En los últimos meses, con el agravamiento de la crisis, se ha dado más importancia al tema de la vivienda y su paradoja más cruel: cada día aumenta el número de personas sin techo, a pesar de que en España millones de viviendas están vacías. Son frecuentes los testimonios de familias que han tenido que renunciar a su hogar y cada vez se piensa más en las "viviendas alternativas". Algunas personas utilizan lugares de recreo o turismo, como campings, autocaravanas, hoteles y embarcaciones, para residir de manera permanente. Se considera que es más barato que afrontar los gastos de un piso. ¿Pero es así? ¿Cuánto hay de realidad y cuánto de leyenda urbana en esta tendencia?
La vivienda como problema
En el último año y medio, la crisis económica ha quebrado los esquemas de muchas familias españolas. Los proyectos postergados, los ahorros que disminuyen y los ingresos insuficientes -o nulos- constituyen hoy la realidad de gran parte de los ciudadanos. La creatividad y el sacrificio son fundamentales para mantener unas condiciones mínimas de calidad de vida y, al mismo tiempo, evitar que la situación empeore todavía más. Pero no es fácil. Con una tasa de paro que roza el 19% y miles de hogares en los que ninguno de sus miembros cobra un salario o una prestación por desempleo, el escenario, más que complejo, es de total desesperación. En mayor o menor medida, la mayoría sufre el impacto de la falta de recursos y las consecuencias de la recesión.
En este contexto de agrietamiento económico, que afectó primero a los sectores más vulnerables de la sociedad y ahora alcanza a la clase media, hay algo que no ha cambiado: la vivienda es un problema. La dificultad actual para acceder a un crédito hipotecario y el endeudamiento progresivo de las familias que ya contaban con uno, han puesto en aprietos tanto a quienes quieren comprar un inmueble ahora como a quienes lo hicieron antes y todavía tienen cuotas pendientes. El pago de la hipoteca es el gasto fijo mensual más elevado y representa -de media- el 60% de los ingresos del hogar. En el caso de los jóvenes, las familias monoparentales o los "mileuristas", el porcentaje se dispara. Sin embargo, nada es tan grave como quedarse sin dinero y darse cuenta de que el estilo de vida actual es insostenible. Cuando los gastos superan a los ingresos, es momento de tomar decisiones. Algunas de ellas pasan por vivir en un barco, en un hotel o en un camping.
Vivir en un barco
Aunque con menor incidencia que en otros países, en España algunas personas utilizan edificios, vehículos o enclaves turísticos como domicilio habitual. Es difícil que esta elección sea consecuencia de unos escasos ingresos económicos, de la necesidad de ahorrar o de la precariedad. Vivir en un hotel, un camping, un barco o una autocaravana requiere una inversión de dinero y es caro. Es más costoso que compartir vivienda (en el caso de alguien que esté solo) o que alquilar un piso (para un núcleo familiar).
Vivir de manera permanente en un barco -una decisión corriente en los países del norte de Europa-, es todavía un fenómeno incipiente en España, donde los gastos se disparan y la relación coste-beneficio no es demasiado clara. Comprar un yate puede costar lo mismo que un piso (el precio se reduce bastante si la embarcación es de segunda mano, pero aumentan los gastos de mantenimiento) y los alquileres de barcos tampoco son baratos. Incluso en el idílico supuesto de que no hubiera un gasto de compra o de alquiler, sí hay otros costes que se deben afrontar, desde la contratación de un seguro de responsabilidad civil, daños y accidentes, hasta las tasas anuales que cobran los puertos a los navegantes por disfrutar del derecho de amarre.
El desembolso -tanto del seguro como de la cesión de un espacio en el muelle- varía en función del barco y del puerto. Lo mismo ocurre con las revisiones periódicas de la embarcación que, además de obligatorias, son indispensables para que el proyecto de vivir en el mar no haga aguas. Las inspecciones técnicas, el mantenimiento del motor y la maquinaria interna, los trabajos de pintura, la revisión del casco y los gastos de señalización, entre otros, son rutinas que conviene tener en cuenta antes de embarcarse en esta opción de vivienda. No en vano los gastos anuales de mantenimiento de un barco se sitúan en torno al 10% del valor de compra, sin contar el consumo de combustible y los arreglos interiores.
Otras alternativas
De regreso en tierra firme, otra de las opciones que ha ganado protagonismo es la de vivir en un hotel; una fórmula antes reservada para ejecutivos o personas sin problemas económicos. El modelo comenzó a llamar la atención a comienzos de este año, cuando se dio a conocer un estudio realizado por el experto británico en banca personal Lorne Spicer y una conocida cadena hotelera. En síntesis, la investigación arrojaba como resultado que vivir largas temporadas en un hotel puede ser más barato que alquilar un piso ya que, entre otras cosas, el precio de la habitación incluye los servicios básicos (agua, luz, conexión a Internet o teléfono).
El estudio de Spicer estaba acotado al Reino Unido y, en concreto, a la cadena de hoteles con la que realizó su investigación. No obstante, en España, un establecimiento alicantino puso este año en práctica la misma idea: ofreció las habitaciones individuales a 375 euros y las dobles, a 500 euros por mes. Esta iniciativa cosechó todo tipo de argumentos, a favor y en contra: la escasez de estas ofertas, la distancia física entre los hoteles (periféricos) y el lugar de trabajo y los gastos fijos imprescindibles que no se incluyen en el precio, como la alimentación o el servicio de lavandería. Aunque tengan minibar, las habitaciones en general carecen de cocina y el huésped debe comprar comida preparada o comer fuera, dos opciones que, a largo plazo, son tan caras como el gasto de alojamiento mensual. Alquilar una habitación es más rentable, incluso aunque se paguen aparte los gastos, si bien el hotel es una alternativa para una emergencia.
De las distintas soluciones al problema de la vivienda en esta época de crisis, residir en una caravana de manera permanente es otro modelo que ha cobrado fuerza en los últimos meses. Sin embargo, comprar una caravana nueva cuesta, de base, unos 15.000 euros, y se necesita un coche para trasladarla. La cifra se dispara al adquirir una autocaravana, cuyo precio medio oscila entre los 30.000 y los 50.000 euros. El desembolso es elevado y el alquiler, en este caso, no es una alternativa viable. Según la empresa, la provincia y la época del año, alquilar un vehículo con capacidad para cuatro personas cuesta entre 70 y 200 euros al día. A este coste inicial (de alquiler o de compra), se suman los gastos de la parcela que se ocupe. Éste es el inconveniente más serio, ya que las normativas vigentes impiden utilizar un camping como domicilio permanente.
Vivir en un camping es ilegal
Este novedoso fenómeno ha surgido a partir de la crisis, impulsado por la búsqueda de un techo y el interés por ahorrar. Sin embargo, aunque se ha sugerido que vivir en un camping es económico, lo cierto es que esta opción no resulta tan barata.
Aunque se alcance un acuerdo económico beneficioso para el cliente, no debe haber confusión: es más caro que vivir en una habitación o en un piso compartido. El coste de la tarifa diaria durante dos meses no es barato, sobre todo, en los campings de playa. Éste no es un dato menor: el 70% de los campings de España se concentra en la costa mediterránea.
Pero además, vivir en un camping no es legal, según enfatiza el secretario de la Federación Española de Empresarios de Campings y Parques de Vacaciones (FEEC), Óscar Monedero. El tope máximo de residencia es de 180 días al año. Algunos clientes fijos dejan su caravana en la parcela de manera permanente, pero sólo la utilizan los fines de semana o en vacaciones. Aunque el vehículo quede en el camping, su uso nunca supera el tiempo máximo permitido. El modelo es equivalente al de una segunda residencia. Así como es legal vivir en un hotel, no lo es en un camping. La diferencia pasa porque el cliente, además de la ropa, traslada sus enseres a la parcela. Si la residencia permanente estuviera permitida, se crearían asentamientos que podrían derivar en chabolismo. De ahí que la Federación rechace de manera radical esta práctica.
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