si, por ejemplo, el pasajero tiene dificultades de movilidad, lleva mucho equipaje, viaja en familia o en grupo, va en compañía de niños y ancianos o debe hacer papeleo previo. Visto así, estar dos horas antes en un aeropuerto no parece, en principio, excesivo; sobre todo teniendo en cuenta que hay que facturar el equipaje y pasar fuertes controles de seguridad. No obstante, cuando se comparan los tiempos de espera con los del desplazamiento real, la situación se percibe de manera distinta. Para un vuelo de dos horas, se pasa tanto tiempo en el aeropuerto como en el avión. Para uno de cuatro, la espera supone la tercera parte del viaje. Y para un simple vuelo doméstico de una hora "como la mayoría de los que conectan a los aeropuertos de la península con Madrid-, el pasajero esperará en tierra el doble de tiempo del que estará volando.
Esto es sólo el principio, ya que en el caso de los vuelos con escalas, cada parada se "traga" buena parte del viaje. Los aterrizajes intermedios no siempre coinciden bien con los siguientes despegues, de modo que es perfectamente posible (y hasta habitual) tener que esperar tres, cuatro o cinco horas en un aeropuerto cualquiera antes de reanudar la travesía y llegar por fin al destino. En el caso de los autobuses pasa algo similar. Si bien sólo se exige estar media hora antes de la salida, hay paradas obligatorias de descanso que no se pueden obviar, porque están regidas por ley. Según indica el Ministerio de Fomento, tras un periodo de cuatro horas y media de viaje, el conductor debe hacer una pausa ininterrumpida de 45 minutos, o dos paradas de quince y treinta minutos cada una. La normativa responde a la seguridad y tiene como objetivo evitar accidentes de tráfico por cansancio pero, en tiempo, se puede traducir de otro modo: en cualquier trayecto de largo recorrido (y sin contar la antelación con la que hay que presentarse), las esperas intermedias suponen el 15% del viaje.
San Sebastián - Cádiz. Un ejemplo práctico
Dejando a un lado las circunstancias imprevistas o adversas (como el clima, un atasco en la autopista o problemas en las vías del tren), son muchos los factores que determinan esos paréntesis tediosos. Y su combinación, que es casi infinita, impide establecer de manera taxativa cuánto tiempo se pierde con ellos. No obstante, está claro que la espera forma parte del viaje, y un buen modo de cuantificarla es comparar alternativas para desplazarse entre dos puntos invariables. Aunque suene a matemáticas, es un cálculo sencillo. Lo primero es elegir dos ciudades. Por ejemplo, San Sebastián y Cádiz, que están separadas por 1.050 kilómetros. El viaje en coche -respetando las leyes de tráfico y turnándose entre los conductores- se suele hacer en once horas y media.
El autobús que las comunica parte a las 19.25 y llega a las 11.15 del día siguiente. Son casi dieciséis horas de viaje con sus paradas obligatorias, más los treinta minutos previos. Total: cinco horas de espera. Durante el 30% del viaje, el pasajero estará quieto. El tren sale a las 8.32 y llega a Madrid a las 13.53, donde hay que hacer trasbordo a otro convoy que parte a las 16.20 y llega a Cádiz a las 21.37. Son trece horas de viaje, más los treinta minutos de antelación y los otros treinta que se pierden en Madrid. Es decir, una hora de espera, a los que se suman varios minutos al detenerse en cada estación intermedia. El avión, que es el medio más rápido de todos, puede ser también el más engorroso. No sólo no hay vuelos directos, sino que los mismos llegan a Sevilla, donde hay que continuar el viaje en otro medio de transporte hasta Cádiz. Parte a las 9.05 de San Sebastián y llega a las 10.00 a Madrid. El siguiente vuelo despega a las 11.50 y llega a Sevilla una hora después. El tren desde allí hasta el destino tarda dos horas. En este caso, aunque se demora entre seis horas y media y siete en llegar, la mayor parte del tiempo el pasajero estará esperando. Para dos horas de vuelo y dos de tren, hacen falta otras dos en el aeropuerto de salida, dos en Barajas, media hora en la estación de tren sevillana y, por supuesto, el desplazamiento hasta allí desde la terminal aérea. En términos absolutos es la vía más rápida, aunque, en relación, es la que hace perder más tiempo. El medio que menos hace esperar, en este caso, es el tren.
Trasbordos, esperas, relojes.. . Resumido de esta manera, el cálculo se asemeja más a la fórmula del estrés que a un simple problema matemático. Sin embargo, cuando se trata de viajar, si hay varias alternativas es recomendable planteárselas.
El coste del billete no es el único gasto
En ocasiones, los paréntesis de espera son útiles y vienen muy bien para descansar, "estirar las piernas" y trasladarse de una terminal a otra con cierta tranquilidad. Otras, en cambio, suponen demasiado tiempo extra en el que no hay posibilidad de escaparse, pero sí oportunidades de gastar. En todos los sitios donde un pasajero detiene su marcha hay establecimientos que le incitan al consumo. Antes de pensar en un aeropuerto -que es, quizás, el ejemplo comercial más claro-, hay que tener en cuenta que todos los medios de transporte, cuando hacen paradas obligatorias, escogen lugares estratégicos. Un autobús no se detiene en medio de la nada, lo hace siempre en cafeterías y hostales de carretera o, en su defecto, en las áreas de servicio que están junto a las gasolineras. Lógicamente, esto brinda seguridad a los pasajeros y les permite distendirse en un lugar adecuado, protegido del tráfico y de las inclemencias del tiempo. Además, son espacios que cuentan con baños públicos, algo que todo el mundo agradece cuando se enfrenta a muchas horas de viaje.
Para quien deba pasarse medio día sobre ruedas, este tipo de recintos son un oasis, pues en doce, catorce o dieciséis horas de viaje es necesario comer, descansar, tomar algo y entretenerse para evitar que éste se convierta en una tortura. Claro que si estas cuestiones no se contemplan de antemano, cada parada del autobús puede costar una pequeña fortuna. En primer lugar, porque los precios son muy superiores a los que se fijan en un establecimiento normal. Y luego porque, una vez allí, el café con leche casi nunca se bebe solo, los bocadillos resultan prácticos y las revistas y periódicos tientan. En resumen, se compran objetos que no estaban previstos y se paga más por ellos que en cualquier otro lugar. Llevar los tentempiés desde casa, una revista de pasatiempos o un libro contribuirá a que estos ratos de espera no hagan temblar al bolsillo.
El mecanismo comercial de la espera es más evidente en los aeropuertos, de los que, además, hay datos. Uno de ellos, recogido en el último anuario de AENA, desvela que casi el 42% de los ingresos y la facturación anual de los aeropuertos españoles corresponde a las tiendas normales, a las que están libres de impuestos y a los locales de restauración. El apunte no sorprende, pues coincide con la actitud habitual de los pasajeros (comer, comprar cosas, buscar ofertas) y con la transformación progresiva de estas terminales en el tiempo.
Predispuestos a gastar
Las colas para facturar el equipaje y el momento de someterse a los controles de seguridad son las dos etapas más agotadoras y tensas dentro de un aeropuerto. Una vez que se ha pasado por ellas, el pasajero queda a merced de los horarios de los aviones y, aunque le toque esperar un par de horas, su tiempo deja de ser suyo. La razón es simple: hay que permanecer en el aeropuerto, no se puede salir, no hay sitios pensados para dormir y es imprescindible prestar atención a los horarios y posibles cambios. En esas circunstancias -mezcla de vigilia, sensación de estar "en tránsito" y aburrimiento-, es normal buscar una actividad de ocio que resulte habitual, como comer y comprar. Aldeasa facturó sólo en 2007 un total de 4.500 millones de euros en los 43 países donde trabaja. Entre aeropuertos, autopistas y estaciones de trenes (sus tres principales canales de actividad) registra una media de 890 millones de clientes al año; aunque los aeropuertos siguen siendo su vía de ingresos principal, con casi el 98% de la facturación. Evidentemente, parte del gasto que hace un viajero está prevista. Por ejemplo, la compra de perfumes o tabaco libre de impuestos. Sin embargo, en un entorno netamente comercial, con tiempo y dinero, es usual gastar más de la cuenta o ceder ante un capricho.
Desde el punto de vista social, los aeropuertos, estaciones y carreteras son sitios impersonales donde el comportamiento de la gente cambia. Así lo plantea el antropólogo Marc Augé, quien sostiene que estos recintos son "no-lugares"; espacios muy comunes (y necesarios) en la vida actual, pero que carecen de identidad. En este sentido, no hay casi diferencias entre un aeropuerto de Alemania, la India, Estados Unidos o España. Son sitios obligados cuando se hace un viaje y, a su vez, anónimos, donde las personas que allí se encuentran están de paso y, probablemente, no vuelva a cruzarse nunca más. Por otra parte, en las estaciones y aeropuertos no hay espacios pensados para el descanso sin consumir. Es decir, hay asientos de espera, pero dejan de ser cómodos al cabo de una hora. Lo habitual es sentir ansiedad, curiosidad, y deambular.
Por ello, la mejor manera de encarar un viaje es pensar que la espera es inevitable. Calcular esos tiempos de antemano contribuirá a ahorrar dinero y angustias, pues llevar de casa un bocadillo, unas galletas, bebida, música y lectura hará que esos tiempos muertos se superen de una manera más económica.