30.12.08

Canales originales para buscar trabajo

Internet y las nuevas tecnologías son las principales vías para encontrar empleo

El trabajo y el estrés mantienen una relación muy estrecha, tan próxima que para muchas personas resulta difícil pensar en una cosa sin la otra. Lo que casi nunca se menciona es que un empleo puede ser tan agobiante como la ausencia de él. En efecto, la búsqueda de trabajo exige tiempo, dedicación y esfuerzo pero si, además, es infructuosa causa un importante desgaste emocional. Lógicamente, esta dinámica se agrava con la actual crisis económica, que ya arroja un índice de desempleo superior al 11,3% y que estrenará el año 2009 con más de tres millones de españoles en el paro. La pregunta, ante todo, es qué hacer. Si el país atraviesa una coyuntura en la que abunda la mano de obra y escasean los puestos de trabajo, ¿dónde y cómo hay que buscar ocupación? ¿Qué canales y qué métodos resultan más eficaces?

El método tradicional -rastrear ofertas en los anuncios clasificados de los periódicos con un bolígrafo-, cede terreno a otras vías más inmediatas y prácticas que combinan de un modo óptimo la relación de oferta y demanda y que permiten realizar una búsqueda mucho más ajustada al perfil del candidato y sus expectativas. En este sentido, Internet es la clave, pues en estos momentos numerosos portales de empleo utilizan ese doble modelo:
  • El registro de empresas con puestos vacantes
  • Una base de datos de personas con necesidad de trabajar

El sistema es similar al de una bolsa de trabajo, con la particularidad de que la pesquisa es de ida y vuelta; las empresas pueden buscar candidatos y viceversa. A su vez, los portales de empleo (que son de alcance estatal) permiten que la persona elija ofertas utilizando filtros muy útiles, como la provincia, el sector de actividad, la titulación exigida o el sueldo estimado. El mismo patrón sirve para las empresas, que pueden iniciar una búsqueda sin lanzar públicamente una oferta, escogiendo las características de su trabajador ideal.

De media, cada uno de los tres portales más visitados de España cuenta con tres millones de candidatos y sesenta mil ofertas de empleo desglosadas por ramas de actividad, lugar de la oferta y fecha. Asimismo, permiten que el candidato seleccione sus áreas de interés para recibir después en su correo electrónico información sobre las vacantes más recientes que se ajusten a sus criterios. Por otra parte, al enviar su solicitud, el aspirante puede ver la cantidad de personas que también se han presentado y, en algunos casos, hasta hacer un seguimiento de la selección, conociendo si su petición ya ha sido vista por la empresa, si aún está pendiente de revisión, si ha pasado a una siguiente fase o si ha sido descartada.

Los portales de empleo están gestionados por especialistas en recursos humanos y aúnan los métodos de las seleccionadoras de personal con los avances tecnológicos. Algunos, incluso, dan un paso más allá y se introducen en el mercado editorial para ofrecer libros y guías de orientación profesional, académica y laboral. No obstante, es importante señalar que estos portales, por funcionar en un contexto digital e informatizado, ya tienen su propio filtro de selección. Dicho de otro modo, los candidatos que se presentan son personas que, como mínimo, saben manejar un ordenador. De ahí que los empleos allí ofrecidos requieran una cierta preparación técnica y profesional de los postulantes.

De lo oficial a lo casual
Pese a que los portales de selección online han experimentado un auge notable en el último lustro, no son el único método que ofrece Internet (ni Internet es la única vía que existe). Sin salir de la web, muchas empresas españolas y multinacionales cuentan con una página propia de recursos humanos y brindan la posibilidad de inscribirse libremente tanto a las vacantes concretas del momento como a la bolsa de trabajo. Las grandes firmas comerciales suelen incluir en sus páginas el enlace "trabaja con nosotros" que conduce a un formulario en el que cualquiera puede volcar sus datos personales y profesionales con la esperanza de acceder a un puesto.

Las páginas web empresariales e institucionales, al igual que los portales de selección, son la vía más seria o, mejor dicho, formal, para buscar trabajo en Internet. No obstante, es preciso mencionar otras aplicaciones online que, en origen, tenían una finalidad lúdica, de ocio o de vinculación social, y que se están convirtiendo también en un canal más distendido o informal para buscar y encontrar empleo. Redes sociales como el Facebook -que nacieron para mantener en contacto a las personas con sus amigos y viejos conocidos a pesar de las distancias geográficas- son hoy un vertiginoso cauce de publicidad, anuncios y, también, relaciones laborales. Los profesionales liberales, por ejemplo, o aquellos que trabajan en diseño, fotografía, creación de software y textos, encuentran en estas redes un terreno fértil donde promocionar sus habilidades y servicios. Lo mismo puede decirse de proyectos de colaboración internacional.

Tan útiles resultan estas redes que, en la actualidad, hay varias orientadas exclusivamente al plano profesional. Es el caso, por ejemplo, de Neurona, eConozco y Gazzag, entre otras, que conectan profesionales o permiten que se recomienden entre conocidos. Algo así como el tradicional "boca a boca", pero en formato digital y con un campo de acción mucho más amplio que un barrio, una ciudad, una universidad o un único país. En términos generales, sea a través de portales de empleo o redes alternativas, la búsqueda de trabajo a través de Internet permite ahorrar tiempo, energía y costes, además de potenciar la solicitud con elementos audiovisuales que resulten más atractivos al destinatario.
La búsqueda sin módem
Resulta evidente que la expansión de Internet ha provocado grandes cambios en la sociedad, en el modo de trabajar e, incluso, en la manera de buscar trabajo. Aun así, todavía existe y funciona la búsqueda a pie de calle, sin módem ni bytes. Al margen de sus páginas web, muchas cadenas comerciales y empresas cuentan con formularios o "buzones" permanentes donde muchas personas aspiran a formar parte de sus plantillas. Por otra parte, no sólo las firmas ofrecen puestos de trabajo; muchas personas ofrecen servicios y, en este punto, la creatividad es ilimitada.

En general, cualquier sitio sirve para promocionar las aptitudes laborales, desde los buzones de las viviendas - uno de los lugares favoritos para los trabajadores autónomos de servicios técnicos-, hasta los tablones de anuncios de los gimnasios, locutorios y establecimientos comerciales. Es más, el propio mobiliario urbano sirve muchas veces de soporte para anunciarse. Basta con observar las farolas, las paredes, los canalones de desagüe de los edificios, las paradas de autobuses, los bancos públicos y hasta los árboles para encontrar en ellos modestos anuncios caseros que exponen el servicio ofrecido y, a continuación, un número de teléfono.
En este tipo de anuncios, generalmente, no se encuentran profesionales con formación universitaria, sino que se registran tareas poco cualificadas o circunscritas al ámbito doméstico, como la limpieza, la jardinería, el servicio de canguro o el cuidado de ancianos. De todas maneras, para este tipo de trabajos, los pequeños carteles diseminados por el barrio, al alcance de los potenciales empleadores, resultan a veces más efectivos que los anuncios publicados en periódicos específicos de demanda y oferta de empleo. De hecho, si se observan con atención las secciones de avisos clasificados de diferentes periódicos es posible trazar algunas constantes. Más allá de la proliferación de anuncios eróticos o de las "ofertas trampa" (que remiten a teléfonos de pago o a cursos), puede decirse que hay más cantidad de ofertas cualificadas en diarios de difusión nacional que en periódicos locales, donde predominan las ofertas para operarios, vendedores y técnicos.

Los métodos y la actitud
Al margen de los canales -periódicos, Internet, avisos caseros, comercios, etcétera-, gran parte del éxito a la hora de buscar trabajo está relacionado con el método y la actitud que se tienen para ese proceso. Los expertos en selección de personal se enfrentan a decenas de currículo cada día y, como señalan, algunas veces los pequeños detalles son los que marcan la diferencia. Tomar la iniciativa al presentarse -incluso si la empresa no está buscando en ese momento a un nuevo trabajador-, transmitir interés y una actitud proactiva son elementos que ayudan a quien está buscando un empleo.

Lo mismo se puede decir en la confección del currículum, una tarea en la que se cometen errores inocentes que pueden desembocar en un fracaso. Sin llegar al extremo de utilizar folios de colores o romper excesivamente los moldes de la formalidad (algo que en algún caso concreto sí podría funcionar, pero que, en principio, es un arma de doble filo), sí es necesario pensar que esas páginas representan al candidato: conforman la primera impresión que se llevará la empresa y, por tanto, deben hablar no sólo de los logros académicos sino de quién es la persona, cuál ha sido su trayectoria laboral y cuáles son sus cualidades y "puntos fuertes" que le hacen apropiado para ocupar el puesto vacante.

Un error en el que se incurre con frecuencia es pensar que un currículum abultado, con muchas páginas y párrafos extensos conduce al éxito. Lo más importante es que el documento sea perfectamente legible, ordenado y sintético, pues quienes los leen no disponen de mucho tiempo. Por ello es importante resaltar cuáles han sido los trabajos, funciones y responsabilidades anteriores del modo más exacto y sintético posible, sin olvidar detallar las fechas de cada experiencia laboral previa.
Una imagen en lugar de mil palabras

En la era de la comunicación audiovisual el dicho popular de que una imagen vale más que mil palabras cobra más vigencia que nunca. Aunque los currículo impresos son la principal tarjeta de presentación, el aspecto gráfico y sonoro es cada vez más importante. La tradicional foto de carné no puede competir en impacto con el vídeo currículum; una nueva modalidad de presentarse -aún incipiente en España- que, sin embargo, gana terreno año a año.

Para algunos puestos de trabajo en los que la buena presencia y la locuacidad son fundamentales, adjuntar un CD de vídeo con una breve presentación puede abrir unas cuantas puertas, acortar el proceso de selección y dar al reclutador una idea más acertada del candidato sin necesidad de pasar por una entrevista personal. Entre las ventajas que tienen estos vídeos -cuya duración no suele exceder los tres minutos-, hay que mencionar su dinamismo, su potencial comunicativo y el factor de diferencia que supone con respecto a los demás candidatos al puesto. Por ejemplo, en el caso de un vendedor que quizá no tenga tanta experiencia o formación como el resto de los aspirantes, pero sí tenga grandes aptitudes de comunicación, soltura y desinhibición, la mejor manera de transmitir esas cualidades al seleccionador es ponerlas en práctica. Y, para ello, nada mejor que una entrevista personal. No obstante, si el currículum impreso que envía se queda eclipsado por los demás, puede que nunca tenga la posibilidad de conversar cara a cara con el reclutador. Para subsanarlo, nada más efectivo que una imagen en movimiento.

26.12.08

"En el mundo hay demasiada hipocresía y poco respeto"

Se llama José Augusto Ribeiro, pero todos le conocen como Betto Snay. Así se presenta este rapero angoleño, que se fue de su país en 1999 y reside actualmente en Barakaldo. Aquí ha grabado su primer trabajo en solitario, 'El mundo al revés', un álbum de letras comprometidas y crítica social en el que denuncia las injusticias cotidianas, el racismo, la intolerancia y la xenofobia.
Tiene 27 años y mide casi dos metros. De haber nacido en España, quizá habría sido una promesa del baloncesto, pero hace una década, en Angola, era el candidato ideal para enrolarse en el Ejército. «Con 17 años y esta altura, tenía todas las papeletas para que me reclutaran en la 'mili', y ser soldado allí no es tan bueno. El adiestramiento se hace en tres meses y, si estalla un conflicto antes, te mandan al frente igual. He visto a amigos míos que jugaban al fútbol irse a combatir un sábado y volver el lunes sin piernas», explica este rapero con tristeza.

La razón para emigrar es contundente. Angola atravesaba una guerra y «mi madre y mi tía tenían miedo por mí. Ellas viven en Bilbao desde hace años y me hicieron venir». Ese cambio de país, realidad y cultura quedó reflejado en un disco que grabó hace unos años con el grupo Maf's Blood; una maqueta que se llamó 'Ser emigrante' y se centró en las sensaciones de desarraigo.

«Cuando empezamos, yo cantaba en portugués. A la gente le gustaba la música pero no entendía mucho las letras, así que aprendí a hablar en castellano para que se comprendiera lo que quería decir», como ahora, en la entrevista, donde reflexiona sobre la inmigración y la crisis. «Hay algo que está claro -explica-: a ninguna persona le gusta tener que irse de su casa obligada. Aquí llevamos varios meses de crisis económica y para muchas familias ya es duro. Yo viví 17 años así, y la gente mayor de mi país muchos más. Imagínenlo; décadas de crisis, guerra y gobiernos corruptos», propone.

Pero la emigración no solamente es tristeza. Para Betto, se hace mucho hincapié en lo negativo, «como quitar el trabajo a los demás o saltar la valla», mientras se olvida el resto. «Las migraciones son mucho más que eso y habría que empezar a tratarlas de otro modo. Yo he aprendido muchas cosas estando aquí, tanto de los vascos como de los extranjeros. Mi novia, de hecho, es de Ecuador. Si algún día formamos una familia, nuestros hijos serán vascos y llevarán la herencia africana y latina en la sangre. Eso también es riqueza humana y cultural»,

Un paso
En su nuevo trabajo -que grabó en solitario mientras montaba un sello discográfico independiente y que puede descargarse de Internet-, Betto mantiene su línea. «Mi hermana pequeña me pregunta cosas sobre lo que pasa alrededor y yo no siempre sé qué contestarle. Intento encontrar respuestas a través de la música y expresar que en el mundo hay demasiada hipocresía y muy poco respeto. Hay racismo y apatía, los hijos maltratan a los padres. Todo está de cabeza».

Como extranjero, africano y negro, Betto señala que en Euskadi no ha sufrido actitudes racistas , aunque sí ha notado los prejuicios. «La gente tiene una imagen muy negativa de África porque los periodistas, cuando van allí, quieren impactar con la foto y vender. De pronto graban tribus pero interpretan mal lo que ven. Las cogen como ejemplo de desgracia en vez que mostrar que es una forma de vida distinta».

Lo mismo ocurre a la inversa, ya que la idea que se tiene sobre Europa «no es exacta». Betto recuerda que se imaginaba las ciudades europeas como Nueva York, «cosmopolitas y enormes», y que al llegar se sorprendió. «La capital de Angola, Luanda, es muy similar a Lisboa. Como los portugueses se fueron de allí en 1975, hay más similitudes que diferencias». Lo que cambia es, sobre todo, la cultura. «Allí la gente se relaciona de otra forma. Tu vecino es también tu familia. Aquí la gente no se conoce entre sí y hay muchas personas solitarias. Es una pena, pero se puede cambiar. Lo bonito de Bilbao es que puedes hacer amigos de todas partes del mundo».

22.12.08

Ausencias navideñas

Mientras Montevideo empezó a vestirse de verano en octubre, a perfumar sus calles de jazmines y a darse un baño prematuro de luz estival, aquí sacamos pronto las botas del armario, hace tiempo que el aire huele a castañas y, desde hace ocho semanas, el único baño probable es de lluvia. Este fin de semana ha sido el primero con sol; el primero de cielo celeste y pájaros cantando sobre los árboles desnudos. Aunque el norte de España, en especial el País Vasco, tiene fama (y merecida) de ser un lugar donde llueve mucho, todavía no he encontrado a nadie que recuerde un otoño igual a este, con dos meses ininterrumpidos de cielo acerado y diluvio.

Les cuento esto del clima (que a más de uno podrá parecerle una trivialidad) porque en estos sesenta días de lluvia plomiza he comprobado cómo la luz y la temperatura inciden sin piedad en el ánimo de la gente. Entre eso, la sensibilidad natural de estas fechas y la crisis económica (que ya ha dejado a un Uruguay entero en el paro), el combo de bajón es completo. Ante la perspectiva de haberse quedado sin trabajo, enfrentados a las deudas contraídas antes del quiebre financiero mundial y a las distintas ausencias de los seres queridos, a muchos habitantes de España les cuesta decir 'feliz Navidad' o 'feliz año' y creérselo.

Yo escribo estas palabras en la víspera de mi viaje a Montevideo, con la valija a medio hacer y el pasaporte apoyado en una esquina del escritorio. Como tantos otros emigrantes, pasaré esta semana por la 'multiprocesadora' de los aeropuertos; por ese maratón de resistencia que supone estar 28 horas dando vueltas por el mundo a merced de las voluntades ajenas. En resumen, me apronto para recibir una paliza en toda regla que, sin embargo, vale la pena. Será mi primera Navidad en cinco años sin bufanda, saludos virtuales y copas llenas de ausencia. Sé que al otro lado del planeta, las aduanas y los vidrios esmerilados me esperan.

No obstante, la ilusión y la alegría que siento no me impide pensar en los muchos, muchísimos, uruguayos que pasarán las fiestas en el exterior, calculando las horas para llamar justo a las doce, lidiando con líneas de teléfono sobrecargadas y sintiendo que, en ese preciso instante, darían cualquier cosa a cambio de un abrazo conocido. Hace tiempo, cuando era niña, siempre venía un amigo de mis abuelos paternos a cenar con nosotros en fin de año. Me acuerdo que yo lo miraba y pensaba que tendría que ser muy triste estar solo, sin una familia propia, haciendo balances y proyectos en una mesa llena de besos y risas, pero en calidad de invitado.

Ahora, tantos años después, viviendo lejos de casa, he encontrado que esa situación no es la excepción, sino la regla. La emigración, entre los muchos bemoles que tiene, registra un tono de orfandad en quienes se van y de vacío entre quienes se quedan. Por eso hoy, que estamos tan próximos a las fiestas, cerrando el trabajo, preparando las vacaciones y organizando comidas de despedida como si fuera a acabarse el mundo, quería dedicar estas palabras a los uruguayos que pasarán estas fechas lejos de casa y a las familias que tienen hijos, hermanos, padres, nietos y sobrinos desperdigados por todo el mundo.

Más allá de las creencias religiosas de cada uno y de la maquinaria comercial que se activa en esta época, resulta casi inevitable que las ausencias sean más palpables y corpóreas estos días. Antes, hace cuarenta o cincuenta años, se echaba de menos a quienes ya no volverían. Ahora la añoranza es distinta porque no es irreversible, pero eso no significa que sea menos dura. Para quienes no han podido desplazarse o quienes han tenido que optar entre los afectos de un lado y otro del océano, para quienes han hecho una opción de vida lejos y quienes se han quedado en el paisito aceptándola, para todos los que tienen el corazón a dos aguas, feliz Navidad y próspero año nuevo.

19.12.08

"Regresar se hace más difícil conforme van pasando los años"

Nueve años ejerciendo de extranjero pueden cambiar muchas cosas. Para María Paz Giambastiani, emigrar significó generar nuevos lazos y experimentar una cierta «ambivalencia» en lo que respecta a los afectos. «Estés donde estés siempre echas de menos a alguien. Te quedas como en mitad del océano», reflexiona esta periodista argentina para quien «la distancia es también el olvido».




No tenía intención de emigrar. En Buenos Aires, donde vivía, María Paz trabajaba en lo suyo y disfrutaba de una carrera exitosa que repartía entre varios medios. Su pasión era la prensa escrita y la radio, hasta que un día, en Argentina, lo conoció. «Me enamoré de un vasco», recuerda ahora, tras haber comprobado que el amor puede darle una vuelta de tuerca al destino.

En su caso, «después de muchas idas y venidas», aquel encuentro fortuito supuso dejar su país. «Obviamente, debíamos establecernos en un sitio y pensamos que, por mi profesión y porque ya tenía ciudadanía europea, sería más fácil que yo viniera aquí». En cierto modo, acertaron. «La adaptación social fue muy buena y, en el plano laboral, seguí escribiendo para las revistas de allá sobre política y economía», explica.

Sin embargo, no fue un proceso sencillo. «Venía de Buenos Aires, una ciudad bastante impersonal donde hay mucho más movimiento, y me encontré de pronto en un lugar más pequeño, donde todo el mundo se conoce y la sociedad maneja códigos, ritmos y costumbres diferentes», compara.

Sin embargo, y pese a esas diferencias, «uno se acaba adaptando. Aunque los imperativos sociales son distintos y yo soy un 'bicho de ciudad', Bilbao me ha conquistado. Además, aquí las cosas funcionan mejor, desde el transporte público y las instituciones hasta las oficinas y la sanidad. Existe un ordenamiento social que te permite vivir medianamente tranquilo y, como dice el refrán, es muy fácil acostumbrarse a lo bueno».

Pero había un detalle de vital importancia: tenía que encontrar trabajo de periodista, su profesión, algo que finalmente llegó en octubre junto a Silvia Carrizo, argentina y periodista como ella. Cada miércoles, ambas presentan en la 91.4 un programa que se llama 'La herencia de Colón', un magazine de radio basado en la reflexión, la información y el análisis donde coexisten el debate y el encuentro.

«Tratamos temas de América Latina, hablamos sobre política y economía, pero también sobre aspectos sociales y cuestiones de actualidad que nos afectan a todos. Nos interesa acercar a sectores locales y extranjeros, analizar los aciertos y los desatinos, y aprender de las diferencias», describe María Paz, que no olvida a los 'vascos sin fronteras'. «Hablamos con la diáspora de Euskadi para conocer su punto de vista y tener otra perspectiva. Silvia y yo coincidimos en que analizar el pasado sirve para construir el futuro y entender mejor el presente».
La noción del tiempo
Pasado, presente y futuro son tres conceptos muy fuertes para cualquier extranjero. En mayor o menor medida, la noción del tiempo, las renuncias y los sueños aparecen con frecuencia entre quienes dejan su país de origen para afincarse en otro lugar. «Pese a que mi relación de pareja no funcionó, yo he decidido quedarme», señala María Paz.

«Visto desde fuera, lo lógico habría sido volver con mi familia, pues el motivo que me impulsó a venir ya no está. Pero no es tan sencillo como decir 'me subo a un avión y me voy'. Regresar se hace difícil conforme pasan los años».

En su opinión, llega un punto en el que la sensación emocional equivale a estar en medio del océano. «Tienes lazos afectivos en ambos lados, te identificas con las dos culturas y te sientes a gusto en los dos sitios», indica. «Si voy a Buenos Aires, me siento en casa, pero no es lo mismo. Veo cómo ha cambiado la vida de todos, incluyendo la mía, y comprendo que la distancia es también el olvido. Para las cosas cotidianas, si me pasa algo o tengo una duda, no llamo a mis padres o a mis amigos en Argentina; recurro a mis amigos de aquí».

15.12.08

Embajadores del estereotipo

Las autoridades argentinas interceptaron el viernes un cargamento de casi media tonelada de cocaína que iba a ser trasladado hacia España. Tras el operativo, que se realizó en el puerto, fueron detenidos varios traficantes de una banda organizada, entre los que había dos uruguayos. Como muchos de ustedes, lo supe el sábado, mientras desayunaba con un poco de información antes de ponerme a escribir estas líneas. Hasta entonces, venía dándole vueltas a la sugerencia de un lector que, la semana pasada, me instó a abordar el tema del terrorismo en el País Vasco. Le daba vueltas porque pensaba (y pienso) que es humanamente imposible hacer una radiografía más o menos seria y acertada de esa coyuntura en un espacio tan breve como este. Con sinceridad, ni teniendo todas las páginas del diario a mi disposición para hacer un monográfico sobre ETA lograría siquiera aproximarme a un esbozo.

Opinar sobre algo tan duro y complejo desde ese punto de partida sería un acto irresponsable de mi parte. No obstante, la noticia de los traficantes me hizo pensar en un fenómeno más amplio que nos toca a todos de cerca y sobre el que sí me siento capaz de reflexionar: la etiqueta que precede a los pueblos, llámense uruguayos, palestinos o vascos. Para bien o para mal, el mundo entero funciona a base de estereotipos y prejuicios; con generalizaciones que a menudo impiden conocer realmente lo que hay. Colombia, por ejemplo, es guerrilla. Sudamérica es playita, droga y cha cha cha. África es sida y pobreza. Los musulmanes siempre son árabes. Los italianos son los padrinos de la cosa nostra. Los estadounidenses son todos obtusos. Los españoles bailan flamenco, los franceses no se bañan y los vascos ponen bombas.

Pues no. Las etiquetas son tan simplistas que se vuelven peligrosas. No es que sean falsas (sí hay guerrilla en Colombia, mafia en Italia y playitas en América del Sur), pero son parciales. Me acuerdo que cuando vine para aquí, en 2003, tenía una imagen completamente distorsionada de España en general y del País Vasco en particular. Imaginaba que aquí todo eran plazas de toros, jamones, peinetas, castañuelas y olé (algo que se corresponde más con folclore andaluz que con una sociedad de 45 millones de personas); y también venía con la idea de que las calles de Euskadi serían como las de Bosnia en plena desintegración yugoslava. Eso era lo que veía en la tele: coches bomba, asesinatos a sangre fría y la sensación de que en este rincón del planeta todo el mundo resuelve sus problemas a tiros.

Lo que encontré (y sigo encontrando) es algo completamente distinto. Por supuesto que hay terrorismo, violencia y problemas sociopolíticos pendientes. Sería mentira decir que no, y una falta de respeto a las víctimas minimizar las consecuencias. Lo que intento explicar es que, detrás de ese conflicto, hay una sociedad de gente normal que va a trabajar, a comprar el pan o a llevar a los chicos a la escuela como cualquiera y que está harta de convivir con la violencia. No todos los vascos quieren la independencia de España, y entre quienes sí la quieren, la mayoría desaprueba el terrorismo.

El asunto es que, como decía antes, la etiqueta va por delante del pueblo y, para peor, ésta crece y se alimenta de los embajadores del estereotipo. Es decir, de los que se dedican a fortalecer los prejuicios con sus acciones personales. Y ahí cabe mucha gente; desde los traficantes detenidos el viernes (que avalan la idea de que los sudamericanos vivimos del narco), hasta los terroristas que atentaron en Bombay dañando aún más la imagen del Islam. En el medio, hay de todo. Quizá sean cosas menos dramáticas, pero no menos nocivas. Está el emigrante que vuelve a su país de vacaciones empeñando hasta lo que no tiene y se dedica a contar lo bien que le va donde sea; el que alimenta la percepción de que todo es soplar y hacer botellas, que el dinero mana a raudales y la ropa de marca es sinónimo de éxito. Ese también es emisario del estereotipo.

13.12.08

"Si aquí dices que te interesa la música, creen que eres un vago"

Se marchó del Congo siendo un niño y su destino inicial fue París, pero el tren de la vida le trajo hasta Hendaya en un convoy que partió de Montparnasse. Lleva cinco años en Vizcaya, donde trabaja como soldador y persigue el sueño de dedicarse en serio a la música y fundar una discográfica. «Es difícil -dice-, pero estoy dispuesto a currármelo».



Franck Kankolongo es un joven que saluda con la formalidad de un caballero de antaño. Llega puntual a la cita y se presenta estrechando la mano. Ese mínimo contacto dice mucho sobre él, su educación y su vida, pues hay cierta aspereza en los dedos. «Estas son manos de artista que trabajan con el hierro y sueldan metal», dice a modo de disculpa, con una mueca algo triste. Y es que Franck supo desde pequeño que lo suyo era hacer música. «Mi padre era pastor de una iglesia y los instrumentos dormían en casa», recuerda.

El camino que le trajo hasta aquí puede calificarse de muchas maneras, excepto de fácil. Se fue del Congo con trece años directo a París, donde le esperaba su tía. «Me llevó mi padre para que estudiara allí, donde podía tener una mejor calidad de vida y más oportunidades, ya que tenía la ventaja del idioma», explica él, que, además de lingala, habla francés. Sin embargo, tras pasar cuatro años en el país, no logró adaptarse del todo. «No me encontraba muy cómodo con mi tía -dice-. Yo quería independencia y tener mis papeles porque, sin eso, no haces nada».

Acabó viniendo a Euskadi por un primo suyo, que vivía en Navarra y le habló de Bilbao. «La verdad es que empezó como un juego -señala Franck-. Él me decía que aquí sería más fácil regularizar mi situación y yo siempre bromeaba con montarme en un tren que salía de la estación de Montparnasse con destino a Hendaya. Tanto insistimos con eso que, un día, me animé a dar el paso, compré el billete y le dije 'allá voy'».

Su primo lo recogió en la estación y lo llevó a su casa, en Pamplona. Pero, una vez allí, Franck percibió que no todo eran risas. «Estaba contento de que yo hubiera venido, pero al mismo tiempo no quería asumir la responsabilidad de tenerme a su cargo. Yo aún era menor de edad, no tenía papeles, no hablaba castellano y mi primo no quería problemas. Así que me vine a Vizcaya».

Franck vivió un año en un centro de menores de Loiu y al cumplir los 18 se trasladó a un piso tutelado. En ese periodo, hizo un curso de soldador, tramitó sus papeles y consiguió trabajo. Lo primero que hizo fue alquilar una habitación. «No me gustaba soldar hierro y sigue sin gustarme -confiesa-, pero si uno quiere conseguir sus sueños, se lo tiene que currar. Me apasiona la música y quiero dedicarme a ello de manera profesional. El problema es que si aquí dices que te interesa ser músico, la gente cree que eres un vago».

Seguir adelante
Aunque puntualiza que gana poco, Franck ahorra parte del sueldo para comprar instrumentos y equipos de sonido. «Me estoy montando un pequeño estudio y pretendo tener mi discográfica». El mejor momento del día es cuando ensaya o se presenta con distintos grupos, como Calabaza Grande y Baskaf. Hoy, por ejemplo, actuará con Black Percussion, una banda que ha formado con músicos de Camerún y Senegal, y que se estrenará a las 19.00 horas en Arrupe Etxea (c/Padre Lojendio, 2). «El grupo surgió hace poco y sólo somos cuatro miembros, pero ya va cogiendo forma», indica. Para él es importante dar a conocer otra riqueza cultural y la mejor vía es la música.

«He vivido algunas situaciones de racismo y xenofobia, he notado cómo alguien no se sienta a mi lado en el autobús por ser negro y eso me entristece mucho, pero hay que seguir adelante. La vida es dura... -dice-. A veces siento que he vivido 50 años pese a la poca edad que tengo».

8.12.08

Ser el otro

Siempre me ha llamado la atención que aquí, en la comunidad del País Vasco, las instituciones vayan un paso por delante de las personas en eso que los uruguayos llamamos 'ser gente'. Se supone que hay valores que se aprenden en casa o en la escuela; que son nuestros padres o nuestros profesores quienes nos enseñan a funcionar en el mundo pero, cueste creerlo o no, hay gobiernos más sociales que la propia sociedad. Ojo, que digo sociales en lugar de socialistas porque no me estoy refiriendo a la política partidaria, sino al fomento de la convivencia normalizada y a la promoción gubernamental de la solidaridad. El gobierno vasco es un ejemplo de ello.

Desde hace un mes y pico, en casi todas las estaciones de metro, en las paradas de autobuses y en la vía pública, empezaron a aparecer carteles a favor de la inmigración. Se trata de una campaña informativa (y formativa), cuyo objetivo es dar a conocer los muchos beneficios que supone la llegada de extranjeros. El lema es muy claro ("con la inmigración, nuestro país avanza") y los mensajes también son directos, porque huyen del estereotipo negativo y ofrecen datos concretos. Mientras la política europea tiende a blindar las fronteras y la población general entiende que los inmigrantes son un problema, un colectivo que quita más de lo que aporta o que se aprovecha de la generosidad local, esta campaña plantea cuestiones tan llanas como que los extranjeros son imprescindibles desde el punto de vista económico y social.

Lo interesante es que estos carteles, que vienen a romper varios prejuicios y a decir explícitamente lo que no se suele reconocer, no van firmados por ninguna ONG o asociación de inmigrantes (que por aquí hay muchas), sino por el departamento de Asuntos Sociales del gobierno. Lo mismo pasa con los malos tratos hacia las mujeres y con los discapacitados, otras dos áreas en las que los poderes públicos suelen insistir. Hace poquito (de hecho, el miércoles pasado), fue el Día Internacional de las Personas con Discapacidad; y por aquí había varios carteles en pro de una integración plena que señalaban, con frases e ilustraciones, que otra sociedad es posible. Y todavía están.

Más allá de la faceta publicitaria, que por ser la más visible muchos podrían cuestionar como propaganda demagógica, las distintas instituciones locales se preocupan por contrarrestar los verdaderos problemas sociales, como el rechazo, la discriminación y la violencia. Hay planes y proyectos para todo, servicios de atención a los colectivos más vulnerables y campañas que, al margen de los partidos, educan a la gente en civismo. Por eso digo que hay gobiernos más sociales, más humanos, que la sociedad; porque aunque estamos todos grandecitos como para saber que hay que ceder un asiento, que el lugar de nacimiento no lo es todo o que está mal moler a palos a una mujer, seguimos sin darle una mano al ciego que intenta cruzar la calle, tratando mal al extranjero o llevando la violencia machista al terreno de la estadística y contabilidad.

Las campañas siguen siendo necesarias porque seguimos siendo incapaces de ponernos en el lugar de los demás. Déjense pegar, múdense de país o vayan por la calle con los ojos vendados y, paradójicamente, verán. No tenemos ni idea de lo que significa ser 'el distinto', 'el minoría' o 'la víctima', por mucho que digamos lo contrario. El otro día, que salí a hacer una entrevista, terminé sentada con mi entrevistado en un bar de cameruneses. Estaba en pleno Bilbao, cuyas veredas recién empiezan a ver los primeros pasos del mestizaje, pero ahí adentro, en ese bar, todas las personas eran de origen africano. Por decirlo de otro modo, la única blanca era yo. Nadie me trató mal ni me miró torcido por serlo, al contrario. Sin embargo, la experiencia me sirvió para saber lo que se siente ser 'el otro', el diferente, el raro. Debe ser duro estar siempre en el equipo de los menos, oscilando entre la invisibilidad, la indiferencia y el rechazo colectivo, que señala impunemente con el dedo, ¿no?

6.12.08

"Los uruguayos y los vascos nos parecemos en muchas cosas"

La primera vez que visitó el País Vasco sintió «un poco de miedo». En Cataluña, donde vivía, la información que llegaba de Euskadi «sólo mostraba lo peor». Pese a ello, se trasladó a Barakaldo, donde reside con su familia. Tres años después, Bernardo Barrera se siente como en casa, «enamorado» del lugar, las costumbres y la gente. «Euskadi es precioso y no lo cambio por nada», dice.

Se marchó de Montevideo en junio de 2002, cuando el país atravesaba una profunda crisis económica y bancaria. A diferencia de otras personas, que perdieron sus ahorros y su empleo, Bernardo y su esposa tenían trabajo. «El problema es que no alcanzaba. Yo trabajaba en una empresa de telefonía móvil y, al salir, daba clases en el Instituto de Radiodifusión. Algunas veces salía de casa a las siete menos cuarto de la mañana y no volvía hasta las doce de la noche. Estaba todo el día haciendo cosas y, aun así, a fin de mes tenía la soga al cuello», relata.

Venirse fue una elección, pero no por ello fue fácil. «Estuve dudando mucho tiempo y me decidí un mes antes de partir. Dicen que cuando uno se muere ve la película de su vida. Yo no sé si eso es cierto, pero sí sé que me pasó cuando venía. Estaba sentado en el avión y de repente volví a ser boy scout y a estar con mi padre, como si estuviera vivo. Fue una sensación extraña».

El destino inicial fue Cambrils, en Cataluña, donde Bernardo y su mujer tenían amigos, y donde él se dio su primer baño de realidad. «Uno viene con una mentalidad diferente, creyendo que va a trabajar de lo que le gusta, y no es así. Me pasé el primer mes echando currículos en emisoras de radio hasta que caí en la cuenta de dónde estaba y comprendí que uno trabaja en lo que hay, no en lo que quiere».

En su caso, y en Cambrils, lo que había era hostelería. «No tenía ni idea de cocina -confiesa-, pero aprendí». Entre tanto, Bernardo tuvo un par de experiencias desagradables. «Trabajé un mes y medio escondido en un garaje, cocinando atrás de una cortina, porque el Ministerio estaba haciendo muchas inspecciones y yo sólo tenía permiso de residencia. Quise acelerar los trámites y me timaron. Además de perder 600 euros, lo que más me dolió fue que la estafadora era chilena, emigrante como yo».

Los papeles llegaron. Y también Santiago, su hijo, que nació en Reus. «Decidimos mudarnos a Euskadi en 2005 porque queríamos un cambio de vida y porque aquí estaba mi suegro. Entre él, mi mujer y yo creamos una empresa de pintura y, desde entonces, nos dedicamos a ello». De su primera impresión sobre el País Vasco hasta hoy, muchas cosas han cambiado. «Pasé de venir con miedo a no querer irme de aquí», resume Bernardo. «Yo no sé si es el mar, la montaña, o la costa, pero estoy enamorado de esta tierra, de su clima y de su gente. Por mi trabajo, cada día visito varias casas y converso con sus propietarios. Los uruguayos y los vascos nos parecemos en muchas cosas», señala.

El legado cultural
Para difundir esa similitud cultural y, también, para dar a conocer la propia, Bernardo forma parte de la asociación cultural Uruke (Uruguay Kultur Elkartea). «La idea es respetar las costumbres locales, aprender de ellas y enseñar las nuestras; que la gente sepa que el tango, el mate, el acento y el 'vos' no son sólo de Argentina, sino un modo de hablar, comer y bailar de una zona de América».

Al mismo tiempo, comenta que, al emigrar, ha entendido unas cuantas cosas. «En Uruguay hay muchas asociaciones gallegas y vascas donde se reúnen emigrantes de aquí para escuchar su música o jugar al mus. Cuando estaba allí, no comprendía esa dinámica, pero ahora que estoy lejos, sí. Las asociaciones suplen la nostalgia cultural y las carencias afectivas, contribuyen a mantener las costumbres y a legarlas a nuestros hijos, aunque hayan nacido aquí». Por supuesto, echa de menos a su gente; en especial a su madre, «que vivió la inmigración en dos frentes, porque es hija de un emigrante portugués». Sin embargo, no volvería. «Hay que ganarse el pan con esfuerzo y es difícil pagar la hipoteca, pero tenemos nuestra casa y somos muy afortunados».

1.12.08

La máquina del tiempo

El tiempo pasa más rápidamente en España que en Uruguay. De verdad. Aquí los años se van volando y no es porque los días tengan menos horas, sino porque esas horas tienen más información. Suena raro, ya lo sé, así que voy a tratar de explicarlo. Todo el mundo sabe lo que es una hora, aquí, allí y en la China. Pero no es lo mismo una hora en el cine que sesenta minutos haciendo cola para un trámite. Lo primero se pasa rápidamente (si la película es buena, claro). Lo segundo es un bodrio. Cuando nos aburrimos, el tiempo se para; cuando estamos entretenidos, se acelera. La manera de apurar el tiempo es generar información, buscar algo que nos distraiga. En escala, con los países pasa lo mismo.

En Uruguay, todos los festejos y motivos de alegría se apelmazan en cuatro meses del año. Nochebuena, el 31, Reyes, Carnaval, Semana Santa y verano. Todo junto y bien apretadito hasta marzo. Después, de abril a diciembre, cuando el país 'arranca en serio', uno se pudre como un hongo. No hay nada, salvo la noche de la nostalgia. En España, por el contrario, las alegrías están más repartidas. Aquí la gente siempre está motivada con algo y pensando en lo que vendrá, aunque para eso falte un montón de meses. Digamos que hay un estímulo constante para adelantarse en el tiempo y avanzar, como el conejo que persigue a la zanahoria. Igual.

Las luces de Navidad son el ejemplo más próximo. En Madrid y Barcelona, las guías ya están encendidas. En Bilbao, desde donde escribo, los adornos llevan un mes colocados y se inaugurarán el próximo jueves. ¿Demasiado pronto? Seguro, el 'jingle bells' se adelanta casi un mes. Para la gente de aquí, en cambio, es una fecha tardía. La crisis ha opacado el brillo de las lamparitas, que serán de bajo consumo e iluminarán durante menos días para ahorrar en electricidad. El ayuntamiento se puso las pilas en un gesto que parece lógico, pero que no es la norma sino la excepción porque, con crisis y todo, el espíritu navideño empieza a colarse en julio, en pleno verano del norte.
Lo comprobé este año en un andén, mientras esperaba a que pasara el metro. Como la mayoría de los subtes, el de aquí es un lugar estupendo para poner publicidad. En promedio, la gente espera entre cinco y diez minutos hasta que llega el próximo tren, tiempo más que suficiente para leer unos cuantos anuncios. Ahí lo vi. Era un cartel que versaba "Ya hay lotería de Navidad", y explicaba que se habían puesto a la venta los números para el sorteo de diciembre, con medio año de antelación. Y así pasa con todo.

En verano, la gente ya está planificando la vuelta al trabajo o a la escuela, aunque las clases recién empiezan a mediados de setiembre. Después, más Navidad. En octubre arrancan las primeras campañas y en noviembre casi todos los comercios tienen sus vidrieras decoradas con arbolitos, guirnaldas y demás parafernalia festiva. Mientras tanto, como ahora, en las calles se ven lucecitas de colores colgando de los árboles y varios papañoles per cápita. Así se vuela el otoño, con la gente pensando en el invierno, en los carritos ambulantes de castañas, en los churros, el chocolate caliente y la cena de fin de año. Los niños y los estudiantes (incluidos los universitarios) tienen vacaciones de invierno. Dos semanas que calzan justo con las fiestas y que se extienden hasta después de Reyes.
El 7 de enero, cuando empiezan de nuevo las clases, también empiezan las rebajas, que son una auténtica locura comercial y que la gente espera con ganas. No exagero: hasta hacen cola en la puerta de las tiendas para ser los primeros en entrar. Enero se pasa muy rápidamente, con todo el mundo pensando en febrero y el Carnaval. Mientras la gente se disfraza, recibe folletos de agencias de viajes con promociones para Semana Santa (que para los estudiantes, de nuevo, son dos). Y cuando uno quiere acordar, resulta que está en abril, ante el último 'tirón' del año. Claro que, para ese entonces, está instalada la primavera. Las clases terminan en junio, cuando está a punto de empezar el verano y cuando los publicistas de la Lotería Nacional ya están contratando espacios en el subte para colgar los carteles del sorteo de Navidad.