Al igual que la cultura o el clima, las leyes también varían en función de cada país. En ese sentido, el aumento de la población extranjera supone una actualización permanente para abogados y jueces, ya que «los inmigrantes no sólo tramitan permisos de residencia. A medida que se insertan en la sociedad, cambian sus necesidades y surgen otras inquietudes legales», asegura el letrado Jaime Sanz.
La primera vez que pisó España, Jaime era un adolescente. Fue en 1988, cuando su padre -un destacado juez colombiano- obtuvo una beca para estudiar en la Universidad de Navarra. La experiencia duró un año, pero caló con fuerza en todo el núcleo familiar; sobre todo en él y en sus hermanas, que ya entonces vieron la importancia de estudiar en el extranjero. «Regresamos a nuestro país pensando en volver algún día», dice ahora. Lo que nunca imaginó fue que, al final, se quedaría.
Estudió Derecho en Colombia y, siguiendo los pasos de su padre, ganó una beca para cursar un semestre de la carrera en Galicia. Vivió siete meses en A Coruña, volvió a su país y se graduó. Poco después comenzó un posgrado, pero, justo en medio del curso, tuvo una nueva posibilidad de seguir estudiando aquí. Esta vez, en la Universidad de Navarra. «La idea era quedarme tres años y acabar el Master en Derecho», cuenta.
No obstante, la vida da muchas vueltas y resulta difícil predecirla, más aún cuando el amor decide jugar una carta. «Yo tenía dos amigos, un andaluz y un navarro. Un día, nos invitaron a una fiesta de cumpleaños en Galicia y allí fuimos los tres. En esa fiesta, en Ribadeo, conocí a una chica de Bilbao que, hoy en día, es mi mujer», resume.
El noviazgo comenzó con ella viviendo en la capital vizcaína y con él residiendo en Pamplona, donde había comenzado a trabajar para un bufete de abogados.Y la relación continuó a la distancia, incluso cuando a él le ofrecieron un mejor puesto de trabajo en Colombia. «Nos veíamos en las vacaciones, pero era muy difícil. Llegó un punto en el que dijimos 'o nos casamos o lo dejamos' porque ya no podíamos seguir haciéndonos daño con la distancia», confiesa.
Decidieron contraer matrimonio, aunque con unas reglas de base muy claras. La primera, que celebrarían la boda en el país donde no fueran a residir. La segunda, que se darían un año de prueba para saber si podrían adaptarse. Y la tercera, que si al cabo de ese tiempo no conseguían sentirse cómodos, se mudarían de país. Así, se casaron en Euskadi, vivieron un año en Colombia y regresaron a Vizcaya, donde él empezó desde cero.
Tiempos duros
«En Bilbao no conocía a nadie más que a la familia de mi esposa, así que me resultó un poco difícil desarrollarme como profesional -explica-. Tenía la posibilidad de trabajar en el negocio de mi suegro, pero yo quería dedicarme a lo mío, y eso siempre cuesta» Convencido de su vocación, Jaime convalidó su título y comenzó a hacer prácticas en un despacho de abogados. «Es duro encarar el rol de pasante cuando tienes diez o doce años de ejercicio a tus espaldas, pero la verdad es que esos meses como becario me sirvieron mucho para aprender los usos y costumbres; las 'leyes no escritas' que tiene la profesión».
«En Bilbao no conocía a nadie más que a la familia de mi esposa, así que me resultó un poco difícil desarrollarme como profesional -explica-. Tenía la posibilidad de trabajar en el negocio de mi suegro, pero yo quería dedicarme a lo mío, y eso siempre cuesta» Convencido de su vocación, Jaime convalidó su título y comenzó a hacer prácticas en un despacho de abogados. «Es duro encarar el rol de pasante cuando tienes diez o doce años de ejercicio a tus espaldas, pero la verdad es que esos meses como becario me sirvieron mucho para aprender los usos y costumbres; las 'leyes no escritas' que tiene la profesión».
No pasó mucho tiempo hasta que decidió abrir un bufete propio. «Todo el mundo me decía que estaba loco, pero lo hice igual. Quería dedicarme a llevar casos de extranjeros residentes en Euskadi y sabía que sus necesidades estaban desatendidas», expone. Unas necesidades que requieren «actualizarse constantemente» porque no se limitan a tramitar 'papeles' o a la Ley de Extranjería.
«Dos personas extranjeras pueden divorciarse aquí aunque se hayan casado en otro país -pone como ejemplo-. Claro que deben homologar el divorcio porque, si no lo hacen y vuelven a casarse, podrían acusarles de bigamia». Lo bonito, para Jaime, es explicar con claridad cada cosa a sus clientes. «Conozco gente a la que han condenado y ni siquiera se ha dado cuenta».
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