2.5.08

"Cuando llegué, era la única negra del colegio"

Cuando le preguntan de dónde es, Letizia Jones responde que «guineana», aunque tenga treinta años y viva en Bilbao desde los diez. El «privilegio» de crecer en Europa no ha achicado su amor por las raíces, pero le ha conferido un curioso matiz cultural. Mezcla de africana y vasca, esta educadora describe los desafíos que supone la integración social.

«Mi familia paterna lleva más de treinta años en Bilbao», dice Letizia, y precisa algo más: «Fueron los primeros negros de la capital vizcaína». También ella lo fue a pesar de su juventud, pues cuando llegó a Euskadi, en 1988, el fenómeno migratorio no era más que una cuestión de anécdotas. «En la época en que vine, nos contaban con los dedos -recuerda-. Era la única chica negra de todo el colegio, y en la universidad me pasó igual. Fui la única africana en todo Magisterio».

Letizia relata que llegó aquí por su abuela, quien quiso darle oportunidades para manejarse después en la vida. «En ese sentido -comenta-, me puedo sentir una mujer privilegiada y con suerte. Ni mi familia ni yo hemos tenido que pasar por el drama de la inmigración en pateras y tampoco por la xenofobia. Jamás he vivido episodios de discriminación ni me he sentido marginada, aunque reconozco que, en los últimos tiempos, la situación general ha cambiado bastante».

Para ella, que trabaja en el sector social, la necesidad de sensibilizar a la población con respecto a las personas que vienen es fundamental. «Hay muchos conceptos estereotipados -explica-, y no sólo de parte de los vascos. Entre los propios inmigrantes no nos conocemos bien, mantenemos prejuicios y no llegamos a darnos cuenta de las muchas similitudes que hay». Como ejemplo, cita un viaje que realizó a Guatemala como parte de un proyecto que impulsó el Gobierno vasco. «Allí descubrí que ese país y el mío no se diferencian en mucho, a pesar de las distancias».

La experiencia de conocer a fondo tres países y tres continentes le ha ampliado los horizontes, «sin duda», pero también le ha reafirmado su sentido de pertenencia. «Si tengo que elegir, me quedo con Guinea, el lugar de donde soy. Eso no significa que reniegue de lo que he aprendido aquí, porque gracias a ello tengo la mente abierta»; una cualidad indispensable para integrarse a pesar de las diferencias y para entender de un modo más crítico a la propia cultura de origen.

Diferencias, también allí
«Si tú hablas por teléfono conmigo, no notas que soy extranjera; no lo sabes hasta que me ves. Así que, cuando decidí buscarme un piso y llamaba a las inmobiliarias, aclaraba de antemano que soy una mujer africana. Más de una vez me pasó que me contestaran algo como 'Ah... africanos, dice la dueña que no'. Y yo me quedaba pensando cómo era posible que todavía sigamos con estas cosas». El problema de alquilar una vivienda es común denominador para casi todos los extranjeros; pero no que una amiga de aquí «te diga abiertamente: 'Oye, mi madre es racista'. Eso me ocurrió hace un tiempo -apunta Letizia- y a mi amiga le costó muchísimo decirle a su mamá que yo era africana. Claro que, después, cuando la gente te conoce cambia el chip».

El 'chip' del extranjero también cambia con los años, y eso a veces se nota mucho cuando regresa a su país de origen. «La primera vez que volví a Guinea habían pasado diez años y fue un choque brutal. Me afectó mucho ese viaje porque me sentía diferente a los demás. Ahora, que voy más seguido, el impacto ya no es tan fuerte, pero sigue habiendo cosas a las que, por mi educación en Bilbao, no me podré acostumbrar». Tener treinta años, no estar casada ni haber tenido hijos es uno de los mayores contrastes. «En mi país, las mujeres suelen casarse más jóvenes y todavía existe cierto machismo. Desde luego, yo no podría ser sumisa a un marido, así que lo tengo chungo», reflexiona.

Sin embargo, Letizia no descarta regresar de manera definitiva, ya que tiene muchas ganas de hacer cosas por su país y estar más tiempo con su familia materna, que se ha quedado allí. Además, le gustaría tener la suya propia; una meta que ve difícil de lograr con un compañero europeo. «Pienso que a la hora de formar un núcleo familiar, los padres deberían compartir la misma cultura -dice-, en especial cuando uno de los dos es africano». La reflexión, que puede resultar algo extraña, se apoya en una razón: «Mi cultura tiene mucha profundidad y tantísimos matices Aunque el otro la acepte por amor, es muy difícil que llegue a entenderla de un modo cabal. Me cuesta pensar en una pareja que no pueda comprenderse plenamente».

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