De lo que sí tienen certeza, en cambio, es de que no todos creyeron en ellas. «Hicimos el curso de creación de empresas que brinda el Gobierno vasco y, cuando dijimos cuál era nuestra idea, la gente nos preguntaba: '¿Vosotras, que no sabéis euskera, no tenéis avales ni sois de aquí, queréis montar una escuela infantil?' Se nos reían en la cara», recuerdan ahora, mientras ultiman los detalles del local.
Quizá lo más llamativo no es que se hayan lanzado por su cuenta, sino que lo hicieran en el ámbito educativo. «Parecía imposible lograrlo, pero las dos queríamos trabajar con niños». Y, aunque se conocieron aquí en Vizcaya, formaron el tándem perfecto. «Yo soy educadora titulada y tengo mucha experiencia», dice Ángela. A su vez, Liliana está graduada en Empresariales. Nos conocimos a través de una amiga común y enseguida supimos que este proyecto funcionaría».
Por aquel entonces, la educadora trabajaba en el sector de la hostelería y la empresaria era empleada en una conocida firma comercial. Ángela sentía que no estaba desarrollando su carrera y Liliana quería «algo más». Aunque «tenía un contrato indefinido y podría haber seguido así, sin riesgos ni preocupaciones», la aventura de intentar algo nuevo pudo más que la seguridad laboral.
La barrera del aval
Pero querer y poder no son sinónimos y les costó dar los primeros pasos. La traba más importante fue conseguir un aval. «Sin garantías no hay préstamos, y sin préstamos no hay nada que hacer», sintetiza Liliana. «Intentamos por todos los sitios y hablamos con todo el mundo, pero no hubo caso. Al final, y aunque parezca increíble, nos avaló una pareja de colombianos a quienes ayudé hace tiempo con la organización de su boda. Ellos, que están en Torrevieja y pagando recién su segundo año de hipoteca, se animaron».
Para Ángela, que dejó su carrera de maestra cuando vino de Colombia, poner en marcha de la nada una escuela infantil es un sueño hecho realidad. «En mi país, aunque puedes montar una guardería en tu casa, las instituciones te exigen mucho desde el punto de vista pedagógico y educativo. Aplicar esa exigencia aquí, donde además se cuidan las condiciones de habitabilidad, tiene posibilidades infinitas. Me ilusiona trabajar con niños de hasta tres años porque es una edad fundamental para el desarrollo de las habilidades cognitivas y sociales. Me siento muy afortunada», concluye.
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