Todo empezó con una frase que le sorprendió por caballerosa: 'Buenas noches, bella dama, ¿me permite hablar con usted?' El escenario, sin embargo, no era el jardín de un palacio y tampoco transcurría el siglo XVIII. La primera vez que él le habló, ella estaba en un cibercafé de Venezuela, conectada a Internet, para comunicarse con su hermana, que se había ido a vivir a Barcelona. «Me escribía seguido con ella y trataba de ayudarla a buscar ofertas de trabajo», recuerda.
Entonces apareció él con esas palabras «tan bonitas» que le hicieron pensar a Elizabeth que «era de otro planeta». Y casi acierta porque, si bien no era de otro mundo, se encontraba al otro lado de la tierra, en Bilbao. «Empezamos a escribirnos con frecuencia y seguimos chateando unos meses, hasta que, al final, pasábamos frente al ordenador casi seis horas al día».
Llegados a ese punto, decidieron que debían encontrarse. El plan inicial consistía en que él fuera a Venezuela, aunque poco antes de viajar lo canceló. «Sintió miedo -relata ella- y me dijo como excusa que le había surgido una oportunidad de trabajo en Alemania. Me enojé mucho y nos peleamos». Pero el enfado les duró poco y dio paso al 'plan b'. Acordaron que ella vendría.
Aterrizó en el aeropuerto de Barajas en 2004, y él fue a recibirla en Madrid. «Pasamos juntos una semana estupenda recorriendo la ciudad y los alrededores; fuimos a Aranjuez, a Toledo y, al final, a Barcelona, donde estaba viviendo mi hermana». Tras pasar esos días de encuentro, Elizabeth se quedó en Cataluña y su chico regresó a Bilbao. Nuevamente, la distancia les duró muy poco.
«Vine aquí y conseguí mi primer trabajo como mesera. Yo no sabía nada de hostelería, pero la dueña del local vio algo en mí y me dio la oportunidad de aprender. Mi chico y yo alquilamos un piso por un año en Sanfuentes y nos dijimos 'vamos a probar'. Decidimos pagar todo a medias y ver qué tal nos llevábamos en la convivencia». Y resultó que se llevaban bien, aunque tenían un asunto pendiente: «mi hijo, que tenía seis meses cuando me fui del país y ahora había cumplido un añito y medio. Aunque estaba aquí muy bien y muy enamorada, ya no aguantaba más tiempo lejos de él».
El compromiso
Elizabeth se casó en 2005 y viajó con su marido a Venezuela para buscar al niño. «En realidad -corrige- mi esposo fue allí quince días después. Durante esas dos semanas se quedó pintando el piso que compramos en Portugalete y acondicionando la habitación de mi pequeño. Es increíble, pero se ha hecho cargo de su paternidad al cien por cien y, hoy en día, son padre e hijo. Mientras hablamos tú y yo, él está en una actividad de la escuela; es su aita», dice.
Hace un año, después de trabajar en varios locales de hostelería, Elizabeth abrió su propio mesón. «Es un local típicamente vasco, donde se sirve comida de aquí. Sabía que si quería vivir bien, debía adaptarme y convertirme en una más. Pese a todo, mi proceso de adaptación fue muy duro porque yo era feliz en Venezuela, estaba muy vinculada con la gente, tenía un trabajo estable y en mi familia siempre era la que organizaba la fiesta».
Cuando Chávez llegó al poder, la economía «se vino a pique», relata. «Y sí, al principio es difícil tener una carrera y trabajar en otra cosa, pero estoy muy feliz. Llevo mi propio restaurante, tengo una familia sólida y estoy casada con un hombre que tiene unos valores impresionantes. Aunque a veces aún lloro porque extraño a mi país, me considero una persona muy afortunada y, además, dudo mucho que pueda regresar a Venezuela y adaptarme».
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