4.4.11

"Si trabajo en mi profesión, soy más útil a la sociedad"

Wilson Alba-Adrián se dedicó a la recogida de melocotones y uvas para montar un negocio en su país pero la crisis reventó sus ilusiones


Una de las ideas más extendidas sobre la población inmigrante es que carece de formación académica, pero lo cierto es que muchos extranjeros ocupan puestos de trabajo que están por debajo de su cualificación profesional. Esto se explica, en parte, porque para quienes vienen de países con economías empobrecidas es más rentable trabajar aquí «de lo que surja» que quedarse en sus lugares de origen ejerciendo su profesión. Sin embargo, existe otro factor. Para trabajar «en lo de uno» -o, al menos, intentarlo- hace falta convalidar los estudios, homologar la titulación. Y eso no siempre es sencillo.


La entrevista con Wilson Alba-Adrián tiene lugar en la sede de la asociación Kosmópolis, un centro de formación y asesoramiento integrado por vascos y extranjeros que, precisamente, se ha propuesto impulsar el reconocimiento de las competencias profesionales de los inmigrantes y orientarles en el proceso de homologación de sus carreras. Y es que, como bien señala este boliviano, «uno se siente mejor cuando se gana la vida trabajando en aquello para lo que ha estudiado».


«Si trabajo en mi profesión, siento que soy más útil a la sociedad», continúa Wilson, quien, antes de reengancharse con la informática, estuvo un par de años trabajando «en lo que había». Y lo que había para él en Orihuela (la primera ciudad en la que vivió tras emigrar de Cochabamba) no eran pantallas, teclados ni chips, sino campo, manufactura y ladrillo.


«Fui temporero en un matadero, albañil en distintas obras y recolector de cosechas, como melocotones y uvas -detalla-. Al principio, estaba contento. Se ganaba bien y yo había venido a eso, a reunir un capital para invertirlo luego en Bolivia, montando mi propio negocio». Pero la crisis de 2008 y «el reventón de la burbuja inmobiliaria acabó con todo eso -señala-. Me encontré sin empleo ni perspectivas. Desde el punto de vista económico, no había razón para quedarme».


Lo único que le retenía en este lado del mundo era su novia, que vivía en Bilbao y que, al conocer su situación, le ofreció trasladarse de Alicante a Vizcaya. «Decidí intentarlo porque donde estaba no había signos de mejoría y aquí, al menos, estaba ella», expone Wilson que, poco después de llegar, consiguió empleo como camarero.


«En fase de homologación»

«Trabajé, como siempre, en lo que había, pero nunca abandoné la informática. No dejé de montar ordenadores, ni de dar clases como voluntario en Médicos del Mundo, ni de ofrecer servicios de mantenimiento a los locutorios de Getxo. Y tampoco me desentendí de la formación, ya que en el mundo de la tecnología todo cambia a ritmo de vértigo y no puedes darte el lujo de estar desactualizado», razona.


Wilson también da clases gratuitas de informática en las instalaciones de la asociación Kosmópolis, que le está ayudando a convalidar su licenciatura en informática. «Estoy en pleno proceso de homologación -relata- y uno de mis objetivos es hacer un posgrado una vez que llegue mi título. Me gusta pensar que nunca he dejado de estudiar, ni lo haré».


¿Y dónde quedó aquella idea de reunir un capital y volver? «La vida cambia -responde Wilson-. Mi proyecto y mis expectativas ya no son los mismas que los que tenía hace cinco años. Yo mismo cambié... Hay personas que emigran y quieren mantener sus costumbres intactas, aunque vivan aquí. A mí no me pasa eso. Me siento muy integrado y aceptado. Tengo amigos de diversos lugares, también amigos vascos, y jamás me sentí discriminado por cuestiones de racismo o xenofobia. Sólo me falta avanzar en mi profesión y asentarme. Objetivamente, sirvo más como informático que como repartidor de pizzas; y lo digo con todo el respeto del mundo», matiza.

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