Lo primero que vio de Bilbao fue un boceto de arquitectura. Era 1998 y, por aquel entonces, Luis Felipe vivía en Colombia y estudiaba en la universidad. «Tenía un libro sobre diseño de estructuras donde había varios ejemplos de obras y muchas de ellas eran vascas», explica mientras busca en su mochila. «Yo veía esas cosas y flipaba con los diseños, los autores y las ideas que tenían... Mi fascinación por Bilbao empezó ahí».
Por supuesto, ese gusto era «utópico». Sí se imaginaba visitando la ciudad, y hasta viviendo en ella, «pero no tenía ninguna base real para suponer que lo conseguiría. Aquí no conocía a nadie», subraya. Sin embargo, su madre emigró de Colombia sólo dos años después y, «por esas cosas de la vida», acabó recalando en Euskadi. «Una prima de ella, que había emigrado antes, estaba viviendo aquí. Cuando mi madre decidió venir, eligió el País Vasco por eso», sintetiza Luis.
Aquello era una coincidencia pero, aunque podrían haber viajado juntos, él se quedó. «Recién había terminado la carrera y estaba haciendo las prácticas en el Ayuntamiento de mi ciudad. Tenía una remota posibilidad de continuar allí y quise aprovecharla», señala. Seis meses después, la posibilidad se desvaneció y, con el dinero que había ahorrado, compró el billete de avión. «Llegué aquí con seis dólares, que me cambiaron por mil pesetas... No tenía ni un duro, pero estaba contentísimo».
La alegría le duró muy poco. «No encontraba trabajo -recuerda- y todos los días dudaba. No sabía si quedarme o regresar». Poco después, Luis Felipe conoció a un ingeniero que, después de entrevistarlo, le ofreció trabajo como delineante. El problema era que no tenía 'papeles'. «Averiguamos qué pasos había que dar y presentamos todo lo que pedían, pero la Administración es lenta y, durante más de un año, estuve a la espera», relata. Ese fue el periodo más duro.
«Me busqué la vida como pude. Trabajé haciendo mudanzas, en la construcción, y fui repartidor de butano. Esa ha sido mi experiencia más ingrata: cobraba 27 céntimos por bombona, dependía por completo de las propinas y llegaba a casa con la espalda destrozada». Y remata: «Me ha tocado vivir todas las facetas de la inmigración».
«Convivo con los prejuicios»
Legalizó su situación en 2004 y aquel ingeniero al que había conocido tiempo atrás le contrató. «Empecé como delineante y hoy soy director técnico de uno de los grupos de topografía», dice. Claro que, entre una cosa y la otra, Luis Felipe tuvo que homologar su título. «Ese fue otro gran reto burocrático, académico y personal. Creo que uno de los momentos más felices que viví aquí fue el día en que pude colegiarme».
No obstante, tener 'papeles' o un trabajo cualificado «no te salva de la discriminación», y Luis Felipe hace hincapié en este asunto. «Soy sudamericano, colombiano y negro, así que convivo con todos los prejuicios que te puedas imaginar. Todavía hay gente a la que le cuesta asimilar que una persona de una raza distinta pueda desempeñar una labor profesional. Lo entendí perfectamente un día en Portugalete. Estaba haciendo unas mediciones frente a una carnicería y el dueño me vio allí y se inquietó. Habría bastado con que me preguntara qué estaba haciendo yo ahí, pero no. Llamó a la Policía. Eso es triste. Cuando pasa algo así, siempre pienso que vivo donde quería y hago lo que me gusta. Eso es lo fundamental».
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