El próximo sábado, a las 18.00 horas, la asociación de argentinos residentes en Euskadi (Arvas) celebrará un taller sobre el mate, «ese 'cacharro' curioso y humeante que muchas personas conocen de vista, pero muy pocas saben cómo funciona realmente y qué es». La reunión, que tendrá lugar en el Centro de Culturas Unidas de Bilbao (c/ Olite, 1), estará «abierta a todo el mundo» porque pretende «explicar el significado de una costumbre muy arraigada en Argentina y el cono sur de América Latina», señala Fernanda Rodríguez, una de las impulsoras de esta propuesta.
«Al principio, hace ya varios años, la asociación tenía por objeto ayudar y orientar a los argentinos que recién llegaban al País Vasco y estaban un poco perdidos -cuenta-. Con el tiempo, al asentarnos, fuimos ampliando las metas. Empezamos a hacer cosas para ahuyentar la nostalgia y mantener vivos algunos aspectos de nuestra cultura. Y ahora nos interesa dar otro paso, abrirnos más a la sociedad local. Queremos compartir nuestras costumbres con los vascos y contarles cómo somos más allá de los clichés del tango y el fútbol».
Empezar desde cero
El taller sobre el mate que han organizado se enmarca en esa evolución. «Una vez que llegas a otro país y resuelves los asuntos más acuciantes, como la vivienda, el empleo o la documentación, te das cuenta de que necesitas humanizarte, generar vínculos, hacer amigos, querer a las personas y encontrar a gente que te quiera», explica Fernanda, que vive en Vizcaya desde hace casi nueve años. «El mate conjuga muy bien todo eso, porque propicia la intimidad y abre un espacio para compartir vivencias. Es más que una infusión; es un símbolo de fraternidad».
Uno de los aspectos que incluirá el taller, además de las palabras asociadas a esta tradición y las propiedades de la bebida, es reseñar la importancia del ritual a la hora de tomar la infusión. «Parafraseando al periodista argentino Lalo Mir, el mate es exactamente lo contrario a la televisión: te hace conversar si estás con alguien, y te hace pensar cuando estás solo». Y, al compartir el recipiente es el respeto por los tiempos para hablar y escuchar, «porque uno habla mientras el otro toma y viceversa», cita Fernanda que, a pesar de haber emigrado hace muchos años, no ha perdido la costumbre de tomar mate a diario. «Creo que esta rutina y mi acento son las dos únicas cosas que me siguen ligando a mi cultura y mi país; las que me recuerdan de dónde soy y de dónde vengo», agrega.
En ese sentido, una de las cosas que más le impactaron al llegar aquí fue darse cuenta de que, al emigrar, «empiezas otra vida desde cero, porque nadie te conoce y dejas de tener un pasado. Todo lo que has hecho, lo que has sido, quién te quiso o a quién has querido es algo que sólo conoces tú. Para el resto de la gente, es como si hubieras acabado de nacer», describe Fernanda antes de añadir que la experiencia migratoria es «muy enriquecedora, aunque duela», y que por ello «todo el mundo «debería tener la oportunidad de experimentarla al menos una vez».
«Mi esposo y yo nos fuimos de Argentina cuando estalló la crisis de 2001 -relata- y elegimos Euskadi porque su padre es vasco. En ese momento, la situación era muy difícil y mi suegro le dijo a Javier que lo único que podía darle era el pasaporte. Así fue que decidimos probar suerte y buscarnos la vida de este lado del Atlántico. Teníamos claro que era apuesta y una aventura. Lo que nunca imaginamos fue que sería tan larga y, a veces, tan dolorosa», reconoce Fernanda. «Como contrapartida, ha habido cosas muy buenas. Vivimos en Plentzia, el pueblo donde nació mi suegro, y aunque él sigue viviendo en Buenos Aires, una vez vino a visitarnos. De algún modo, sentimos que hemos cerrado un círculo».
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