Javier Candia llegó a Bilbao hace cinco años para cursar un master en Cooperación Internacional. En Bolivia, su país de origen, había estudiado abogacía y trabajaba en la Administración Pública. Sin embargo encontró más barreras que puertas abiertas. «Lamentablemente, allí es muy difícil progresar siendo honesto», dice. Y añade: «Si no tienes a alguien 'de arriba' que te estire y te mantenga en el cargo, es complicado avanzar... Todo se maneja a cambio de favores y yo no tengo madera de corrupto. Pensé que era mejor cambiar de sociedad».
Canalizó ese cambio a través del curso académico, pues quería seguir estudiando y hacerlo en Europa. Preferentemente, en el norte, «que tiene prestigio por su rectitud y eficiencia». Su destino inicial fue Suecia -a donde viajó en julio de 2004- pero el país no consiguió cautivarlo. «El clima fue un factor importante, no lo voy a negar. Cuando llegué era pleno verano y, aun así, hacía mucho frío. Después estaba el asunto del idioma, que no es menor, y el trato de la gente, que es un poco como el clima», enumera.
Todavía tenía ansia de norte, pero «no tan lejos del Ecuador», dice con una sonrisa. Y, buscando universidades, encontró que el punto exacto era Euskadi. «Combinaba esos valores europeos con la calidez de la gente, más parecida a Latinoamérica», sintetiza Javier, y prosigue: «Mientras estaba en Suecia, supe que existía en Bilbao este master en Cooperación. Los contenidos tenían afinidad con mi carrera, así que me lancé. Ante todo, yo quería mejorar. Cuando sientes que el mercado laboral está completo y que te has topado con un techo, o haces algo para superarte o te quedas en el montón», reflexiona.
Javier se instaló en Vizcaya y, poco después, llegaron su mujer y su hijo. Al terminar el curso, le ofrecieron una beca para hacer un doctorado en Uruguay, pero él prefirió quedarse. «Académicamente, era una oportunidad muy buena, pero yo ya tenía a mi familia aquí. Ya había despojado a mi esposa de sus afectos al traerla a Bilbao, y sentía que si me iba, la dejaba lejos y sola. Elegí quedarme por ella y por el proyecto común de vivir en un lugar donde hay más oportunidades, donde el papel del Estado es más social y donde da gusto pagar tus impuestos porque ves que tu dinero trabaja para el bienestar general», explica.
Sin olvidar la vocación
Si en un comienzo, venir a Bilbao supuso avanzar en su carrera, apenas un año después, quedarse significó detenerla. «Las prioridades cambian», dice Javier, consciente de que su profesión no vale en cualquier parte del mundo. «Los sistemas legales varían de un país a otro, de modo que, si quieres ejercer de abogado, tienes que empezar desde cero unas cuantas materias», explica.
Como proyecto a medio plazo, la idea no era mala. No obstante, en ese momento, lo fundamental era trabajar. «Hice un curso técnico de formación para aprender un oficio que tuviera salida laboral, y empecé a trabajar en el sector de las telecomunicaciones», resume. «Evidentemente, no es lo mío, pero, como te decía antes, me permite vivir aquí y eso compensa. En Euskadi hay una tranquilidad y una seguridad que no existen en Latinoamérica. Si te esfuerzas, sales adelante, y existe la clase media. Allí no».
Por supuesto, él no pierde la esperanza de estudiar más adelante, ya que, como asegura, nunca ha olvidado su vocación. De ahí que, en este momento, Javier dedique parte de su tiempo a orientar legalmente a sus compatriotas. «Hay muchas personas que no saben qué trámites deben hacer para solucionar los problemas que surgen con la emigración» ¿Por ejemplo? «Los divorcios a distancia. Muchas mujeres vienen aquí, ven que hay igualdad, que trabajan y el dinero es para ellas, y entonces se plantean dejar atrás lo que tenían. Allí hay mucho machismo y la mujer está demasiado presionada. Esa es otra gran diferencia», concluye.
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