Zelmar Echegoyen y Deysi Rodríguez son una pareja de uruguayos con antepasados vascos que decidieron saber más sobre el origen de sus familias. Buscaron esas raíces en una casa vasca de Montevideo sin imaginar que aquel paso acabaría transformándose en un viaje a Euskadi, donde viven desde hace un lustro y han echado las propias.
Teodoro Echegoyen, el bisabuelo de Zelmar, era vasco. Emigró de Euskadi a Uruguay a finales del siglo XIX, donde se casó y tuvo un hijo. Tres meses después, el hombre falleció y, con el tiempo, su viuda volvió a contraer nupcias. «El segundo marido de mi bisabuela era un andaluz muy celoso que, un día, quemó todo lo que ella conservaba de su matrimonio anterior», cuenta Zelmar. Lo único que se salvó fue el DNI de Teodoro y algunos relatos. «Mi abuelo creció con ese vacío, por eso siempre me contaba las historias de su padre».
Ya de adulto, y movido por esa relación especial con su abuelo, Zelmar se acercó a una de las tres casas vascas que funcionan en Montevideo y averiguó que había cursos de euskera. «Sentía curiosidad y quería saber más -dice-, así que me apunté a las clases y se lo comenté a Deysi, que entonces ya era mi novia».
Ella se interesó enseguida porque también tiene ascendencia vasca y porque siempre le gustaron los idiomas. «Empezamos juntos el curso que, además de las lecciones básicas de euskera, ofrecía clases de Historia, Geografía y cultura general. Eramos estudiantes universitarios, pero íbamos dos veces por semana y nos sentíamos muy bien allí», explica Deysi.
A principio ninguno de los dos contemplaba la idea de marcharse de Uruguay. Zelmar compaginaba su carrera de Ingeniería con un trabajo en Recursos Humanos de la facultad, y Deysi estaba a punto de terminar su licenciatura en Relaciones Internacionales. No obstante, y tras la crisis de Argentina, el Gobierno vasco lanzó un programa de becas para jóvenes latinoamericanos con origen euskaldun. «Ofrecían la posibilidad de venir a estudiar aquí durante dos años para formarnos en distintas áreas que fueran de interés en Euskadi. Ambos nos apuntamos», dicen.
Deysi fue la primera en obtener la beca. «Yo ya había terminado mi carrera, pero a Zelmar le quedaban algunas materias. Venirse en ese momento hubiera sido más perjudicial que beneficioso», señala ella, que viajó sola para aquí en 2003. «Ese año fue difícil para ambos. Éramos novios desde los 19 años y nunca habíamos estado mucho tiempo separados», agrega.
Determinación
Zelmar vino a visitarla en Navidad, y la visita se transformó en una boda. «Nos casamos en un impulso romántico y de juventud», resume Deysi. «Los nueve meses siguientes fueron muy duros. Ella se quedó estudiando Comercio Internacional aquí y yo me puse las pilas para acabar la carrera en tiempo récord. En la siguiente convocatoria, volví a presentarme y entonces sí, me la concedieron», añade él.
Zelmar vino a visitarla en Navidad, y la visita se transformó en una boda. «Nos casamos en un impulso romántico y de juventud», resume Deysi. «Los nueve meses siguientes fueron muy duros. Ella se quedó estudiando Comercio Internacional aquí y yo me puse las pilas para acabar la carrera en tiempo récord. En la siguiente convocatoria, volví a presentarme y entonces sí, me la concedieron», añade él.
Una vez aquí, Zelmar empezó un curso de automatización industrial y se apuntó a un doctorado en Robótica en la UPV. «El ritmo era muy exigente, pero me pareció una gran oportunidad para seguir formándome», dice. Al acabar los estudios, Deysi consiguió trabajo en Elorrio, donde continúa como responsable de exportación. Y Zelmar, que aún está elaborando su tesis, empezó a trabajar en una empresa de Eibar que se dedica a la robótica y la automatización. «Estamos muy contentos. Nos hemos adaptado muy bien a las costumbres de Euskadi y hemos seguido estudiando. Aquí pudimos ver de primera mano todas las cosas que aprendimos en Montevideo», comenta Deysi.
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