2.1.09

"La inmigración es como un niño de diez años; aún debe madurar"

Nacieron en Colombia, pero se conocieron hace un año en Vizcaya. Desde entonces, Liliana Villalobos y Ángela Ospina son amigas. Y socias. Aunque ambas tenían trabajo en Euskadi, decidieron apostar por su sueño y, tras mucho empeño y esfuerzo, este mes abren su propia escuela infantil. «Podíamos seguir como estábamos -dicen-, pero en la vida hay que arriesgar».


A pocos días de materializar su proyecto, Liliana y Ángela están «felices e ilusionadas». No es para menos. Desde que se conocieron y empezaron a idearlo, han pasado muchos meses de trabajo, visitas al banco, cursos, obras y estudios de mercado. A la dificultad habitual que supone empezar algo propio, en su caso se añadió el hecho de ser extranjeras. «Debemos ser las únicas inmigrantes que, en lugar de buscar la seguridad de un contrato, prefieren invertir en un negocio que no sea un bar, una peluquería o un locutorio», intuyen.

De lo que sí tienen certeza, en cambio, es de que no todos creyeron en ellas. «Hicimos el curso de creación de empresas que brinda el Gobierno vasco y, cuando dijimos cuál era nuestra idea, la gente nos preguntaba: '¿Vosotras, que no sabéis euskera, no tenéis avales ni sois de aquí, queréis montar una escuela infantil?' Se nos reían en la cara», recuerdan ahora, mientras ultiman los detalles del local.

Lo comentan como una anécdota más, una de las tantas que han juntado. «Cuando conseguimos el préstamo para comprar la lonja fuimos al Ayuntamiento a solicitar una licencia de obras. Antes de decir nada y al vernos extranjeras, nos remitieron a los servicios sociales», relata Liliana quien, lejos de molestarse por ello, lo entiende como algo normal. «Es lógico -opina-. La inmigración en Euskadi es reciente; es como un niño de diez años que aún debe madurar. Con el tiempo, otros extranjeros iniciarán sus propios proyectos y a las instituciones no les parecerá tan extraño».

Quizá lo más llamativo no es que se hayan lanzado por su cuenta, sino que lo hicieran en el ámbito educativo. «Parecía imposible lograrlo, pero las dos queríamos trabajar con niños». Y, aunque se conocieron aquí en Vizcaya, formaron el tándem perfecto. «Yo soy educadora titulada y tengo mucha experiencia», dice Ángela. A su vez, Liliana está graduada en Empresariales. Nos conocimos a través de una amiga común y enseguida supimos que este proyecto funcionaría».

Por aquel entonces, la educadora trabajaba en el sector de la hostelería y la empresaria era empleada en una conocida firma comercial. Ángela sentía que no estaba desarrollando su carrera y Liliana quería «algo más». Aunque «tenía un contrato indefinido y podría haber seguido así, sin riesgos ni preocupaciones», la aventura de intentar algo nuevo pudo más que la seguridad laboral.


La barrera del aval
Pero querer y poder no son sinónimos y les costó dar los primeros pasos. La traba más importante fue conseguir un aval. «Sin garantías no hay préstamos, y sin préstamos no hay nada que hacer», sintetiza Liliana. «Intentamos por todos los sitios y hablamos con todo el mundo, pero no hubo caso. Al final, y aunque parezca increíble, nos avaló una pareja de colombianos a quienes ayudé hace tiempo con la organización de su boda. Ellos, que están en Torrevieja y pagando recién su segundo año de hipoteca, se animaron».

Para Ángela, que dejó su carrera de maestra cuando vino de Colombia, poner en marcha de la nada una escuela infantil es un sueño hecho realidad. «En mi país, aunque puedes montar una guardería en tu casa, las instituciones te exigen mucho desde el punto de vista pedagógico y educativo. Aplicar esa exigencia aquí, donde además se cuidan las condiciones de habitabilidad, tiene posibilidades infinitas. Me ilusiona trabajar con niños de hasta tres años porque es una edad fundamental para el desarrollo de las habilidades cognitivas y sociales. Me siento muy afortunada», concluye.

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